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Francesc Macià y Llussà

Biografía

Macià y Llussà, Francesc. Villanueva y Geltrú (Barcelona), 21.X.1859 – Barcelona, 25.XII.1933. Militar y político.

Nació en el seno de una familia numerosa. Sus padres, que tuvieron otros cinco hijos, eran originarios de Borges Blanques (Lérida) y se establecieron como comerciantes de productos agrícolas en Villanueva y Geltrú (Barcelona). En 1875, en los postreros tiempos de la Tercera Guerra Carlista, ingresó en la Academia de Ingenieros Militares de Guadalajara, graduándose en 1879 como teniente. Su carrera militar fue rutinaria, subiendo de escalafón por edad y no por haber intervenido en las guerras coloniales. Estuvo destinado en Barcelona, Madrid, Cádiz, Ceuta y Sevilla y en 1887 llegó a Lérida, donde concluyó su carrera militar y estuvo a cargo de la Comandancia de Ingenieros, primero interinamente hasta 1892 y desde entonces de manera efectiva hasta 1906.

En 1888 se casó con Eugenia Lamarca, perteneciente a una rica familia de terratenientes leridanos, que heredaría la finca Vallmanya, de unas 3.000 hectáreas. Allí Macià practicaba la caza y montaba a caballo. El matrimonio tuvo cuatro hijos.

El título de ingeniero militar le permitía también trabajar como ingeniero civil y, como tal, se ocupó del ferrocarril de la Noguera Pallaresa y trabajó en el proyecto del canal de Aragón y Cataluña (1888), interesándose especialmente en que el riego llegase a los campos leridanos, opción que no estaba contemplada en el proyecto. Macià, con ese objetivo, llegó a entrevistarse con el rey Alfonso XIII, que le ayudó en sus pretensiones. Entre las miles de hectáreas que se beneficiaron con esta iniciativa estaba también la finca de Vallmanya, propiedad de su mujer. En esas fechas fue nombrado Hijo Predilecto de Borges Blanques por haber realizado la canalización de agua de la población.

El hecho de que su suegro fuese un destacado cacique liberal, bien relacionado con las elites de la provincia, y de que Macià fuese un jefe militar, con el simbolismo que esta profesión conllevaba en las sociedades tradicionales, los contactos que su actividad de ingeniero civil le propiciaban, junto con la red de complicidades e intereses que generaron, le serían vitales cuando se decidió a dar el salto a la política.

Su intervención en la vida pública fue la consecuencia del sectarismo que demostró la institución militar en noviembre de 1905 cuando oficiales de la guarnición de Barcelona destrozaron las redacciones de los rotativos catalanistas Cu-cut! y La Veu de Catalunya.

Macià, por imperativos de conciencia, criticó vivamente estos hechos. En esa época frecuentaba el Casino Principal de Lérida, donde coincidía con profesionales liberales de talante republicano y catalanista, como Alfred Pereña, Pere Mías, Humbert Torres y Romà Sol, por ejemplo. Y, como sus tertulianos, se sintió profundamente dolido con la actitud anticatalana y militarista de gran parte de las Fuerzas Armadas y con la incapacidad gubernamental para imponer la supremacía civil, como se reflejó en la Ley de Jurisdicciones.

Además, su visión de la política y de los políticos estuvo profundamente influenciada por el desastre de 1898, pues creía que los viejos partidos habían sido los responsables de la derrota y que habían culpado de ella al Ejército. Así lo señaló en su primera intervención parlamentaria (17 de junio de 1907). Por eso el regionalismo le pareció un nuevo antídoto para los males del sistema canovista, y aceptó encabezar la lista de la coalición Solidaridad Catalana por el distrito de Borges Blanques. Macià era entonces teniente coronel, pero las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para la intervención de sus integrantes en partidos regionalistas, pues entendían que esas formaciones buscaban “el desmembramiento de la patria”. De esta manera, en medio de una feroz campaña por parte de las publicaciones militares y derechistas, Macià fue conminado a escoger entre el Parlamento y su profesión.

Para presionarle aún más, el ministro de Guerra (1 de abril de 1907) le trasladó fulminantemente de Lérida a la dirección de las obras del castillo del Dueso (Santander). Pero él se mantuvo firme en su decisión de concurrir a las elecciones, lo que le granjeó una enorme popularidad, hasta el punto de que Solidaridad Catalana lo presentó también como candidato por Barcelona. Y, a pesar de que su traslado no le permitió participar en la campaña electoral, consiguió las dos actas de diputado, si bien acabó renunciando a la de Barcelona. Iniciaba así una sólida carrera política en aquel distrito leridano, donde a partir de las elecciones de 1907 consiguió siempre salir escogido hasta 1923, incluso varias veces sin oposición (en virtud del artículo 29 de la Ley Electoral). Pero eso significó su abandono de las Fuerzas Armadas. Tenía cuarenta y ocho años y, como señaló en su primera intervención en el Congreso, la decisión no le resultó nada fácil: “Lloro amargamente al dejar el Cuerpo”.

Como diputado sería ejemplar, pues conocía minuciosamente las infraestructuras, la economía y las necesidades de su distrito, por lo que trató, en sus intervenciones parlamentarias, de mejorar la red viaria y de proteger la pureza del aceite de oliva y de los alcoholes vinícolas.

Con el paso del tiempo experimentó una gradual evolución ideológica. Si bien inicialmente, de los grupos que integraban Solidaridad Catalana, con el que más se identificó fue con la Lliga, sólo se afilió a ella tras la desaparición de Solidaridad. Le costó comprender el final de esta coalición, pues, desde su formación castrense, entendía la política como un instrumento para lograr objetivos precisos y claros y para ello creía que lo mejor era una plataforma unitaria, igual que la concentración de fuerzas es esencial en los planteamientos estratégicos de los Estados Mayores. Por el contrario, con la dispersión o el fraccionamiento sólo se podía conseguir la derrota y la consolidación de la acepción más peyorativa de la política. Con todo, en las legislativas de 1910 se presentó como candidato de la Lliga, pero abandonaría definitivamente esta formación al año siguiente. Entre 1912 y 1913 se aproximó a la Unió Federal Nacionalista Republicana (UFNR), dirigida por Francesc Layret y Jaume Carner.

Paradójicamente la UFNR en ese período entró en crisis por la fortaleza de la Lliga. Los republicanos, para contrariar la formación que dirigía Cambó, en marzo de 1914, establecieron una coalición con los lerrouxistas (Pacte de Sant Gervasi), lo que provocó su hundimiento y el alejamiento de Macià, cada vez más influenciado por el ambiente resultante de la Gran Guerra, que provocaba el despertar de los nacionalismos irredentistas.

Macià, en noviembre de 1915, en el transcurso de un debate parlamentario sobre los presupuestos militares, renunció al acta de diputado, lo que fue entendido por amplios sectores de la opinión pública como un gesto moralizante de quien, teniendo buenas intenciones, se le impedía realizarlas. En las legislativas de 1916 formalmente él no se presentó pero permitió que sus seguidores oficializasen su candidatura, por lo que volvió al Parlamento.

En noviembre de 1916 el periódico liberal La Publicidad de Barcelona le contrató como corresponsal de guerra en el frente francés. El tiempo que permaneció en él reforzó su admiración por Francia y su antigua convicción de que en política lo fundamental era la unidad. Por eso, creía él, el país vecino tenía esa enorme capacidad combativa, que entendía derivada de la política de concentración nacional que todos los sectores sociales respaldaban. Ésa era, pues, la política frentista que debía establecerse en Cataluña. Y si eso aún no era posible por entonces se debía al alejamiento de amplios sectores de la clase obrera de la actividad política, porque sus depauperadas condiciones de vida los colocaban de espaldas a las instituciones.

Por eso Macià procuró obtener la colaboración del movimiento sindical, de ahí su vinculación al movimiento revolucionario del verano de 1917.

Macià participó en la Asamblea (5 de julio de 1917) convocada por los parlamentarios catalanes, en la que pidió, sin éxito, que se pasase a una acción revolucionaria inmediata. Tras la frustrada segunda reunión de diputados de toda España dos semanas más tarde, Macià se acercó a Marcelino Domingo, que trataba de transformar, de acuerdo con las izquierdas españolas, el malestar reinante en una revolución. Para ello era fundamental atraer a las Fuerzas Armadas al campo de la conspiración, especialmente a las Juntas de Defensa. Con ese objetivo Macià se entrevistó con su líder, el coronel Benito Márquez, y redactó el 6 de agosto un manifiesto Al Ejército que circuló por los cuartos de banderas de toda España. Domingo, por su parte, fue el encargado de subvertir a los escalafones más bajos de la corporación mediante la soflama Soldados. Pero la posibilidad de que el Ejército se mantuviese, como mínimo, neutral se frustró con la declaración sindical de huelga general revolucionaria (14 de agosto). Entonces los militares se colocaron incondicionalmente a las órdenes del ejecutivo. Domingo fue detenido y Macià, también buscado, se exilió en Francia durante un mes (del 19 de agosto al 19 de septiembre de 1917).

Tras su primer exilio fue reelegido diputado en febrero de 1918. A partir de entonces sus escasas intervenciones parlamentarias tuvieron dos ejes esenciales: la mejora de las condiciones sociales de los obreros y la independencia de Cataluña. En esa última cuestión los nacionalistas tuvieron el aliento de la doctrina ‘wilsoniana’ de los catorce puntos, la teoría leninista en favor del derecho de autodeterminación y la lucha de los irlandeses por la independencia respecto a Gran Bretaña. Macià acabó jugando un papel vertebrador de los diversos grupúsculos que se movían en el ámbito de ese catalanismo radical una vez acabada la Primera Guerra Mundial. Ya en una intervención en el Parlamento (5 de noviembre de 1918) Macià reclamó por primera vez la independencia de Cataluña. Por esas fechas la Escuela de Funcionarios de Administración Local promovió un plebiscito entre los consistorios catalanes para saber si querían la autonomía. El 98 por ciento respondió favorablemente.

El Consejo de la Mancomunidad entregó esta propuesta al presidente del Gobierno García Prieto (29 de noviembre de 1918), pero la Lliga, principal impulsora del proyecto, ante el miedo a ser desbordada por los republicanos y el pánico a la lucha de clases, especialmente tras la huelga de la Canadiense (febrero de 1919), se desentendió del asunto y el partido de Cambó pasó a pactar sistemáticamente con el poder central.

El fracaso del autonomismo no hizo más que alentar el maximalismo de Macià que, en enero de 1919, fundó la Federació Democràtica Nacionalista (FDN), con el objetivo de conseguir “la autonomía integral”.

Pero las elecciones municipales de febrero de 1920, en las que el FDN presentó una única lista por Barcelona, se saldaron con un estrepitoso fracaso que dejó inerte al partido que, con todo, se planteaba la utilización de la lucha armada como medio para lograr la independencia de Cataluña. Con el objetivo de crear un amplio frente catalanista, Macià acudió a la Conferencia Nacional Catalana, en junio de 1922, convocada por disidentes de las Juventudes de la Lliga y republicanos nacionalistas. Realizó una apología de la insurrección como medio para lograr la formación del Estado Catalán, pero sus tesis fueron rechazadas por una amplia mayoría, aunque, con la tenacidad que le caracterizaba, lejos de desanimarse, el 18 de julio de ese año, fundó Estat Català (EC), un frente cívico-militar que pretendía, mediante la vía insurreccional, pilotar la independencia catalana. Macià sería también director del quincenal Estat Català (de noviembre de 1922 a septiembre de 1923). En enero de 1923 EC buscó alianzas con la Unió Socialista de Catalunya (USC) y con el sector militarista de Acción Catalana y también con los nacionalistas vascos y los galleguistas, constituyendo la denominada Triple Alianza o Galeuzca, pacto firmado en Barcelona el 11 de septiembre de 1923, pero el golpe de Estado de Primo de Rivera, dos días más tarde, lo invalidó.

Con la imposición de la dictadura Francesc Macià volvió a exiliarse en Francia, estableciéndose con su mujer y una hija primero en Perpiñán y después en los alrededores de París, desde donde procuró establecer una retaguardia segura que le permitiese desencadenar una acción guerrillera contra el régimen militar. Con ese objetivo y siendo consciente de la debilidad de su organización, promovió la creación del Comité de Acción de la Libre Alianza, en la que englobó además de Estat Català, a la CNT, a diversos grupos libertarios, al PNV y al PCE. Sus integrantes esperaban contribuir al hundimiento de la dictadura cuando la guerra del Rif contra Abdelkrim la estaba debilitando considerablemente. El plan opositor necesitaba una sólida financiación. Para conseguirla, Macià ideó el denominado Empréstito Pau Clarís, unos bonos reembolsables cuando el Estado Catalán fuese una realidad. La emisión (23 de abril de 1925), por un valor total de 8.750.000 pesetas, estaba avalada por su propia firma en nombre del Gobierno Provisional de Cataluña. La venta de esos títulos fue un fracaso, por lo que Macià, entre octubre y noviembre de ese año, viajó a la URSS para que la Internacional Comunista le ayudase a financiar sus planes revolucionarios. Pero tampoco tuvo éxito, pues en aquellos momentos en Moscú se vivía el punto más álgido de la lucha por el poder entre Stalin y Trotsky. El fracaso de este viaje enterró la Libre Alianza. Entonces Macià, para respaldar sus proyectos conspirativos, utilizó su patrimonio familiar y, tras el fracaso del levantamiento cívico-militar contra la dictadura, conocido como sanjuanada (junio de 1926), consideró que se daban las condiciones para desencadenar la acción de Prats de Molló, una maniobra armada que, más allá de los resultados modestos que pudiese conseguir, se convirtiese en un arma de propaganda para la causa que encarnaba.

La operación de Prats de Molló (que toma el nombre de la localidad francesa donde Macià fue detenido) se inició el 4 de noviembre de 1926, englobando a poco más de un centenar de hombres debidamente armados, de los cuales dieciocho eran italianos exiliados, que penetrarían en España por dos lugares diferentes para convergir en Olot, ocuparlo y proclamar el Estado Catalán. Después, en caso de no poder retener la ciudad, deberían llegar al macizo de Las Guillerías para realizar acciones de guerrilla. Pero las autoridades francesas abortaron el complot antes de que pudiesen actuar ya que seguían con precisión los preparativos gracias a la delación de un sobrino de Garibaldi, el coronel Ricciotti, que trabajaba a sueldo de las autoridades fascistas italianas. Por eso, todos los conspiradores fueron aprisionados y expulsados de Francia, con excepción de diecisiete considerados por París como dirigentes, por lo que fueron procesados.

Entre éstos estaba Macià al que se le impuso la máxima condena: dos meses de cárcel por tenencia ilícita de armas y una multa de 100 francos, lo que en la práctica representaba su absolución, pues ya había cumplido ese período de detención. El proceso tuvo una enorme repercusión mediática, haciéndose eco los principales rotativos del planeta, consagrándole como el libertador catalán que, con sesenta y siete años, se convirtió en un “avi” (abuelo) venerable e irreducible. El fracaso de la invasión se convirtió en una victoria política. Las autoridades españolas, cuando estaba detenido en la cárcel de La Santé, pidieron su extradición, pero el Gobierno francés no la concedió. Tras su liberación fue expulsado de Francia, estableciéndose entonces en Bruselas. Bélgica era, en esa época, el epicentro conspirativo de los desterrados españoles, y por allí pasaron Durruti y Ascaso, que se entrevistaron con él.

Pasado un año de la aventura de Prats de Molló, Macià y su secretario, Ventura y Gassol, recorrieron durante cerca de doce meses el continente americano para buscar apoyo, sobre todo financiero, de las comunidades catalanas que con la emigración económica se habían establecido en aquel continente.

Fueron bien recibidos, sobre todo en Uruguay y Argentina. En este último país entraron clandestinamente, después de ganar un proceso judicial contra las autoridades de emigración que pretendían expulsarlos, y que les acarreó otro baño de popularidad mediática, pues la prensa argentina e internacional los presentaron como paladines de la lucha por la libertad. Tras su victoria judicial residieron más de medio año en aquel país. Después embarcaron hacia Cuba. En La Habana participaron en la Asamblea Constituyente del Separatismo Catalán (del 30 de septiembre al 2 de octubre de 1928) que fundó el Partit Separatista Revolucionari de Catalunya (PSRC) y elaboró una Constitución provisional de la República Catalana.

Tras su regreso a Europa, Macià trató infructuosamente de residir en Francia y Suiza, y finalmente Bélgica lo acogió de nuevo. Una vez en el viejo continente trató de implantar los Acuerdos de La Habana y que el Estat Català se metamorfosease en el PRSC, que tenía un organigrama intercontinental. Esta maniobra no agradó a los militantes del interior de Cataluña, que prefirieron mantener la antigua denominación y la estructura partidaria clásica, pues durante el periplo de su líder por tierras latinoamericanas se habían acostumbrado a actuar con amplia autonomía, por lo que se desvincularon de aquellos acuerdos.

En 1930, caída la dictadura de Primo de Rivera, se proclamó una amnistía que incluyó a todos los implicados en el complot de Prats de Molló, a excepción de Macià, lo que hizo aumentar aún más su popularidad, pues diversas organizaciones políticas y socioprofesionales exigieron que se permitiese su regreso.

Bajo la ‘dictablanda’ del general Berenguer, EC pudo actuar legalmente bajo la denominación de “Amics de Macià”.

Estat Català participó en el Pacto de San Sebastián (agosto de 1930) junto a las principales fuerzas antimonárquicas para preparar la transición hacia la república.

De hecho, esa alianza de la que saldría el futuro gobierno provisional estaba en la línea frentista que siempre había postulado Macià, ya fuese en el ámbito catalán o estatal. Pero el líder de EC se resistía a la inactividad del exilio, por lo que cuando se avecinaba el cambio de régimen entró clandestinamente en Cataluña el 25 de septiembre y se instaló en Barcelona, en casa de su yerno. Cuando el gobernador civil se enteró, en un gesto que evidenciaba la debilidad gubernamental, lo deportó al otro lado de la frontera, no pudiendo regresar hasta el 22 de febrero de 1931.

A la vuelta, su partido prácticamente no existía de forma orgánica, pero mantenía el innegable atractivo de la combatividad de su líder que se había batido incansablemente contra la dictadura. Quizás por eso Macià fue uno de los principales motores de la Conferencia de Izquierdas Catalanas en la que diversos grupos: EC, Partit Republicà Català, los del semanario L’Opinió, y numerosos centros republicanos, dieron vida a una nueva formación, Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), el 19 de marzo de 1931. Sus objetivos se centraban en la obtención de la autonomía y de la república. Macià fue escogido presidente de su comité ejecutivo integrado, además, por Marcelino Domingo, Jaume Aiguader, Lluís Companys y Joan Lluhí, junto con otros representantes de las federaciones del partido.

La victoria de esta nueva formación en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 consolidaron su hegemonía política y el liderazgo del ‘avi’, que en la tarde del 14 de abril proclamó, desde el balcón del consistorio barcelonés, el Estado Catalán integrado en la Federación de Repúblicas Ibéricas desmarcándose, de ese modo, del acto que, a favor de la República sin matices, había realizado horas antes Companys.

Posteriormente Macià nombró diversas autoridades civiles y militares y el día 15 procedió a la formación del gobierno de la República Catalana, que estaría integrado por militantes de ERC, de Unión General de Trabajadores, del Partit Catalanista Republicà (PCR) y de la USC. Pestaña, en nombre del sector moderado de la CNT, declinó la invitación. Tres días más tarde el gobierno central de la República envió a Barcelona una delegación de tres ministros (Nicolau d’Olwer, Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos) que, tras una dura negociación, lograron la transformación del Estado Catalán en la Generalitat de Catalunya, de la que Macià sería su presidente a través de un decreto del Gobierno Provisional de la República, publicado el 21 de abril.

El ejecutivo autónomo convocó una asamblea o diputación provisional integrada por cuarenta y seis representantes de los ayuntamientos catalanes, que elaboraron un proyecto de Estatuto de Autonomía (Estatuto de Nuria), aprobado por referéndum (2 de agosto de 1931) con un 98 por ciento de votos favorables de los ciudadanos de Cataluña. La comisión incluyó, además de independientes, a representantes del PRC, ERC y USC. El Estatuto, con unas competencias más recortadas, sería aprobado por las Cortes de la República (9 de septiembre de 1932).

ERC consiguió la mayoría absoluta de los sufragios catalanes en las Constituyentes de junio de 1931. Macià, que obtuvo un acta de diputado, acabó devolviéndola para dedicarse exclusivamente a la política catalana.

El refuerzo de ERC era vital, especialmente tras la marcha de Marcelino Domingo (enero de 1932) por discrepancias sobre la política maximalista que, en su opinión, mantenía esta formación sobre la cuestión catalana. La disidencia, de poca significación, fue ultrapasada en febrero de ese año, con la celebración del I Congreso ordinario del partido, que entonces contaba con unos cuarenta y cinco mil militantes, en el que convivían tres tendencias principales: la más nacionalista dirigida por Macià y sus seguidores de EC; la republicana que encabezaba Companys y la izquierdista de los de L’Opinió liderada por Lluhí. El I Congreso, extraordinario, de ERC (octubre de 1932) sirvió para preparar las elecciones al Parlamento catalán del mes siguiente. Entonces el partido vivía una fase de euforia y de unidad, llegando a integrar a unos cien mil militantes. Macià en esos comicios presentó su candidatura por Lérida y Barcelona quedándose con la representación barcelonesa. Tras la obtención de la mayoría absoluta fue el encargado de realizar la apertura solemne del Parlamento, que lo ratificó como presidente de la Generalidad. Entonces delegó sus funciones ejecutivas en los siguientes consejeros: Joan Lluhí (diciembre de 1932), Carles Pi i Sunyer (enero de 1933) y Miquel Santaló (octubre de 1933).

Estas remodelaciones gubernamentales tuvieron que ver con la crisis que sufrió ERC, a partir de enero de 1933, cuando los del grupo L’Opinió le acusaron de comportamiento autoritario al negarse a dar explicaciones sobre su actuación política en el Parlamento.

Además pretendían que dejase las funciones ejecutivas a los consejeros antes citados con carácter definitivo y él se limitase a desempeñar únicamente un papel moderador.

Pero no era ésa la opinión de los ex militantes de EC, que querían reforzar aún más la figura del presidente de la Generalidad. Tampoco querían que Josep Tarradellas acumulase las competencias de consejero de Gobernación con las de gobernador civil de Barcelona, como proponía el ejecutivo central.

Los de L’Opinió denunciaron entonces la corrupción existente en el consistorio de la capital catalana, presidido por Jaume Aiguader, exdirigente de EC; la negligencia de la Generalidad en el traspaso de competencias por parte del Estado y a las Juventudes de EC (‘escamots’) de ser filo-fascistas. La pugna interna condujo a las dimisiones de los consejeros Joan Lluhí, Josep Taradellas, Pere Comas i Antoni Xirau. Pero la tensión llegó a su cénit en el II Congreso ordinario de ERC (junio de 1933), en el que los ‘lluhins’ volvieron a acusar a Macià y a sus seguidores de no respetar la democracia interna de la formación, de autoritarismo y de traicionar los postulados fundacionales del partido. Pero los disidentes quedaron en minoría y tras ser, inicialmente, amonestados acabaron siendo expulsados de ERC (II Congreso extraordinario, octubre de 1933). El partido ratificó también la alianza entre los sectores que encabezaban Macià y Companys.

De hecho, este último se consolidó definitivamente como el delfín del presidente de la Generalidad, en unos momentos en que éste se encontraba con graves problemas de salud.

En las legislativas anticipadas de noviembre 1933 Macià volvió a ser escogido diputado al Parlamento de la República, pero entonces ERC perdió las votaciones ante la ‘Lliga’. Influyó en ello tanto las divergencias en el seno del partido como la división electoral de las izquierdas.

En septiembre de 1933, Francesc Macià había sufrido una obstrucción intestinal, que se le complicó en diciembre con un resfriado. Tras observar el equipo médico una hinchazón en el vientre fue intervenido quirúrgicamente de urgencia, falleciendo el día de Navidad de ese año, sin haber abandonado las funciones presidenciales. Su sepelio, dos días más tarde, se realizó en medio de grandes muestras de tristeza de quienes lo habían catapultado a la más alta magistratura de Cataluña.

 

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Josep Sánchez Cervelló

 

 

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