Marina de Aguas Santas, Santa. Ginzo de Limia (Orense), 123 – Santa Marina de Aguas Santas (Orense), 138. Virgen, mártir y santa.
El relato tradicional de la vida de santa Marina señala a la villa de Ginzo de Limia como el lugar de su nacimiento, en un entorno cercano a la laguna de Antela llamado Antiochía. Por entonces, la comarca de la Limia era una población muy romanizada (Forum Limicorum), por donde transcurría la Vía Nova, Vía XVIII que unía las poblaciones de Bracara (Braga, Portugal) y Asturica (Astorga). Cuando nació Marina, los romanos llevaban en estas tierras casi trescientos años de colonización, desde la campaña de Décimo Junio Bruto (el “Galaicus”) en el año 136 a. C.
Su padre, llamado Theudio o Teódulo, era un personaje significado, con poder, en aquel contexto de romanización. Su madre, cuyo nombre se ignora, murió en el parto de la niña.
Por necesidades de la crianza, su padre eligió a una buena mujer para nodriza de su hija, siguiendo las recomendaciones de los médicos del momento, como Sorano de Éfeso, que en su libro Las enfermedades de la mujer (siglo ii) describe las convenientes características de la misma.
Theudio eligió a una labradora de la cercana Pinnitus (Piñeira de Arcos), que presentaba las características exigidas. Esta mujer pasó a la historia como “Aya” de Marina.
Se cuenta que aquella comunidad era visitada y animada por el presbítero Teótimo, quien tuvo ocasión de acompañar a Marina durante su cautiverio y martirio, según cuenta Juan Muñoz de la Cueva tras consultar un manuscrito de fray Egidio de Zamora (siglo xiii), quien “testifica que la historia de esta santa la copió de un escrito del santo sacerdote Theótimo, a quien también cita el breviario de Palencia, que asistió y consoló a Santa Marina hallándose presente a su martirio”.
Educada por su aya, en el seno de aquella comunidad, optó por la vida cristiana y recibió el bautismo en la nueva fe, que le separó definitivamente de su padre Theudio, de los ideales de su familia natural y de los objetivos del Imperio romano, del cual era ciudadana.
Vivió la vida ordinaria de una casa rural, dedicada a la labranza y al pastoreo, que fue alterada el día en que, quinceañera, estando ella guardando el ganado, en un espacio próximo a la vía que conducía al presidum de la cibdá de Armea (hoy en pleno trabajo de excavaciones arqueológicas), el joven prefecto romano Olibrio la vio de casualidad y se encaprichó de ella, queriéndola hacer esposa, concubina o esclava, según reglamentaba el derecho matrimonial romano (jus connubii), pues desconocía la procedencia social, de la hermosa desconocida.
Negándose ella repetidamente a las pretensiones del prefecto, éste llegó a acusarla de cristiana para deshacerse de ella. Dado que estaba vigente el Decreto de Trajano, los jueces del imperio la condenaron a morir si no renunciaba de la fe en Jesucristo.
En el juicio no renegó de su fe ni se prestó a ofrecer incienso a los dioses de Roma, por eso fue condenada a morir decapitada, como correspondía a una ciudadana romana. Era el año 138 (año en que también murió el 10 de julio el emperador Adriano).
Por mandato legal para la ejecución, condujeron a la rea a la distancia obligada de la población, al descampado que era donde hoy se erige la iglesia y población de Santa Marina de Aguas Santas. Allí el verdugo, en el lugar que hoy conmemora la capilla de Santo Tomé, le cortó la cabeza manando aguas cristalinas en el lugar en que ésta tocó el suelo. Aguas que continúan siendo veneradas por los fieles y que conservan sus propiedades taumatúrgicas.
Los hermanos cristianos que fueron testigos de aquellos sucesos guardaron memoria de los mismos y del lugar de su enterramiento, convirtiéndose aquel sepulcro en lugar de celebración, como aciertan a atestiguarlo la piedra con inscripciones cultuales que asienta hoy debajo de la mesa del altar mayor del templo románico de Santa Marina de Aguas Santas y un capitel suevo que indica la nobleza de la arquitectura que muy temprano se desarrolló en torno al venerado mausoleo.
Después del Edicto de Milán (313), estando el lugar del enterramiento en las cercanías de la Ribeira Sacra orensana, es probable que un grupo de anacoretas o monjes habitase aquel lugar para cuidar de la memoria de la santa y facilitar el culto cristiano ante el testimonio martirial de su sepulcro.
En torno al año 800, en tiempos de Alfonso II el Casto, rey de Asturias, y contemporáneo con la inventio del sepulcro del apóstol Santiago, se inició un culto en torno a la memoria de santa Marina que consolidó en el magnífico templo románico de finales del siglo xii en Aguas Santas, y a partir de ahí el rey Fernando III erigió, tras la conquista de Córdoba (1236) y Sevilla (1248), las respectivas iglesias en honor a santa Marina en cada uno de dichos lugares, entronizando su figura por las tierras reconquistadas.
El cardenal César Baronio la incorporó en el Martirologio Romano de 1586, rubricado por el papa Gregorio XIII, celebrándose desde entonces su festividad el día 18 de julio.
Hoy la devoción de los fieles cristianos a santa Marina continúa estando presente, manifestada por la cantidad de peregrinos que desde distintos lugares acuden a orar y venerar a la santa en el lugar de su martirio y enterramiento, al lado de su sepulcro, visible y visitable.
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Arturo R. Fuentes Varela