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José Ignacio Vallejo

Biografía

Vallejo, José Ignacio. Xalostotilán (Jalisco, México), 9.IX.1718 – Bolonia, 30.V.1785. Jesuita expulso, catedrático de Humanidades y Teología y biógrafo sagrado.

Puesto que carecemos de una biografía, necesariamente nos debemos apoyar en las inéditas Memorias de Félix de Sebastián, jesuita andaluz perteneciente a la Provincia de México, donde aparece el primer retrato de José Ignacio Vallejo, necrológica redactada a los pocos días de su fallecimiento. Ocho años después (1793) el jesuita de la Provincia de Toledo, Lorenzo Hervás y Panduro, lo reseña en su Biblioteca jesuítico-española complementando la anterior. Hervás resume en pocas líneas, con mínimos errores cronológicos, la vida de Vallejo, pues ambos entablaron amistad en 1774 en el marco de la imprenta de Gregorio Biasini, en Cesena, en la que los dos publicaron casi toda su producción literaria.

Vallejo nació en el poblado de Cañadas (hoy Cañadas de Obregón), muy próximo a Jalostotitlán, perteneciente a la diócesis de Guadalajara, en la antigua Nueva Galicia (Jalisco, México). En la trayectoria vital de Vallejo se pueden distinguir seis grandes etapas, tres mejicanas antes del destierro (1718-1767) y otras tres después en Italia: 1ª. Niñez y juventud en Jalisco (1718-1741), 2ª. Formación jesuítica (1741-1749), 3ª. Profesor y operario en Nueva España (1750-1767) en San Cristóbal (1750-52) y en Guatemala, “teatro casi perpetuo” de su docencia y apostolado (1752-1767), donde a su vez Vallejo fue prefecto de la Congregación de la Anunciata y rector del colegio de San Borja (1764-1766).

Estudió, como seglar, en el colegio‑seminario de San Bautista de Guadalajara antes de ingresar en la Compañía, en el noviciado de Tepotzotlán, el 3 de mayo de 1741, con casi 23 años. Es la etapa más oscura, por falta de documentación, y larga, 25 años en los que adquirió una sólida y polifacética instrucción humanística antes. Tanto Hervás como Félix de Sebastián coinciden en que fue un excelente estudiante en dicho colegio seminario jesuítico. Era un convictorio que recogía alumnos internos provenientes de lugares alejados de la ciudad de Guadalajara, fundado en 1696.

Ingresado en la Compañía, entre 1741 y 1749 siguió la habitual formación jesuítica, pasando por los centros educativos obligatorios para todo jesuita mexicano de la época: dos años de noviciado en Tepotzotlán, donde vistió la sotana; uno o dos años de perfeccionamiento en humanidades; uno o dos años de aprendizaje docente como “maestrillo”, que casi con toda seguridad le fueron convalidados a Vallejo mediante un corto “repaso”, por su edad (unos 25 años) y formación adquirida como seglar en el colegio-seminario de San Juan Bautista de Guadalajara, puesto que en ocho años (1741-1749) pasó de novicio a sacerdote. Sabemos que en 1744 había concluido los dos años de noviciado en Tepotzotlán y ya era bachiller en Filosofía, por lo que sospechamos que la superioridad lo dispensó del año o los dos años que casi todos tenían que ejercer como “maestrillo” antes de empezar la Teología y, por supuesto, del año de “Humanidades”.

Respecto a los estudios mayores de Filosofía y Teología solo sabemos que cursó los tres años de Filosofía en Puebla de los Ángeles y los cuatro de Teología en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de la Ciudad de México. Nada dice Félix de Sebastián, y Hervás solo que “hizo con exactitud y empeño sus estudios de filosofía, teología y derecho canónico” (BJE, pág. 541).

En el Colegio Máximo de México no solo estudió la Teología, sino que allí debió ordenarse sacerdote y empezó su carrera docente durante un par de cursos (1748-1750), como ayudante y sustituto del afamado historiador P. Francisco Javier Alegre en la cátedra de Retórica, donde enseñó latín y humanidades y “dio muestras de su gran capacidad y religiosidad”, según Félix de Sebastián.

Adquirida una sólida formación y suficientes experiencia didáctica, sigue el currículo habitual en un jesuita dedicado a la enseñanza, es decir, va escalando desde la preceptoría de Humanidades hasta alcanzar la cátedra de prima de Teología en un periodo de 17 años (1750-1767). Vallejo impartió dos cursos (1750‑1752) como profesor de gramática en el colegio de San Agustín de Ciudad Real (actual San Cristóbal de Las Casas, Chiapas) y el resto en Santiago de Guatemala, “teatro casi perpetuo” de su docencia y apostolado (1752-1767), dónde profesó el cuarto voto el 27 de abril de 1755. De 1755 a 1767 residió en Guatemala como profesor de filosofía en el colegio de San Lucas (1755), prefecto de la Congrega­ción de la Anunciata de dicho colegio (1761) y rector del Colegio‑Seminario de San Borja (1764‑1766). Entre los episodios notables de esta etapa, señalemos que protagonizó la polémica sobre la licitud de tomar caldo de carne en Cuaresma (1758) y presenció el asesinato del P. Cristóbal Villafañe (28 de agosto de 1766). Entre sus discípulos en San Borja figura Rafael Landívar. Desempeñaba la cátedra de Prima de Teología (Teología Dogmática) en el Colegio de San Lucas cuando le fue intimado el decreto de expulsión el 25 de junio de 1767, a la edad de 49 años.

Vallejo pasó el tercio central de su vida en Santiago de Guatemala dedicado intensamente a la docencia y a la pastoral, que tanto Hervás cono Sebastián ponderan genéricamente, sin entrar en detalles. Desempeñó todas las cátedras, desde la penosa de latinidad hasta la prestigiosa de prima de Teología, pasando por la de Cánones. F. de Sebastián resalta su entrega al ministerio pastoral, que prácticamente se desarrolló toda durante el pontificado del obispo Francisco José de Figueredo (1752–1765), su protector, a quien Vallejo le dedicará en 1765 una Lúgubre declamación. La muerte de Figueredo produjo la última gran explosión de jesui­tismo en Guatemala: se supo que el arzobispo había hecho los votos de jesuita, poco antes de morir, y su entierro, conforme a su voluntad, en la iglesia de la Compañía coronó aquella vida de sincero afecto. Pero la estrecha vinculación entre el arzobispo Figueredo y la Compañía de Jesús también dejó muchos resquemores y antijesuitismo reprimido en Guatemala, como experimentó en sus carnes el P. Vallejo con motivo de la polémica sobre el caldo de carne cuaresmal en 1758, en cuya defensa salió el obispo, generando el lógico sentimiento de gratitud en el jesuita.

Vallejo nunca fue rector del Colegio de San Lucas, pero sí del de San Borja (1764-1766), siendo sustituido por Rafael Landívar. Económicamente, el colegio de San Borja no cuenta más que con las cuotas de sus alumnos (entre 30 y 40 internos). Vallejo debió poner disciplina no sólo académica, sino también económica en el colegio, pues acarreaba notables deudas.

Félix de Sebastián resume que Vallejo era constante en el confesionario, incansable en el púlpito y diligente en responder a las muchas consultas que de continuo le hacían; que consolaba a los afligidos y necesitados de toda clase social. Vamos a relatar dos episodios que trascendieron la cotidianidad en los que estuvo involucrado Vallejo, y de los que la Compañía de Jesús no salió bien parada, pues en la “polémica sobre caldo” el jesuita jalisciense terminó ante los tribunales de la Inquisición de México y la Suprema de Madrid, y en el otro fue asesinado el jesuita Cristóbal Villafañe.

Como prefecto de la Congregación de la Anunciata, Vallejo se empeñó en fomentar la vida de piedad de los estudiantes del Colegio de San Borja, insertándolos en los actos religiosos del mismo en el entorno ciudadano, por ejemplo, en las procesiones y retiros espirituales. En el desarrollo de estas prácticas devocionales, el probabilista Vallejo será protagonista en 1758 de una acalorada disputa teológica en torno a la cuestión de si se podía tomar o no caldo de carne durante los días de ayuno en Cuaresma. Involuntariamente Vallejo provocó la división de los clérigos, tanto regulares como seculares, en dos bandos, unos a favor y otros en contra del “caldo” en Cuaresma, un episodio aparentemente anecdótico, pero que hunde sus raíces en el problema del probabilismo, la doctrina de teología y filosofía moral cristiana, basada en la idea de que es justificado realizar una acción, aún en contra de la opinión general o el consenso social, si es que hay una posibilidad, aunque sea pequeña, de que sus resultados posteriores sean buenos, optando así por la libertad, que Vallejo supo aplicar inteligente y prudentemente en un caso concreto, el de tomar caldo de carne a lo largo del ayuno cuaresmal.

El padre José Ignacio Vallejo, a la sazón profesor de filosofía en San Lucas, empleaba las tardes de los domingos en lo que se llamaba “procesión de la doctrina”: se organizaba una procesión con los estudiantes de San Lucas y se formaba un corro en la plaza mayor: allí el padre explicaba algún punto de la doctrina cristiana que se dirigía a los niños que le rodeaban sentados en el suelo, pero que era escuchado y comentado por todos los que podían hacerlo desde los portales o desde las ventanas de las casas de la vecindad. Lo que se pretendía con la organización de estas procesiones de doctrina, verdaderas misiones catequistas en el corazón de la ciudad, era la búsqueda de la elite por medio de la predicación, siguiendo la estrategia general de la Orden.

En esta agria polémica, el padre Vallejo fue tachado de pretender imponer en Guatemala sus ideas modernas en el campo de la teología, siendo para algunos un gran innovador, y para otros, un pobre iluso y tonto que despreció la teología tomista. Lo importante de esta polémica es que salen a flote una serie de argumentos que atacan o defienden el cartesianismo y que recurren para ello a elementos de la física experimental.

El suceso más terrible vivido por Vallejo en Guatemala fue el asesinato del P. Cristóbal Villafañe el 28 de agosto de 1766, meses antes del destierro. Atentos a las necesidades pastorales de las mayorías, los jesuitas hacían frecuentes misiones en la ciudad y prestaban constante atención a enfermos en los hospitales, moribundos y encarcelados. Aquel 28 de agosto, tres negros esperaban la ejecución de la sen­tencia que había recaído sobre ellos por haber asesinado en las cerca­nías del castillo de Omoa (Honduras) al sobrestante de las obras de dicho castillo, don Eusebio Cabeza de Vaca. Los negros habían decidido matar a otros dos que hicieran más razonable su condena: ya que no estaba bien (razonaban entre sí) morir tres por el asesinato de uno; en la misma línea de raciocinio resolvieron matar a los dos jesuitas que les atendían. El primero era Villafañe, el segundo pudo haber sido Landívar o Vallejo. No pudiendo asesinar a los dos, se contentaron con la muer­te del primero; hubo que reducir a tiros a los negros. La docena de ignacianos de Guatemala estuvo conmocionada durante bastante tiempo.

Los quince años ininterrumpidos (1752-1767) pasados por Vallejo en Guatemala dejaron una huella profunda en él, así como, a la inversa, los jesuitas la dejaron en Centroamérica. Vallejo dedica su Vida de San José a la monja doña María de la O. Juarros en 1774, manteniendo en Guatemala la tradición cultural y el recuerdo de la Compañía de Jesús, a través de los muchos jesuitas que habían pasado por los colegios de San Lucas y San Borja y que en dicho libro colaboraron de una u otra manera.

La vida de todo jesuita de la segunda mitad del siglo XVIII viene marcada por dos fechas claves que partieron por la mitad su existencia, el destierro de 1767 y la supresión de la Compañía de Jesús en el verano de 1773, sin duda más dolorosa que la misma expatriación para los guatemaltecos, quienes tuvieron la desgracia de ver desde la lejanía la destrucción de su patria por el aludido y célebre terremoto del día de Santa Marta del mismo año. Los últimos dieciochos años (1767-1785) de Vallejo corresponden con el destierro italiano, en el que se aprecian otras tres etapas vitales: 1ª. La expulsión y los meses en Córcega (1767-1768), 2ª. La vida en Bolonia hasta la supresión de la Compañía (1768-1773) y 3ª. La vida de Vallejo en Bolonia, después de la supresión de la Compañía hasta su muerte (1773-1785).

La comunidad jesuítica guatemalteca, que todavía no se había repuesto de la pérdida del protector arzobispo Figueredo ni del asesinato del P. Villafañe, recibió el 26 de junio de 1767 el duro golpe de la expulsión. Estaba compuesta por catorce jesuitas, conformando dos comunidades: nueve sacerdotes y tres coadjutores en el colegio de san Lucas y dos en el seminario de san Borja. Vallejo era el segundo en importancia del colegio de San Lucas, pues estaba encargado de la asesoría del rectorado (admonitor en lenguaje jesuítico) y seguía regentando su cátedra de prima de teología. Resaltemos que Vallejo no era rector de san Lucas ni de san Borja en el momento de la expulsión, como aparece con frecuencia en algunos repertorios.

Félix de Sebastián despacha en tres líneas el largo y penoso viaje desde Santiago de Guatemala hasta Bolonia: “Fue conducido al mal sano puerto de Omoa; embarcado aquí para La Habana, de ésta para Cádiz, y últimamente a la Córcega e Italia. Los trabajos que pacientemente soportó en tan largos viajes son más para admirados que para escritos”. Vallejo y otros 84 jesuitas mexicanos el 24 de marzo de 1768 fueron entregados en Ajaccio a los comisarios Pedro de la Forcada y Fernando Coronel. Tanto Hervás como el resto de los biógrafos se suelen olvidar del medio año largo que, aproximadamente Vallejo pasó en Ajaccio (Córcega), entre marzo y septiembre de 1768, en medio de la guerra que el separatista Paoli sostenía contra la República de Génova y contra Francia.

Decretada la expulsión de Córcega por los franceses, nuevos dueños de la isla, los mexicanos viajaron por vía marítima (no por vía terrestre a través de los Apeninos como hicieron los de la Provincia de Aragón y Castilla) hacia los Estados Pontificios el 20 de octubre de 1768. Los jesuitas guatemaltecos se agruparon en Bolonia, donde Vallejo pasó los últimos diecisiete años de su vida y donde murió a los 67 años de edad, siendo enterrado en la iglesia de Santa María de la Piedad. Allá recibieron la triste noticia de la supresión de la Compañía en julio de 1773.

Hombre de pocos cambios, incluido el de residencia, el desterrado Vallejo pasó el último tercio de su vida en Bolonia, escribiendo, cada vez más desilusionado ante los problemas que las autoridades regalistas y anti jesuitas madrileñas pusieron, a partir de 1779, a la difusión de las vidas publicadas en ese año, que era prácticamente toda su obra literaria. Pasó los últimos seis años de su vida (1779-1785) reclamando, infructuosamente, la libertad comercial para sus libros y sus derechos de autor. Reclamación que proseguirá su sobrino, también jesuita, Ignacio Prudencio Pérez Vallejo (1743-1808).

Félix de Sebastián resume los cinco años que Vallejo pudo vivir en comunidad en Italia (1768-1773), en los que compaginó la docencia y la escritura, siendo uno de los primeros expulsos que se dio cuenta de que la mejor manera de aprovechar el cada vez más tiempo de ocio que le quedaba por las crecientes limitaciones de todo tipo a que eran sometidos por el rey Carlos III y el papa Clemente XIV, era dedicarse a escribir. En este periodo publicó una traducción de un devocionario del jesuita italiano Giuseppe Antonio Patrignoni (1659-1733) sobre san José, Incentivos a la devoción del Señor San Joseph (Cesena 1772).

El 21 de julio de 1773 Clemente XIV firmaba el breve Dominus ac Redemptor, por el cual la Orden quedaba suprimida canónicamente. Las malas noticias para el P. Vallejo y los jesuitas provenientes del Colegio de Guatemala se acumularon a lo largo de 1773, en especial los varios terremotos habidos en la capital de Santiago de Guatemala (11 de junio, 12, 13 y 19 de julio), que culminó con el terrible del día de Santa Marta de 1773. Para evitar los peligros y tentaciones de la ociosidad, Vallejo se dedicó a la lectura e investigaciones sobre las vidas de la Sagrada Familia. Al verse imposibilitado legalmente para la enseñanza (por no admitirse novicios desde 1767 se habían acabado los cursos) y para todo tipo de actividad pastoral, Vallejo incremento sus investigaciones eruditas sobre la Historia Sagrada, y en los seis años siguientes (1773-1779) redactó dos documentadas y amplias vidas, una sobre San José (1774) y otra sobre la Virgen María (1779). Y hubiese escrito otras, si las autoridades regalistas madrileñas no hubiesen silenciado su pluma, prohibiendo la comercialización de sus obras a partir de 1779. Tenía cualidades de prosista (que no de poeta, a juzgar por su poema, Retrato fiel de la bella i noble ciudad de los Cavalleros de Santiago de Guatemala), por su “genio laborioso”, cultura y extensa erudición.

Ningún biógrafo alude a la persecución que sufrieron las dos biografías de Vallejo durante los seis últimos años de su vida (1779-1785), que, como es lógico, amargaron su existencia y la de su sobrino, también jesuita, Ignacio Prudencio. La Providencia quiso compensar al P. Vallejo con una última enfermedad corta y una muerte plácida, el 30 de mayo de 1785, a la edad de 67 años, según el P. Félix de Sebastián: “gozando una gran paz de espíritu, a las 40 horas de ser asaltado del mal, rindió su espíritu a su Criador. Su cadáver fue sepultado la iglesia de Santa María de la Purità, y su muerte sentida de todos que lo amaban por su inocencia y candidez de vida, por su grande amor para con todos y por su religiosidad”. Lapidariamente Hervás resume: “En Italia vivió como podría estar en el mayor desierto de América. Su casa eran las iglesias y el retrete de su habitación” (BJE, pág.541). Por su parte el excelente lexicógrafo P. Esteban Terreros y Pando, íntimo amigo de Hervás, califica al P. Vallejo de "sabio".

Aunque, como buen humanista, Vallejo había escrito algo de escasa importancia y extensión (sermones, aprobaciones, etc.) en Guatemala, antes del destierro, Félix de Sebastián los omite y resalta que mientras pudo ejercitar a la docencia se entregó enteramente a sus alumnos y a labores pastorales, que tenía prohibidas en Italia, por lo que, ya antes de la supresión de la Compañía (agosto de 1773), se dedicaba a escribir en el tiempo sobrante. De manera clara, Félix de Sebastián dice que el destinatario de la producción literaria de Vallejo eran los amigos y devotos que había dejado en Guatemala.

Antes del destierro Vallejo sólo redactó escritos menores y de compromiso, de los cuales el más importante, y el único publicado, es el elogio fúnebre por su mecenas el arzobispo Figueredo, la citada Lúgubre declamación, insertada en el sofisticado título colectivo El llanto de los ojos de los jesuitas de Guatemala en la muerte de su luz, el Ilmo. Sr. Doctor D. Francisco José de Figueredo y Victoria, obispo primero de Popayán, y después arzobispo dignísimo de Guatemala, quien bajo la alegoría de una antorcha, luciente sobre el candelero en su vida, se llora apagada en su muerte. Lo preceden la descripción de la "pyra" con sus inscripciones latinas y castellanas del P. Francisco Javier Molina y la Funebris declamatio del P. Rafael Landívar, en lengua latina. El P. Vallejo predicó su sermón en la iglesia del colegio de la Compañía en castellano y, por lo tanto, destinado al gran público, con testimonios personales aportando una buena dosis de intenso patetismo, en especial en el relato de las últimas horas de agonía y entereza del prelado difunto, "que triunfa sobre la muerte", poniendo de manifiesto que fue una persona muy allegada al arzobispo. Tanto en las honras fúnebres del cabildo catedralicio, celebradas en la catedral los días 2 y 3 de agosto de 1765, como en las de los jesuitas, celebradas los días 7 y 8 de agosto en la iglesia del colegio, fue utilizada la misma pira, variando única­mente las pinturas y textos de los jeroglíficos.

En cuanto a los recursos retóricos empleados, Vallejo acumula citas bíblicas (Job, Tobías, Isaías, los Salmos, el Eclesiastés, San Mateo, San Pablo, San Pedro y el Apocalipsis). Entre los autores paganos están Cicerón, Quinto Curcio, y, sin citarlos, Marcial y Suetonio. Entre los Padres de la Iglesia, San Agustín, San Gregorio Magno y San Jerónimo. Entre los humanistas tan solo cita al jesuita Cornelio a Lapide, aun­que el P. Vallejo pudo también acudir a los también jesuitas Juan Eusebio Nierem­berg y el predicador novohispano Juan Martínez de la Parra.

Aparte de las citas, ilustran el sermón fúnebre los ejemplos tomados del mun­do pagano o de la Iglesia primitiva (San Esteban, San Pedro, San Juan Crisósto­mo, San Gregorio Magno, San Gregorio Nacianceno, San Jerónimo, San Agus­tín). Entre todos ello, destaca Alejandro Magno, como álter ego o contrapunto de Figueredo. Entre los recursos retóricos que el P. Vallejo maneja destaca la apóstrofe que en la salutación inicial, mediante una cascada de interrogaciones retóricas, le sir­ve para introducir con gran patetismo el dolor indecible de la Compañía por la muerte del prelado. En el uso de la apóstrofe el P. Vallejo llega incluso a apostrofar al propio difunto. Un recurso empleado por el P. Vallejo para "humanizar" su oración fúnebre es insertar en su prédica anécdotas de la vida del prelado y testi­monios personales del orador. Sin duda el P. Vallejo pronunció su Lúgubre declamación lleno de inmensa gratitud hacia el arzobispo Figueredo, pues el prelado fue el más firme amparo de Vallejo ante los iracundos pasquines y los injuriosos e infamatorios libelos que contra el jesuita lanzaron los dominicos, y algún franciscano, con ocasión de la ruidosa controversia del "caldo de carne".

Los jesuitas expulsados de España quedaron intelectualmente amordazados por los gobernantes regalistas, sobre todo en el periodo 1767-1773. Por eso cobran mayor interés y curiosidad para el historiador, aquellos ignacianos que a lo largo de la primera década fuertemente represiva se atrevieron a abrir las puertas de comercio intelectual para que los demás perdiesen el miedo a escribir y a publicar. Este es el caso de Vallejo, quien en el destierro italiano escribió cuatro biografías de la Sagrada Familia (San Joaquín, Santa Ana, San José y la Virgen María), todas publicadas en la imprenta de Gregorio Biasini en Cesena: Vida del Señor San Josef dignísimo esposo de la Vir­gen María y padre putativo de Jesús (1774; segunda edición, corregida y aumenta­da, en 1779), Vida del Señor San Joaquín y de Señora Santa Ana, padres de la Madre de Dios, María Santísima (1779), Vida de la Madre de Dios y siempre Virgen María (1779).

Vallejo trató en tres ocasiones (1772, 1774 y 1779) la biografía de San José, ampliándola sucesivamente, partiendo de una traducción del original italiano del hagiógrafo jesuita Giuseppe Antonio Patrignoni (*Ostra (Ancona), 22 de febrero de 1659-fallecido en Roma el 15 de febrero de 1733), editando siempre en la Imprenta de Gregorio Biasini de Cesena. Conocedor de la fina sensibilidad de la religiosidad popular, Vallejo fomentó con su Vida de San Joseph la devoción a dicho santo, dentro de la acción pastoral.

Vallejo somete voluntariamente su obra, Vida del Señor San Josef, a la censura y parecer de Hervás, en el verano de 1774, quien emite un juicio manifiestamente laudatorio (“en su escritura estoy viendo que ha hecho oficios superiores a los de un grande historiador”), porque ha sido ejecutada con método historiográfico, a pesar de la escasez de fuentes y de lo nebuloso de las mismas. La carta termina felicitando a Vallejo, quien ha sabido sortear la dificultad de historiar a San José, “separando lo falso de lo cierto y lo verosímil de lo improbable”, con una buena crítica y manejo del Derecho y de las Ciencias Sagradas.

En dicha imprenta de Biasini también publicó en 1772 un devocionario titulado Incentivos a la devoción del Señor San Joseph, libro que gustará al Papa Pío IX, y basándose en él proclamó, en el Primer Concilio Vaticano, a San José como Patrono de la Iglesia Universal el 8 de diciembre de 1870; al final de esta obra se añade una composición poética titulada Retrato fiel de la bella y noble ciudad de los Caballeros de Santiago de Guatemala, hecho y también pintado en la Italia, compuesta de 37 décimas y 9 octavas (en total 442 versos). Sobre el valor literario del Retrato fiel se constata que las descripciones del paisaje y del arte de Santiago de Guatemala de Vallejo no alcanzan ni de lejos el sentimiento apasionado y la belleza retórica de la Rusticatio Mexicana de su amigo Rafael Landívar. Los artificios retóricos y expresiones artísticas que emplea para describir los edificios y obras de arte que existían en la ciudad de Guatemala, adolecen del espíritu que vivifique los epítetos, metáforas y comparaciones y haga menos violento el hipérbaton.

Sus biografías de la Sagrada Familia fueron traducidas al inglés por John Gilmary Shea y publicadas juntas bajo el título The life of the Virgin Mary, her chaste spouse Saint Joseph, and holy parents Saint Joachim and Saint Anne (Nueva York, Edward Dunigan & Bro.,1856, reeditado en 1857). Por separado fue publicada The life of Saint Joseph, most worthy spouse of blessed Virgin Mary, and foster father of Jesus en Dublín (Duffy) en 1858, y en Nueva York (Thomas Kelly) en 1856 y 1860 (E. Dunigan & Bro.)

La última obra que publicó Vallejo fue la Vida de la Madre de Dios y siempre Virgen María (1779), obra más extensa y compleja de la Vida de San Joseph, como es lógico, pues es un personaje mucho más importante en la historia de la Iglesia, contando con más fuentes bíblicas (no demasiadas) y con una apabullante historiografía, más o menos fabulosa.

Llama la atención que Gregorio Biasini fue el impresor exclusivo de Vallejo en Italia, cuando lo normal era que cada obra se publicase donde se podía, dadas las dificultades de todo tipo (escaso mecenazgo y trabas de la censura) que tenían los intelectuales ignacianos. Dejando aparte los poco relevantes manuscritos de Vallejo, todos sus impresos conocidos pertenecen a la literatura religiosa en los subgéneros del panegírico y de la biografía devota, que aunque nuestro ignaciano intentó revestir de una rigurosa erudición que lo pusiese a salvo en contra de los ataques de historicismo crítico de los ilustrados, como Gregorio Mayans, era imposible librarse de ellos, dado lo nebuloso de la temática, las vidas de personajes tan poco documentados como San José, San Joaquín y Santa Ana (las tres editadas siempre en un mismo tomo). Incluso gran parte de la biografía de la Virgen, la más amplia de las cuatro, solo tenía una base apócrifa en la tradición.

Curiosamente la Vida de San José y sus apéndices, la vida de sus suegros, San Joaquín y Santa Ana, las menos documentadas históricamente y por tanto más proclives a lo fabuloso, no tuvieron ningún obstáculo en contra de su comercialización ni en el devocionario de 1772 ni en la primera edición de 1774 (ambas en Cesena en la imprenta de Biasini), de manera que se distribuyeron hasta agotarse. Los problemas surgieron al intentar distribuir la Vida de la Virgen María en 1779 porque no había seguido estrictamente el procedimiento para aprobar su impresión. Lo que en un principio simplemente era una aclaración sobre la manera de cómo habían sido dadas las censuras favorables por frailes trinitarios calzados españoles de Roma, terminó siendo una revisión de las cuatro biografías sagradas, prohibición de su difusión y secuestro de gran parte de la edición reciente (1779) de las mismas.

Los problemas a las biografías sagradas de Vallejo (1776-1788) no le vinieron de la Inquisición sino de parte de las autoridades regalistas madrileñas, como le ocurría a otros muchos libros de autores de libros devocionales o proclives a la Santa Sede, que eran retirados de la circulación, simplemente por considerarlos “poco útiles”, pues el parámetro de la utilidad pasó a ser prioritario, respecto a otros como falta de método, de claridad, de conocimiento o fomento de la superstición.

El embajador José Nicolás de Azara emite un informe, fechado en Roma el 12 de noviembre de 1788, claramente negativo sobre la literatura religioso-hagiográfica en general, y de Vallejo en particular, condenando definitivamente al ostracismo las biografías sagradas de Vallejo, concluyendo con un tono despectivo (no se había dignado leer la Vida de la Virgen María, objeto de la polémica) y descalificando la censura favorable de los frailes trinitarios (“fanáticos terciarios jesuitas”), al autor Ignacio José Vallejo (“un poco visionario”) y a la misma obra por “inútil” e ilegal (“ser contra la ley que se introduzcan en España ni en América libros españoles impresos fuera del reino”). En tan breve dictamen difícilmente podrían caber más descalificaciones. Azara considera la literatura religiosa como un anacrónico piélago difícil de desentrañar, con una diversidad temática plena de matices (oratoria, doctrina, hagiografía espiritualidad), en cuyo análisis no quiere entrar, a pesar de su alta producción, popularidad y demanda del lector americano, como probaba la rápida venta de la primera edición de la Vida de San Joseph.

Desde el punto de vista del jesuitismo expulso, el mérito del mexicano-guatemalteco José Ignacio Vallejo fue su plan de introducir obras de temas devocionales escritas en castellano e impresas en el extranjero (1772-1778) y en el periodo de mayor persecución de la Compañía de Jesús, coincidiendo cronológicamente con la embajada del conde de Floridablanca, implacable perseguidor de la Compañía en esa época, aunque fue moderando progresivamente su antijesuitismo. Como señala con cierta envidia el P. Esteban Terreros (BJE, págs. 520-531) no tuvo mayores problemas hasta 1779. Las dificultades para los libros de Vallejo surgieron en la etapa del embajador duque de Grimaldi, curiosamente cuando Moñino era primer secretario de Estado en Madrid e impulsaba una política de colaboración con el sector de los intelectuales ignacianos más abiertos al pensamiento ilustrado, dando lugar a lo que hemos denominado “Década dorada de la literatura expulsa mexicana” (1778-1789).

La Vida de San Joseph, redactada entre 1772 y 1774, ha tenido reconocimiento por sus fundamentos bíblicos y por su teología reposada y accesible para todo género de lectores. Entre todos los jesuitas expulsos en lengua española, Vallejo posee el mérito de haber sido el precursor en la odisea editorial de gran riqueza, que resultó para sus demás hermanos un camino a imitar: el año de 1774 presenció el inicio de una cascada de escritores mexicanos que aportaron a la cultura “de su tierra”, su experiencia y talento. Restableció el canal de comunicación entre los ignacianos desterrados americanos y sus lectores “naturales” en Nueva España y Guatemala. Después de 1779 las biografías sagradas de Vallejo tendrán problemas, pero la ruta estaba abierta, como demostrará Clavigero al dedicar su Storia Antica del Messico, también editada por Biasini, a la Universidad de dicha capital, su mecenas principal.

Con paciencia y discreción, Vallejo se propuso dar el salto que ninguno de los jesuitas expulsos americanos se atrevía a dar: llegar a América sin ser molestados por los regalistas gobernantes madrileños, siempre vigilantes contra todo lo que oliera a jesuítico. Con su obra se hizo presente, un poco en la clandestinidad por la persecución borbónica, que seguía vivo el espíritu de la Compañía. La Vida de San Joseph fue el libro primogénito que se internaría en los territorios de América, burlando controles, a pesar de que abordaba el tema hagiográfico tan sensible a la devoción popular, pero desagradable a los políticos filojansenistas madrileños, siempre desconfiados con la Historia Eclesiástica, como reiteradamente manifestaba el embajador José Nicolás de Azara.

En sus biografías sagradas de San José y de la Virgen (las de San Joaquín y Santa Ana no dejan de ser simples esbozos), Vallejo buscó la seriedad historiográfica, acudiendo a las novedades bibliográficas y académicas, a las fuentes y citas en griego y latín, a las sentencias de los santos padres de la iglesia y prestigiosos historiadores como Denis Petavio y Bernard de Montfaucon, entre otros. Están perfectamente estructuradas y presentan un razonable orden y concierto teológicos. Parten de los datos bíblicos, y de ahí abordan los datos de la tradición patrística. Se exponen los argumentos teológicos dudosos y en contra que tocan el tema, ya sea desde el punto de vista bíblico, teológico o cultural, para justificar el argumento y aclarar la duda sobre temas cristológicos, marianos y josefinos.

Los escritos de los jesuitas expulsos que llegaron a la imprenta, más allá de las simpatías o antipatías que sus autores generaron, aportaron bastante a la identidad y al pensamiento en Nueva España (Clavigero y Landívar son un buen ejemplo). Ante la persecución y el exilio, no se quedaron mudos. Vallejo fue de los primeros que se dieron cuenta de que la creatividad histórico-literaria era su aliada y compañera, no sólo para combatir el tedio, sino para continuar aportando a sus seguidores de México y Guatemala (alumnos, monjas y fervientes admiradores de la Compañía de Jesús) el talante que les adornó: la educación, la cultura y el adoctrinamiento religioso moral cristiano.

El padre Vallejo llegó a ser el primero de los jesuitas expulsos que venciendo la pesada carga antijesuítica, escribió en español en Italia para América. Quien lea su obra, notará la reiterada referencia sobre México y Guatemala, tierras de las que nunca se desprendió en su afecto y admiración, soñando siempre con regresar entre los suyos, fundamento de sus afectos y deseos.

Naturalmente, sus obras reflejan la personalidad del autor, y las biografías sagradas de Vallejo encierran un lenguaje histórico y crítico de bastante importancia, por la claridad de sus conceptos y la viveza de su locución. Son aportaciones significativas para la reflexión sobre la presencia de san José y de la Virgen en la teología histórica del catolicismo. Sus escritos fueron pasto de meditación, a la vez que incitaban a la devoción, más ponderada y menos supersticiosa, del matrimonio de José y María. Fueron punto de encuentro de una docena de expulsos mexicanos y guatemaltecos, que se esforzaron en elogiar al autor y sus biografías sagradas (Diego José Abad, Manuel Mariano Iturriaga, Rafael Landívar, etc.), pero al mismo tiempo les abrieron las puertas de la prestigiosa Imprenta de Gregorio Biasini de Cesena, donde muchos de ellos (Francisco Javier Clavigero, y Diego José Abad, por ejemplo) terminarán alumbrando los mejores escritos del jesuitismo mexicano expulso.

Durante el destierro italiano fue uno de los más respe­tados ignacianos expulsos mejicanos, adorado por casi todos y amigo íntimo de los líderes del grupo, como Francisco Javier Clavigero y Rafael Landívar. A los pocos días de fallecer, el también jesuita Félix de Sebastián incluyó la necrológica del P. Vallejo en sus Memorias, y ocho años después el P. Hervás y Panduro hizo un esbozo biográfico en su Biblioteca jesuítico‑española. Sobre el carácter de Vallejo, tanto Hervás (“Siempre vivió en el mayor retiro, procurando adelantar en la escuela de la virtud y de las ciencias, principalmente sagradas”), como Félix de Sebastián subrayan la inclinación desde la niñez a la práctica de los ejercicios piadosos, que necesariamente se acentuarán en el duro noviciado y conducirán a la redacción de libros devotos en el ocio del destierro italiano. La diferencia radica que en que la necrológica de Sebastián habla de “escrúpulos”, que en materia moral no dejan de ser siempre un exceso.

Físicamente Vallejo era bastante elegante, a juzgar por el buen retrato, en lámina grabada por Angelo Ferri, que adorna los preliminares de la Vida del Señor San Josef con la inscripción latina siguiente: JOSEPHUS IGNATIUS VALLEJUS Mexicanus Olim e Soc. Jesu, vitae innocentia litteris sacris et profanis necnon utriusque Juris peritia clarus natus in Diocesi Gua­dalaxarasensi 9 Sept. 1718. Obiit Bononiae 30 Maii 1785. /Angelo Ferri sculpi. La lámina del retrato se documenta al menos en el ejemplar de la segunda edición de 1779. Una versión del retrato figura tras el prólogo de la tercera edición de la obra a cargo de Juan Rodríguez de San Miguel, México, Imprenta de J. M. Lara, 1845.

 

Obras de ~: “Lúgubre declamación que en los obsequios funerales que el colegio de la Compañía de Jesús de Guatemala hizo en su templo a su singularísimo benefactor el Ilmo. Sr. D. Francisco Joseph de Figueredo y Victoria, obispo primero de Popayán, y después arzobispo dignísimo de Guatemala, predicó el P. Joseph Ignacio Ballejo (sic) de la Compañía de Jesús, Rector del Semi­nario de San Borja”, en El llanto de los ojos de los jesuitas de Guatemala en la muerte de su luz, el Ilmo. Sr. Doctor D. Francisco José de Figueredo y Victoria, obispo primero de Popayán, y después arzobispo dignísimo de Guatemala, quien bajo la alegoría de una antorcha, luciente sobre el candelero en su vida, se llora apagada en su muerte, Puebla de los Ángeles, Imprenta del colegio de San Ignacio de Puebla, 1766 (edición crítica en L. Navarro García y F. Navarro Antolín, Las dobles exequias del arzobispo Figueredo (1765). El canto del cisne de los jesuitas en Guatemala, Huelva, 2016, págs. 327-342); G. A. Patrignani, Incentivos a la devoción del Señor San Joseph, padre estimativo de Jesús y dignísimo esposo de la Reina de todos los santos. Con el modo de practicarla; propuestos en una breve exposición de sus prerrogativas, valimiento para con Dios, i poderosa intercesión principalmente en el punto de la muerte, sacados de lo que escribió sobre este assunto en lengua italiana el padre Joseph Anto­nio Patrinani de la Compañía de Jesús, y dados a la luz en la española por Domingo María Sabbatini habitante en Bolonia, para el uso de la nobilissima familia del señor don Miguel Arresse, caballero de la ciudad de Guatemala, trad. de ~, Cesena, Gregorio Biasini, 1772; Retrato fiel de la bella i noble ciudad de los Cavalleros de Santiago de Guatemala, hecho i también pintado en la Italia. Cesena, Gregorio Biasini (incl. en Incentivos a la devoción del Señor San Joseph. Reproducido y analizado en Luján Muñoz, 1980); Vida de San José, Cesena, Biasini, 1774 (Cesena, Biasini 1779; México, Imprenta de J. M. Lara, 1845; Barcelona, Librería y Tipografía Católica, 1868); Vida de la Madre de Dios y Siempre Virgen María. Escrita por Don José Ignacio Vallejo Presbítero, Natural del Obispado de Guadalajara, en el reino de México. Y Dedicado al Señor San José, en nombre de la Reverenda Madre María Josefa de Guadalupe, Religiosa en el Monasterio de Santa Teresa La Nueva de la Imperial Ciudad de México, Cesena, Gregorio Biasini, 1779; Vida de San Joaquín y Santa Ana, Cesena, Biasini, 1779; The life of the Virgin Mary, her chaste sponse Saint Joseph, and holy parents Saint Joachim and Saint Anne, New York, 1856.

 

Fuentes y bibl.: R. Landívar, Funebris declamatio pro justis a Societate Jesu exsolvendis in amplissimi juxta, ac venerandi Pontificis funere Illmi. scilicet D. D. D. Francisci Josephi de Figueredo et Victoria... a P. Ra­phaele Landivar..., Puebla de los Ángeles, 1766; F. X. de Molina, El llanto de los ojos de los jesuitas de Guatemala en la muerte de su luz, el Illmo. Sr. Doctor D. Fran­cisco Joseph de Figueredo y Victoria... quien bajo la alegoría de una antorcha lu­ciente sobre / el candelero en su vida, se llora apagada en su muerte, Puebla de los Ángeles, 1766; M. Taracena, Lágrimas de Aganipe, vertidas por la pluma en la muy sensible muerte del P. Cristóbal de Villafañe, de la Compañía de Jesús, Guatemala, Arévalo, 1766; F. de Sebastián, Memorias de los Padres y hermanos de la Compañía de Jesús en la Provincia de Nueva España, difuntos después del arresto acaecido en la Capital de México el día 25 de juniom, s.l., 1767-1796 (ms. A. 531-A. 532 en Biblioteca Communal del Archiginnasio (Bolonia); copia resumida en Archivo Histórico de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, México); L. L. Maneiro, De vitis aliquot mexicanorum, Bolonia, 1791-1792, 3 vols.; D. Juarros, Compendio de la historia de la ciudad de Guatemala. escrito por el br. d. Domingo Juarros, presbítero secular de este arzobispado, Guatemala, Ignacio Beteta, 1808-1810, 2 vols.; J. M. Beristáin de Souza, Biblioteca hispanoamericana septentrional o catálogo y noticias de los literatos que o nacidos, o educados, o florecientes en América septentrional española, han dado a luz algún escrito o lo han dejado preparado para la prensa, México, Imprenta del autor, 1816-1821; R. de Zelis, Catálogo de los sujetos de la Compañía de Jesús que formaban la provincia de México el día del arresto, 25 de julio de 1767, México, Imprenta de Ignacio Escalante y Compañía, 1871; J. T. Medina, La Imprenta en Guatemala (1660-1821), Guatemala, Tipografía Nacional de Guatemala, 1910, 2 vols.; G. Accomazzi, Pensamiento clásico landivariano en la “Funebris declamatio pro iustis”, Guatemala, Universidad de San Carlos, 1961, págs. 115-117; C. Sáenz de Santa María, Historia de la educación jesuítica en Guatemala. Parte I, periodo español (siglos XVII-XVIII), Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1978; L. Luján Muñoz, “Una desconocida descripción poética de la ciudad de Guatemala en el siglo XVIII, hecha por el jesuita José Ignacio Vallejo”, en Anales de la Academia de Geografía e Historia de Guatemala. Guatemala, LIII (1980), págs. 137-158; Mª. C. Zilbermann de Luján, Aspectos Socioeconómicos del Traslado de la Ciudad de Guatemala (1773‑1783), Guatemala, Academia de Geografía e Historia, 1987; J. A. Morán, "El padre José Ignacio Vallejo y su Vida del Señor San José”, en Estudios Josefinos, 45 (1991), págs. 347‑374; J. Martín Blasco y J. 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Antonio Astorgano Abajo

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