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Eugenia María Guzmán y Portocarrero

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Biografía

Eugenia María Guzmán y Portocarrero. Eugenia de Montijo. Condesa de Teba, Granada, 5.V.1826 – Madrid, 11.VII.1920. Emperatriz de los franceses.

Esposa de Napoleón III, es conocida popularmente por el título condal de su padre —Montijo—, aunque ostentaba como apellidos los de Guzmán y Portocarrero.

Había nacido en Granada el 5 de mayo de 1826 y era hija segunda de Cipriano Portocarrero y Palafox, entonces XIII conde de Teba y luego VIII conde de Montijo, Grande de España —uno de los más conspicuos afrancesados de la grandeza—, y de María Manuela Kirkpatrick y Grevignée, hija a su vez de un antiguo cónsul de los Estados Unidos en Málaga, perteneciente a una familia de origen escocés.

A la muerte de su padre, en 1839, fue primeramente XIV condesa de Teba y marquesa de Ardales. Más tarde, en 1847, sucedió también en otros muchos títulos —distribuidos con su hermana mayor— y fue, por tanto, además, XII condesa de Mora y de Baños, dos veces Grande de España, marquesa de Moya y de Osera, condesa de Santa Cruz de la Sierra y de Ablitas y vizcondesa de la Calzada. No obstante, fue siempre conocida en sociedad por su título de condesa de Teba, cuyo apellido de Guzmán ostentó siempre, pese a corresponderle por linaje el de Portocarrero.

Al fallecimiento de su padre, quedaron su hermana mayor, “Paca” —ya condesa de Montijo— y ella al cuidado de su madre, mujer ambiciosa y de gran carácter, quien les procuró una educación cosmopolita, con conocimiento de idiomas, literatura y música.

Alternaron su residencia entre Granada y Madrid —en su quinta de Carabanchel—, pero viajando frecuentemente por Inglaterra y Francia.

Por estos años, tenía proyectados su madre dos ventajosos matrimonios para sus hijas. Los planes tuvieron éxito con la primogénita, Francisca de Sales Portocarrero, condesa de Montijo, pues, en efecto casó el 14 de febrero de 1844, en Madrid, con Jacobo Fitz James Stuart, XV duque de Alba y de Berwick. No cuajaron, sin embargo, con la menor, a quien la madre intentó casar con el marqués de Alcañices, duque de Sesto —el que luego sería tan íntimo servidor de Alfonso XII—. Este contratiempo matrimonial pudo provocar que Manuela, con su hija menor, se instalara al poco tiempo en París, donde frecuentaron a lo más granado de la alta sociedad europea.

En 1850, en una recepción en casa de la princesa Matilde Bonaparte, fue presentada Eugenia al entonces príncipe-presidente, Luis Napoleón, que quedó sumamente atraído por ella. Tenía entonces Eugenia veinticuatro años de edad —veinte menos que él— y disfrutaba de una impresionante belleza, de una distinción y elegancia fuera de lo común y de una atractiva personalidad. No era excesivamente culta, pero gozaba de los conocimientos comunes de las señoras de la alta sociedad de la época, con mucho ingenio y sentido común, y con una firmeza de carácter sin fisuras. Todas estas cualidades provocaron en el futuro Emperador una exaltación amorosa irreprimible, aumentada sobre todo por su falta de respuesta, pues se cuenta que ella resistió siempre el cerco del príncipe, poniéndole como condición, para acceder a sus deseos, el previo vínculo matrimonial.

Proclamado el príncipe Emperador el 2 de diciembre de 1852, con el nombre de Napoleón III, a fines de dicho mes planteó a Eugenia la propuesta de matrimonio, que ésta aceptó. El matrimonio civil se celebró en París el 29 de enero de 1853, y el religioso tuvo lugar al día siguiente, en la catedral de Notre Dame, en una fastuosa ceremonia digna del antiguo régimen, instalándose luego los novios en el palacio de Saint Cloud, donde transcurrió la luna de miel. De este matrimonio, tras un par de abortos, nacería únicamente —el 16 de marzo de 1856 en el palacio de las Tullerías— el príncipe imperial Napoleón Eugenio Luis.

Fue la emperatriz Eugenia una mujer de gran encanto personal, aunque conceptuada por sus detractores de excesivamente frívola y amante del lujo. A su alrededor creó en la corte imperial, en las Tullerías, en Compiegne o en Fontainebleau, un ambiente refinado y elegante, bellamente inmortalizado por Wintelhalter.

Es la época de los espectaculares bailes de máscaras, de los fastuosos estrenos en la Ópera o de las estancias veraniegas en Biarritz, pero también de la creación del moderno París, con grandes reformas urbanísticas, y su elevación a gran capital cultural y artística de Europa.

La Emperatriz, sin embargo, también dedicó gran parte de su tiempo a numerosas obras benéficas, visitando suburbios, hospitales y orfanatos, aunque nunca se ganó la popularidad de las clases menos favorecidas, entre las que era conocida como “la española” y que no le perdonaron su arrogancia y distanciamiento.

Odiada también por la familia de su marido, sus relaciones con el Emperador se fueron deteriorando, debido a las constantes infidelidades de éste. Como consecuencia de ellas, en noviembre de 1860, abandonó al Emperador y se marchó a Escocia, donde permaneció una corta temporada, sin que nunca se facilitara ninguna explicación oficial. En política ejerció una decisiva influencia, por su gran ascendencia sobre el Emperador. A ella —ferviente católica— se le atribuye la actuación francesa en Italia, en defensa del Pontífice, así como la intervención en Méjico, a favor del emperador Maximiliano, que le hicieron perder popularidad entre sus conciudadanos más liberales.

Sus años culminantes de gloria fueron 1867, con la Exposición Internacional de París, y 1869, cuando Eugenia realizó un viaje triunfal a Egipto para representar al imperio francés en la apertura del Canal de Suez, de cuyo proyecto había sido gran defensora, apoyando con entusiasmo a su ejecutor, su primo Ferdinand de Lesseps.

En 1870 comenzó su declive con la declaración de la guerra franco-prusiana que condujo a Francia al desastre.

Eugenia, que desempeñaba durante estos días la regencia, tuvo que abandonar París tras producirse el 4 de septiembre la derrota de Sedán. Llegó a Inglaterra el 7 de septiembre, mientras en Francia se proclamaba la República. La Emperatriz se instaló en una casa de campo, Camden Place, junto a la aldea de Chilselhurst, no lejos de Londres. El Emperador, hasta entonces en poder de los alemanes, no llegó allí hasta el 20 de marzo de 1871, donde murió el 9 de enero de 1873, a los sesenta y cinco años de edad, dejándola al frente del partido bonapartista, debido a la juventud del príncipe imperial.

Eugenia confió la dirección de la política a Rouher, mientras ella se dedicaba la educación de su hijo, a quien hizo ingresar en la escuela militar de Woolwich. El príncipe, seis años después, el 1 de junio de 1879, moriría trágicamente en Ulundi, Sudáfrica, en una desafortunada acción de la guerra de los zulúes.

La antigua Emperatriz, que nunca pudo rehacerse de esta desgraciada pérdida, realizó el año siguiente un viaje al África austral, visitando el lugar donde mataron a su hijo, y a su vuelta abandonó completamente toda actividad política. No obstante, supo dar muestras siempre de una gran dignidad y entereza en la desgracia, igual que la había mostrado en los momentos de triunfo.

En el otoño de 1881 se trasladó a vivir a una nueva mansión en Farnborough Hill, en Hampshire, a donde llevó los restos de su esposo y de su hijo y, más tarde, en 1889 se hizo construir una villa en Cap Martín, en la Costa Azul, a donde acudía como ciudadana particular, bajo el título supuesto de “condesa de Pierrefonds”. Desde entonces se dedicó a viajar por Europa, con frecuentes visitas a España, de cuya reina Victoria Eugenia de Battenberg era madrina de pila. Solía estar alojada en el palacio de Liria, residencia madrileña de su sobrino y heredero el duque de Alba, y allí murió, a los noventa y cuatro años, el 11 de julio de 1920. Su cuerpo fue enviado a Inglaterra para reposar en Farnborough junto a su esposo e hijo.

 

Obras de ~: Lettres familières de l’Imperatrice Eugenie conservèes dans les archives du Palais de Liria et publiées par les soins du Duc D’Albe avec le concours de F. de Llanos y Torriglia et Pierre Josserand, préface de Gabriel Hanotaux, Paris, Imprimerie Alenconnais Le Divan, 1935, 2 vols. (Col. Saint Germain des Près, 13 y 14).

 

Bibl.: A. Carey, The empress Eugenie in exile, New York, The Century Co., 1920; M. Fleury, Memoirs of the Empress Eugenie, New York, D. Appleton & Co., 1920; O. Aubry, El segundo imperio, Barcelona, Luis de Garalt, 1943; A. Martínez Olmedilla, Vida anecdótica de la Emperatriz Eugenia, Madrid, Aguilar Dirección, 1964 (Col. Crisol, vol. 225); T. Aronson, Las abejas doradas (los Bonaparte), Madrid, 1970 [Barcelona, Grijalbo, 1971 (Col. Figuras Imperiales, vol. V)]; C. Dufreme, L’Imperatrice Eugenie, ou le roman d’une ambitiuse, Paris 1976; W. Smith, Eugenie, Imperatrice et femme (1826-1920), Paris, Olivier Orban, 1989; J. Autin, L’Imperatrice Eugenie ou L’Empire d’une femme, París, Fayard, 1990.

 

Jaime de Salazar y Acha