Ayuda

José Mejía Lequerica

Biografía

Mejía Lequerica, José. Quito (Ecuador), 1777 – Cádiz, 27.X.1813. Catedrático, diputado a Cortes, orador.

Nació en Quito, con la mayor probabilidad en 1777 (hay quienes sostienen 1776 y hasta 1775), hijo natural del doctor José Mejía del Valle, acaudalado y prestigioso jurisconsulto, quien, tras haberlo descuidado durante sus primeros años, ante las muestras de excepcional talento dadas por el niño, atendió a su educación.

En solicitud presentada al rector y claustro de la Universidad para acceder a una Cátedra de Latinidad, en 1796, el propio Mejía dejó noticia de su formación.

Comenzó su carrera de las Letras a edad muy temprana, con el estudio de la Gramática Latina, al que dedicó tres años, con notable rendimiento. Concluido ese estudio, pasó al de Filosofía. Concluyó los tres años de estudios de Filosofía con los grados de bachiller y maestro. Y pasó a estudiar Teología. Brilló en actos públicos de Teología y Sagrada Escritura y en las discusiones propias de la Escolástica. Esos estudios de Latinidad y de Filosofía los realizó en el Convictorio de San Fernando, y los de Teología en el Seminario Real y Mayor de San Luis. Completó todos esos estudios a sus diecinueve años.

La fundación en Quito de la Sociedad Patriótica de Amigos del País y la aparición del primer periódico quiteño, Primicias de la cultura de Quito, cuyo primer número circuló en 1792, significaron para la ciudad un fuerte impulso hacia la cultura y el progreso, cuyo principal animador era Espejo, el redactor de Primicias.

Mejía parece haberse relacionado estrechamente con el precursor. Y tras la muerte de éste en 1795, en 1796 contrajo matrimonio con su hermana, Manuela Espejo, bastante mayor que él.

Mejía siguió estudiando y en 1798 participó en actos públicos que debían preceder al grado de licenciado en Teología. Pero se le cerró el acceso a ese grado por estar casado. Y se mantuvo la prohibición por más que, consultada la Universidad de San Carlos de Lima, declaró que no había incompatibilidad entre ser casado y teólogo. Ese mismo año Mejía participó en oposiciones para ocupar la Cátedra de Filosofía.

La sorda oposición de autoridades que debían ver al brillante joven como peligroso, lo mismo por su relación con Espejo, que por su genio inquieto y brillantísimo, lo relegó a un tercer lugar. Pero el presidente de la Audiencia de Quito, el ilustrado barón de Carondelet lo prefirió, sin importarle ese tercer lugar en la terna, “por ser el más apto para la enseñanza de la juventud según la voz pública desapasionada”, como daba cuenta al Rey el presidente.

En 1801 llegó a Quito el andaluz Atanasio Guzmán, para tareas de herborización, y Mejía lo acompañó en sus expediciones y trabajos. Más tarde vino Caldas, y Mejía se relacionó con él y, a través de él, con Mutis, en Bogotá. Caldas le escribía a Mutis que Mejía era un “joven de luces, de talento vasto y propio para las ciencias naturales”. Lo era para cuanto estudio o búsqueda intelectual emprendía. Y así, al no haber sido aceptado para la expedición de Mutis que iba a recorrer Macas y Canelos, en la región amazónica, se dedicó nuevamente a la Filosofía y escribió dos tratados “cuyo mérito y belleza han merecido con justicia los aplausos de los hombres de ciencia”, como diría Elías Laso, en el discurso de apertura del año académico 1863 de la Universidad de Quito.

Sobre cómo llevaba su Cátedra de Filosofía el innovador maestro, ha dejado indicios una carta de Caldas: “Lo han arruinado —escribía— y reducido a la miseria, alegando que ha hecho perder el tiempo a los jóvenes haciéndoles conocer la col, el apio, el orégano, etc., y olvidando el ergo, el ente de razón y las categorías”. Mejía estaba en la línea de superación de la rígida enseñanza escolástica, que habían iniciado en la Universidad de San Gregorio los jesuitas Aguilar, Hospital y Juan Bautista Aguirre, y había propugnado Espejo.

Entre las causas por las que acosaba a Mejía el sector más reaccionario del claustro universitario estaba su ilegitimidad. Por ella se le quiso negar el grado de doctor en Filosofía, pero, ante una Real Cédula, se impuso su derecho, y en julio de 1802 autoridades, conciliarios y catedráticos debieron concluir: “Confiérasele el grado que solicita, y en atención a hallarse de Catedrático de Filosofía y ser Maestro en Artes, sea sin ejemplar en orden a la calidad de no ser legítimo que requieren las Constituciones para Grados Mayores”. El provincial y rector de San Fernando, dominicanos, salvaron su voto.

En enero de 1805, en virtud de Real Cédula, Carondelet ordenó que se reunieran las cátedras de San Gregorio, San Luis y San Fernando. Los dominicos regentarían las Cátedras de Gramática, Filosofía y Teología; las de Derecho Civil, Derecho Canónico y Medicina debían ser provistas por concurso. Mejía, privado de la de Filosofía, apuntó a la Cátedra de Medicina.

Ese mismo año y mes fue admitido a los actos para bachiller en Medicina, y los cumplió con general aplauso; pero en julio rector y claustro de profesores, aunque reconocían al postulante “por sus distinguidos talentos y literatura”, se negaban a aceptarlo para la recién creada Cátedra de Medicina, y exigían edictos, concurso y oposiciones.

Y cuando Mejía estaba por presentarse a la tentativa secreta para bachiller de Cánones, pese a su brillante expediente académico, se le obligó a legitimar su persona, “produciendo pruebas de nacimiento y costumbres”.

Su brillante alegato en contra de exigencia tan antijurídica para quien era ya del claustro de la Universidad y poseía títulos mayores, y por una razón tan antinatural como su nacimiento, fue hecho con tal contundencia y altivez que el claustro le conminó a que “se abstenga de desacatos” y mantuvo la negativa.

Fue inútil que el despojado acudiese al Tribunal de la Audiencia. Antes de acabar ese mismo 1805 Mejía salió de Quito, hacia España.

Llegó el quiteño, en compañía de su amigo, protector y espíritu ilustrado, el conde de Puñonrostro, a una España inmersa en la llamada Guerra de la Independencia.

Participó en la defensa de Madrid y acabó huyendo hacia Sevilla, donde se alistó como voluntario, en abril de 1809.

El 24 de septiembre de 1810, en la Isla de León, se instalaron las Cortes, con diputados españoles y americanos; pasaron a Cádiz en febrero del año siguiente.

Para obviar la larguísima demora que habría significado esperar a diputados de muchas provincias de América, se escogió a residentes de Cádiz hasta que llegaran los titulares. Esta decisión abrió a Mejía las puertas de las Cortes, en calidad de suplente por Santafé.

En las Cortes el diputado quiteño, con su sólida formación científica, filosófica, teológica y jurídica y, sobre todo, con una brillante y contundente oratoria, se convirtió en la voz más elocuente y vigorosa del sector americano. Pronunció discursos famosos, como el en que propugnó la abolición del Santo Oficio. Habló desde el 11 de enero de 1813 hasta el 13, ininterrumpidamente, de modo aplastante. “Así se ha visto confundir lo político con lo religioso, y tratar de anticatólicas las verdades de filosofía, química, náutica y geografía que la experiencia y los ojos han demostrado.” Pero Mejía en Cádiz no era sólo el orador más distinguido en la defensa de las causas americanas y liberales —en éstas con Argüelles, la gran figura del Partido Liberal español—, era también periodista de combate y activo propagandista de la política avanzada en centros de la ciudad. Como periodista publicó La abeja, “periodiquito de escaso papel, gran erudición, largo alcance, sal a puñados y venenosa intención, cuyos bien escritos ejemplares arrebataban los patriotas y exaltados en cuanto salían de la imprenta”, como ha escrito Rafael Comenge.

El 17 de septiembre de 1813, Mejía entró a formar parte de la Comisión de las Cortes encargada de informar acerca del estado sanitario de Cádiz, ante las alarmas de la fiebre amarilla. El diputado sospechaba que esas voces alarmistas lo que querían era impedir la instalación de las Cortes Ordinarias el 21 de ese mismo mes. Como médico reclamaba informes más técnicos, y alertaba sobre hacer “cosa que nos cubra de oprobio”.

Las Cortes se instalaron en Cádiz el 1 de octubre, y en la sesión del 29 la asamblea conocía que el diputado Mejía había fallecido el 27. Había sucumbido víctima de la fiebre amarilla.

Para la bancada conservadora de las Cortes su muerte significó un alivio; pero también para los liberales españoles, pues “Argüelles y su partido lo temían más que a todos los diputados juntos”.

Pero se imponía reconocer que el aporte de Mejía en sus tres años como diputado era ingente: Reglamento de Comercio, Ley Suprema, Ley sobre Audiencias y Juzgados, Código Civil y Penal, sujeción de la Regencia a la Ley, supresión de cargos inútiles, mejora de la administración de justicia y respeto a los derechos humanos. Sus ideas y propuestas en economía política, educación, administración y progreso en general fueron avanzadas, pero sensatísimas y sólidamente fundadas. Y fueron memorables sus alegatos en favor de la libertad de imprenta, en contra de tantos abusos y en defensa de los derechos de los ciudadanos españoles de América.

 

Obras de ~: “Mociones y representaciones y discursos y observaciones de Mejía”, en Don José Mejía Lequerica en las Cortes de Cádiz de 1810 a 1813 por Alfredo Flores Caamaño, Barcelona, Casa Editorial Maucci, 1913, págs. 77-548.

 

Bibl.: P. Herrera, “Don José Mejía”, en Antología de prosistas ecuatorianos, t. II, Quito, Imprenta del Gobierno, 1896, págs. 42-62; R. Comenge, Congreso de los Diputados. Antología de las Cortes de Cádiz, arreglada por ~, Madrid, Est. Tipográfico Hijos de J. A. García, 1909, págs. 347-351; A. Andrade Coello, “Mejía en las Cortes de Cádiz”, en Maldonado, Mejía, Montalvo, Quito, Imprenta y Encuadernación Nacionales, 1911; A. Flores Caamaño, “Prólogo”, en Don José Mejía Lequerica en las Cortes de Cádiz, op. cit., págs. VII-LX; C. Monge, “El orador Mejía (nuevos datos biográficos)”, en Memorias de la Academia Ecuatoriana, nueva serie, entrega 1.ª (1923), págs. 79-88; C. de Gangotena y Jijón, “El Orador Mejía (Nuevos datos biográficos)”, en Boletín de la Biblioteca Nacional, 1:3 (1926), págs. 154-166; N. Zuñiga, José Mejía, Mirabeau del Nuevo Mundo, Quito, Talleres Gráficos Nacionales, 1942; A. Flores Caamaño, Expedientes y otros datos inéditos acerca del doctor José Mejía del Valle y Lequerica. Nuevos aspectos de su vida de sabio, Quito, Editorial Santo Domingo, 1943; I. J. Barrera, “José Mejía”, en Historia de la literatura ecuatoriana, vol. II, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1944, págs. 235-253; P. L. Astuto, “A Latin American Spokesman in Napoleonic Spain: José Mejía Lequerica”, en The Americas, 4, 4 (1968), págs. 354-377; H. Rodríguez Castelo, “Mejía, la gran figura americana de las Cortes de Cádiz”, estud. prelim. en Discursos en las Cortes de Cádiz, Guayaquil, Cromograph, 1972, págs. 9-40 (Biblioteca de Autores Ecuatorianos de “Clásicos Ariel”); G. R. Pérez, “Quito y Cádiz, puntos de partida y de llegada de un héroe de la libertad: José Mejía”, en Memorias de la Academia Ecuatoriana, n.os 56-57 (1987-1988), págs. 7-31.

 

Hernán Rodríguez Castelo

Personajes similares