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José Miaja Menant

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Biografía

Miaja Menant, José. Oviedo (Asturias), 20.IV.1878 – Ciudad de México (México), 13.I.1958. Ministro de la Guerra, teniente general del Ejército, presidente de la Junta de Defensa de Madrid y del Consejo Nacional de Defensa, jefe del Ejército del Centro y del Grupo de Ejércitos de la Región Centro-Sur (GERC), Laureado de Madrid.

Primero de los ocho hijos de Eusebio Miaja Alonso, obrero de la Fábrica de Armas de Oviedo, y de Elisa Menant Rodríguez, quien contribuía a la modesta economía familiar regentando una pequeña tienda de comestibles. Pepito, como entonces se le conocía, se sintió muy pronto atraído por la milicia, al fascinarle la parafernalia del Regimiento de Infantería del Príncipe n.º 3, muy cercano al domicilio familiar, y enardecerle las gestas guerreras que le contaban dos militares retirados, vecinos suyos.

Pese a la oposición de su padre, cuya vinculación con la industria castrense no estaba reñida con su ideario antimilitarista, y también la de su madre, temerosa de que le enviasen a sofocar la insurrección cubana, solicitó plaza en la Academia de Infantería, cuyo examen de ingreso aprobó en junio de 1896 con el número 249 de 392 admitidos. Tenía dieciocho años, algo más que la mayoría de sus compañeros de promoción, que encabezaba Joaquín Fanjul y de la que formaban parte Manuel Goded, Julio Mangada, José Moscardó, Manuel Pérez Salas y José Solchaga.

Recién llegado a Toledo, la insurrección se extendió a Filipinas y el Ministerio de la Guerra, necesitado de incrementar la plantilla de oficiales, acordó reducir a un año la estancia de los cadetes en las academias militares. Debido a ello, Miaja obtuvo el despacho de segundo teniente en julio de 1897, siendo destinado, para satisfacción de su madre, al Regimiento del Príncipe, la unidad que tanto influyó en su vocación militar.

En Oviedo conoció, pues, la derrota española a manos de Estados Unidos y la pérdida de los últimos florones del Imperio español.

Ascendido a primer teniente en 1901, pasó forzoso al Regimiento de Infantería San Fernando n.º 11, de guarnición en Melilla. Por entonces, el único atractivo de aquel destino era el pequeño complemento de sueldo que aparejaba y el mayor inconveniente, el penoso servicio que sus tropas prestaban en los llamados presidios menores: Alhucemas, Chafarinas y Vélez de la Gomera. Recluido en el estrecho recinto de aquella remota y aislada plaza fuerte, decidió aliviar su soledad casándose con Concepción Isaac Herrero, hija de uno de los capitanes de su regimiento. Muy pronto, sin embargo, volvió a estar solo, al corresponderle a su compañía guarnecer el peñón de Alhucemas de julio de 1902 a julio de 1903.

Al regresar conoció a Concepción, la primera de sus siete hijos, y retomó, hasta su ascenso a capitán a comienzos de 1907, la monótona vida de guarnición en un entorno donde apenas ocurría nada más noticioso que el cambio de nombre de su regimiento, que pasó a llamarse Melilla n.º 59. Pero en Europa, en España y en la periferia de la plaza estaban ocurriendo ciertos acontecimientos que iban a ejercer una influencia directa en su vida. En 1904, Francia y Gran Bretaña se habían repartido las áreas de influencia en el norte de África; en 1906, las principales potencias europeas autorizaron a los gobiernos francés y español a intervenir en Marruecos en caso de considerar amenazada su estabilidad interna; en 1907, el Rogui, caudillo rifeño enfrentado al Sultán, cedió a una empresa española la explotación de las minas situadas unos cuantos kilómetros al este de Melilla; en 1908, el Gobierno español decidió protegerlas mediante el establecimiento de una pequeña guarnición, misión asignada a la compañía mandada por Miaja, y en 1909, la cabila allí afincada atacó la vía férrea que unía las minas con el puerto melillense, desencadenándose un trágico enfrentamiento bélico, cuyas secuelas se prolongaron hasta 1927.

Aquellos combates, en cuyo curso se produjo la masacre del Barranco del Lobo, provocaron la Semana Trágica barcelonesa y costaron el puesto a Antonio Maura, fueron el bautismo de fuego para Miaja. Su serenidad le valió el apodo de El Tranquilo y su actuación, una recompensa importante: la Cruz de María Cristina, equiparable a la actual Medalla Militar. Dos años después, en los desarrollados en la zona del río Kert, al oeste de Melilla, obtuvo el ascenso a comandante por méritos de guerra.

Al no haber vacante de su empleo en Melilla, permaneció dos años forzoso en la Caja de Reclutas de Torrelavega (Cantabria) hasta lograr retornar a Melilla en abril de 1914, destinado por segunda vez al Regimiento San Fernando n.º 11. Un año después logró regresar a su Asturias natal, inicialmente a la Caja de Reclutas de Pravia y enseguida a la zona de Reclutamiento de Gijón, donde le correspondió ser nombrado juez instructor de algunas de las causas incoadas contra los mineros que habían protagonizado la huelga general revolucionaria de agosto de 1917.

Su meticulosidad procesal suscitó las iras del general Ricardo Burguete, gobernador militar de Asturias, quien ordenó su cese en esa función.

Al ascender a teniente coronel por antigüedad en septiembre de 1918, fue confirmado en su destino hasta ser trasladado a la Caja de Reclutas de Alicante en febrero de 1919. Allí permanecía cuando, en julio de 1921, se produjo el Desastre de Annual. Arrastrado por el fervor patriótico que la masacre suscitó en toda España, solicitó voluntariamente destino a Melilla, concediéndosele el mando del segundo batallón del Regimiento de San Fernando. Durante los dos primeros años de su tercera estancia en Melilla no participó en ninguna acción de guerra, pero, al ordenar el dictador Miguel Primo de Ribera el repliegue de las posiciones avanzadas de los sectores de Ceuta y Tetuán, Miaja marchó a esta zona en agosto de 1924 y, al frente de la 1.ª Media Brigada de Cazadores de Melilla, integrada por una bandera de la Legión, un tabor y una compañía de Regulares, dos compañías de su propio batallón, tres del Regimiento de Ceuta y otras dos del batallón expedicionario de Mahón, intervino en los combates que tuvieron lugar en el mes de septiembre.

A finales de dicho año retornó a la Península para hacerse cargo de la Caja de Reclutas de Orihuela (Alicante), donde ascendió a coronel por antigüedad en octubre de 1925, poco después de tener lugar el desembarco de Alhucemas. Su primer destino como jefe de unidad independiente fue el mando de la Zona de Reclutamiento de Pamplona, de donde pasó al Regimiento de Infantería Sevilla n.º 33, de guarnición en Murcia, y por último, a mandar el Melilla n.º 59, en el que ya había estado destinado en sus años de teniente y capitán.

Al proclamarse la Segunda República continuaba en Melilla, donde a finales de abril de 1931, al igual que el resto de los militares en activo, suscribió la promesa de “servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas”. Al año siguiente fue convocado al curso de capacitación para el ascenso a general, siendo aquella la primera vez que pisaba Madrid, ciudad que tanta fama le daría años después.

Una vez aprobado el curso, volvió a Melilla, donde se encontraba al mando de la Agrupación de Batallones de Cazadores de África de la Zona Oriental, nombre que acababa de recibir su regimiento, cuando, el 30 de mayo de 1932, el Gobierno presidido por Manuel Azaña decretó su ascenso a general de brigada “por hallarse bien conceptuado” y le confió el mando de la 2.ª Brigada de Infantería, cargo que llevaba aparejado el de comandante militar de la plaza y provincia de Badajoz.

Tras permanecer algo más de un año en la capital pacense y nada más ganar la derecha las elecciones de noviembre de 1933, el Gobierno presidido por Diego Martínez Barrio acordó su traslado a Madrid, para desempeñar el importante mando de la 1.ª Brigada de Infantería, puesto en el que le mantuvieron los ministros de la Guerra Diego Hidalgo, Alejandro Lerroux y Carlos Masquelet. Sin embargo, al hacerse cargo José María Gil Robles de esta cartera en octubre de 1935 y situar al frente de los puestos clave del Ministerio a Franco, Goded y Fanjul, se tomó inmediatamente la decisión de traer de Las Palmas de Gran Canaria al general Amado Balmes para ponerle en el puesto de Miaja y enviar a éste a Lérida para mandar la 8.ª Brigada de Infantería.

Se desconocen los verdaderos motivos de esta rotación de destinos, y menos la razón de que, tres meses después, el fugaz Gobierno presidido por Manuel Portela Valladares decretara el cese de Miaja y le dejase disponible forzoso en Madrid. Apenas un mes después, nada más conocerse el triunfo electoral del Frente Popular, dimitir Portela y verse obligado Azaña a hacerse cargo precipitadamente de la jefatura del Gobierno el 19 de febrero de 1936, la estrella de Miaja inició una trayectoria ascendente. Azaña nombró ministro de la Guerra al general Masquelet, antecesor de Gil Robles en esa cartera y a quien éste había enviado a Baleares, y puso el Ministerio en manos de Miaja con carácter interino, durante los tres días que tardó en llegar su titular a Madrid.

Desde el mismo día de la proclamación de la República habían surgido varias tramas golpistas, que permanecían más o menos latentes a finales de 1935 y que los generales Franco, Goded y Mola reactivaron ante la inminente victoria del Frente Popular. Plenamente conscientes de ello, Azaña y Masquelet optaron por enviar lejos de Madrid a los citados generales y cubrir los puestos que iban quedando vacantes con otros menos significados políticamente, lo que generó protestas de la Unión Militar Republicana y Antifascista (UMRA), organización clandestina integrada por oficiales de ideología marcadamente progresista, que consideraban insensato dejar las riendas del Ejército en manos de hombres poco comprometidos con la República. Esta política de nombramientos ayuda explicar que a Miaja se le confiase por segunda vez la jefatura de la 1.ª Brigada de Infantería, que en aquellas fechas aparejaba el mando interino de la 1.ª División Orgánica, cuyo titular, el general Virgilio Cabanellas, sufría una enfermedad crónica.

Miaja mantuvo ambas jefaturas a todo lo largo de la primavera de 1936, meses en que la conspiración dirigida por Mola desde Pamplona fue tomando cuerpo, pero que en Madrid no progresaba conforme a sus planes. Obsesionado Mola por asegurar el triunfo del golpe en la capital, intentó sin éxito en dos ocasiones que Miaja, que había sido capitán suyo en 1910, se sumase a la conspiración. Aunque hizo oídos sordos a estos sondeos, decidió no denunciarlos. Su inhibición coadyuvó al fracaso de la sublevación en Madrid, pues la inmensa mayoría de los mandos subordinados hubieran acatado disciplinadamente sin dudarlo las órdenes del jefe de la División.

La tarde del 17 de julio, nada más conocerse que Marruecos se había alzado en armas, el Gobierno presidido por Casares Quiroga, quien desempeñaba también la cartera de Guerra, acuarteló todas las unidades como medida precautoria. En Madrid, la jornada del 18 trascurrió sin incidentes, pero al conocerse el verdadero alcance de la rebelión, Casares optó por dimitir y Azaña encomendó las riendas del Gobierno a Diego Martínez Barrio, quien nombró ministro de la Guerra al general Miaja. En la madrugada del 19, éste llamó dos veces por teléfono a Mola para tratar de convencerle de que renunciase a sus planes subversivos, pero su antiguo teniente se limitó a felicitarle por su nombramiento y a comunicarle que ya era demasiado tarde. Poco después, opuesto el Gobierno a la pretensión de armar a las milicias de partidos y sindicatos, presentó en bloque su dimisión. Debido a que no se había formalizado su toma de posesión, Miaja retornó sin más al palacio de los Consejos, sede de la 1.ª División.

Al comprobar que otras guarniciones se sumaban al golpe, el flamante gobierno de José Giral ordenó distribuir los fusiles depositados en el Parque de Artillería de Pacífico, lo cual provocó que varias unidades madrileñas se alzaran en armas. Una vez sofocados los focos rebeldes por parte de las milicias y la Guardia de Asalto, el nuevo ministro de la Guerra, general Luis Castelló, nombró jefe de la 1.ª División al general José Riquelme, quien procedió a enviar columnas mixtas de soldados, guardias y milicianos a los pasos de la sierra de Guadarrama para hacer frente a las enviadas por Mola para apoderarse de la capital, y ordenó a Miaja trasladarse a Albacete para reunir un fuerte contingente de tropas que contuviese a los rebeldes en Despeñaperros. Miaja logró reunir unos tres mil hombres con los que marchó a Montoro para conminar a la guarnición de Córdoba a deponer las armas. Ante su negativa, en lugar de utilizarlos para recuperar la ciudad, que estaba prácticamente indefensa, los envió a doblegar la resistencia de los guardias civiles sublevados al norte de la provincia, lo que permitió la llegada del coronel José Enrique Varela al frente de una columna integrada por legionarios y regulares y apoyada por aviones italianos, que terminaría derrotando al contingente republicano en Cerro Muriano a primeros de septiembre.

Desde mediados de agosto, Miaja había sido nombrado jefe de la 3.ª División Orgánica en plaza de superior categoría, puesto que mantuvo, pese a la importante derrota sufrida, hasta que el 22 de octubre de 1936 el recién formado gobierno de Largo Caballero le confió el mando de la 1.ª División Orgánica, unidad que pasó a depender del general Sebastián Pozas, jefe del Ejército de Operaciones del Centro.

Quince días después, el Gobierno, convencido de la inminente caída de Madrid en manos de Franco, decidió trasladarse a Valencia. Aquel 6 de noviembre, Miaja comenzó a entrar en la leyenda. Llamado junto con Pozas al palacio de Buenavista, el general subsecretario, José Asensio Torrado, les entregó dos sobres cerrados, que no debían abrirse hasta el día siguiente.

No obstante, nada más marchar Asensio camino de Valencia, ambos decidieron conocer su contenido. A Pozas se le autorizaba a replegar sus fuerzas y establecerse a la defensiva donde considerase oportuno. A Miaja, en cambio, se le ordenaba defender la capital “a toda costa” durante siete días, auxiliado por una Junta de Defensa, presidida por él e integrada por representantes de todos los grupos políticos, e investido de las “facultades delegadas del Gobierno para la coordinación de todos los medios necesarios para la defensa de Madrid”.

Desde la marcha del Gobierno, la capital había dejado de ser el objetivo estratégico concebido en los planes de Mola. Sin embargo, su pérdida hubiera sido decisiva desde el punto de vista internacional, y su defensa simbolizaba la voluntad de vencer de la República.

Para ello, Miaja contó con un excelente asesor soviético, el coronel Vladimir Yefimovich Gorev, y un concienzudo jefe de Estado Mayor, el teniente coronel Vicente Rojo, quien estimó en unos diez mil los efectivos encuadrados en las contadas unidades existentes, más unos doce mil voluntarios, poco instruidos pero con la moral muy alta al ver volar sobre sus cabezas los primeros aviones soviéticos y enardecidos por la llegada de los primeros internacionales y de los anarquistas de Durruti. La batalla comenzó el día 7 y finalizó el 23; los franquistas se toparon con una tenaz resistencia y, pese a la despiadada actuación de los aviones de la Legión Cóndor, no lograron sobrepasar el cauce del Manzanares, salvo por una pequeña cuña en la Ciudad Universitaria.

Durante la batalla, Largo Caballero deslindó orgánicamente las fuerzas en liza: a Miaja le asignó el mando de las que defendían la ciudad y a Pozas, el de las desplegadas en los estabilizados sectores de Guadarrama, Somosierra y el Tajo. Y nada más terminar aquella, limitó sus amplios poderes, celoso de su popularidad y de su eficaz labor al frente de la Junta de Defensa, reconocida incluso internacionalmente por haber logrado cortar de raíz las vituperables matanzas de los primeros días de noviembre.

Miaja evidentemente había desbaratado los optimistas planes de Franco, pero éste no había renunciado a apoderarse de la capital. A tal objeto puso en marcha tres operaciones de envolvimiento durante el invierno de 1937, que también se saldarían sin éxito: por el noroeste en diciembre y enero (combates de la carretera de la Coruña), por el sureste en febrero (batalla del Jarama) y por el noreste en marzo (batalla de Guadalajara). Las fuerzas de Miaja, ya de entidad cercana a los 45 mil efectivos y con la denominación de Cuerpo de Ejército de Madrid, de nuevo subordinado al Ejército del Centro, mandado por Pozas, desempeñaron un papel primordial en dichas operaciones.

Aquella dualidad de mandos, fuente de numerosos problemas durante la batalla del Jarama, terminó decantándose a favor de Miaja, quien, aunque perdió poder político al disolverse la Junta de Defensa tras esa batalla, obtuvo el mando del Ejército del Centro en vísperas de la de Guadalajara, cuyo feliz desenlace acrecentó su popularidad, abiertamente reconocida en el decreto de concesión “por clamor popular” de la recién creada Placa Laureada de Madrid, versión republicana de la de San Fernando.

Poco después, el adverso resultado de las batallas de La Granja y de Brunete, planeadas para detener el imparable avance de las tropas franquistas por la cornisa cantábrica, hizo que la estrella de Miaja comenzase a declinar y también a deteriorarse su relación con el Gobierno presidido por Juan Negrín y con su antiguo subordinado, el general Rojo, nombrado jefe del Estado Mayor Central. No obstante, cuando, en abril de 1938, la zona republicana quedó escindida y Negrín decidió crear un grupo de ejércitos en cada una de ellas, hubo de plegarse a confiarle el mando del de la Región Centro-Sur (GERC). En ese cometido logró detener la ofensiva franquista contra Valencia, pero se mostró reticente a prestar un apoyo decisivo a la batalla del Ebro y, cuando a finales de ese año Rojo necesitó de sus tropas para retrasar la invasión de Cataluña, se opuso a colaborar, lo que frustró el previsto desembarco en Motril. Su carrera como conductor de operaciones terminó definitivamente con la estrepitosa derrota sufrida en Brunete en enero de 1939.

Un mes después, recién perdida Cataluña, Miaja fue ascendido, junto con Rojo, a teniente general, sin haber pasado antes por el empleo de general de división.

Ello no impidió que, al conocerse la dimisión de Azaña, se sumase a la conspiración urdida por el general Segismundo Casado, con el concurso de Julián Besteiro, en contra de Negrín, aceptando la presidencia del Consejo Nacional de Defensa. En la última reunión del Consejo, celebrada tras fracasar el intento de lograr una capitulación pactada con Franco, Miaja aceptó la exigida rendición incondicional de los restos del Ejército Popular y acordó facilitar la salida de España de todos cuantos lo desearan, emprendiendo a continuación viaje a Alicante, de donde partió en avión hacia el exilio dos días antes de finalizar la guerra.

Su primer destino fue Argelia, de donde pasó a Francia para reunirse con su familia. Invitado por el presidente Fulgencio Batista, marchó a La Habana, ciudad que pronto abandonaría para establecerse definitivamente en México en mayo de 1939. Allí compatibilizó el puesto de vicepresidente del Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE) con una intensa vida social, pero se mantuvo al margen de las actividades políticas de sus compañeros de exilio. En la década de 1940 viajó por Estados Unidos y por varios países latinoamericanos para dar conferencias, despertando grandes muestras de entusiasmo en cuantas ciudades visitó, rescoldo de sus días de gloria y popularidad. En 1951 falleció su hijo mayor y en 1953, su esposa, desdichas que le sumieron en una depresión tan profunda que le llevó a la muerte, acaecida cuando estaba a punto de cumplir ochenta años.

 

Obras de ~: “Prólogo”, en J. Izcaray, Madrid es nuestro. Crónicas de su defensa, Barcelona, Nuestro Pueblo, 1938; “Prólogo”, en M. Gámir Uribarri, Guerra de España, 1936-1939: ofensiva sobre el norte, Bilbao-Santander. Comisión Internacional para la Retirada de Voluntarios Extranjeros, París, Librería Española, 1939; “Prólogo”, en C. Delgado Rodrigo, España en el momento internacional: crónicas de la guerra publicadas en el “Sindicalista” y otros diarios nacionales y extranjeros, Madrid, Ed. Pi y Margall, s. f.

 

Bibl.: A. de Reparaz y Tresgallo de Souza, Desde el Cuartel General de Miaja al Santuario de la Virgen de la Cabeza: 30 días con los rojos-separatistas, sirviendo a España: relato de un protagonista, Valladolid, Afrodisio Aguado, 1937; J. Cirre Jiménez, Desde Espejo a Madrid con las tropas del general Miaja (relato de un testigo), Granada, Ediciones Imperio, 1938; L. Somoza Silva, El General Miaja (biografía de un héroe), México, Tyris, 1944; A. López Fernández, Defensa de Madrid: relato histórico, México, A. P. Márquez, 1945; C. Rojas, Por qué perdimos la guerra, Barcelona, Mail Ibérica, 1970; A. López Fernández, El General Miaja, defensor de Madrid, Madrid, G. del Toro, 1975; B. F. Maíz, Mola, aquel hombre: Diario de la Conspiración 1936, Barcelona, Planeta, 1976; T. Suero Roca, “José Miaja Menant”, en Militares republicanos de la guerra de España, Barcelona, Península, 1981; D. Martínez Barrio, Mis memorias, Barcelona, Planeta, 1983; V. Rojo Lluch, Así fue la defensa de Madrid, Madrid, CAM, 1987; F. Rodríguez Miaja, Testimonios y remembranzas: mis recuerdos de los últimos meses de la guerra de España (1936-1939), México, Imprenta de Juan de Pablos, 1997; R. Casas de la Vega, Errores militares de la guerra civil, 1936-1939, Madrid, San Martín, 1997; R. Casas de la Vega, Seis generales de la guerra civil: vidas paralelas y desconocidas, Madridejos (Toledo), Fénix, 1998; J. Zugazagoitia, Guerra y vicisitudes de los españoles, Barcelona, Tusquets, 2001; R. Salas Larrazábal, Historia del Ejército Popular de la República, Madrid, La Esfera de los Libros, 2006; F. Puell de la Villa y J. A. Huerta Barajas, Atlas de la Guerra Civil española: antecedentes, operaciones y secuelas militares (1931-1945), Madrid, Síntesis, 2007; J. J. Menéndez García, Miaja, el general que defendió Madrid, Gijón (Asturias), El Autor, 2010; “José Miaja Menant, teniente general”, en J. García Fernández (coord.), 25 militares de la República, Madrid, Ministerio de Defensa, 2011; C. Navajas Zubeldia, Leales y rebeldes. La tragedia de los militares republicanos españoles, Madrid, Síntesis, 2011; F. Rodríguez Miaja, El final de la Guerra Civil. Al lado del general Miaja, Madrid, Marcial Pons, 2015.

 

Rafael Casas de la Vega y Fernando Puell de la Villa