Fernández de Miranda y Ponce de León, José. Duque de Losada (I). Oviedo (Asturias), 1707 – Madrid, X.1783. Cortesano, sumiller de corps, teniente general.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, el duque de Losada era el segundo hijo de Sancho Fernández de Miranda y Ponce de León, III marqués de Valdecarzana, y de María de Atocha Saavedra Ladrón de Guevara Avendaño y Alvarado, condesa de Tahalú, de Escalante, de Villamor y de Mayalde. El linaje del padre era oriundo de Asturias, donde estaban radicados las propiedades y los intereses de sus títulos. No obstante, la familia se trasladó a Madrid a fines del siglo xvii cuando el segundo marqués de Valdecarzana, Lope, obtuvo el cargo de mayordomo de semana de la reina Mariana de Austria.
Debido a su posición de segundón, Losada no podía aspirar a suceder a su padre en los señoríos que éste poseía. Su progenitor optó entonces por asegurarle el futuro encaminándolo hacia la carrera de las armas.
Gracias a la inserción progresiva de su linaje dentro de la nobleza castellana de la Corte de Felipe V, Losada obtuvo el puesto de cadete en las Reales Guardias de Infantería. Sin embargo, el inicio de su fortuna personal no se lo proporcionó el servicio militar, sino la carrera palatina y la relación que estrechamente logró trazar con el primogénito de la reina Isabel de Farnesio.
En 1731, el infante don Carlos fue nombrado, con el acuerdo de las potencias europeas, titular de los ducados de Parma y Piacenza y heredero del gran ducado de Toscana. Tras la muerte de Antonio Farnese, duque de Parma, en enero de aquel año y la complicación de su sucesión, Isabel de Farnesio y Felipe V consideraron que la mejor acción para defender firmemente los derechos de don Carlos era enviarlo a Italia a tomar posesión de los mismos. A tal fin, la Reina y José Patiño encargaron al conde de Santiesteban del Puerto, en septiembre de 1731, la formación de la real casa del infante. Gracias a las relaciones clientelares de su familia dentro de la Corte, Losada logró ser nombrado gentilhombre de cámara en ejercicio, habiendo sido apoyado para ello por el mismo Santiesteban. Éste también le recomendó para ocupar el cargo de primer caballerizo en febrero de 1732 tras la vacante dejada por la muerte en aquellos días de su titular, el marqués Scotti di Vigolino. Losada fue confirmado en estas dos responsabilidades cortesanas tras la conquista de Nápoles en 1734 y la recuperación de Sicilia en 1735, integrándose, por tanto, en la recién constituida Real Casa de las Dos Sicilias.
El desempeño de ambos cargos palatinos, pese a lo que pudiera parecer, reportaron a Losada rendimientos sociales y económicos sustanciales y fueron la base sobre la que pudo cimentar su futuro crédito político.
En primer lugar, porque la posición de segundo gentilhombre de cámara le permitía tener acceso a los cuartos privados —reunido en la así llamada Cámara Regia— del Soberano, lo que facilitaba el trato directo con el Rey. En segundo lugar, porque la merced de primer caballerizo implicaba una gran cercanía a Carlos de Borbón, puesto que le obligaba a salir con él de cacería todas las veces que el infante así lo deseaba, y que, como se sabe, no fueron pocas. Todo ello hacía posible un trato directo y sin intermediarios con el futuro portador de la Corona. Una posibilidad que Losada no dejó escapar, pues llegó a tener en poco tiempo la “íntima confianza” de la que informa el historiador Antonio Ferrer del Río. De hecho, esa complicidad y relación estrecha entre cortesano y príncipe viene taxativamente especificada por el mismo conde de Santiesteban, mayordomo mayor de Carlos de Borbón desde 1731 a 1738. Este aristócrata castellano comenzaba a alarmarse en 1735 de la profunda influencia que Losada estaba ejerciendo sobre el todavía bisoño rey de las Dos Sicilias. En mayo de aquel año, y desde Palermo, Santiesteban escribía a Patiño para que advirtiera a la reina Farnesio de la progresiva informalidad de Losada con el joven Soberano.
El conde escribía que “aunque la Magestad del Rey de las Dos Sicilias con su bello corazón naturalmente ama a sus criados, se ha reconocido siempre alguna propensión más hacia don Joseph de Miranda, que con la precision de su empleo de primer caballerizo le ha sido mas facil el cultivarla. Pero con motivo de lo que Vuestra Excelencia me escribió para que regulando los sueldos, el que se quisiese quedar aquí, se quedase, y el que no, que se podría volver a España [...], dicho Don Joseph Miranda le dijo entonces que de qualquiera manera que fuese, el tenía resuelto quedarse a sus Reales Pies, lo que lisongeó mucho a Su Majestad”. A partir de aquel momento, la estrecha relación entre el cortesano y su Soberano se consolidó y Santiesteban, pese a sus intentos, ya no pudo hacer nada para remediarlo. El noble español siguió informando de que “desde entonces se empezó a observar en la Corte, el que tenía continuadas y largas sesiones con él, y que hablaban serio, y esto fue tanto, que llegándoselo a decir a él, sospechando que yo lo hubiere reparado también, o que me lo hubiesen dicho, vino a decirme que el era hombre de bien, y que todos los secretos que tenía con Su Majestad eran solo una friolera, pues sólo se hablaba de tomar tabaco, y que sería alguna persona de la mala intención quien podría haberme dicho otra cosa [...]”. Una informalidad que, sin embargo, reportó a Losada un crédito cada vez mayor en la opinión de Carlos de Borbón.
De hecho, nuestro personaje siguió cultivando la relación con el Soberano a través de las múltiples posibilidades que sus cargos palatinos le iban proporcionando, y que fueron cada vez mayores. En 1736, el caballerizo mayor del rey de las Dos Sicilias, el príncipe Corsini, se encontraba ausente de su responsabilidad cortesana por haber sido nombrado virrey de Sicilia y haberse trasladado, por tanto, de forma permanente a Palermo. Ello convertía a Losada de facto en el titular del departamento al ser el primer caballerizo y, consecuentemente, su sustituto. Habida cuenta de la asiduidad con que Carlos de Borbón se ausentaba de palacio para disfrutar privadamente de la caza, como informan sus contemporáneos, Losada pasaba mucho tiempo con el Soberano alejado del resto de los cortesanos. Una tendencia que acabó por afirmarse tras la marcha en agosto de 1738 del conde de Santiesteban, que volvía a España tras su renuncia como mayordomo mayor del rey de las Dos Sicilias.
Con él se volvió su hijo, el marqués de Solera, lo que dejaba a Losada como virtual primer gentilhombre de la cámara. Sabiendo que el duque de Tursis, titular de la misma, se encontraba buena parte de las veces incapacitado para desarrollar el cargo de sumiller de corps debido a su avanzada edad, Losada pudo hacerse también con el control de este departamento de la Real Casa de las Dos Sicilias, fundamentado más si cabe la estrecha relación personal que ya poseía con el mismo Soberano.
Muestras de su trascendencia y del significado de su posición en la Corte las proporcionaron no sólo las misivas dirigidas por Carlos de Borbón a sus padres, sino las múltiples e innumerables veces que el marqués Bernardo Tanucci, secretario de Estado y del Despacho de Justicia de 1734 a 1759, lo cita en sus cartas. Su correspondencia, extremadamente interesante y fundamental para analizar la cultura política de la época, ofrece una gran cantidad de información para comprender la posición que Losada ocupaba en el grupo cortesano de oposición contra el primer secretario de Estado, José Joaquín de Montealegre, pese al buen trato que tuvieron en ocasiones. Junto al duque de Sora, mayordomo mayor de don Carlos desde 1738, la princesa de Colubrano, camarera mayor de la Reina, y otra serie de cortesanos, así como la misma intervención de la Soberana, ayudó a provocar la caída definitiva de Montealegre en 1746. La correspondencia mantenida con el mismo príncipe Corsini y el duque de Sora, conservadas ambas en Roma, señalaban su perfecta integración en la cultura clientelar y de facciones de la Corte del rey de las Dos Sicilias.
Gracias a ese mismo crédito político, que no dejó de crecer desde 1731, Losada logró un título nobiliario que por nacimiento no poseía. En septiembre de 1740, Carlos de Borbón le concedió, tras el nacimiento de la primera infanta napolitana, y en una promoción general de mercedes, el título de duque de Losada. Ennoblecía con ello a uno de sus más íntimos cortesanos, aunque ello proporcionara no pocas susceptibilidades en la nobleza del reino, que veía cómo un aristócrata de segunda fila seguía escalando méritos en el estrecho círculo de la Corte borbónica.
La influencia de José Miranda seguía, sin embargo, aumentando por aquellos años, acentuándose de tal forma que hasta el mismo Soberano escribió a sus padres en octubre de 1743 rogándoles que promocionaran de alguna manera a su hermano Sancho, IV marqués de Valdecarzana, que estaba en Madrid. Unas peticiones que fueron realizadas personalmente por el Rey ante la poca trascendencia que habían obtenido las dos recomendaciones que se habían cursado a través del canal de la Secretaría de Estado en 1741.
De todos modos, el cenit de su carrera cortesana llegó en 1749 cuando obtuvo de iure el nombramiento efectivo de sumiller de corps, tras la muerte de su titular, el mencionado aristócrata genovés duque de Tursis. Un nombramiento que venía a consolidar y reafirmar la confianza personal que Carlos había depositado en él. Pocos meses más tarde, el Rey le confirió también la presidencia del Tribunale del Maresciallato, con jurisdicción sobre los funcionarios de la Real Casa de las Dos Sicilias. Era además teniente general de los Ejércitos para esa fecha.
En 1759, regresó a España en el séquito del futuro Carlos III. El Soberano español lo confirmó en su cargo, nombrando al antiguo sumiller de corps de su medio hermano Fernando VI, el duque de Béjar, ayo del cuarto de los infantes, que en Nápoles había poseído el príncipe de San Nicandro. Para darle además mayor independencia en la Corte y permitirle mejor capacidad de movimientos entre la aristocracia castellana, lo nombró Grande de España de primera clase el 10 de febrero de 1760. Además, fue nombrado caballero del Toisón de Oro el 16 de febrero de 1764. En 1768 le fue concedido el cargo de gobernador del Bosque de la Casa de Campo.
El conde de Fernán-Núñez, en su famosa biografía de Carlos III, lo describe como “honrado, noble, franco, verdadero amigo de sus amigos, incapaz de intrigas, de hacer mal ni de hablar mal de nadie, y solícito en alabar y hacer bien a cuantos podía”. Antonio Ferrer del Río señala que era “de condición suave, pulcro en las obras, mudo en el secreto, muy noble de alcurnia y más todavía de alma, se le designaba como dechado de caballeros, mirábale el Rey como su fiel Acates, y le trataba con familiaridad y hasta con deferencia afectuosa”. Independientemente de los juicios morales emitidos por estos dos ilustres glosadores, que, aparte de no ser ciertos del todo, descentran la figura histórica del personaje, diferentes testimonios de la época, como las memorias de algunos viajeros que conocieron la Corte madrileña o la correspondencia de Tomas Robinson, embajador británico en Madrid, señalan la influencia que poseía Losada en la sociedad cortesana de su tiempo y la necesidad de contar con su concurso para poder tener acceso informal a Carlos III. Jugaba con él a las cartas, le trataba de forma familiar e incluso se enfadaba con él si el Soberano, tal y como señala Ferrer del Río, tenía con él “alguna genialidad pasajera”. Era, pues, el gran personaje de la Real Casa, el verdadero confidente del Monarca y la pieza fundamental con la que comprender la cultura cortesana de la España del momento. La intimidad y trato con el portador de la corona garantizaban esa posición.
Es importante señalar finalmente que el duque de Losada fue familiar de Gaspar Melchor de Jovellanos, al que disuadió de proseguir una carrera eclesiástica y ayudó en un incipiente futuro administrativo. De hecho, Ajello ha señalado cómo ya en Nápoles se había relacionado con el círculo de Francesco Ventura, Celestino Galiani y Bartolomeo Intieri, personajes todos ellos cercanos a la política reformista del primer secretario de Estado Montealegre, en contacto con las ideas económicas y políticas de la Francia del momento, aunque tuviera desavenencias políticas con este último. Además, formó parte del grupo cortesano que apoyó la fundación de la cátedra de “Economia e Commercio”, la primera de Europa, que ocupó Antonio Genovesi en la Universidad de Nápoles en noviembre de 1754. En España, en ese sentido, llevó a cabo la reforma de la Real Botica y orquestó el establecimiento de los Colegios de Medicina y Cirugía de Madrid y Barcelona.
Casado, aunque no se conoce el nombre de su mujer, no tuvo hijos. Fue conocido por ser un hombre galante y por obtener fama, como Montealegre, de llevar vida licenciosa —parece que fue amante de la duquesa de Miervino, sobrina del magistrado Francesco Ventura—. A su muerte, heredó su fortuna su sobrino Judas Tadeo, V marqués de Valdecarzana, que sucedió también a su tío por voluntad de Carlos III como sumiller de corps en 1783, demostrando con ello la pública estima que le tenía.
La suerte historiográfica de este personaje, fundamental para comprender los cambios y transformaciones sufridos por la cultura política de la Nápoles y la España del siglo xviii, ha sido más bien escasa o nula hasta la actualidad. La ausencia de estudios monográficos y analíticos acerca de la Corte española y napolitana del xviii es en parte la responsable de este silencio. No obstante, su figura cobra especial relevancia al ser una de las piezas clave para comprender la lucha que entre secretarios de Estado y cortesanos se desarrolló en esta centuria. Aristocracia y funcionarios se disputaron en Nápoles y en España el control de la voluntad regia y el diseño de las políticas de Estado. La posición histórica del duque de Losada en ese fenómeno es un mirador excepcional del que sacar nuevas y más ajustadas conclusiones.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Estado, legs. 5830, 5840 y 7731; Archivo General de Palacio, Personal, caja 2645, exp. 2; Archivo del Real Instituto de Estudios Asturianos, Archivo de Valdecarzana y Archivo de la casa de Miranda; Bedfordshire and Luton Archives and Record Service, Wrest Park (Lucas) Manuscripts; Biblioteca Apostólica Vaticana: Fondo Boncompagni-Ludovisi; Accademia Nazionale dei Lincei, Sezione Corsiniana.
A. Ferrer del Río, Historia del reinado de Carlos III en España, Madrid, Imprenta de los Señores Matute y Compagni, 1856; M. Danvila y Collado, Historia General de España. Reinado de Carlos III, Madrid, El Progreso Editorial, 1891- 1895 (4 vols.); J. Gutiérrez de los Ríos, conde de Fernán- Núñez, Vida de Carlos III (apéndice y notas de A. Morel-Fatio y A. Paz Mélia; prólogo de Juan Valera), Madrid, Librería de los Bibliófilos Fernando Fe, 1898; R. Bouvier y A. Laffargue, La vie napolitaine au xviiie siècle, Paris, Hachette, 1956; R. Ajello, “La vita politica napoletana sotto Carlo di Borbone, ‘La fondazione dil tempo eroico’ della dinastia”, en VV. AA., Storia di Napoli, vol. VII, Napoli, Società Editrice Storia di Napoli, 1972, págs. 459-717 y 961-984; B. Tanucci, Epistolario, Roma-Napoli, Edizioni di Storia e Letteratura-Società Napoletana di Storia Patria, 1980-2005; E. Tonetti, Corrispondenze diplomatiche veneziane da Napoli. Dispacci, XVII. 30 giugno 1739-24 agosto 1751, Roma, Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato-Istituto Italiano per gli Studi Filosofici, 1994; R. Ajello, “La parabola settecentesca”, en Storia e civiltà della Campania. Il Settecento, Napoli, Electa, 1994, págs. 7-79; J. García Mercadal (ed.), Viajes de extranjeros por España y Portugal. Desde los tiempos más remotos hasta comienzos del siglo xx, vol. V, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1999; R. I ovine, “Una cattedra per Genovesi. Nella crisi della cultura moderna a Napoli, 1744-1754”, en Frontiera d’Europa, VII, 1-2 (2001), págs. 359-531; I. Ascione (ed.), Carlo di Borbone. Lettere ai sovrani di Spagna, Roma, Ministero per i Beni e le Attività Culturali, 2001-2002 (3 vols.), espec. vol. I, págs. 13-64 (R. Ajello, “Carlo di Borbone, re delle due Sicilie”); C. Gómez-Centurión Jiménez, “Al cuidado del cuerpo del rey. Los sumilleres de corps en el siglo xviii”, en Cuadernos de Historia Moderna, Anejo II (2003), págs. 199-239; J. Díaz Álvarez, “Los marqueses de Valdecarzana, señores de vasallos en la Asturias del Antiguo Régimen (siglos xvi-xviii)”, en Revista de Historia Moderna, 24 (2006), págs. 363-394; P. Vázquez Gestal, “‘Non dialettica, non metafisica...’. La corte y la cultura cortesana en la España del siglo xviii”, en Reales Sitios, XLIII, 169 (2006), págs. 50-69.
Pablo Vázquez Gestal