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Trinidad Balboa Álvarez

Biografía

Balboa Álvarez, Trinidad. Lorca (Murcia), 10.VI.1789 – Madrid, 25.VIII.1853. Militar, político y ministro.

Hijo de los vecinos de Lorca, Fernando Navazzo Balboa, natural de Cehegín (Murcia), e Isabel Ana Álvarez Guzmán, natural de Baza (Granada), destinado desde la niñez a la carrera militar. Así, ingresó en enero de 1800 como cadete en el regimiento de infantería de Valencia, alcanzando el grado de teniente en los albores de la guerra de la independencia. Manifestó entonces una adhesión plena a la causa patriótica y fernandina, significándose en mayo de 1808 como uno de los cabecillas del levantamiento popular de la ciudad de Lorca, lo que —según Trinidad Balboa—, cuando se produjo la incursión de las tropas galas del general Sebastián, tuvo como represalia el incendio de la casa familiar, ocasionando a la postre la muerte de su madre. Al margen de este hecho luctuoso, por esa destacada actuación, en junio la Junta Superior de Valencia le nombró vocal de la Junta Local de su municipio y capitán del quinto batallón de voluntarios de Murcia. Con él, participó en la defensa del primer sitio de Zaragoza y, tras incorporarse en noviembre a su cuerpo, en la de Madrid, hasta su capitulación a finales de año. Seguidamente, luego de pasar un tiempo agregado al batallón de Jaén, se incorporó de nuevo al de voluntarios de Murcia e intervino en la segunda resistencia tenaz de los zaragozanos, por la que después se le declararía “benemérito de patria en grado heroico y eminente por los dos sitios de Zaragoza”. Destinado en abril de 1809 al tercer batallón de primer regimiento de infantería de Saboya, colaboró a lo largo de los dos años posteriores en las distintas acciones en la zona levantina en las que éste se vio involucrado.

Esta trayectoria ejemplar se quebró a partir del verano de 1811. En agosto fue arrestado por negarse a dejar de usar el distintivo de capitán como se lo había ordenado el subinspector del arma ante la falta de validación del grado por las autoridades superiores. Aunque fuera puesto en libertad inmediatamente y se fallara provisionalmente a favor de Trinidad Balboa, el asunto no se resolvió hasta diciembre de 1813 con el reconocimiento formal del rango. Para entonces su situación había empeorado sobremanera, ya que, después de ese contencioso y de distinguirse en la resistencia frente a la ofensiva sobre Valencia del ejército galo del general Suchet, cuando a principios de 1812 iba a incorporarse a la división del general José Durán, a la que había sido destinado, en Quintanar de la Orden (Toledo) fue hecho prisionero de guerra. Conducido a Madrid, a mediados de junio juró fidelidad a José Bonaparte, manteniéndose en calidad de afrancesado hasta la entrada de las fuerzas hispano-inglesas a mediados de agosto. Sumándose a ellas fue nombrado ayudante de campo del general Carlos España y, trasladado a Cádiz, aquí permaneció hasta que, a la conclusión del conflicto, regresó con las autoridades constitucionales a la capital.

El régimen absoluto, reinstaurado en mayo de 1814 por Fernando VII, no sólo se significó por la persecución de los seguidores de la Constitución de Cádiz, que quedó sin efecto, sino también por el incumplimiento de lo acordado en el tratado de Valençay, de los afrancesados. Por ello, por esos “dos meses no cabales” de colaboracionismo, como así los definió Trinidad Balboa, durante los siguientes seis años estuvo prisionero y “purificándose”, a la espera de la resolución de su caso por el correspondiente consejo de guerra. Una vez iniciado el trienio liberal con el restablecimiento del código político de 1812, en septiembre de 1820 por fin llegó la sentencia absolutoria, confiriéndole en noviembre destino al regimiento de infantería de Murcia, entonces de guarnición en Barcelona.

Al poco de incorporarse, se involucró en una trama realista contra el régimen constitucional que, descubierta en febrero de 1821, le supuso el presidio, primero, en el castillo de Montjuic de la ciudad condal y, después, en Tarragona, donde se encontraba de guarnición el batallón de cazadores de Barbastro, al que fue agregado. Trasladado en junio a Madrid, lugar en el que, dado el nivel de los implicados (entre otros, el general Francisco Javier Elio y Mariano Rufino González) se formó la causa, no logró la libertad hasta que en marzo de 1822 fue exculpado por la Audiencia Territorial. Esta absolución no negaba su participación en la conspiración, como luego confesaría y confirmaría con sus pasos inmediatos. Así, integrado en el segundo regimiento de reales guardias españolas y ascendido en julio a comandante, fue uno de los que lideraron en este mes en Madrid la sublevación anticonstitucional de este cuerpo, encargándose de comandar la ocupación de la Puerta del Sol. Fracasada, consiguió huir y permanecer oculto hasta la llegada del ejército francés de los Cien Mil Hijos de San Luis a la capital.

Recuperado con el dominio de esta fuerza el cuerpo de las reales guardias, disuelto tras esos acontecimientos, en mayo de 1823, Trinidad Balboa fue agregado como teniente coronel graduado y capitán de infantería al primer batallón de su segundo regimiento. Con él, a las órdenes del general francés Lauriston, realizó la campaña de Andalucía que arrumbó finalmente con la segunda experiencia constitucional. Esta cooperación en la restauración del absolutismo, que durante los diez siguientes años se manifestaría en toda su crudeza, tuvo su recompensa. Así, instaurada a principios de enero de 1824 la policía del reino, al poco fue nombrado intendente del ramo de Murcia, pasando en mayo del siguiente año, con la asunción del cargo de superintendente por Juan José Recacho, a asumir la dirección de la Intendencia de Madrid. Además, en julio de 1826, junto al ascenso a coronel con la antigüedad de agosto de 1824, se le confirió la gran cruz de fidelidad de 2.ª clase.

Pero pronto otra vez surgieron los problemas. En el realismo moderado, cuna de esa nueva institución policial, donde fue ubicado Trinidad Balboa, se mostraron particularmente activos no sólo en el control y represión de los liberales, sino también de los más díscolos ultrarrealistas. Éstos, con Francisco Tadeo Calomarde a la cabeza, opuestos desde el principio a esa organización, ante la imposibilidad de suprimirla por contar con el aval real, trabajaron por lograr su dominio y neutralización, que consiguieron en agosto de 1827. Automáticamente fueron destituidos y perseguidos los hasta entonces principales responsables del ramo, entre los que se encontraba Trinidad Balboa, que fue arrestado y confinado en Granada. Logrando huir en septiembre a Francia, estuvo deambulando durante un año por Marsella, París y Bayona, hasta que, indultándole del delito de fuga, en agosto de 1828 se le permitió regresar, eso sí, para cumplir el destierro en la ciudad andaluza. Retornó, pero se instaló en Pamplona, desde donde elevó distintas instancias solicitando la revocación del confinamiento o su acercamiento a la residencia familiar de Madrid. No fructificaron y, finalmente, en septiembre de 1830 se trasladó a Granada.

El dominio del realismo moderado, que siguió a los sucesos de La Granja de septiembre de 1832, fue el que le permitió salir de ahí, a la par que le facilitó en junio del año siguiente el ascenso a brigadier y su reintegración en el ramo de policía como visitador general. Con todo, a pesar de la continuidad efectiva entre este final del reinado de Fernando VII y la etapa del Estatuto Real, inaugurada seguidamente bajo la regencia de María Cristina, esa recuperación de posiciones se frenó. Así, suprimido ese destino, se le hizo permanecer de cuartel en Madrid, debido ante todo a las suspicacias existentes sobre su adhesión a la causa carlista, que no se disiparon hasta que, superado el tiempo de hegemonía del liberalismo progresista y promulgada la Constitución de 1837, en el otoño los conservadores se hicieron de nuevo con las riendas del poder. Por fin, en diciembre eran atendidas sus solicitudes y se le destinaba al ejército del norte. Al año siguiente, en febrero, pasó al ejército de reserva de Castilla la Vieja, y participó en la acción y derrota en Valladolid de las tropas carlistas del conde Negri, y, en junio, de Andalucía, en el que se mantuvo hasta su disolución. Agraciado por estos servicios con el título de comendador de la real orden americana de Isabel la Católica, en la recta final de la guerra, en agosto de 1839, fue nombrado comandante militar de las provincias de Ciudad Real y Toledo, y, tras ser ascendido en diciembre a mariscal de campo, se le hizo extensiva la jurisdicción durante los meses de febrero y marzo de 1840 a las provincias de Guadalajara, Cuenca y Albacete.

El descubrimiento de las atrocidades perpetradas en la lucha contra los carlistas y los abusos de autoridad cometidos sobre los civiles liberales fueron las razones de la destitución de ese mando y procesamiento de Trinidad Balboa en julio de 1840. Consciente de los excesos infringidos y que, por ello, nada positivo podía esperar de la causa abierta contra él, y menos aún desde el ascenso al poder de los liberales progresistas con la revolución de septiembre, decidió poner tierra por medio, huyendo a Francia. Esto no fue obstáculo para que el consejo de guerra correspondiente en mayo de 1843 le condenara al confinamiento y suspensión del empleo durante tres años y a la inhabilitación perpetua para el ejercicio de mando o cargo militar.

Con la afirmación férrea en el poder de los moderados, que a finales de este año acompañó el comienzo del reinado efectivo de Isabel II, pudo salir desahogadamente del atolladero. Así, garantizada la impunidad, tras concederle, a su regreso en enero de 1844, cuartel en Madrid y satisfacerle los atrasos salariales desde su salida, en junio se le nombró segundo cabo de la Capitanía General de Galicia y, por si fuera poco, en diciembre el Tribunal Supremo de Guerra y Marina le absolvió de toda culpa. Recobrada de esta manera en su hoja de servicios “su buena reputación militar, fama y opinión”, pudo recibir en abril de 1845 la gran cruz de la orden militar de San Hermenegildo y en enero de 1846, el título de caballero de la real orden de Isabel la Católica. Estas condecoraciones fueron la antesala de la asunción en marzo, durante cuatro días, de la jefatura política de Madrid, para acceder a continuación a la Capitanía general de Burgos. Aquí duró muy poco porque, tras extralimitarse declarando el estado de sitio para impedir el contagio del pronunciamiento progresista de Galicia, con el objeto de evitar males mayores, en abril fue relevado, confiriéndole en agosto cuartel en la capital.

Esto en modo alguno significó la postergación de Trinidad Balboa. Así, situado en la tendencia conservadora autoritaria del partido moderado, cuando el régimen basculó hacia esa posición para neutralizar la oleada revolucionaria europea de 1848, sus servicios fueron requeridos para presidir el consejo de guerra permanente establecido para juzgar a los levantados en la tímida insurrección madrileña de marzo. Continuando con este cometido en la causa seguida contra los sargentos del regimiento de infantería de España amotinados en mayo en la capital, en julio se le confirió la capitanía general de las posesiones de África. Sin embargo, apenas dos meses después, se le obligaba a entregar el mando, asignándole cuartel en Jaén.

No fueron las solicitudes realizadas las que le facilitaron su regreso a Madrid, sino la integración el 19 de octubre de 1849 en el gabinete de su misma órbita política reaccionaria que, presidido por el compañero de armas, conde de Clonard, reemplazaba al de Ramón María Narváez. En el resultado de una intriga palaciega contra éste, en la que contradictoriamente se vieron involucrados el marqués de Bedmar y el rey consorte, Francisco de Asís, y en la que, al parecer, estuvo detrás la influencia ultramontana de los oscuros religiosos fray Fulgencio y sor Patrocinio, Trinidad Balboa se hizo cargo de la cartera de la Gobernación e interinamente de la de Instrucción, Comercio y Obras Públicas. Pues bien, este ejecutivo duró el tiempo que llevó imprimir los nombramientos en la Gaceta porque, al ser tan adversa la reacción de la opinión pública, a Isabel II no le quedó más remedio que retrotraerse en su decisión y volver a otorgar la confianza el 20 de octubre al duque de Valencia.

Fue un gobierno puramente anecdótico, pero a Trinidad Balboa le significó el apresamiento y la salida inmediata de la capital con destino a Ceuta. Además, levantado el arresto al mes siguiente, se mantuvo en esta plaza en situación de cuartel hasta que, en febrero de 1851, manteniendo el mismo estado, se le permitió regresar a Madrid. Entonces concluyó la carrera militar y política de Trinidad Balboa, eso sí, disfrutando desde mayo en calidad de “ex ministro” de una cesantía de cuarenta mil reales.

A esta trayectoria pública bastante tortuosa le correspondió una vida privada muy similar. Así, abandonó a su suerte a la primera esposa, Ana Montañés, con la que tuvo dos hijos —Fernando y Faustino—, para vincularse con la parisina y compañera de fugas, Juana Luisa Gibert Dagat. Al fallecimiento de aquélla, en octubre de 1848, contrajo con esta su segundo matrimonio, procreando a una hija: Etelvina. Fue también a ésta a la que, tras la muerte de Trinidad Balboa, acaecida el 25 de agosto de 1853 en el domicilio madrileño de la calle de la Villa, se le concedió una pensión de viudedad de quince mil reales.

 

Bibl.: Extracto de la causa seguida a Sor Patrocinio por el Juzgado del Barquillo, precedida de todo lo acaecido en la subida al poder y caída del Ministerio Clonard-Manresa-Balboa, Madrid, Imprenta de D. B. González, 1849; Anónimo, Los Ministros en España desde 1800 a 1869. Historia contemporánea por Uno que siendo español no cobra del presupuesto, vol. III, Madrid, J. Castro y Compañía, 1869-1870, pág. 505; A. y A. García Carraffa, Diccionario heráldico y genealógico de apellidos españoles y americanos, t. XIII, Madrid, Imprenta de Antonio Marzo, 1923, págs. 79-81; J. L. Comellas, Los moderados en el poder, 1844-1854, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1970; J. Caamaño Bournacell, Historia de la Policía española, vol. I: Hasta la muerte de Fernando VII, Madrid, Gráficas Valencia, 1972; I. Llorca, Isabel II y su tiempo, Madrid, Ediciones Istmo, 1984 (3.ª ed.); J. F. Fuentes, “Datos para una historia de la policía política en la década ominosa”, en Trienio. Ilustración y Liberalismo, 15 (1990), págs. 97-124; M. Turrado Vidal, Documentos fundacionales de la policía, Madrid, Ministerio del Interior, 2002.

 

Javier Pérez Núñez

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