Felipe II de Navarra y V de Francia. El Largo. Longchamp, París (Francia), 1293 – 3.I.1322. Rey de Francia y de Navarra.
Segundo hijo de Felipe IV de Francia, el Hermoso, y de Juana I de Navarra. A la muerte de su hermano Luis I el Hutín y de acuerdo con el tratado de junio de 1316, el conde de Poitiers asumía la regencia del reino a la espera del nacimiento de un posible heredero.
La muerte prematura de Juan I, y excluidas las hembras de la Corona, Felipe V de Francia y II de Navarra asumió la titularidad de ambos reinos, al ser coronado el 7 de enero de 1317. No obstante, un grupo de magnates reclamó la vigencia del tratado de junio y se mostró partidario de esperar a que Juana, la hija de Luis I el Hutín, alcanzase la edad necesaria para asumir la Corona o renunciar a ella, pero preservando su legitimidad sobre Navarra. El duque de Borgoña se mostró el más firme partidario de esta opción, que representaba los derechos de su sobrina. Al abrigo de estas exigencias, distintas ligas nobiliarias buscaron menoscabar la autoridad del regente. En realidad, estas voces más que mostrar preocupación por la cuestión sucesoria, pretextaron la ocasión para oponerse al Rey. Éste convocó a los Estados Generales y en dicha asamblea (9 de febrero de 1317) fue ratificado sin dificultad, al tiempo que se dirigía a Reims para recibir la consagración real. Heredero y sucesor de su sobrino (Juan I) se titulaba rey de Francia y de Navarra, mientras que a su sobrina, la joven Juana, tan sólo se le reconocían algunas rentas en el condado de Champaña.
Dicha actitud encontró la más firme oposición del duque de Borgoña, tutor de Juana, y que acabó por alentar el descontento de amplios sectores de la sociedad champañesa, siempre apoyados por los rebeldes del condado de Flandes. Este conflicto flamenco fue una constante de todo su reinado.
Los argumentos y actuaciones del rey de Francia para ignorar los derechos de Juana como reina de Navarra y condesa de Champaña no sólo contaban con el rechazo de la familia ducal de Borgoña, sino que ofendían la sensibilidad y la memoria de su círculo familiar: su propia madre fue propietaria de ambos títulos. Después de arduas negociaciones se llegó a un acuerdo o tratado (1318, marzo 27) para poner fin al conflicto. Los tutores, en nombre de la heredera, renunciaron a las Coronas de Francia y Navarra —al menos hasta que aquélla cumpliera doce años— y del condado de Champaña, aunque éste podría ser recuperado en el caso de que el Rey no tuviese hijos varones.
A cambio se le otorgaba una renta de 15.000 libras en el condado de Angulema. Asimismo, quedaba estipulado en dicho tratado el matrimonio de Juana con Felipe, primogénito del conde Evreux, y pariente del duque de Borgoña.
Antes de alcanzar tales acuerdos y convencido de la legalidad de su doble Corona, Felipe el Largo envió nuevos reformadores a Navarra con el objetivo de hacer efectiva su autoridad y establecer las bases de un gobierno: el encargado del mismo fue el vizconde de Aunay, Ponz de Morentaine, cuya presencia ya se documenta a finales del verano de 1317. Estas medidas debían de culminarse con la presencia del Rey y las consiguientes ceremonias de coronación. Un traslado a Navarra entrañaba no pocas dificultades, dada la situación de conflicto generada por la coalición de barones (“pequeña guerra de Nevers”) y las asambleas de las principales ciudades del reino reunidas en París.
Ante tal situación, el gobernador ordenó la reunión de las Cortes (octubre, 1317) y en dicha asamblea se nombró a la comisión encargada de trasladarse a París, donde recibirían su juramento de mantener los fueros y, a cambio, la representación navarra manifestaría su fidelidad al Rey. La idea de recibir el juramento fuera del reino era contraria al mandato del Fuero General, que no contemplaba otro escenario que no fuese la iglesia de Santa María de Pamplona. De aquí que la iniciativa del monarca capeto encontrara cierta resistencia entre los navarros, que expresaron su malestar recibiendo la callada por respuesta. En opinión de algunos historiadores, fue necesaria la intervención del nuevo obispo de Pamplona —Arnaldo de Barbazán— para que los notables del reino se aviniesen a cumplir la voluntad del Monarca. Casi dos años más tarde, el 11 de junio de 1319, una nutrida representación de prelados, barones y buenas villas viajó a París y recibió el juramento real; sin perjuicio de que, cuando las condiciones lo permitiesen, debería ir a su reino y completar el resto de requisitos previsto en el Fuero. El acta de dicho juramento está fechada en París (30 de septiembre de 1319), pero existen serias dudas de que éste llegase realmente a realizarse.
Fiel continuador de la política de su padre —centrada en la afirmación de la soberanía de la realeza—, mostró una gran capacidad de trabajo y espíritu organizador, plasmado en la reforma de los resortes centrales de la Monarquía: en 1316 estableció el estatuto del Parlamento y en 1320 la estructura definitiva de la “Cámara de los comptos”. Y en Navarra se alcanzó el convenio definitivo con la iglesia de Pamplona. El acuerdo, logrado en septiembre de 1319, suponía la renuncia del obispo y su cabildo, a favor del Rey, de toda la jurisdicción y dominio temporal sobre la capital del reino y de otros bienes temporales; a cambio de estas cesiones la Corona ofrecía a la catedral una renta cuantiosa de 500 libras al año y la entrega de varias parroquias de patronato real. Asimismo, el Monarca se comprometía a reconstruir y repoblar el barrio de la Navarrería y el burgo de San Miguel. Con ello se trataba de restañar las secuelas de la guerra de 1276 y la destrucción de dicho barrio.
Pese a que nunca estuvo en Navarra, la presencia francesa en el reino era muy importante. Además del gobernador y su lugarteniente, merinos, alcaides y otros oficiales reales eran enviados desde París. Todos ellos debieron cumplir bien su misión, pues durante este corto reinado tanto la Junta de infanzones como la Hermandad de las buenas villas mostraron su total adhesión al Soberano. Únicamente hubo algunas fricciones en las fronteras con Castilla: al sur (Tudela y Corella, enfrentadas a la villa riojana de Alfaro) y al norte, las continuas disputas con los guipuzcoanos.
No se trataba de una guerra entre reinos, sino de escaramuzas con tropas “frontaleras”; pero la tradición guipuzcoana hizo de la derrota de Beotíbar (1321) la expresión de un combate de carácter “nacional”.
Al final de su reinado hubo de hacer frente a dos conflictos que amenazaban con perturbar la paz de sus reinos: el movimiento o cruzada de los “pastorelos” de 1320, que tuvo en la matanza de judíos su más siniestro rostro, y, sobre todo, su fervorosa participación en el abominable exterminio de los leprosos en el verano de 1321. En ambos casos, su repercusión en Navarra apenas se dejó sentir.
Aquejado de una grave enfermedad desde agosto de 1321, en la madrugada del 3 de enero de 1322 falleció en la localidad de Longchamp, en las cercanías de París, sin dejar hijos varones. Casado, en 1307, con Juana de Borgoña —heredera del conde Otón IV— sólo le sobrevivieron cuatro hijas.
Bibl.: P. Lehugeur, Histoire de Philippe le Long, roi de France (1316-1322), Paris, Hachette, 1897-1931 (reimpr., Ginebra, 1975); L. J. Fortún en Gran Enciclopedia Navarra, t. V, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990; J. Favier, “Philippe V le Long”, en VV. AA., Dictionnaire de la France médiévale, Paris, 1993; J. Gallego Gallego, Enrique I, Juana I y Felipe el Hermoso, Luis I el Hutín, Felipe el Largo, Carlos I el Calvo (1270-1328), Pamplona, Gobierno de Navarra, 1994; D. Gaborit-Chopin, et al., L’Art au temps des rois maudits. Philippe le Bel et ses fils, 1285-1328, Paris, Galeries nationales du Grand Palais, 1998; F. Menant, H. Martín, B. Merdrignan y M. Chauvin, Les Capetiens, historie et dictionnaire, 987-1328, Paris, Robert Laffont, 1999 (cap. V: Les dernies Capétiens (1314-1328): le temps des incertitudes, págs. 429-446).
Juan Carrasco Pérez