Martí, José. La Habana (Cuba), 28.I.1853 – Dos Ríos (Cuba), 19.V.1895. Escritor, periodista, pensador y líder político, héroe nacional de Cuba, cuya última guerra por la independencia organizó.
Nació en una modesta casa de la calle Paula de La Habana (actualmente calle Leonor Pérez, n.º 314), en el seno de una familia de inmigrantes españoles de extracción humilde: su padre, Mariano Martí Navarro (1815-1887), era un valenciano que había ido a Cuba como sargento de Artillería, aunque luego abandonó el Ejército e ingresó en la Policía Municipal como celador de barrio; su madre, Leonor Pérez Cabrera (1828-1907), había nacido en La Orotava (Tenerife) y era hija de un militar retirado. Después de José, el matrimonio tuvo siete hijas, aunque dos de ellas fallecieron siendo niñas. A mediados de 1857 la familia se trasladó a España, regresando en 1859 a La Habana.
A pesar de las continuas estrecheces económicas de su familia (debidas sobre todo a los frecuentes períodos de desempleo del padre, que en 1860 perdió su puesto en la Policía y no logró ser readmitido hasta fines de 1868), José Martí pudo estudiar en colegios particulares, costeados primero por su padrino Francisco Arazoza y más tarde por Rafael María de Mendive (1821-1886), poeta y patriota cubano fundador del colegio San Pablo, donde el joven Martí adquirió conciencia de su cubanidad y donde se fraguó su patriotismo.
Cuando el 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes lanzó el Grito de Yara, comenzando así la que será conocida como Guerra de los Diez Años, Martí, estudiante de tercer curso de bachillerato, era ya un fervoroso independentista y lo demostró con románticos escritos a favor de los insurgentes: publicó artículos (“El Diablo Cojuelo”) y poesías (“¡Diez de Octubre!”) en periódicos estudiantiles e incluso fundó su propio periódico, La Patria Libre, en cuyo primer y único número (23 de enero de 1869) apareció su poema dramático Abdala, en el que abogaba por la libertad de Cuba bajo la alegoría de un país africano (Nubia) y un héroe guerrero (Abdala), que era el propio Martí.
Poco después Mendive fue detenido y el colegio San Pablo clausurado. En octubre de 1869 Martí fue también detenido bajo la acusación de “infidencia”, apoyada en el hecho de haber escrito a un antiguo condiscípulo una breve carta reprochándole su apostasía de la causa cubana, lo que las autoridades españolas interpretaron como un insulto al Ejército.
Tras varios meses de cárcel, se le sometió a Consejo de Guerra, junto con el otro firmante de la carta comprometedora, su amigo Fermín Valdés Domínguez, que fue condenado a seis meses de arresto mayor, mientras a Martí —que ante el tribunal había reivindicado con vehemencia ser el único autor de la carta— se le impuso la pena de seis años de presidio y trabajos forzados.
El 4 de abril de 1870, Martí ingresó en el presidio departamental de La Habana, con el número 113 de la primera brigada de blancos, y al día siguiente empezó a trabajar en las canteras de San Lázaro. Enfermó seriamente y en octubre fue trasladado a la isla de Pinos, donde permaneció confinado tres meses hasta que en enero de 1871 salió hacia España, una vez lograda —gracias a la intervención de José María Sardá— la conmutación de su condena por la deportación.
El 15 de enero de 1871 embarcó en el vapor Guipúzcoa rumbo a Cádiz. Ya en el viaje, empezó a escribir su folleto El presidio político en Cuba, emotiva denuncia de la opresión colonial y los horrores de la cárcel, que publicó nada más llegar a Madrid (1871).
En la capital de España entró pronto en contacto con el grupo de exiliados cubanos y se ganó la vida con clases particulares, traducciones del inglés y colaboraciones periodísticas (en La Discusión y El Jurado federal, de Madrid, y en La Soberanía Nacional, de Cádiz), aprovechando todas las ocasiones para abogar por la independencia de su patria. El 15 de febrero de 1873, apenas cuatro días después de proclamarse la Primera República, Martí publicó en Madrid otro emocionante ensayo titulado La república española ante la revolución cubana, apelando al nuevo régimen a ser consecuente con sus principios, pues la guerra que se seguía manteniendo en Cuba se había transformado en una guerra de republicanos contra republicanos.
La estancia en España (1871-1874), donde los deportados gozaban de plena libertad de acción y residencia, permitió también a Martí completar sus estudios, que siguió primero en la Universidad Central de Madrid y a partir de 1873 en la Universidad de Zaragoza, donde terminó el bachillerato y se licenció en Derecho y en Filosofía y Letras. También en Zaragoza escribió una obra teatral, un drama pasional en prosa que tituló Adúltera, que no llegó a publicar. A fines de 1874, cuando ya había terminado la Primera República Española y Martí había acabado sus estudios, decidió ir a Francia en compañía de su amigo Fermín Valdés, cuya llegada a España dos años antes había sido realmente providencial para un Martí enfermo y agobiado por problemas económicos.
Tras visitar varias ciudades europeas, en febrero de 1875 se reunió con su familia en México, donde inició su actividad como periodista profesional en la Revista Universal; escribió poemas e incluso una obra teatral en verso (Amor con amor se paga) estrenada con gran éxito en diciembre de ese año; pronunció conferencias y se hizo muy conocido en los círculos políticos y literarios mexicanos, aunque finalmente tuvo que salir del país a raíz del triunfo de Porfirio Díaz, que lo dejó en una situación incómoda, dada su declarada simpatía por el Gobierno del anterior presidente, Lerdo de Tejada.
A principios de 1877 visitó de incógnito La Habana, camuflándose bajo el nombre de Julián Pérez (su segundo nombre y segundo apellido), y enseguida se trasladó a Guatemala, donde vivió poco más de un año (1877-1878) y fue profesor de Historia y Literatura en la Escuela Normal Central, dirigida por el cubano José María Izaguirre. Aquí escribió la que fue su última obra dramática, titulada Patria y libertad (Drama indio), en verso; colaboró en la Revista de la Universidad y se hizo muy conocido como orador. En diciembre de 1877 fue a México para contraer matrimonio con Carmen de Zayas Bazán, miembro de una rica familia azucarera cubana, regresando ambos a Guatemala, aunque enseguida Martí renunció a su cátedra en solidaridad con el destituido director Izaguirre.
En febrero de 1878 el Pacto de Zanjón puso fin a la Guerra de los Diez Años y declaró una amnistía, a la que Martí decidió acogerse, regresando en septiembre de ese año a La Habana, donde también se encontraban ya sus padres y hermanas y donde el 22 de noviembre de 1878 nació su hijo José Francisco.
De nuevo en Cuba, tras casi ocho años de exilio, Martí trabajó de pasante en los bufetes de Nicolás Azcárate y Miguel Viondi, pronunció conferencias en liceos y veladas literarias, y se mezcló enseguida en actividades conspirativas, entrando en contacto con el recién creado Comité Revolucionario Cubano de Nueva York, que le nombró su delegado en La Habana. Lejos de limitarse a trabajar y conspirar a la sombra, Martí hablaba públicamente a favor de la independencia y, si bien sus discursos patrióticos le hicieron ser conocido y ganar fama como orador, también atrajeron sobre él la atención de las autoridades españolas. En septiembre de 1879, un año después de su llegada, fue detenido acusado de conspiración y aunque se le ofreció la libertad a cambio de una declaración favorable a España, rechazó el ofrecimiento diciendo: “Martí no es de la raza vendible”, cuya consecuencia inmediata fue otra deportación a España.
En esta ocasión Martí (cuya esposa e hijo se habían quedado en Cuba) sólo estuvo dos meses en la Península y, pasando de nuevo por Francia, se dirigió en enero de 1880 a Nueva York, donde se incorporó al Comité Revolucionario Cubano, del que fue vicepresidente y luego presidente interino, debiendo asumir como tal el nuevo fracaso que para la lucha independentista cubana representó la llamada Guerra Chiquita (1879-1880), encabezada por el general Calixto García.
Además de sus actividades políticas, en Nueva York Martí se dedicó también intensamente al periodismo profesional, escribiendo críticas de arte y literatura en los periódicos The Hour y The Sun. A mediados de 1880 se reunieron con él su esposa y su hijo, aunque pronto regresarían a Cuba.
En 1881 pasó varios meses en Venezuela, en el que sería su último intento por establecer su hogar en un país hispano. En Caracas dio clases de Oratoria, pronunció discursos, escribió en el periódico La Opinión Nacional y fundó y dirigió la Revista Venezolana, de la que sólo aparecieron dos números, pues uno de sus artículos —en el que elogiaba al escritor liberal Cecilio Acosta— disgustó al presidente Guzmán Blanco, y Martí tuvo que abandonar el país.
En agosto de 1881 se instaló definitivamente en Nueva York, donde vivió hasta enero de 1895, sin viajar al extranjero en los primeros años y viajando incesantemente a partir de finales de 1891, cuando ya estaba entregado por completo a la preparación de la guerra de la independencia. La estancia en Nueva York constituyó el período de mayor intensidad y plenitud de su vida, tanto desde el punto de vista político como literario, facetas que es difícil deslindar, pues Martí, verdadero ejemplo de intelectual comprometido, puso la literatura al servicio de la causa que defendía. De ahí que la mayor parte de la producción literaria martiana corresponda al ensayo, crónica y periodismo, siendo en realidad pocas sus obras de creación, salvo en el caso de la poesía, que fue para él su refugio emocional.
A la etapa neoyorkina corresponde su extraordinaria producción poética (Ismaelillo, 1882; Versos libres, escritos en 1882, aunque no los llegó a publicar en vida; y Versos sencillos, 1891), así como su única incursión en el género narrativo (la novela Amistad funesta o Lucía Jerez, que hizo por encargo en 1885), y su enorme labor periodística desarrollada a lo largo de toda una década en la que Martí escribió para distintos periódicos y revistas tanto de Estados Unidos como de Hispanoamérica; escribió incluso una revista para niños, La Edad de Oro, de la que sólo aparecieron cuatro números (de julio a octubre de 1889). Sus excelentes ensayos (por ejemplo, el titulado Nuestra América, 1891), y sus crónicas periodísticas (como las dedicadas a los Estados Unidos, publicadas a su muerte con el título Escenas norteamericanas), le hicieron conocido y famoso en toda América.
Además de corresponsal de numerosos periódicos (La Nación, de Buenos Aires; El Partido Liberal, de México; La América, de Nueva York, etc.), en 1888 fue nombrado representante en Estados Unidos y Canadá de la Asociación de la Prensa de Buenos Aires; fue socio correspondiente de varias academias y sociedades culturales, y presidente de la Sociedad Literaria Hispanoamericana; desde 1887 era cónsul de Uruguay en Nueva York, y en 1890 también cónsul de Argentina y Paraguay; en 1891 participó activamente en la Conferencia Monetaria Internacional de Washington como representante de Uruguay... En resumen, además de fama reconocida, Martí llegó a gozar de bienestar económico. Fracasó, en cambio, en su matrimonio, definitivamente roto hacia 1890.
Por otra parte, a mediados de 1882 Martí había reanudado su actividad política poniéndose en contacto con los jefes militares de la pasada guerra y reuniéndose en octubre de 1884 con dos de los más prestigiosos: Máximo Gómez y Antonio Maceo. Pero esta reunión, de la que debían salir los planes para un nuevo y definitivo alzamiento, resultó un fracaso, pues no sólo no se llegó a ningún acuerdo concreto sino que además Martí se opuso rotundamente al plan Gómez-Maceo, que en su opinión sólo conduciría a establecer en Cuba un régimen de caudillismo militar.
Durante los siguientes tres años, Martí estuvo alejado de toda actividad política, y en octubre de 1887 dio por finalizada esta etapa de automarginación, iniciando una campaña de acercamiento entre los exiliados cubanos, a los que convocó para celebrar dignamente el aniversario del 10 de octubre de 1868. Con el discurso que con ese motivo pronunció en una sala de Nueva York se inició una nueva fase de la estrategia política martiana, que duró cuatro años, a lo largo de los cuales pronunció discursos en reuniones y mítines patrióticos, escribió cartas a los principales líderes independentistas, intensificó su labor propagandística en la prensa, recorrió los principales centros de exiliados y emigrantes cubanos e incluso fundó la llamada “Liga de Instrucción”, una especie de escuela de entrenamiento revolucionario para los trabajadores cubanos y puertorriqueños de Nueva York.
La culminación de toda esta actividad llegó en 1891 cuando al pronunciar en Nueva York su tradicional discurso conmemorativo del 10 de octubre, Martí fue reconocido como líder revolucionario, produciéndose la consagración definitiva de su liderazgo un mes después, durante una gira por Florida en la que pronunció sus trascendentales discursos Con todos y para el bien de todos y Los pinos nuevos. A partir de ese momento, Martí, que poco antes había renunciado a todos sus cargos y colaboraciones periodísticas para dedicarse por entero a la tarea revolucionaria, fue considerado el jefe máximo de los independentistas cubanos en el exilio.
El siguiente paso fue la creación de un organismo para aglutinar y coordinar la acción de los distintos grupos: el Partido Revolucionario Cubano (PRC), cuyas “Bases” y “Estatutos secretos”, redactados por Martí, se aprobaron en Cayo Hueso (Florida) el 5 de enero de 1892, y fueron proclamados oficialmente el 10 de abril siguiente. Nació así un partido político cuyo objetivo era lograr “la independencia absoluta de la isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”. En adelante, y en su calidad de delegado del PRC, Martí se dedicó a la tarea de extender y consolidar el partido, recabar fondos para la guerra y organizar el futuro Ejército libertador.
Para dotar al PRC de un órgano de difusión y propaganda, fundó en Nueva York el periódico Patria, en cuyo primer número (14 de marzo de 1892) se publicaron las “Bases” del PRC y el artículo programático “Nuestras ideas”, en el que Martí hacía una cuidada exposición de la ideología del movimiento libertador, que era su propia ideología.
Durante los tres años siguientes y desde su base en Nueva York, hizo continuos viajes de organización y propaganda por todos los lugares donde existían núcleos de emigrados cubanos; recorrió varias veces la costa atlántica de los Estados Unidos y viajó también a Jamaica, Haití, Santo Domingo, Costa Rica y México (donde se entrevistó con Porfirio Díaz). En septiembre de 1892 se entrevistó con Máximo Gómez, a quien ofreció el mando supremo del futuro ejército; la aceptación de Gómez, difundida a través de Patria, dio credibilidad al trabajo de Martí, que logró también la incorporación de Antonio Maceo y otros veteranos.
En diciembre de 1894, Martí ya tenía ultimado su plan de alzamiento, consistente en invadir la isla por varios puntos y unirse allí con las fuerzas independentistas que coordinaba Juan Gualberto Gómez, el agente del PRC en La Habana. Se prepararon tres barcos que, con hombres y armas, saldrían del puerto de Fernandina, en Florida, pero la operación llegó a oídos de las autoridades norteamericanas, que en enero de 1895 confiscaron los barcos y las armas.
El fracaso de Fernandina supuso, sin embargo, un estímulo para los independentistas, que no sospechaban que los preparativos fueran de esa magnitud. La entusiasta reacción de los emigrados y la comprometida situación en que quedaron los conspiradores de Cuba aconsejaban no demorar más la insurrección pese a la escasez de fondos y armas. El 29 de enero de 1895 Martí, Enrique Collazo y José María Rodríguez firmaron en Nueva York la “Orden de alzamiento”, enviada a Juan Gualberto Gómez con instrucciones para que la insurrección comenzara en la segunda quincena de febrero (Gómez fijó el día 24 de febrero).
Martí salió de Nueva York para reunirse con Máximo Gómez en Santo Domingo, donde permaneció más de dos meses a la espera de conseguir algún barco que les llevase a Cuba, lo que no era nada fácil, dada la estrecha vigilancia de las costas cubanas por parte de las autoridades españolas. Escribió también Martí algunos documentos de gran importancia, como el llamado Manifiesto de Montecristi —por el pueblo dominicano, donde el 25 de marzo de 1895 fue firmado por Martí y Máximo Gómez—, en el que se recogían los puntos básicos del programa martiano.
Por fin, el 11 de abril, Martí, Máximo Gómez y cuatro compañeros más consiguieron que un barco (el Nordstrand ) les aproximase a unas tres millas de la costa oriental cubana, desde donde los seis expedicionarios debían continuar el viaje en un pequeño bote.
Hacia las diez de la noche, y después de capear un fuerte temporal, desembarcaron en la zona llamada Playitas, en el extremo sudeste de la isla, internándose por el monte hasta que entraron en contacto con el grupo guerrillero de Félix Ruenes y continuaron avanzando hacia el interior. En estos días Martí era un hombre feliz, que reflejaba en sus cartas y en su Diario de campaña la alegría que lo inundaba en frases como: “llegué al fin a mi plena naturaleza” o “sólo la luz es comparable a mi felicidad”.
El 5 de mayo los tres principales líderes, Martí, Gómez y Maceo, lograron reunirse en la hacienda La Mejorana, cerca de Santiago, y volvió a plantearse la vieja discrepancia del año 1884 entre control militar o control político en la revolución. Maceo sostenía que todo debía quedar bajo la dirección de una junta militar hasta que llegase la victoria, y opinaba también que Martí debía regresar a Nueva York, donde sería más útil; por su parte, Martí mantenía que debía establecerse desde el principio una asamblea de delegados o gobierno civil que garantizase los derechos y libertades de los cubanos y fuera la base para la república independiente.
Enseguida llegó el desenlace: en una escaramuza con un destacamento español, Martí murió el 19 de mayo de 1895 en el lugar llamado Dos Ríos, a unos 16 kilómetros al este de Bayamo. Tenía cuarenta y dos años.
Su temprana muerte en combate, cuando la guerra no había hecho más que empezar, hizo que Martí (a quien los mambises llamaban el presidente), se transfigurase de líder político en líder espiritual, en el maestro y el apóstol, términos que expresan su indiscutible autoridad moral. Y su figura se fue agigantando en la memoria colectiva del pueblo cubano en la misma medida en que la historia de Cuba independiente iba representando la frustración del ideal martiano. Porque la independencia fue finalmente un gran desengaño: en 1898 la intervención de los Estados Unidos —tan temida y tan anunciada por Martí— puso fin al dominio colonial español en América a la vez que inauguró una larga etapa de dominio directo de los Estados Unidos en la política y la economía cubanas.
Personaje complejo, con facetas aparentemente contradictorias (escritor, poeta, pensador, intelectual, político y hombre de acción), Martí fue el organizador y líder de la última guerra americana contra el colonialismo europeo clásico. Como político práctico, su importancia histórica radica únicamente en su actuación como líder de la independencia de Cuba. Sin embargo, como intelectual y pensador tiene dimensión no sólo cubana sino americana y universal, pues alcanza a todo el mundo contemporáneo.
La vigencia y actualidad de Martí se basa en el carácter profundamente ético de su pensamiento, cuyos rasgos más originales son: la pasión por la libertad; la proclamación de la igualdad de razas; la búsqueda de la superación de las diferencias de clase mediante el equilibrio de las fuerzas sociales; la reivindicación de la solidaridad hacia los humildes como un deber y no como una concesión; la predicación de una “guerra sin odios”, que debía ser obra del pueblo y no de líderes; la comprensión y definición de “Nuestra América”; la insistencia en la imperiosa necesidad de una descolonización cultural latinoamericana, rechazando a la vez el aislamiento provinciano y la imitación acrítica de fórmulas europeas; y, en fin, el declarado y precoz antiimperialismo, que le llevó a denunciar una y otra vez la política de los Estados Unidos —“la Roma americana”— como “el peligro mayor de nuestra América”.
En la célebre carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado, que empezó a escribir el 18 de mayo de 1895, el propio Martí señalaba con claridad cuál era el verdadero sentido de su lucha: “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Por ello, al decir “Y Cuba debe ser libre. De España y de los Estados Unidos”, Martí estaba sintetizando en una frase todo su programa y su acción política, porque para él la lucha por la independencia no era más que el primer e ineludible paso para lograr su auténtico objetivo: el establecimiento en Cuba de una república democrática basada en la libertad, la igualdad y la dignidad humanas, la república moral en la que “la ley primera” fuera “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.
Obras de ~: El presidio político en Cuba, 1871; La República española ante la revolución cubana, 1873; Adúltera, 1874; Amor con amor se paga, 1875; Patria y libertad (Drama indio), 1877; Los Códigos Nuevos Guatemaltecos, 1877; Ismaelillo, 1882; Versos libres, 1882; Amistad funesta o Lucía Jerez, 1885; La Edad de Oro, 1889; Versos sencillos, 1891; Nuestra América, 1891; Diarios de campaña, 1895; Obras completas, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963-1973, 28 vols. (reed. en La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975-1976; Obras completas. Edición crítica, La Habana, Centro de Estudios Martianos (CEM), 2000-.
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María Luisa Laviana Cuetos