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Segismundo Moret y Prendergast

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Biografía

Moret y Prendergast, Segismundo. Cádiz, 2.VI.1838 – Madrid, 28.I.1913. Político liberal.

Nació en el seno de una familia acomodada. Su padre, miembro de la administración de Hacienda, comprador de tierras desamortizadas, fue un ejemplo de burócrata bien situado en el contexto liberal, con relaciones beneficiosas para el hijo, que heredó sus aficiones hacendísticas. Su madre, emparentada con la aristocracia inglesa, inculcó a su hijo la admiración por el modelo social y político británico. Moret llegó a Madrid con su familia cuando tenía pocos años; estudió en el colegio de los padres escolapios de Getafe, y en el curso 1853-1854 se matriculó en el bachillerato y accedió a la Universidad, donde estudió las carreras de Derecho y Administración.

A finales de la década de 1850, dicha institución se encontraba en plena ebullición. La liberalización política conseguida bajo el gobierno de la Unión Liberal había facilitado la entrada en el país de diversas corrientes del pensamiento europeo, como el librecambismo, el krausismo y la democracia, coincidentes en su valoración de la libertad y en su talante optimista.

La primera vinculaba el enriquecimiento del país a la implantación de la libertad económica y, en especial, a la reducción de los aranceles; la segunda abogaba por la educación y la libertad de pensamiento como ejes del progreso del país; y la tercera partía de una concepción progresiva de la historia, que culminaba con la consecución de los derechos individuales.

Dichas ideologías estuvieron representadas, respectivamente, por tres insignes catedráticos —Laureano Figuerola, Julián Sanz del Río y Emilio Castelar—, maestros de Moret, que se inició a la política en ese clima universitario, acompañado de tertulias y mítines en defensa de la libertad de comercio, un Moret que, influido por tales corrientes, aprovechó además sus estudios y alcanzó la Cátedra de Instituciones de Hacienda en 1863, con sólo veinticinco años.

Dos años atrás había contraído matrimonio con su prima María Beruete, de la que tuvo ocho hijos.

El enlace resultó beneficioso para su carrera política, pues le proporcionó fortuna e influencias. Su suegro, Aureliano Beruete, antiguo jefe de sección del Ministerio de Hacienda y Consejero ordinario de Agricultura, Industria y Comercio, era senador vitalicio; además, poseía vastas propiedades rústicas; de hecho, en ese mismo año de 1863, Moret fue elegido diputado por la circunscripción de Almadén, donde su suegro era dueño de una finca de más de 2.500 hectáreas. Su paso por el Congreso, sin embargo, fue efímero: pronunció un discurso en defensa de los derechos individuales y dimitió, justificando su acción por la falta de condiciones para la libertad en el país.

Ese mismo año la Unión Liberal abandonaba el gobierno y el régimen de Isabel II giraba hacia el moderantismo.

El consiguiente recorte de libertades, simultáneo a la crisis económica, propició la Revolución de 1868, patrocinada por todos aquellos excluidos del poder: unionistas, progresistas y demócratas.

Pese a no ser un conspirador, Moret participó activamente y desde el primer momento en el régimen nacido de La Gloriosa. Se adscribió a los cimbrios, los demócratas que habían abandonado el republicanismo en octubre de 1868. Elegido diputado por Ciudad Real, fue secretario de la Comisión Constitucional en 1869; allí destacó como hábil parlamentario, cualidad que conservaría toda su vida. Gracias a su oratoria, sobresalió en la defensa y redacción de varios artículos de la Carta Magna. Meses más tarde, en febrero de 1870, fue nombrado subsecretario del Ministerio de Gobernación. Varios factores coadyuvaron a su meteórica carrera: junto al prestigio universitario —se decía que sus clases se abarrotaban con los alumnos de sus colegas— y a su amistad con varios prohombres de la revolución, entre ellos el demócrata Rivero, Moret poseía una cultura vasta y cosmopolita gracias a su dominio de los idiomas que le permitía estar al día en todos los campos de la actividad pública (económicos, jurídicos o políticos). Asimismo, y de acuerdo a los gustos de la época, dominaba el arte de la palabra; todos sus contemporáneos, incluidos los rivales, le consideraron uno de los mejores oradores de su tiempo, cualidad esencial en quien tuviera aspiraciones de hacer carrera política.

A la altura de 1870, la división de la coalición revolucionaria entre un sector constitucional —integrado por los unionistas y el ala derecha del progresismo— y otro radical —formado por el resto del progresismo y los cimbrios— encuadró a Moret dentro de estos últimos. El predominio radical desde la primavera de aquel año, asentado en el peso de Prim, le llevó al Ministerio de Ultramar, cartera menor dentro de los parámetros políticos del momento, pero que en el contexto del Sexenio albergaba una significación clave.

Moret promulgó la Ley Municipal y Provincial de Puerto Rico —tendente a equiparar su régimen político con el liberal de la metrópoli— e intentó reforzar los lazos económicos entre aquélla y sus colonias. No obstante, fue la situación de Cuba, asolada por la Guerra de los Diez Años (1868-1878), la que marcó su gestión. Redactó la Ley Preparatoria de la Abolición de la Esclavitud en abril de 1870, que desde un abolicionismo templado planteaba la eliminación gradual de la esclavitud. Sin embargo, la presión de los grupos interesados en el mantenimiento del statu quo colonial levantado sobre la esclavitud, con fuertes conexiones en la propia Península, dificultó su actuación y le obligó a abandonar el Ministerio en diciembre de 1870.

De ahí pasó a otra cartera complicada, la de Hacienda.

En ese momento, el régimen del Sexenio se hallaba al borde de la bancarrota. Al aumento de gastos derivados del conflicto cubano, se unía la disminución de ingresos provocada por la inestabilidad del país y por reformas fiscales, como la supresión del Impuesto de Consumos, que habían conducido a un endeudamiento insostenible. Moret hubo de recurrir a nuevas emisiones de deuda, que procuró combinar con una elevación de la presión fiscal a fin de reducir el déficit. A tal efecto, estableció el Impuesto de Cédulas de Empadronamiento, un gravamen directo abonado por los padres de familia. Más significativa resultó, sin embargo, su propuesta de restaurar los Consumos, un impuesto indirecto que gravaba el intercambio comercial, opuesto, por tanto, a su ideario librecambista. De cualquier manera, sus esfuerzos resultaron infructuosos. La oposición a los nuevos tributos, las duras condiciones a que se veía forzado todo ministro que quisiera conseguir préstamos en una situación caracterizada por la falta de solvencia de la Hacienda, la inestabilidad consiguiente al asesinato de Prim y las dificultades de consolidación de la Monarquía de Amadeo de Saboya frustraron su gestión.

Moret dejó el cargo en julio de 1871, acusado por los unionistas de corrupción por haber autorizado, con algunos defectos de forma, una contrata con una empresa suministradora del monopolio estatal de tabacos.

Formada una comisión de investigación en el Parlamento, ésta exoneró de responsabilidad al ministro, si bien acusó al régimen de septiembre por propiciar tales prácticas, con lo que mostraba el trasfondo político de la operación, reconocido poco después por uno de sus promotores, Francisco Silvela.

Desanimado por las continuas pugnas entre los políticos septembrinos, aceptó la Legación de Londres en 1872. La llegada de la República en febrero de 1873 y su giro a una fórmula federal aceleraron su dimisión, después de la cual se dedicó a los negocios particulares trabajando en un banco londinense. Tras el golpe de Martínez Campos en Sagunto, fue uno de los primeros políticos comprometidos con La Gloriosa en aceptar el régimen de la Restauración. Aunque respaldase la República de Castelar en octubre de 1874, Moret siempre se alineó preferentemente con la forma de estado monárquica, porque consideraba que, dadas las condiciones de España, sólo aquélla podía garantizar el orden y la libertad, frente a una República que, en su opinión influida por los acontecimientos franceses de 1848 y por el cantonalismo, sólo conduciría a la dictadura de un militar o a la disgregación del país. Asimismo, la experiencia del régimen del Sexenio, con sus destructivas luchas entre quienes se habían esforzado en instaurarlo, le hizo valorar el modelo de turno de partidos planteado en la propuesta restauradora de Cánovas del Castillo.

No obstante, se opuso a las decisiones más reaccionarias del nuevo régimen, como la expulsión de los catedráticos krausistas de la Universidad en 1875, a la que respondió con el abandono de su cátedra, que nunca volvería a ocupar por su dedicación exclusiva a la política.

La década de 1870 fue decisiva en su vida política.

En ella, se labró una fortuna, algo imprescindible en una actividad política, entonces no remunerada, que exigía viajar o disponer de prensa propia. Junto a la agricultura y al negocio inmobiliario, Moret participó a lo largo de su vida en negocios ligados al capital extranjero, que había visto allanada su inversión en España gracias a la legislación liberal del Sexenio. Entre otros ejemplos, y siempre asociado a capitalistas extranjeros, fue presidente de la Sociedad General de Fosfatos de Cáceres, de la Compañía del Ferrocarril Central de Aragón y del Banco General de Madrid.

Tales actividades se completaron con su labor como abogado, faceta en la que sobresalió su arbitraje en el contencioso mantenido en 1907 por Alemania y Turquía, relativo a los ferrocarriles otomanos. Desde el punto de vista político, formó —siempre en la década de 1870— un grupo demócrata monárquico, al que situó a la izquierda de quienes aceptaban la Monarquía alfonsina. Con él captó a muchos hombres del Sexenio que permanecían en el campo republicano; aspiraba así a formar un partido alternativo al conservador de Cánovas y de talante más liberal que el fusionista de Sagasta. Eso le hizo aproximarse a la Izquierda Dinástica de Serrano, que en octubre de 1883 formó un gabinete presidido por Posada Herrera, con Moret en la cartera de Gobernación. Gobierno efímero —cesó en enero de 1884— al no poder arrebatar su espacio político a un sólido Sagasta ni contar con la confianza regia.

Sin duda, su realización más sobresaliente —obra de Moret— fue la creación de la Comisión de Reformas Sociales, organismo que representó el primer intento de estudio del problema obrero con el objeto de apoyar una ulterior política de reformas que cuestionaba en cierta medida el rechazo al intervencionismo estatal preconizado por el liberalismo clásico. Aunque sus resultados fueron escasos, sí tuvo interés por inspirar la futura labor de instituciones, como el Instituto de Reformas Sociales, promotor de la legislación social de las primeras décadas del siglo XX.

Consciente de lo imposible de una opción política liberal sin Sagasta, emprendió una aproximación a éste, que fue precipitada por la temprana muerte de Alfonso XII y el inicio de la Regencia de María Cristina.

Moret figuró en el Gobierno largo de Sagasta (1885-1890) como ministro de Estado (1885-1888) y de Gobernación (1889). En su seno, representó a la fracción democrática, defensora del librecambismo y de la introducción de reformas legislativas que, sin cuestionar la Constitución de 1876, democratizasen el régimen. Pese a lo exiguo de su número, el balance político del grupo fue exitoso, pues, además de liberalizar el comercio exterior con una política de tratados de comercio, y de reinstaurar la base quinta del Arancel de Figuerola de 1869, que estipulaba un desarme arancelario gradual, logró la aprobación de la Ley de Asociaciones (1887), del Jurado (1888) y, especialmente, del Sufragio Universal (1890), redactada por Moret a su paso por Gobernación. No obstante, el papel más relevante lo desempeñó como ministro de Estado, cartera que retuvo durante tres años, un período excepcionalmente largo para los parámetros de la Restauración, caracterizados por la fugacidad ministerial. Frente a la política de los conservadores —en el poder de forma predominante entre 1875 y 1885—, partidaria de un recogimiento, Moret preconizó una política exterior activa como modo de fortalecer el régimen de la Regencia. Se aproximó a Inglaterra, porque la consideraba la única capaz de garantizar la integridad territorial de los dominios coloniales españoles en las Antillas, como había hecho durante la Primera República al frenar las pretensiones expansionistas de los Estados Unidos. Simultáneamente, se alineó con Alemania e Italia, adhiriendo a España al pacto secreto de la Triple Alianza en mayo de 1887. La finalidad de ese acuerdo con países rivales de Francia era presionar a ésta en los contenciosos abiertos, derivados de las aspiraciones del país vecino sobre Marruecos y de su condescendencia con los republicanos exiliados de Ruiz Zorrilla, quienes conspiraban para derribar a la Monarquía alfonsina.

En diciembre de 1892, tras dos años de turno conservador, regresó al Gabinete, encargándose de la cartera de Fomento. Desde ella, procuró modernizar la educación, dotándola de un carácter integral, de acuerdo a los principios krausistas de la Institución Libre de Enseñanza, que incluyera la enseñanza de las materias experimentales y de la Gimnasia. No concluyó su tarea porque en abril de 1893 pasó al Ministerio de Estado, donde, a diferencia de la década de 1880, planteó una política menos ambiciosa. Así lo demostró en su gestión del incidente de Melilla en octubre de 1893. Motivado por una serie de enfrentamientos fronterizos con las cábilas rifeñas, arrojó como saldo la muerte de varios soldados españoles y del general Margallo. Frente a una opinión pública belicista y ejerciendo de facto de jefe de Gobierno por la enfermedad de Sagasta, Moret forzó una solución diplomática que, con el respaldo de las potencias europeas, ofreció una salida airosa a España, concretada en una pequeña indemnización a pagar por el sultán marroquí. Más importancia tuvieron, sin embargo, sus esfuerzos por entorpecer el giro proteccionista de su propio partido, representado por Germán Gamazo, con quien se enfrentó en esos años por una jefatura liberal en que la edad y la salud de Sagasta hacían presagiar una próxima sucesión. Fue derrotado en octubre de 1894, al intentar renovar el tratado comercial con Alemania, por una alianza integrada por gamacistas y conservadores, asistidos por la presión de los industriales vascos y de la Liga Agraria castellana.

Tras el estallido de la rebelión en Cuba en 1895, encabezó, dentro del partido, la posición partidaria de resolver el conflicto mediante la concesión de una amplia autonomía a las colonias. Se oponía en esto a los conservadores, proclives al mantenimiento del statu quo existente, y a los gamacistas, opuestos a toda reforma previa a la finalización del conflicto. Con aquellos supuestos accedió al Ministerio de Ultramar en octubre de 1897. Pese a la firma del citado decreto, no logró poner fin al conflicto; tampoco pudo evitar la intervención militar de los Estados Unidos en abril de 1898 —momento en que dimitió de su cargo—, aunque cedió a todas las exigencias norteamericanas: firma de un armisticio con los rebeldes y concesión de la libertad comercial a Cuba. Parece, incluso, que no rechazó una hipotética venta de la isla a fin de impedir un conflicto, cuyas consecuencias desestabilizadoras para la Monarquía temió en todo momento, aunque la negativa de la Regente truncase tal posibilidad.

Esa política conciliadora le granjeó la animadversión de importantes sectores militares; entre otros, de los últimos capitanes generales de Cuba y Filipinas, Blanco y Primo de Rivera, quienes le consideraron responsable de la derrota.

Al igual que otros políticos dinásticos, superó las críticas procedentes de aquellos sectores regeneracionistas que culparon del “desastre” a toda la clase política de la Restauración y propugnaron un cambio de prioridades, concretadas en la recuperación educativa y económica, especialmente de la agricultura a través de la extensión del regadío, así como la renovación de los políticos encargados de su puesta en práctica. Moret supo reaccionar y en los primeros años del siglo XX se apropió del discurso de la regeneración, que, es cierto, había manejado en la década de 1890, y atrajo a sus posiciones a representantes de aquella corriente, como Basilio Paraíso o Santiago Alba. Incluso sus expectativas de suceder a Sagasta mejoraron tras la aproximación de Gamazo al Partido Conservador. Entre marzo de 1901 y diciembre de 1902, desempeñó la cartera de Gobernación, salvo un intermedio de ocho meses en que ocupó la Presidencia del Congreso. En la época, ambos cargos se consideraban reservados a los delfines; el primero de ellos, por las posibilidades de engrosar la clientela política que ofrecía la organización del encasillado electoral; el segundo, por su asesoramiento al Monarca en las crisis políticas.

Participó en la polémica anticlerical de la primera década del siglo XX. El fortalecimiento de las posiciones de la Iglesia durante la Restauración, acrecentado por la llegada de órdenes religiosas francesas que huían de la política religiosa desplegada por la Tercera República en el país vecino, junto a la conciencia de que la Iglesia era culpable del atraso del país por su control sobre la educación, llevó a los republicanos y a ciertos sectores del Partido Liberal a enarbolar la bandera anticlerical. En el caso de este último grupo, se ha visto también detrás de esa estrategia el intento de engrosar sus bases sociales con las clases medias urbanas, en principio más laicas. La pugna se centró en el campo educativo y, sobre todo, en la reducción del número de órdenes religiosas, que, por una interpretación laxa del Concordato de 1851 durante la Restauración, habían superado ampliamente las tres estipuladas para cada provincia por aquel texto. Moret compartió las posiciones de su partido, si bien de forma moderada, pues se opuso a quienes, como Canalejas, querían llevar a la práctica esas medidas de forma unilateral. Frente a ellos, y convencido de que el país era mayoritariamente católico, abogó por una negociación con la Santa Sede.

Tales divisiones erosionaron al Gabinete y auspiciaron la vuelta al poder de los conservadores de Silvela.

Poco después fallecía Sagasta y se abría la lucha sucesoria entre Moret, que parecía el candidato mejor colocado por su trayectoria y peso entre los comités del Partido, y Montero Ríos, con más apoyos entre los parlamentarios. A ellos sumaba sus ambiciones Canalejas con un programa anticlerical y abierto a la intervención del Estado en cuestiones sociales. Ante la petición de varios dirigentes liberales, se celebró una reunión de parlamentarios y ex-parlamentarios del Partido en noviembre de 1903 para designar líder, cuyo resultado no clarificó la situación, pues Moret obtuvo ciento noventa y cuatro votos y Montero Ríos, doscientos diez. Tal división sólo favorecía a los conservadores, quienes pudieron gobernar entre 1903 y 1905, momento en que también se vieron debilitados por las divisiones entre Maura y Fernández Villaverde. Esto permitió, a su vez, el regreso liberal al Gabinete. Entre medias, los aspirantes al liderazgo habían aparcado sus diferencias, conscientes de que ésa era la única manera de recuperar el poder. Fue Montero Ríos quien accedió a la Presidencia del Consejo de Ministros en junio de 1905, respaldado por otros líderes, como Canalejas o López Domínguez, e, incluso, por el propio Moret.

Su Gobierno dimitió en diciembre del mismo año tras el asalto de los militares de la guarnición de Barcelona a los periódicos catalanistas Cu-Cut y La Veu, en represalia por sus artículos de sesgo nacionalista, y el ulterior respaldo de Alfonso XIII a dicha acción y a la aprobación de una Ley de Jurisdicciones que pusiera bajo la justicia militar los delitos de opinión contra el Ejército y la Patria. En una situación de virtual golpe de Estado, Moret asumió la Presidencia. Semejante triunfo político conllevó una abdicación de ideales en un liberal, llevándole a aprobar la Ley de Jurisdicciones pese a que vulneraba la división de poderes, uno de los pilares de todo sistema liberal, al recortar las competencias del judicial. Moret justificó esta medida como un mal menor ante el riesgo de ruptura del régimen parlamentario por la actuación militar y procuró minimizar su alcance. Permaneció en el cargo hasta junio de 1906. En esos meses tomó decisiones importantes, como la aprobación del Arancel de 1906, cuyo signo proteccionista supuso también un giro en uno de los adalides del librecambio en España. Detrás de esa decisión estuvo, seguramente, el intento de compensar a los catalanes tras la aprobación de la Ley de Jurisdicciones; por otra parte, Moret había suavizado sus posiciones anteriores a este respecto, y aceptado muchos postulados del nacionalismo económico que se imponían en la Europa de esos años. No obstante, también es cierto que pensó suavizar los efectos del Arancel con la firma de ulteriores tratados comerciales, nunca firmados por la fugacidad de su mandato.

Paralelamente, se celebró la Conferencia de Algeciras en la que, pese a las presiones alemanas, España respaldó un acuerdo sobre Marruecos que concedía a Francia la hegemonía, si bien abría la puerta a una mayor influencia española en el norte de aquel país.

A esas alturas Moret había consolidado su posición en el Partido mediante su alianza con el conde de Romanones, una de las figuras emergentes del mismo.

Sin duda, estaba igualmente convencido de contar con el respaldo regio en pago a los servicios prestados en la crisis de la Ley de Jurisdicciones. Esto último le llevó a solicitar el decreto de disolución de las Cortes a fin de organizar unas elecciones y poder confeccionarse una holgada mayoría en una Cámara en la que el grupo liberal, elegido durante el mandato de Montero Ríos, se hallaba fragmentado entre las facciones de los distintos líderes. Al tiempo, planteó una reforma constitucional con el objeto de atraerse a los republicanos y engrosar sus partidarios por la izquierda, restándoselos a Canalejas. Aquélla se centraba en dos puntos: la democratización del Senado mediante la elección de todos sus componentes, eliminando los miembros natos y los designados de forma vitalicia por el Rey; y la reforma del artículo 11 del texto de 1876, relativo a la libertad religiosa, con la consagración de la plena libertad de cultos. Sin embargo, la oposición de parte de sus compañeros de Partido, las presiones de Maura, que amenazó con abandonar la política si se consumaba la concesión del decreto, junto a la negativa de Alfonso XIII a disolver las Cortes precipitaron su dimisión en julio de 1906.

Le sucedió López Domínguez, cuya política anticlerical, inspirada por Canalejas, causó el disgusto del Rey y de parte de los propios liberales. Moret aprovechó dicho malestar para conspirar en la llamada crisis del papelito, ocurrida en diciembre de 1906. En ella, el político liberal envió una carta al Monarca anunciándole la retirada de su apoyo al gabinete liberal. Eso equivalía a derribarlo, pues, según la práctica política de la Restauración, dado que los votantes no determinaban las mayorías a causa de la manipulación electoral, el requisito exigido a cualquier líder para conservar el poder pasaba por garantizar la unidad del Partido.

La fulminante dimisión de López Domínguez ofreció a Moret la posibilidad de encabezar un nuevo Gobierno.

Tras serias dificultades a la hora de constituirlo, se vio obligado a dimitir sólo cuatro días más tarde ante la rebelión de parte del grupo parlamentario liberal.

Con ello, concluía año y medio de estancia en el poder del Partido Liberal en los que había mostrado su esterilidad como instrumento de gobierno. Dividido en facciones encabezadas por personajes como Moret, Montero Ríos, Canalejas, López Domínguez o Romanones, no consiguió forjar un liderazgo firme y capaz de aglutinar a sus miembros. A diferencia del anterior, el Conservador había superado sus rencillas, agrupándose en torno a Maura, quien accedió al poder con un programa de regeneración centrado en la eliminación del caciquismo. En esa situación de debilidad, acrecentada por la escisión del Partido Liberal Democrático de Montero Ríos y Canalejas, Moret fue elegido jefe del Partido Liberal. Su oposición giró en torno al Proyecto de Reforma de Administración Local de Maura; en especial se centró en las mancomunidades provinciales, incluidas por los conservadores para conseguir el apoyo de los nacionalistas catalanes. Aunque Moret había impulsado un proyecto de descentralización en 1901, rechazaba las pretensiones de los nacionalismos catalán y vasco, por considerarlos ligados a intereses reaccionarios y perturbadores de la unidad del país.

En su lugar, vinculaba el triunfo del liberalismo en España a un centralismo político complementado con una descentralización administrativa.

Su oposición fue eficaz, pues logró, en compañía de los republicanos y gracias a las posibilidades concedidas por el reglamento del Congreso, bloquear la tramitación del proyecto con infinidad de enmiendas.

La colaboración con los republicanos se extendió a otras medidas de Maura, como el Proyecto de Ley contra el Terrorismo (enero de 1908), que suprimía el juicio con jurados en Barcelona y autorizaba al cierre de la prensa anarquista y de la que publicase noticias “maliciosamente falsas”, que acabó siendo retirado por el líder conservador. Tales éxitos, unidos al rechazo a otra serie de medidas gubernamentales consideradas reaccionarias, en particular las religiosas, animaron a la formación de un bloque de izquierdas, encabezado por Moret, por ser el político con más posibilidades de gobernar. Dicha alianza emulaba la formada en Francia por republicanos y socialistas. En el caso español, junto a liberales, liberales demócratas y algunos republicanos, como Melquíades Álvarez, fue dinamizado por periódicos de talante liberal y gran tirada, como El Imparcial o El Liberal, agrupados en una sociedad llamada El Trust.

Si bien el éxito del bloque fue escaso por la actitud hostil de liberales como Romanones o Canalejas, recelosos de todo lo que pudiera fortalecer a Moret, por la frialdad del Rey y el apoyo tibio de los propios republicanos, la “Semana Trágica” sirvió para reactivarlo.

En julio de 1909 las tropas españolas acantonadas en Marruecos sufrieron una estrepitosa derrota en el Barranco del Lobo. La urgencia de refuerzos llevó al Gobierno, en una acción imprudente, a llamar a reservistas de una ciudad tan conflictiva como Barcelona.

El rechazo al alistamiento provocó una insurrección que, tras una semana de combates, arrojó como saldo la quema de algunos conventos y un centenar de muertos. La represión ulterior generó, a su vez, una campaña internacional de condena al régimen político español al que se identificaba con el oscurantismo de la época inquisitorial.

Moret dirigió el contraataque parlamentario, censuró el comportamiento gubernamental por su ineficacia y talante reaccionario y exigió el poder al Rey, intercalando veladas amenazas respecto a una posible inclinación hacia la república del partido liberal. Alfonso XIII, temeroso ante esa presión y ante las consecuencias de una campaña internacional que lo colocaba en el trono de una España reaccionaria y clerical, forzó la dimisión de Maura. De esta forma, Moret subió al poder en octubre de 1909 y se mantuvo hasta febrero de 1910. Esos meses transcurrieron entre la preparación de elecciones y las pugnas internas con otros liberales, molestos por el predominio adquirido por Moret y los bloquistas. El fantasma del peligro republicano, hábilmente manejado por Romanones, Canalejas y Maura, acabó presionando sobre el Rey que, de nuevo, se negó a conceder a Moret el decreto de disolución de las Cortes y se lo entregó de manera sorpresiva a Canalejas en febrero de 1910. Tal decisión fue crucial en la historia de la Restauración: por primera vez, el Monarca vulneraba el sistema del turno al escoger a un político por encima del líder de un partido dinástico.

En cuanto a Moret, aquello puso fin a su vida política: siguió ocupando un lugar importante en el Partido e, incluso, alcanzó de nuevo la Presidencia del Congreso en diciembre de 1912, pero ya no contaba como alternativa. Su tiempo político había concluido; el vital lo haría poco después, en enero de 1913.

Moret estuvo presente en multitud de ámbitos de la vida social y cultural del país. Fue presidente de la Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación (1870) y perteneció a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (aunque no llegó a leer el discurso de ingreso). Sin embargo, donde más relevancia adquirió fue como presidente del Ateneo Científico y Literario de Madrid (cursos 1884-1886, 1894-1897 y 1899-1913) y de la Institución Libre de Enseñanza (1881-1913). Presidió, asimismo, la Real Sociedad Geográfica. Escribió poco, pero su pensamiento se recoge en infinidad de discursos pronunciados en el Parlamento y otras instituciones.

 

Obras de ~: El capital y el trabajo ¿son armónicos o antagonistas?, Madrid, Miguel Arcos y Sánchez, 1861; con L. Silvela, La familia foral y la familia castellana, Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de José Cuesta, 1862; Perjuicios que causa el proteccionismo en las clase obreras, discurso pronunciado en el Ateneo, Madrid, 1863; Estudios Financieros, Madrid, 1868; La Naturaleza fuente del derecho, discurso leído en la sesión inaugural de la Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación, el día 28 de noviembre de 1870, Madrid, Academia Matritense de Jurisprudencia y Legislación, 1871; La representación nacional, teoría del sufragio, discurso pronunciado en el Ateneo con motivo de la apertura de sus cátedras, Madrid, 1884; La idea de la Patria demostrada en la Historia, discurso pronunciado en el Ateneo con motivo de la apertura de sus cátedras, Madrid, 1885; El Ateneo de hoy comparado con el de otros tiempos, discurso pronunciado en el Ateneo con motivo de la apertura de sus cátedras, Madrid, Ateneo, 1894; El referéndum, discurso leído en el Ateneo con motivo de la apertura de sus cátedras, Madrid, Ateneo, 1895; Doctrina filosófica y social del anarquismo, discurso pronunciado en el Ateneo con motivo de la apertura de sus cátedras, Madrid, 1896; De las causas que han producido la decadencia del sistema parlamentario, discurso leído en el Ateneo con motivo de la apertura de sus cátedras, Madrid, 1899; Centralización, descentralización, regionalismo, conferencia dada en el Ateneo de Madrid, Madrid 1900; La Ley belga. Sobre la proporcionalidad electoral, discurso leído en el Ateneo con motivo de la apertura de sus cátedras, Madrid, 1901; El problema social agrario en España, conferencia dada en el Ateneo, Madrid, 1904; La transformación de Egipto, conferencia dada en el Ateneo, Madrid, 1905.

 

Bibl.: A. M. Segovia, “Excmo. Sr. D. Segismundo Moret y Prendergast”, en Figuras y figurones, t. I (1877); E. Prugent Llobera, Los hombres de la Restauración, t. IV, Madrid, Tipografía de la Madre Patria, 1883; F. Goitia et al., Moret como ministro de Estado, Bilbao, Imprenta de la Casa de Misericordia, 1893; L. Antón del Olmet y A. García Carraffa, Los grandes españoles. Moret, Madrid, Imprenta de Juan Pueyo, 1913; G. Maura Gamazo, Historia crítica del reinado de Don Alfonso XIII, Barcelona, Montaner y Simón, 1919; Conde de Romanones, Moret y su actuación en la política exterior de España, Madrid, Gráfica Ambos Mundos, 1921; A. González Cavada, Segismundo Moret, Madrid, Purcalla, 1947; A. Elorza, “Los temas políticos de la Restauración a través de un pensador liberal”, en Cuadernos Hispanoamericanos, 197 (1966), págs. 278-316; M. Espadas Burgos, Alfonso XII y los orígenes de la Restauración, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1975; J. Varela Ortega, Los amigos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración (1875-1900), Madrid, Alianza, 1977; F. Villacorta Baños, El Ateneo de Madrid (1885-1912), Madrid, CSIC, 1985; J. M. Serrano Sanz, El viraje proteccionista en la Restauración. La política comercial española, 1875-1895, pról. de J. L. García Delgado, Madrid, Siglo XXI, 1987; S. Forner Muñoz, Canalejas y el partido liberal democrático, Cátedra, Madrid, 1993, J. Moreno Luzón, Romanones. Caciquismo y política liberal, Madrid, Alianza, 1998; J. Pan-Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid, Alianza, 1998; M. A. Lario González, El Rey, piloto sin brújula. La Corona y el sistema político de la Restauración, 1875-1902, Madrid, UNED, Biblioteca Nueva, 1999; J. C. Sánchez Illán, Prensa y política en la España de la Restauración. Rafael Gasset y El Imparcial, Madrid, Biblioteca Nueva, 1999; S. Moret, Textos sobre la cuestión colonial, estudio preliminar de S. Forner Muñoz, Oviedo, Universidad, 2001; C. Ferrera Cuesta, La frontera democrática del liberalismo: Segismundo Moret (1838-1913), Madrid, UAM, Biblioteca Nueva, 2002.

 

Carlos Ferrera Cuesta

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