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Joaquín Ibarra Marín

Biografía

Ibarra Marín, Joaquín. Zaragoza, 19.VII.1725 – Madrid, 13.XI.1785. Impresor y encuadernador.

Nació en Zaragoza, el 19 de julio de 1725 en una familia de no muchos recursos, hijo de Juan Ibarra, tafetanero, y de Mariana Marín, hermana del reputado impresor Antonio Marín. Su infancia transcurrió en su ciudad natal hasta 1735, año en que se trasladó con su hermano Manuel —que no con su tío, según se apunta en muchos trabajos, como demuestra Ruiz Lasala (1968), el error es comprensible por la gran diferencia de edad, dieciséis años, entre Joaquín y Manuel— a Cervera (Lérida), donde éste, que había aprendido el oficio con su tío Antonio Marín en Madrid, había de dirigir la imprenta de la Universidad de aquella ciudad. Entró, pues, Joaquín como aprendiz con su hermano y, aunque no hay prueba documental de ello, pero así parece demostrarlo su posterior trabajo, simultanearía esta labor con los estudios de letras.

Permaneció con su hermano hasta 1742, año en que se trasladó a Madrid, donde posiblemente continuase su aprendizaje en casa de su tío Antonio Marín hasta 1753, cuando montó su propio negocio en la calle Urosas. Durante los trece años que pasó en este emplazamiento ya dio muestras de la importancia de su trabajo.

El 10 de octubre de 1751, se casó en primeras nupcias con Manuela del Castillo García, con quien tuvo una hija, Antonia Joaquina Ibarra, nacida el 17 de abril de 1753, que fallecería siendo una niña. Manuela del Castillo murió el 14 de mayo de 1753 y el 28 de marzo de 1756, Joaquín se casó con su segunda esposa, Manuela Contera, con quien tendría tres hijos, Joaquín Hilario Antonio, bautizado el 16 de enero de 1757, Joaquina Estefanía, nacida el 26 de diciembre de 1758, y Manuela Ibarra Contera, nacida el 19 de julio de 1768, siendo padrino de todos ellos Vicente Garañana, abogado de los Reales Consejos y marido de su hermana, Manuela Ibarra.

En 1756 tuvo un problema con la justicia, que pudo haber truncado su carrera, a cuenta de unas impresiones del Catón realizadas sin las debidas licencias y con ciertas irregularidades en lo que a tasas y fe de erratas se refiere. El litigio fue largo, se sucedieron las declaraciones y acabó convirtiéndose en un pleito civil en el que se alargaron los plazos, hasta quedar en suspenso. En 1759 surgió una nueva complicación para Ibarra, cuando Manuel Martín, impresor de la Corte, presentó un escrito en el que alegaba estar siendo dañado en sus derechos por la impresión del libro Espejo de cristal fino y antorcha que aviva el alma, de Pedro Espinosa, que Ibarra estaba haciendo para la Hermandad de San Jerónimo, y del que él tenía el privilegio, así como para el Catón. Comprobada la certeza de dichas afirmaciones, se ordenó a Ibarra que parase la impresión y no entregara ningún ejemplar a la Hermandad, lo que dio lugar a un pleito entre ésta y el mencionado Manuel Martín, que no se resolvió hasta trece años después, siendo el nuevo juez de imprentas Miguel de Nava y Carreño, quien también por estas fechas resolvió el primer pleito, dando por fenecidos los autos y alzando los embargos y penas impuestas.

Joaquín Ibarra imprimió para la Compañía de Mercaderes de Libros desde 1758 a 1763, fue socio de ella desde 1759 y tomó parte activa en la creación de la Real Compañía de Impresores y Libreros, de la que fue accionista desde sus primeros tiempos. En 1766 trasladó su taller a un local mayor en la calle de la Gorguera, cercana a la Puerta del Sol, la calle Carretas y la Carrera de San Jerónimo, donde se concentraban la mayoría de librerías de aquel tiempo.

La organización de este taller sirvió de modelo al arquitecto Pedro Arnal, para diseñar la Imprenta Real y la de la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino. En este nuevo taller alcanzó Ibarra su plenitud y realizó la mayor y mejor parte de sus producciones. En un inventario de 1770 contaba ya con catorce prensas, y en sus últimos años alcanzaría las veinte y cerca de cien operarios.

Fue un hombre reservado, austero, modesto, religioso y respetuoso con las instituciones. De sus cualidades humanas hablan el recuerdo agradecido de quienes estuvieron bajo su dirección, el gran pesar que su muerte produjo en todos los estamentos relacionados con el mundo del libro y las pruebas de afecto que Carlos III, que visitó su taller en varias ocasiones, le dedicó.

Como impresor, consiguió transformar un modesto taller en el más importante y famoso obrador del mundo; su talla profesional es comparable a los más grandes impresores de todos los tiempos, como Gutemberg, Ezelviro, Manucio, Plantino, Didot, etc., y acumuló el mayor número de títulos que llegó a tener ningún impresor, ya que fue impresor de Cámara de Su Majestad, del arzobispado primado, del Ayuntamiento de Madrid, de la Real Academia Española y del Supremo Consejo de Indias. Fue un gran innovador, pues fue el primero en borrar las huellas de impresión satinando el papel, y fabricaba sus tintas según una fórmula particular que ofrecía el mejor rendimiento con independencia de la temperatura. Gran perfeccionista, pasaba el día en el taller revisando el trabajo de sus operarios, corrigiendo y comentando con ellos los resultados y buscando soluciones a los problemas. No es extraño, pues, que crease escuela y de su taller saliesen figuras de la talla de Miguel de Burgos, Rafael Sánchez Aguilera y Juan José Sigüenza y Vera, y sea considerado como el primero entre los impresores del siglo xviii, no sólo español sino de toda Europa, y, como tal, reconocido dentro y fuera de España por sus colegas.

Diversos autores han apuntado que el número de obras salidas de los talleres de Ibarra se aproximaría a las dos mil quinientas, sin contar las de imposible localización, como hojas volantes, bandos, carteles, etc., pero, probablemente, el número más acertado rondará el millar. Por lo que se refiere a la temática, las obras impresas por Ibarra no se alejan de las de los demás impresores de la época, el mayor porcentaje, cerca del treinta y ocho por ciento, se corresponde con obras de contenido religioso, a las que siguen libros de derecho, geografía e historia, ciencias, artes, gramática y literatura. Su producción a lo largo de los años fue bastante regular, en torno a la veintena anual, salvo en 1766, coincidiendo con el traslado del taller, en que sólo estampó once obras.

Sus impresiones se distinguen por su nitidez, corrección y equilibrada disposición de márgenes, por sus tipos claros, su buen gusto y el magnífico papel empleado. Destacar alguna obra de entre toda su producción resulta difícil por la gran calidad de todas, pero todos los autores coinciden en señalar La conjuración de Catilina y la guerra de Yugurta (1772), de Cayo Salustio, La historia general de España (1779-1780), del padre Juan de Mariana, y la edición de la Real Academia Española de El Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1780) de Miguel de Cervantes.

Joaquín Ibarra falleció el día 13 de noviembre de 1785. Dejó como herederos universales a sus tres hijos y quedó como regente de la imprenta su discípulo Rafael Sánchez Aguilera. Sin que se sepa bien por qué, los hijos mayores se separaron de su madre y su hermana pequeña, y se asociaron al impresor Gerónimo Ortega, mientras que aquéllas siguieron al frente del taller, hasta su venta en 1836.

 

Bibl.: “Imprenta española. Ibarra = Los dos Sanchas”, en El Artista, III (1836), págs. 156-159; Homenaje del Ayuntamiento de Madrid al impresor Joaquín Ibarra: 1725-1785, Madrid, Oficina Tipográfica del Consejo de Madrid, 1923; M. Escar Ladaga, “Homenaje al gran impresor Joaquín Ibarra y Marín”, en Boletín del Museo Provincial de Bellas Artes (Zaragoza), 13 (1927), págs. 1-9; F. Vindel, Investigación bibliográfica por los viejos anaqueles de la “Antigua librería Babra”: La imprenta de Ibarra, sus marcas tipográficas de carácter tipográfico y las de los impresores españoles del siglo xviii, Barcelona, Imprenta Primero de Mayo, 1938; A. González Palencia, “Joaquín Ibarra y el Juzgado de Imprentas”, en Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, XIII, 49 (1944), págs. 6-47 (reprod. en Eruditos y libreros del siglo xviii, Madrid, Instituto Antonio de Nebrija, 1948, págs. 311-362); “Dos testamentos de Joaquín Ibarra”, en Bibliografía hispánica, VI (1947), págs. 394-401 (reprod. en Eruditos y libreros del siglo xviii, op. cit., págs. 365- 376]; V. Castañeda, “Ensayo de un diccionario de encuadernadores españoles”, en Boletín de la Real Academia de la Historia (BRAH), 141 (1957), págs. 588-591; I. Ruiz Lasala, Joaquín Ibarra y Marín (1725-1785), Zaragoza, Artes Gráficas San Francisco, 1968; M. Rosón, “D. Joachín de Ibarra, Impresor de Cámara de su Magestad”, en Villa de Madrid, XVI, 58 (1978), págs. 55-60; H. G. Whitehead, “Joaquín Ibarra, 1725-1785, a tentative list of holdings in the reference division of the British Library”, en British Library Journal, 6, 2 (1980), págs. 199-215; R. Valladares y Roldán, Origen y cultura de la imprenta madrileña, Madrid, Diputación, 1981, págs. 157-160; F. Soler y Jardón, “El arte tipográfico en España bajo el reinado de Carlos III”, en BRAH, 186, 1 (1989), págs. 97-124; M. Gómez Gómez, “Las imprentas oficiales. El caso del impresor del Consejo de Indias”, en Historia, instituciones, documentos, 22 (1995), págs. 247-260; M. Fernández García, Parroquia madrileña de San Sebastián: algunos personajes de su archivo, Madrid, Caparrós, 1995, págs. 361-362; E. Moral Sandoval, Algunas noticias sobre el impresor aragonés Joaquín Ibarra y Marín, Madrid, Libris, 1995; M. Villegas García, J. Ibarra, el grabado y las artes impresorias en el Madrid del siglo xviii, Madrid, Universidad Complutense, 2002 (recurso electrónico); R. Donoso-Cortés y Mesonero-Romanos, marqués de Valdegamas, Joaquín Ibarra y Marín y su familia (en cincuenta y tres partidas sacramentales y doce testamentos), Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 2007.

 

Sergio Martínez Iglesias