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Ricardo Macarrón Jaime

Biografía

Macarrón Jaime, Ricardo. Madrid, 9.IV.1926 – Riaza (Segovia), 14.V.2004. Pintor, retratista.

Sus raíces paternas lo conducían al arte, pues su progenitor, Juan Macarrón Despierto, dirigía la galeríataller donde se formó una estirpe de restauradores y tallistas en la que Ricardo también fue iniciado.

Los abuelos del pintor fueron Ángel Macarrón, natural de Valdanzo (Soria), y Eladia Despierto, nacida en Fuentelviejo (Guadalajara), pareja de tenacidad admirable que levantó (en 1895) una empresa artesanal que pronto cobró gran prestigio, pero estuvo a punto de desaparecer ante la muerte de su fundador con tan sólo treinta y tres años. El temple de Eladia y la leal ayuda que recibió de su hermano Alejandro —luego restaurador del Museo del Prado— lograron solventar la crisis. La síntesis Macarrón-Despierto está en el empeño de organizar el complicado traslado (octubre-noviembre de 1936) del núcleo expositivo del Prado con el fin de preservarlo de los bombardeos aéreos que devastaban la capital. Completar aquel peligroso triángulo, Madrid-Valencia-Ginebra, sin daños ni pérdida alguna para las colecciones del gran Museo Nacional, fue hazaña que dirigió el padre del luego famoso pintor. De aquellos sucesos y las situaciones que siguieron —Madrid como capital del hambre y del enmudecimiento político— surgieron (entre 1961 y 1972) sus maternidades de la supervivencia, excepcionales retratos de una patria de familia, de cuyas penalidades Ricardo fue testigo y luego sensible intérprete.

El joven Macarrón fue matriculado en la Escuela de Artes y Oficios para aprender los perfeccionismos del tallado, dorado de marcos y restauración de lienzos.

Las buenas hechuras del neófito impresionaron a algunos de los clientes de la Galería Macarrón, casos de Vázquez Díaz y Zuloaga. Fueron ellos quienes reforzaron el convencimiento paterno para que el prometedor marquista ingresara (en 1942) en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Con dieciocho años afrontó el desafío de madurez anticipada: Después de la faena, un torero en atrevido escorzo para el que le sirvió de modelo el escultor Joaquín García Donaire.

Había tanto de Zuloaga como de Benjamín Palencia en este cuadro, expuesto en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1944. Macarrón combinó sus cursos académicos con insistentes visitas al Prado, donde se aplicaba en la asignatura común a generaciones de estudiantes: copiar, al natural, los cuadros de fama.

En 1946, año de fin de carrera, obtuvo una 3.ª Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes con su lienzo El entierro de Cristo. Por entonces inició una singular variante de prácticas —en autobús y motocicleta— para estudiar los paisajes y luces de Castilla, actividad que lo hizo popular entre sus compañeros de curso (Castivil, López Villaseñor, Pérez Gil). Su interés se extendió al grabado, para lo cual concurrió a las aulas de la Escuela Nacional de Artes Gráficas. En 1947 consiguió el 1.er Premio en una asignatura que será su amor secreto hasta el fin de sus días: el bodegón.

Al Galardón Duque de Alba, obtenido en el Salón de Otoño de 1947, lo siguió un reconocimiento de importantes consecuencias: becado por el Instituto Francés, viajó a París, capitalidad de las nuevas artes, a la que regresó en 1949. Ante las obras de Cézanne y Van Gogh, de Modigliani o del Picasso de su período rosa (que guiará su excepcional Niña con mandolina, de 1959), se emocionó y aprendió, recapacitó y progresó en su formación.

De las personas que ejercieron más influencia en Macarrón, sobresalen Benjamín Palencia (por sus dictados para mejor entender los cambios del paisaje y lograr el aprovechamiento de la luz cómplice); el también pintor Luc Simon (que lo introdujo en las familias artísticas de París); Joaquín Valverde Lasarte (su profesor preferido en la Escuela de San Fernando); los pintores Rafael Reyes Torrent y Álvaro Delgado (sobre todo este último); más el literato Antonio Ródenas, quien le facilitó las claves para el seguimiento museístico de impresionistas y modernistas en la capital francesa.

En 1951 Macarrón concurrió a la I Bienal Hispanoamericana de Arte y celebró en Bilbao su primera exposición —sin ningún resultado económico—, en un año de simbolismos inaugurales, pues el 16 de mayo celebraba sus esponsales con Alicia Iturrioz, a la que había conocido en la madrileña Escuela de San Fernando.

Los siguientes once años (de 1953 a 1962) componen un segundo período formativo: viajes por Andalucía, Aragón, Extremadura y Castilla; nueva exposición en Madrid y otra en Zaragoza (1955); 2.ª Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su Retrato de una monja (1957); en 1960, agotador viaje (en moto), junto a su esposa Alicia, para recorrer los museos del Benelux, Alemania y Escandinavia; Premio Nacional de Pintura (en 1961) por su cuadro Paisaje de Villalvilla; nueva distinción académica —1.ª Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes, en 1962, por su lienzo Arlequín— ahorquillada entre dos reconocimientos de alcance continental.

Tal relevancia tuvo el retrato que lograse sobre el (difícil) perfil de la condesa Krystyna Potocka, más el viaje que lo llevó al Reino Unido, originado por el encargo de retratar a Simon Berry, benjamín de una de las grandes familias de la prensa británica. El resultado fue una obra de desenvuelta madurez —el niño Berry, sentado en humilde silla de madera, escrutaba al espectador con su mirada adulta, inmune a la flaqueza adolescente de sus piernas desnudas—, que causó admiración en la sociedad londinense, lo cual supuso para el autor ser elegido miembro de la Royal Society of Portrait Painters. El éxito lo obligó a abrir un estudio en Londres, otro en París, y a presentar tres exposiciones (1963 y 1966 en la capital inglesa; 1966 en la helvética Lausana). A esta última acudió la reina Victoria Eugenia para asistir a su inauguración.

Al año siguiente recibió Macarrón el encargo de pintar a la que fuera esposa de Alfonso XIII.

La obra resultante supuso la consolidación del pintor como firma de referencia institucional, abriéndole el ámbito no sólo de las familias reales, sino de la antigua nobleza europea y el mundo empresarial de su tiempo. Victoria Eugenia había posado en leve escorzo, la cabeza girada hacia su izquierda e iluminada por alta luz procedente del mismo lado, a la que ella correspondía con perceptible elevación del mentón.

Sobre un fondo de lumínicas asimetrías, trabajado con pinceladas de gran brío, en el rostro de la gran dama triunfaban los azules, grises y blancos sobre las carnaciones clásicas. Había tal energía en aquella faz y su innata majestad se mostraba con tanta sencillez, que en este retrato realizado en 1967 —a lo largo de diez sesiones— en Vielle Fontaine, se transparentaba la apostura de la princesa Ena de Battenberg que fue bajo el aplomo de la reina española que llegó a ser, todavía, hermosa a sus ochenta años.

El aplauso europeo a la pintura de Macarrón no tuvo correspondencia en su seno patrio. Pese a que la aristocracia y la pujante clase económica españolas le confiaban sus retratos, las nuevas instituciones, en su fase más crítica (1977-1981), prácticamente lo ignoraron. Una familia de Estado confió en él: la de los condes de Barcelona. A Juan de Borbón pintó (en 1978) categórico retrato. El último hijo de Alfonso XIII posó sentado, con ocres de fluida verticalidad en el fondo, el plante sosegado y la mirada expectante, sus manos como exponente de credibilidad adicional. Macarrón nunca puso excusas ante una simultaneidad desafiante: captar la personalidad y retratar el segundo rostro, las manos del modelo.

Con Juan Carlos I consiguió similar logro en 1982, al pintarle revestido con las máximas insignias de la judicatura y la característica toga; aunque su mejor retrato del Monarca fuese el que firmara en 1983, cuadro donde la naturalidad del gesto y la “latente” llaneza del retratado —vestido de civil— se manifiestan bajo una luz alta y oblicua, de focalización difusa, que eliminaba grandiosidades y aportaba autenticidades a una figura de hombre, no sólo de Rey.

Macarrón retrató a tres reinas (Sofía de España, Isabel II de Inglaterra, Noor de Jordania). Dado que compromisos y cansancios se superponían, sólo encontró alivio al imponerse disciplinarios turnos de creatividad: del retrato al bodegón y vuelta (nunca presurosa) al retrato, con incursiones desesperadas en el paisaje (tensión reflejada en los celajes y campos de sus lienzos castellanos). Trabajar en tres espacios y estilos, con un común respeto a la ética de la sinceridad.

Su agotador esfuerzo en algunos cuadros —hasta cuarenta sesiones, de hora y media, escalonadas en dos años (1988-1989), para mostrarse dispuesto a firmar el retrato que hiciera a Carmen Cervera, baronesa Thyssen— le provocó serias lesiones en su esqueleto y su corazón, a las que atendió como pudo.

En sus series paisajísticas se distinguen dos momentos de reaperturas (en 1971 y 1979) con una culminación (en 1995). La primera se manifiesta en Fuencemillán (Guadalajara) con planos bien diferenciados y estabilidad del conjunto bajo una luz en apunte de tormenta.

Si este cuadro asemejaba un Benjamín Palencia, de Van Gogh parecía Torres de la Alameda (Madrid), donde las tierras, gris-amarronadas, en primer plano oponen asimétrico oleaje al de las nubes, azul-rosáceas, que sobrevuelan, furiosas, tejados y campanarios. La culminación en Trigales nublados: tierra y cielo en titánica pugna; bloques de formas y colores impulsados por un viento huracanado; panorámica sin pueblos, sin gentes; pero donde la emoción y la vida lo dominan todo.

En el tratamiento de sus bodegones pueden diferenciarse tres épocas: de 1955 a 1960, reacomodación de afectuosas influencias (las de Juan Gris y el cubismo elegante de Valverde Lasarte), de la que son ejemplos Bodegón con damero (1956), Frutero con peras y manzanas (1958) o Quinqué y violín (1959). Siguió un paréntesis de búsquedas entre 1960 y 1968, representado por Frutero con peras (1965) —cuadro de indefinición (rarísimo en el pintor) y desencanto, no tan raro en él—; que desaparecieron ante una enérgica corrección positivista: Bodegón con fondo negro (1969), una de las mejores obras del bodegonismo contemporáneo. El cénit se produjo en Puntas de gladiolos (1995), demostrativo de su pasión creadora, contenida por una técnica impecable. Por entonces, Macarrón pintaba de tanto como sabía y de cuanto sentía, afincado en la soberanía de quien aunaba experiencia, cálculo y atrevimiento. Pero en esa mitad de la década de 1990 murió la última posibilidad —por parte de las Academias españolas— de nombrarle profesor emérito y así facilitar la institución de una escuela que se beneficiara no sólo de sus conocimientos, sino también de su diaria eticidad.

Al morir, Macarrón dejó inacabados —a falta sólo de completar el trazo y color de las manos— tres notables retratos (uno de ellos de la infanta Margarita). Y sin firmar dos más —del gran duque de Luxemburgo y su esposa—, que sí tenía terminados. Macarrón había citado, en su estudio madrileño, a los grandes duques para presentarles (otra vez) sus cuadros, estudiar si procedía algún reppentiminti (al modo velazqueño, que él seguía) y firmar ambos lienzos en presencia de sus invitados. Este hecho es prueba del cuidado con que mimaba sus obras. Su firma —en letra mayúscula y trazada en semicírculo— la situaba en el margen inferior izquierdo de sus cuadros. Aquella cita quedó anulada por la noticia de su muerte, en Riaza, a causa de un infarto. Su cadáver fue trasladado a Madrid. El 15 de mayo de 2004 los restos mortales de Ricardo Macarrón fueron incinerados en el cementerio de la Almudena.

Fue un retratista eminente, considerado el último pintor de Corte no sólo por haber pintado a cinco generaciones de reyes, reinas e infantes de España, sino por la rigurosa continuidad que, de tal compromiso estético, sostuvo. Los principales centros museísticos e instituciones que acogen sus cuadros son: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid; Museo de la Universidad de Oslo; National Gallery en Ciudad del Cabo (Sudáfrica); Fundación Thyssen-Bornemisza, en Madrid; Fundación Güell, en Barcelona; colecciones de las casas reales de España, Gran Bretaña, Jordania y Arabia Saudí, así como las del gran ducado de Luxemburgo y el principado de Mónaco.

 

Obras de ~: Pierrot (Susana vestida de), 1957; Cuenca, 1957; Frutero con paño blanco, 1958; Susana con vestido blanco, 1958; La niña dormida, 1961; Mónica con el baby del colegio, 1966; Marqués de Cubas (Fernando Falcó), 1966; Marquesa de Bolarque (M.ª Asunción de Eulate), 1970; Mónica de la trompeta, 1971; Princesa Alejandra de Kent, 1971; Doña María de las Mercedes, condesa de Barcelona, 1971; Claveles de Alicia, 1972; Niña con sueño, 1972; La huida, 1972; Pueblo de la Alcarria, 1974; Lolín Herrera, 1976; Casar de Tordesillas, 1977; Princesa Grace de Mónaco, 1977; Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, 1979; Rosas de El Greco, 1979; Lilas, 1980; Torraño, 1980; Riaza nevado al anochecer, 1980; Carolina Cameron, 1981; Señora de Silvela, 1981; Rosas de Alicia, 1982; Señora de Arburúa, 1982; Condesa de Canillas (María Francisca Molina de Poch), 1982; Don Juan de Borbón, conde de Barcelona (con uniforme de almirante), 1982; Infanta doña Cristina de Borbón y Grecia, 1984; José María Aristrain, 1985; Señora de Aranda, 1985; Mrs. Larsen, 1986; Jordan, 1988; Infanta doña Pilar, duquesa de Badajoz, 1989; Don Felipe, príncipe de Asturias, 1989; Salvador de Madariaga, 1989; Magnolias, 1991; Jaime Aguilar, 1992; Cardenal Suquía, 1993; Pollos sobre la mesa, 1995; Puntas de liliums, 1996; Rosas de té, 1996; Calas verticales, 1996; Alexander, 1997.

 

Bibl.: J. M.ª Moreno Galván, Introducción a la pintura española actual, Madrid, Publicaciones Españolas, 1960; M. Sánchez Camargo, Diez pintores madrileños, Madrid, Cultura Hispánica, 1965; A. M. Campoy, Diccionario del arte español contemporáneo, Madrid, Ibérico Ediciones, 1973; R. Chávarri, La pintura española actual, Madrid, Ibérico Ediciones, 1983; J. Gaya Nuño, La joven pintura figurativa en la España actual, Madrid, Talleres Argés, 1989; R. Martínez de la Hidalga et al., Ricardo Macarrón [catalogación de S. Macarrón Iturrioz, con ocasión, en Madrid, de la última exposición antológica del pintor], Zaragoza, Ibercaja, Tipolínea, 1999.

 

Juan Pando Despierto

Relación con otros personajes del DBE

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