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José Mesejo

Biografía

Mesejo, José. Madrid, 19.III.1841 – 16.I.1911. Actor.

Fue uno de aquellos “cómicos de la legua”, que recorrían los pueblos, representando obras de teatro popular en tabernas o en las plazas. De él, como de otros actores de su generación, se decía que “tenía tablas” y que “olía” los triunfos y los fracasos, a fuerza de su veteranía y conocimiento del público.

Con quince años dirigía un cuadro de actores aficionados.

Entre tanto, trabajaba de tipógrafo y pintor decorador. Hizo intentos de estudiar Derecho, pero desistió de su empeño. Ingresó en el Conservatorio de Madrid. Estudió con Julián Romea.

Su debut teatral se produjo en 1860 en el madrileño Teatro Novedades, con la compañía de Juan de Alba.

Estuvo después con la compañía de Pedro Delgado, con quien mantuvo cuatro felices temporadas en Sevilla para después volver a Madrid, representando funciones en los Teatros Eslava, Novedades, Martín y Lara.

En algunas de las obras que representó en sus comienzos llegó a sacar a escena a su recién nacido hijo, Emilio. En su tiempo no fue el único en hacerlo. En vez de salir al escenario con un muñeco en brazos, simulando un bebé, José Mesejo trataba de acallar los lloriqueos de su propio hijo, de pocos meses de edad.

No es de extrañar que cuando ya fue creciendo, el chico, acostumbrado a estar entre bambalinas, quisiera también seguir la tradición familiar, como así sucedió.

Mesejo se especializó en sainetes, representando tipos del casticismo madrileño. En la segunda mitad del siglo xix estrenó Las zapatillas, un sainete que musicó el célebre maestro Chueca, que se estrenó en el Teatro Apolo, de la calle de Alcalá, en Madrid. En una escena de la obra simulaba, portando una gran maleta, que esperaba un tren que no llegaba nunca.

Y a fuerza de repetir la frase: “Me voy, me marcho, ea, que no aguanto más”, tuvo Mesejo que escuchar desde “las alturas” del teatro, una voz, pronto coreada por más espectadores, que decía: “Sí, sí, vete, aunque pierdas el tren”. Y el sainete dejó de representarse. Lo contaba el propio actor con infinita gracia.

En 1886 estrenó La Gran Vía, zarzuela de extraordinaria acogida popular en la que representaba a uno de los tres “ratas”, que era de los números musicales más aplaudidos. En la función trabajaban su hijo Emilio y Julián Ruiz. En las temporadas 1886-1890 estuvo en los Teatros Maravillas, Felipe, Príncipe Alfonso y Eslava. Pero a partir de 1890 se consagró al Apolo, donde permaneció quince años. Allí obtendría el mayor de los éxitos de su prolongada carrera con La verbena de la Paloma, en el papel del tabernero José.

Como llegaba la época del cine mudo, las gentes del teatro se temían lo peor para su oficio. Así que se representaron obras como Fotografías animadas, que estrenó José Mesejo en 1897. Se incluyeron algunas imágenes proyectadas en el mismo escenario, lo que constituyó toda una novedad en aquel mítico Apolo.

Cuando iba a finalizar el siglo, José Mesejo era un actor maduro, con mucha seguridad en escena, dotado de gran vis cómica como señalaban los cronistas teatrales de la época. Era habitual en él aparecer con el rostro serio, como si estuviera malhumorado, que en el respetable ocasionaba más gracia aún que si estuviera contando sus habituales chascarrillos.

Estrenó José Mesejo, entre muchas obras del género chico y sainetes, dos de las zarzuelas más conocidas del prestigioso y popular maestro Chapí: Las bravías y La revoltosa, cuyo estreno tuvo lugar en el Apolo el 25 de noviembre de 1897. El libreto estaba firmado por Carlos Fernández Shaw y José López Silva. La ambientación no podía ser más madrileña. En cuanto a Las bravías, era una versión “a la española” de La fierecilla domada, igualmente ambientada en un Madrid a orillas del Manzanares, entre alegres lavanderas. José Mesejo triunfó en esas dos obras, de las mejores de su historial.

En aquel Apolo de finales del siglo xix, José Mesejo fue protagonista de éxitos resonantes como los sainetes Los baturros, El cabo primero, Los chorros del oro y El motete, de los hermanos Álvarez Quintero; El Santo de la Isidra y El corneta de órdenes, de Carlos Arniches; la zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente, de Chueca y Ramos Carrión; Churro Bragas, versión chusca de Antonio Paso acerca de “Curro Vargas”; El mantón de Manila, Pepe Gallardo, también con música de Chapí, y La fiesta de San Antón, de Arniches y Torregrosa.

Mesejo cantaba y decía sus graciosos parlamentos.

A principios del siglo xx estrenó con su hijo, en 1901, Doloretes, de Vives y Arniches. En 1902, El tirador de palomas, de Vives y Fernández Shaw. Su repertorio superaba los dos centenares de obras representadas.

Dada su experiencia, José Mesejo llegó a ser director del Apolo. Simpático y asequible, no tenía inconveniente en recibir a desconocidos aspirantes a ser actores, como recordaba Enrique Chicote en sus memorias, cuando éste le pidió una oportunidad en sus tiempos juveniles.

El último éxito que vivió en el Apolo fue Juegos malabares (1910), junto a Consuelo Mayendía. Llevaba 51 años en los escenarios. Pero aún tuvo arrestos para, en el último año que le quedaba de vida, irse a Palma de Mallorca, donde dirigió la compañía del Teatro Circo Balear.

Volvió ya enfermo a Madrid y murió a la semana siguiente. Los madrileños acudieron en tropel a su entierro, muy conmovidos, para agradecerle cuantos buenos ratos les había proporcionado.

 

Bibl.: E. Chicote, La Loreto y este humilde servidor, Madrid, M. Aguilar, 1944, págs. 16 y 88; J. López Ruiz, Historia del Teatro Apolo, Madrid, Editorial El Avapiés, 1994, págs. 42, 47- 48 y 50; M. Gómez García, Diccionario del teatro, Madrid, Ediciones Akal, 1997, pág. 546; E. Casares Rodicio, Diccionario de la zarzuela, t. II, Madrid, ICCA, 2002, pág. 299.

 

Manuel Román Fernández

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