Jareño y Alarcón, Francisco. Albacete, 24.I.1818 – Madrid, 8.X.1892. Arquitecto, académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid.
De familia humilde, comenzó la carrera eclesiástica en 1833 en el seminario conciliar de Murcia, pero falto de vocación sacerdotal, e iniciado por su padre en los rudimentos de la Geometría y el Dibujo lineal, se trasladó a Madrid para cursar estudios de Arquitectura en la recién creada Escuela de Arquitectura de Madrid (1845), finalizando en 1848, año en que consiguió una pensión para completar sus estudios en el extranjero (Roma). A su regreso en 1852, obtuvo el título de arquitecto. Al año siguiente, recibió una nueva pensión para viajar a Inglaterra y a Alemania, viajes que marcaron profundamente su práctica profesional. Por entonces comenzó su labor docente en la Escuela de Arquitectura de Madrid, llegando a alcanzar por oposición la cátedra de Historia de la Arquitectura (1855) y a dirigir la Escuela durante los años 1874-1875.
Su actividad profesional se inició en tiempos de la Monarquía liberal isabelina, ostentando a lo largo de su trayectoria diversos cargos y nombramientos vinculados con la Administración, circunstancia que le procuró importantes proyectos de edificios oficiales; fue arquitecto del Ministerio de Fomento (1857), del Ministerio de Hacienda (1864), jefe de administración honorario de 1.ª clase (1864), inspector facultativo de Construcciones Civiles del Distrito Central (1888).
Jareño perteneció a la primera generación de arquitectos formada en la Escuela de Arquitectura de Madrid, y su obra se desarrolló en un contexto de crisis del academicismo neoclásico, con la introducción del pensamiento romántico historicista que desembocó en el eclecticismo. La actitud creativa de Jareño, en principio influida por los preceptos del lenguaje clásico de sus maestros académicos y la pensión en Roma, se caracterizó por un decidido interés por las nuevas técnicas de construcción y materiales como el hierro o el ladrillo, fruto del conocimiento de las últimas corrientes de la arquitectura extranjera, sobre todo alemanas. Asimismo, por el estudio de la historia con un criterio eminentemente pragmático, por la utilización de un método compositivo racional y analítico basado en la metodología de Durand, y por último, por la adopción lingüística de corrientes como el neorrenacimiento y los neomedievalismos. Una primera muestra de este talante fue su colaboración en la Revista de Obras Públicas, el órgano oficial del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, junto a personajes de la talla de Lucio del Valle o Carlos María de Castro, donde publicó su artículo Arquitectura (1853), fomentando la colaboración más que la controversia entre arquitectos e ingenieros.
En los comienzos de su trayectoria profesional fue galardonado por sus proyectos para la Exposición de Agricultura de Madrid, celebrada en 1857 en la montaña del Príncipe Pío, en la que destacó la construcción de su pintoresco “pabellón arábigo”.
Sus edificios contribuyeron poderosamente a la construcción de la imagen de Madrid como capital moderna de la Monarquía liberal burguesa, en un período de puesta en marcha de importantes reformas urbanas y promoción de edificios públicos. En los límites del ensanche de Madrid de Carlos María de Castro, Jareño proyectó los edificios públicos más importantes del período isabelino: la Casa de la Moneda (1856-1861), y la Biblioteca Nacional (1866-1892).
Su primera obra de mayor repercusión sería la Casa de la Moneda de Madrid (1856-1861), proyectada con Nicolás Mendívil. Emplazada en un amplio solar que tras su derribo (1970) fue ocupado por la actual plaza del Descubrimiento en Colón, fue un proyecto racionalista en la línea de la arquitectura industrial “de ladrillos”. Su frente principal se abría a la plaza de Colón mediante dos pabellones cúbicos que avanzaban respecto al plano de fachada, generando un patio interno cerrado por verja. Estos pabellones, conocidos como los “Jareños”, alojaban los talleres y las dependencias de la Casa de la Moneda, y la Fábrica Nacional del Sello, y presentaban una composición clásica y simétrica de vanos recortados y recercados en piedra sobre paramentos de ladrillo. Pese a esta composición, llamaba la atención el innovador empleo del ladrillo en las naves industriales, concebido como una unidad constructiva y decorativa.
Entre 1860 y 1863 proyectó el Tribunal de Cuentas de Madrid, en la calle Fuencarral (frente al Hospicio de Madrid). El edificio se configura como un volumen ligeramente trapezoidal —que repite la forma del solar—, organizado en torno a un patio interior de la misma geometría. Su fachada principal —recrecida posteriormente mediante un ático añadido sobre la línea de cornisa— destaca por su composición académica y racional y su severo clasicismo.
En el solar contiguo a la Casa de la Moneda, proyectó, por encargo del Ministerio de Fomento, su obra de mayor envergadura, el Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales (1865-1892), actual sede de la Biblioteca Nacional y Museo Arqueológico Nacional.
En 1866 Isabel II ponía la primera piedra, si bien al poco las obras fueron interrumpidas. Después de diversas vicisitudes, en 1881 Jareño cesó en la dirección de las obras, nombrándose en 1884 a Antonio Ruiz de Salces director de las mismas, quien concluyó el edificio en 1892 con sustanciales variaciones sobre el proyecto de Jareño. El diseño original de Jareño poseía una planta académica inspirada en el modelo de museo ideal de Durand (1802). Un cuadrilátero con una cruz griega inscrita, configurando de este modo galerías y salas en torno a cuatro grandes patios. En el centro se situaba una sala de lectura ochavada cubierta por una cúpula de paños trasdosada al exterior, por donde se filtraba luz cenital. Mención especial merecen dos trabajos hoy desaparecidos: las estructuras de hierro de los depósitos de libros de la Biblioteca Nacional; así como las estructuras de cubierta y las columnas de fundición con capiteles neogriegos de los denominados patios árabe y romano, pertenecientes al Museo Arqueológico Nacional.
La fachada principal de Jareño, de marcado carácter clasicista (sustancialmente modificada posteriormente por Ruiz de Salces), presentaba un cuerpo basamental almohadillado, y otros dos superiores: una planta baja —a la que se accedía por una monumental escalera—, articulada por ventanas separadas por pilastras jónicas. Y un tercer cuerpo, en el que las ventanas eran sustituidas por hornacinas para albergar esculturas en su interior, rematadas por frontones y medallones con bustos según el estilo renacentista.
El conjunto se organizaba simétricamente en torno al eje formado por un pórtico central octástilo con dos niveles de órdenes, jónico el de abajo y corintio el superior, rematado por un frontón. El alzado del Museo Arqueológico guarda más intacta la imagen original de Jareño. La fachada es de inspiración neogriega, planteando afinidades con la obra de K. F. Schinkel y L. Von Klenze, estudiada en su viaje a Alemania. A pesar de las modificaciones introducidas en el edificio, la impronta de Jareño es evidente, no sólo en esta fachada, sino también en el perímetro del edificio, en el cuerpo basamental y la verja exterior.
Jareño asimiló en su obra las lecciones renovadoras del clasicismo romántico alemán de la obra de Schinkel y Klenze, caracterizadas por su simplicidad formal, su calidad constructiva, y el empleo racional del ladrillo. Bajo la influencia y el estudio de modelos alemanes, realizó un proyecto de escuelas de instrucción primaria, premiadas en concurso público y mandadas publicar por el Estado en 1870.
Fuera de la capital, es obra suya el Teatro Pérez Galdós de las Palmas de Gran Canaria (1867), y realizó diseños de restauración para la catedral de la misma ciudad. El teatro, incendiado en 1918, reconstruido después, y hoy nuevamente rehabilitado, conserva de Jareño tan sólo el aspecto general del la fachada principal.
En el mismo año, Jareño ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando como académico numerario, en la plaza de arquitecto-artista de la Sección de Arquitectura. En el acto de toma de posesión leyó el discurso titulado De la Arquitectura policrómata (6 de octubre de 1867). En él Jareño planteó un tema de enorme actualidad por entonces, el descubrimiento de la policromía en la arquitectura griega, demostrando su profundo conocimiento de las investigaciones y polémicas europeas más recientes sobre este particular (Hittorf, Semper, entre otros). Su reflexión crítica partía de una rigurosa investigación basada en el estudio directo de los monumentos y ruinas de la Magna Grecia, especialmente del templo de Hércules en Agrigento, sobre el que realizó algunos proyectos de restauración. Su texto revela el interés por la historia de la arquitectura, no sólo como mera erudición teórica, sino también como fuente de conocimientos prácticos aplicables a la arquitectura moderna.
Su dimensión de docente, de historiador y teórico de la arquitectura no fue secundaria. Uno de los debates que sacudió el terreno arquitectónico en el siglo XIX fue el conflicto entre una concepción de la arquitectura como arte, opuesta a su dimensión como técnica. Preocupación que Jareño recogió en un discurso posterior, Importancia de la arquitectura y sus relaciones con las demás Bellas Artes (1880), en el que defendía un enfoque funcionalista, atento a problemas de construcción y distribución, cuando afirmaba: “Es la arquitectura, ante todo, ciencia y tecnicismo. Su dominio, la matemática”.
Otro escalón en su reconocimiento social y profesional fue su nombramiento como director de la Escuela de Arquitectura de Madrid (1875). Desde este puesto, así como desde el de académico de San Fernando, participó en el impulso de la época hacia el conocimiento y revalorización del patrimonio nacional medieval, en paralelo al desarrollo de la restauración de monumentos. Desde 1856 a 1870, fue miembro vocal de la Comisión creada por Real Orden de 3 de junio de 1856 a iniciativa de la Escuela de Arquitectura (desde 1872 dependería de la Academia), con la finalidad de promover los célebres viajes artísticos de estudio a ciudades históricas españolas. El objetivo era inventariar, estudiar y dibujar in situ los monumentos más insignes del patrimonio histórico español, para finalmente divulgarlos en la publicación Monumentos Arquitectónicos de España, iniciada en 1859. Los cuadernos de esta serie de monografías destacaron por la belleza de su documentación gráfica, en forma de grabados calcográficos ejecutados sobre los dibujos de alumnos de la Escuela dirigidos por Jareño y otros profesores.
Jareño participó, como ponente de la Sección de Arquitectura de la Academia de San Fernando, en la elaboración de diversos informes e inspecciones relativos a intervenciones sobre el patrimonio monumental, colaborando en las tareas de la Comisión Central de Monumentos. Dentro de esta faceta, es reseñable su polémica restauración neogótica de la Casa-torre de los Lujanes en Madrid (1877).
En 1876 proyectó la reforma y ampliación de los locales de la sede de la Escuela de Arquitectura, instalada entonces en el antiguo seminario de nobles (actual instituto de San Isidro). Al año siguiente, intervino en la sede de la Universidad Central. El edificio ocupaba el solar de lo que había sido la iglesia y el noviciado de la Compañía de Jesús, derribado a partir de 1842 para ubicar la Universidad Central, bajo la dirección de Mariátegui y Pascual y Colomer. Entre 1877 y 1882 Jareño llevó a cabo la ampliación del inmueble con vuelta a la calle de los Reyes, colmatando la fachada con la inclusión del edificio que hoy es el instituto Cardenal Cisneros.
La obra de Jareño se desarrolló en su última etapa en el período de la Restauración de Alfonso XII, seguida, desde 1885, de la Regencia de María Cristina de Habsburgo. El contexto nacionalista y neocatólico del régimen influyó en cierto sentido en buena parte de la práctica arquitectónica, traduciéndose en el desarrollo de tipologías religiosas, benéficas o docentes, ligadas al auge de los estilos neomedievales, especialmente del neomudéjar. Como reflejo de la teoría decimonónica que apoyaba la consideración ideológica de cada estilo en función del programa del edificio, el neomudéjar fue empleado por sus valores nacionales asociados, pero, además, por el interés de sus aspectos técnico-constructivos y decorativos, la mayor parte de las veces a través de versiones eclécticas, mezclando elementos de varias tradiciones, incluso clásicos, de ahí la mayor corrección del término “arquitectura de ladrillos” (Adell Argilés). Jareño fue uno de los arquitectos que contribuyeron al desarrollo de esta arquitectura de ladrillos en Madrid. Se ha atribuido a Jareño el proyecto de la plaza de toros de Toledo (1885), donde se empleó el tradicional sistema de mampostería alternado con franjas de ladrillo, siguiendo la forma de aparejo de los monumentos mudéjares.
Sus últimas obras madrileñas se adscriben a esta tendencia. La Escuela de Veterinaria de Madrid (hoy instituto de bachillerato Cervantes) (1877-1881), en la que el ladrillo hace las veces de estructura y de decoración.
Dos años más tarde, construyó uno de sus edificios más elogiados, el Hospital del Niño Jesús (1879-1885). Su creación fue fruto de la labor filantrópica y caritativa de la “Asociación Nacional para el cuidado y sostenimiento de niños”, presidida por la duquesa de Santoña. Un cuerpo central formaba el eje del edificio, del que partían tres pabellones perpendiculares a la fachada de la calle Menéndez Pelayo. Sobre el eje del pabellón central se coloca la iglesia, en las naves paralelas, de gran longitud, las habitaciones. La fachada principal de la iglesia del Hospital del Niño Jesús presenta todo el repertorio de juegos ornamentales y constructivos derivados de la artesanía del ladrillo —arquillos ciegos, redes de rombos, cromatismo del material, arcos y hornacina—, mostrando una gran maestría y perfección en la ejecución, lo que motivó que obtuviera galardones en diversos concursos internacionales: Medalla de Oro en las Exposiciones de Amberes (1886), París (1886), Londres (1887), Viena (1887) y Barcelona (1888). Con posterioridad, el Hospital ha sufrido varias reformas y ampliaciones que han desvirtuado, en parte, su imagen y traza originaria.
Paralelamente, desde 1875 hasta su muerte en 1892 llevó a cabo, en su calidad de arquitecto del Ministerio de Fomento, diversas obras para el Museo Nacional de Pintura y Escultura (Museo del Prado). Fue miembro de la Junta Inspectora de las Obras del Museo desde 1883, casi sin intervalo, hasta su muerte.
Proyectó la nueva escalera de la fachada norte (1879- 1881), en sustitución de la rampa original de Villanueva, eliminada a causa de los desmontes del terreno para la apertura de calles del nuevo barrio del Retiro.
La escalera estaba formada por seis tramos acompañados por una balaustrada de piedra, dispuestos en forma de cruz con cuatro mesetas. En la fachada posterior del Museo, tras el derribo del muro de contención entre el Museo y la antigua huerta jerónima y el desmonte de los terrenos que estaban a la espalda del edificio, planteó la reordenación del alzado de la fachada oriental y la reforma del cuerpo absidal (1883- 1892). En el interior del cuerpo absidal Jareño proyectó la sustitución de la tribuna-galería existente, obra de Narciso Pascual y Colomer, por un forjado de estructura metálica que lo dividiera en dos plantas distintas, proyectando en su nivel superior una cubierta con armaduras y lucernario metálicos, y unificando la línea de cornisa de este volumen con la general del edificio. En la planta baja de este cuerpo absidal realizó la sala griega. Jareño estuvo al frente de las obras del Museo hasta el final de sus días, y entre 1890 y 1892 aún realizaba varias obras y proyectos, entre ellos la reforma de las antiguas salas de escultura. Sus intervenciones en el Museo del Prado han sido alteradas o eliminadas en el transcurso del tiempo. Su escalera norte fue sustituida entre 1929 y 1946 por la actual, obra de Pedro Muguruza, y su fachada oriental se ha perdido, oculta detrás de los diversos cuerpos producto de las sucesivas ampliaciones del edificio en el siglo XX.
Además de las mencionadas, fue el autor de otras realizaciones, como la Escuela Central de Agricultura de Aranjuez, la decoración del anfiteatro del colegio de San Carlos, reformas en la sede de la Academia de San Fernando, y numerosas actuaciones en edificios por encargo de los Ministerios de Fomento y Hacienda.
Fue corresponsal en varias academias extranjeras, socio honorario de la Central de Arquitectos de Berlín (1867), miembro de la Sociedad Económica Matritense (1857) y alcanzó numerosos premios, condecoraciones y honores, entre otros, el nombramiento de caballero de la Real Orden de Carlos III (1858), honores de jefe de Administración (1864), comendador ordinario de la Orden de Carlos III (1865), comendador de la Orden de Isabel la Católica (1866), Gran Cruz de la Orden Civil de María Victoria (1872), honores de jefe superior de la Administración (1872) y Cruz de 1.ª Clase de la Corona Real de Prusia (1872).
Obras de ~: Casa de la Moneda, Madrid, 1856-1861; Pabellón arábigo, Exposición de Agricultura de Madrid, 1857; Tribunal de Cuentas, Madrid, 1860-1863; Biblioteca Nacional y Museo Arqueológico, Madrid, 1866-1892; Teatro Pérez Galdós, Las Palmas de Gran Canaria, 1867; Restauración de casa-torre de los Lujanes, Madrid, 1877; Universidad Central, Madrid, 1877; Escuela de Veterinaria de Madrid (hoy instituto de bachillerato Cervantes), 1877-1881; Hospital del Niño Jesús, 1879- 1885.
Escritos: “Arquitectura”, en Revista de Obras Públicas, 9 (1853), págs. 115-116; De la arquitectura policromata, discurso leído en Junta Pública de 6 de octubre de 1867, y contestado por don José Amador de los Ríos, separata de los discursos de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de San Fernando, t. I, Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1872; Memoria facultativa sobre los Proyectos de Escuelas de Instrucción primaria premiados en Concurso público, adquiridos por el Estado y mandados publicar por Decreto de S. A. el Regente del Reino de 7 de abril de 1870, Madrid, Imprenta del Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos, 1871; Importancia de la arquitectura y sus relaciones con las demás Bellas Artes, discurso leído ante la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en sesión pública de 6 de febrero de 1880, Madrid, Imprenta de Manuel Tello, 1881.
Bibl.: M. G. Otazo, “Palacio Nacional de Recoletos”, en Revista de la Sociedad Central de Arquitectos (1882), págs. 93- 96; “Nuevo Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales”, en Revista de la Sociedad Central de Arquitectos: Resumen de Arquitectura (1892-1893) (1893), págs. 44-47; “Apéndice. Datos biográficos del Académico Excmo. Sr. D. Francisco Jareño y Alarcón”, en Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, t. XVII, 170 (1897), págs. 316-320; C. Flores, “Rodríguez Ayuso y su influencia en la arquitectura madrileña”, en Hogar y Arquitectura, 67 (1966), págs. 50-63; A. González Amezqueta, “La arquitectura madrileña del ochocientos”, en Hogar y Arquitectura, 75 (1968), págs. 103-120; F. Sainz de Robles, “El Caserón de la ex-universidad de Madrid”, en Villa de Madrid, 25 (1968), págs. 30-36; A. González Amezqueta, “El eco de Ayuso en sus contemporáneos”, en La arquitectura neomudéjar madrileña de los siglos XIX y XX, en Arquitectura, 125 (1969), págs. 23-31; E. Pastor Mateos, “La Casa de la Moneda ya es de Madrid”, en Villa de Madrid, 29 (1970), págs. 5-15; P. Navascués Palacio, Arquitectura y arquitectos madrileños del siglo XIX, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 1973; A. Isac, Eclecticismo y pensamiento arquitectónico en España.
Discursos, Revistas, Congresos 1846-1919, Granada, Diputación Provincial, 1987; J. M. Adell Argilés, Arquitectura de ladrillos en el siglo XIX: técnica y forma, Madrid, Fundación Universidad-Empresa, 1987; J. Arrechea Miguel, Arquitectura y Romanticismo. El pensamiento arquitectónico en la España del siglo XIX, Valladolid, Universidad, 1989; J. Hernando, Arquitectura en España, 1770-1900, Madrid, Cátedra, 1989; R. Guerra de la Vega, Guía de Madrid. Siglo XIX, t. I, Madrid, 1993; A. Marcos Pous, “Proyectos y obras de construcción del Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, sede del Museo Arqueológico Nacional”, en VV. AA., De Gabinete a Museo. Tres siglos de Historia. Museo Arqueológico Nacional, Madrid, Ministerio de Cultura, 1993, págs. 101- 123; P. Navascués Palacio, Arquitectura Española (1808- 1914), en J. Pijoán (dir.), Summa artis: historia general del Arte, t. XXXV, Madrid, Espasa Calpe, 1994; VV. AA., Madrid y sus arquitectos. 150 años de la Escuela de Arquitectura, Madrid, Comunidad de Madrid, Consejería de Educación y Cultura, 1996; P. Moleón Gavilanes, Proyectos y obras para el Museo del Prado. Fuentes documentales para su historia, Madrid, Museo del Prado, 1996; J. M. Prieto González, “Efemérides inadvertidas”, en Arquitectura, 313 (1998), págs. 14-19; A. Berlinches Acín (dir.), Arquitectura de Madrid, Madrid, Fundación Cultural COAM, 2003, 3 vols.; M. A. Layuno Rosas, “El museo como tipo arquitectónico y monumento urbano en la ciudad del siglo XIX. Francisco Jareño y el Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales de Madrid”, en Anuario de la Universidad Internacional SEK, 9 (2004), págs. 253-261.
María Ángeles Layuno Rosas