Felipe III de Navarra. Felipe de Evreux. Conde de Evreux, de Angulema, de Mortain y de Longueville. Francia, 1301 – Jerez de la Frontera (Cádiz), 26.IX.1343. Rey de Navarra.
Primogénito varón de Luis de Evreux y de Margarita de Artois, creció en Francia integrado en el entorno de la Familia Real como sobrino de Felipe IV el Hermoso (1285-1314). Así, en 1311 se negoció infructuosamente su matrimonio con una hija del conde de Nevers para lograr la obediencia de la díscola nobleza flamenca. Finalmente, casó con Juana de Navarra el 18 de junio de 1318, hija de Luis X de Francia y I de Navarra, en virtud de un acuerdo que trató de resolver la problemática suscitada por los derechos de la niña al trono galo con su renuncia y la consolidación de fidelidades en el seno de la familia capeta. Felipe pasó entonces a disfrutar de los condados de Mortain y Angulema, concedidos a su esposa por el abandono de Brie y Champaña, retenidos por la Corona francesa. Poco después, heredó de su padre, par de Francia y jefe del Consejo Real y de los ejércitos de Flandes, los condados de Evreux y de Longueville y diversas plazas en la cuenca del Sena (1319).
Comenzó así a desempeñar un importante papel en la Corte, mostrando una inquebrantable lealtad hacia los vástagos de Felipe IV en su controvertida sucesión en el trono, reforzada tras el matrimonio de su hermana Juana de Evreux con Carlos IV de Francia y I de Navarra (1325).
Fallecido éste sin descendencia masculina, una asamblea de barones designó como sucesor en el trono galo a Felipe VI de Valois, excluyendo de nuevo a Juana de Navarra en virtud de una pretendida Ley Sálica (abril de 1328). Necesitados, sin embargo, del apoyo de Felipe de Evreux ante el discutible cambio dinástico y las aspiraciones de Eduardo III de Inglaterra, no dudaron en reconocer los derechos de su mujer al reino peninsular. Entre tanto, las fuerzas vivas de Navarra actuaron de común acuerdo destituyendo a los oficiales franceses y nombrando regentes a dos destacados miembros de la nobleza local (13-15 de marzo de 1328), antes de posicionarse a favor de Juana (1 de mayo de 1328). Informados del ánimo del reino y establecido en Francia un nuevo acuerdo sobre Champaña, Felipe y su esposa se mostraron dispuestos a ceñir la corona y enviaron a Navarra como lugartenientes a Enrique de Sully, Felipe de Melun y el señor de Archiac (20 de julio de 1328), suscitando la desconfianza de los representantes del reino que se negaban a continuar con la postración y el gobierno distante vividos durante el período capeto.
Parapetados en sus privilegios y defendiendo el pactismo como premisa para el reconocimiento de los Monarcas, los estamentos navarros debatieron largamente sobre el contenido del juramento regio y el papel del consorte. Con su presencia en el reino, Felipe y Juana calmaron las suspicacias y obtuvieron de las Cortes reunidas en Larrasoaña (27 de febrero de 1329) la aprobación de la jura conjunta y el reconocimiento de la potestad regia de Felipe. Los representantes del reino dieron así por concluido el período de regencia, una vez desligada Navarra de Francia.
Felipe por su parte reveló su intención de ejercer el gobierno “singularment, asi como marido et cabeça [de familia] debe aver de los bienes de su muyller et compaynnera” y buscó legitimar su autoridad presentándose como heredero del legado de la Monarquía pirenaica. Así lo manifestó en el acto de jura y coronación de los Monarcas en Pamplona el 5 de marzo de 1329, con el reconocimiento de la tradición jurídica del reino y la recuperación del simbólico número de doce ricoshombres, iniciando el reajuste de la dicotomía entre Rey y reino, propia de las dinastías foráneas precedentes. Con todo, trató de aprovechar las debilidades del reino para afianzar su poder monárquico a través de una imagen de pacificador. De este modo, ordenó la inmediata disolución de juntas y hermandades, articulando las reuniones de Cortes Generales como órgano de representación del reino más fácilmente manejable, en el que quedaron integradas las buenas villas y excluida, por el contrario, la baja nobleza de los infanzones. Estableció, asimismo, sin demora una comisión encargada de investigar los asaltos de las juderías en el interregno y compensar las pérdidas (2 de abril de 1329) y, al igual que los Capeto, aglutinó a la nobleza navarra en la lucha contra el bandidaje, iniciando ese mismo año las campañas en la frontera guipuzcoana y acordando con Alfonso IV de Aragón la entrega mutua de malhechores.
Además, consolidando su linaje en el trono, convocó nuevas Cortes en Olite (15 de mayo de 1329) para concretar algunos aspectos sobre la sucesión.
Tras acudir como testigos al acto de homenaje prestado en Amiens por Eduardo III de Inglaterra al rey de Francia (6-11 de julio de 1329) para mostrar el peso de su alianza con el Valois, los Reyes regresaron a Navarra. Felipe III se sirvió entonces de las atribuciones concedidas, con el fin de procurar los recursos necesarios al desarrollo de la autoridad monárquica.
Obtuvo así la aprobación del “monedaje” (1329-1330), que fue finalmente sufragado para evitar la emisión de nueva moneda ante la baja ley de la acuñación propuesta por el Monarca y el temor generalizado a un alza de precios. Inflexible en el cumplimiento de los pagos, la Corona castigó duramente a las poblaciones reticentes, como Tudela, pero negoció la cuantía a percibir como subvenciones del clero y las aljamas judías del reino. A medio plazo, la ausencia de acuñación propició la escasez de numerario en el reino y, con todo, Felipe III hubo de recurrir a importantes préstamos, que fueron, no obstante, rápidamente devueltos.
Resuelto además a cumplir el compromiso de respetar sus fueros para acabar con los recelos de las clases privilegiadas, nombró una comisión encabezada por Pedro de Atarrabia y un grupo de juristas de la Cort, con el propósito de ordenar, sistematizar y modernizar el aparente caos del cuerpo legal navarro.
En Pamplona, Felipe III presentó ante las Cortes su “Amejoramiento” (10 de septiembre de 1330), actualización de la anquilosada normativa del Fuero General a través de la derogación de algunos preceptos y la promulgación de otros artículos novedosos en materia civil, penal y procesal, abriendo así un proceso de mejoras legislativas de primer orden promovidas por el Monarca y denominadas “fueros nuevos” que concluirían con su reinado (ordenanza sobre homicidios, 1331; disposiciones sobre derecho sucesorio, 1333; etc.). Del mismo modo, ordenó iniciar la compilación de la multitud de fueros y disposiciones vigentes en el reino, con el ambicioso objetivo de unificar derechos en tres grandes marcos legales según la condición social (hidalgos, burgueses y labradores) nunca culminado.
Imbuido de espíritu caballeresco, Felipe III asumió como propio el proyecto de cruzada europea contra los musulmanes de Granada, fraguado durante el homenaje de Amiens. En consecuencia, suscribió un tratado de paz y amistad con Alfonso XI de Castilla en Salamanca (15 de marzo de 1330), ignorando las tentadoras ofertas de Alfonso de la Cerda. Obtuvo igualmente para la campaña el ofrecimiento del conde de Foix y de los reyes de Francia, Inglaterra y Bohemia así como el respaldo de Alfonso IV de Aragón. Sin embargo, Juan XXII, que había concedido al Monarca y a sus aliados los privilegios de Cruzada, desaconsejó pronto el proyecto (23 de marzo de 1330), que quedó definitivamente paralizado tras la firma de una tregua entre Castilla y Granada (19 de febrero de 1331). Desairado con Alfonso XI y animado por el heredero aragonés, que deseaba contrarrestar la influencia de su madrastra castellana, inició negociaciones para casar a su primogénita Juana con el hijo de Alfonso IV (octubre de 1331), que se dilataron sin resultados.
Felipe III y Juana II volvieron a Francia en el otoño de 1331. Allí, el rey de Navarra colaboró activamente con Felipe VI en su empeño por organizar una nueva Cruzada, dirigida esta vez a Tierra Santa, cuyos preparativos se prolongaron. Con el apoyo del Emperador y de los monarcas inglés y húngaro, y las ayudas concedidas por el papado, el Valois movilizó un ejército que, comandado por los reyes de Navarra y Mallorca, recibió la bendición apostólica a comienzos de 1336 en Avignon. Pero tras la escalada de tensión entre Francia e Inglaterra, esta iniciativa también quedó bloqueada.
Mientras tanto, en Navarra, los propósitos de concordia general con las monarquías hispanocristianas se habían quebrado a causa de las fricciones fronterizas, que desembocaron en una guerra abierta con Castilla después de que el gobernador Enrique de Sully, con el respaldo aragonés, ordenase la ocupación de Fitero y Tudején (1335). La inmediata y enérgica contraofensiva castellana amenazó Tudela, devastó las tierras del sur del Ebro y la comarca de la Sonsierra, y atacó la frontera desde Guipúzcoa, tomando el castillo de Ausa.
Sólo con la intervención de Gastón II, conde de Foix y vizconde de Béarn, los navarros pudieron neutralizar el ataque. Acatando las recomendaciones pontificias, el nuevo gobernador Saladino de Angleure y los delegados castellanos acordaron someter las diferencias al arbitraje de una comisión paritaria o, en caso de disentimiento, del cardenal Giacomo Gaetani (Cuevas, 28 de febrero de 1336), condiciones que Felipe III ratificó desde Toulouse. Dispuesto en todo caso a cerrar el conflicto, en abril de 1336 regresó con su esposa a Navarra, donde apenas permanecieron unos meses confirmando los acuerdos alcanzados con Castilla.
La escalada de tensión en Francia impuso el retorno de los reyes de Navarra a la Corte parisina. Allí renovaron con Felipe VI el acuerdo sobre Champaña (Vincennes, julio de 1336), con lo que el Valois logró fortalecer su alianza en previsión de conflictos mientras que Felipe de Evreux se aseguraba de que el Monarca no intentaría recuperar las concesiones hechas a su mujer. La ruptura de hostilidades entre Francia e Inglaterra puso al navarro en una situación delicada al abrirse dos frentes junto a sus dominios: Flandes- Normandía (agosto de 1336), con el que colindaban sus condados de Evreux y Longueville, y Gascuña (mayo de 1337), en vecindad con Angulema y Navarra.
Fiel al Valois, Felipe permaneció a su lado planificando la defensa ante la ofensiva inglesa y se encargó especialmente del frente meridional, buscando la vinculación de los monarcas hispanos. De este modo, retomó desde París los contactos con Aragón para el maridaje de Pedro IV con otra infanta navarra, María, hasta concertar en Anet los capítulos matrimoniales (6 de enero de 1337) y celebrar los esponsales (25 de julio de 1338), y ordenó a su canciller Felipe de Melun viajar a las Cortes castellana y portuguesa junto al mariscal de Francia (septiembre de 1337). También desde Francia ordenó la puesta a punto de las defensas de Navarra y presionó a los señores de la frontera meridional de Gascuña, vasallos de Eduardo III pero con grandes intereses en la tierra navarra de Ultrapuertos, para alinearse junto al Valois (1337), mientras consolidaba las relaciones con el conde de Foix (1339). La relativa calma militar vivida en Francia hasta 1340 y la teórica neutralidad del reino navarro, que mantuvo los contactos con ingleses de Bayona, no evitaron, sin embargo, pequeñas campañas en el entorno gascón en las que participó personalmente Felipe III junto al nuevo gobernador de Navarra, Renaut de Pont (1339). Por el contrario, el Monarca puso toda su diligencia en evitar cualquier fricción con Aragón por los conflictos fronterizos entre Sangüesa y El Real, decidido a impedir que la fidelidad de su yerno basculase hacia Inglaterra (1340).
Lejos de hacer dejación del gobierno interno por su ausencia e implicación en el conflicto internacional, se produjo en Navarra un rearme de las posiciones regalistas cuyo brazo ejecutor fue el procurador real Jacques Licras. No obstante, antes el Monarca tuvo que intentar paliar la delicada situación financiera de Navarra. Trató así de incentivar la explotación metalúrgica con la llegada al reino de un maestro de minas florentino (1338), mientras luchaba por la aprobación de nuevas imposiciones para cumplir con los pagos debidos a Aragón por la dote de la infanta María (1338-1340) y se preocupaba de acrecentar gradualmente el patrimonio regio. Finalmente, Felipe III envió desde Francia a tres “reformadores” (12 de marzo de 1340) para examinar la gestión del reino y paliar la escasez de numerario. Éstos destituyeron e impusieron multas a numerosos oficiales, persiguieron el fraude y regularon el uso de moneda propia y extranjera, buscando nuevos ingresos e inspeccionando los déficits administrativos hasta lograr mejorar el rendimiento de las rentas reales y la estabilización de los precios. Además, la paulatina ampliación de competencias regias provocó fricciones entre el obispo de Pamplona y el procurador real y un progresivo distanciamiento de las autoridades eclesiásticas, tras la insólita impugnación de la sentencia episcopal contra el adinerado judío relapso Mirón de Bergerac (1339) y la promulgación de un edicto contra la mano muerta eclesiástica (10 de julio de 1340).
Felipe de Evreux abandonó la Corte parisina tras la derrota francesa en L’Escluse y el consiguiente desembarco inglés (junio de 1340) para hacerse cargo desde Angulema del frente sur. Allí permaneció durante el verano de 1340, dirigiendo con el obispo de Beauvais los esfuerzos franceses por avanzar hacia Burdeos, para regresar a París ante la firma de la tregua de Esplechin (septiembre de 1340). El recrudecimiento de la tensión por la sucesión de Bretaña le hizo volver al sur en 1341, con el objetivo de evitar la expansión del conflicto entre los señores de Foix y Armagnac. Se mantuvo así ocupado en vigilar los límites de Guyena con la colaboración de algunos nobles navarros, en visitar esporádicamente Ultrapuertos durante la primavera de 1342. Allí ordenó la confiscación al señor de Agramont del castillo de Bichache, que sólo le fue devuelto por mediación del conde de Foix tras renovar su homenaje de fidelidad ante el lugarteniente del Rey. Dispuesto además a aprovechar la muerte del acaudalado banquero judío Ezmel de Ablitas para sanear las arcas navarras, ordenó a los oficiales regios la incautación de sus bienes y cobros pendientes (20 de julio de 1342) desde el frente del Loira, adonde había regresado rápidamente en junio en previsión de un ataque inglés.
De nuevo en sus dominios septentrionales a finales de año, el rey de Navarra pudo retomar el proyecto de cruzada hispánica gracias a la calma inducida en Francia con la tregua de Malestroit (19 de enero de 1343).
Alfonso XI de Castilla, que tras derrotar a los benimerines en el río Salado había cercado Algeciras, no puso reparos a ayudas exteriores. Felipe III se desplazó entonces a Navarra para recabar los fondos necesarios, vaciando las arcas del tesoro y solicitando préstamos en todo el reino. Topó, sin embargo, con el desinterés nobiliario y los preparativos no hicieron sino acrecentar las diferencias con el abad de Montearagón y el obispo de Pamplona, que rehusó facilitar las tropas exigidas invocando el Fuero General y marchó a tierras aragonesas. Se inició así a instancias del procurador un nuevo proceso que concluyó en agosto con la confiscación de los bienes del obispo. De este modo, el Monarca logró poner en marcha apenas cien caballeros y trescientos peones, a cuya cabeza partió en junio de 1343 atravesando la frontera por Ágreda. Recibido en julio en Sevilla y Jerez, el contingente fue agasajado por el monarca castellano en Algeciras, donde se encontraban asimismo tropas inglesas y francesas. Pero, tras un encuentro malogrado con una avanzadilla musulmana, Felipe se vio afectado por una grave dolencia y fue trasladado a Jerez de la Frontera, donde falleció.
Siguiendo las instrucciones de Alfonso XI, sus restos fueron honrados por las ciudades castellanas en su travesía hasta Navarra, antes de recibir sepultura en la catedral de Pamplona (29 de octubre de 1343) mientras su corazón viajaba a Francia para reposar en la iglesia del gran convento de los dominicos en París (noviembre de 1343). Su esposa Juana II, señora natural de Navarra, Mortain y Angulema, le sucedió igualmente en los condados de Evreux y Longueville ante la minoridad del heredero.
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Roberto Ciganda Elizondo