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Pedro Mexía

Biografía

Mexía, Pedro. El Astrólogo. Sevilla, 1497 – 17.I.1551. Humanista, escritor, historiador, astrólogo.

De antepasados gallegos incorporados a la Bética durante la reconquista de Fernando III el Santo a mediados del siglo XIII, Pedro Mexía nació en Sevilla en una familia de la baja nobleza hispalense. Su madre, Juana de Valderrama, pertenecía a los hijosdalgo de Écija.

Su padre, Rodrigo Mexía, fue alcalde de Niebla en 1508; según parece, su abuelo, Pedro Mexía, fue caballero veinticuatro del concejo municipal sevillano y su bisabuelo, Rodrigo Mexía, jurado de Sevilla en 1450.

Su infancia y adolescencia transcurrieron casi con toda seguridad en su ciudad natal, dedicadas al estudio y formación propios de un joven de familia acomodada.

Francisco Pacheco, en el retrato que dedica a Mexía, enfatiza también su destreza con las armas.

Cursó la carrera de Leyes en Salamanca, ciudad en la que residió durante una década, de 1516 a 1526, año en que terminó sus estudios, sin que conste que llegara a graduarse. En 1530 se encontraba de nuevo afincado en Sevilla aunque no se dispone de ningún dato fehaciente sobre su trayectoria vital y profesional en los años anteriores. Algunos autores conjeturan que durante esta etapa (1526-1530) sirvió como soldado de Carlos V; otros, que ocupó algún cargo administrativo en la corte, del que tuvo que retirarse por motivos de salud. En cualquier caso, es más que probable que en 1530 estuviera de nuevo residiendo en Sevilla, a juzgar por las fechas coincidentes de su correspondencia con Erasmo y por su participación en unas justas poéticas en 1531 y 1532. A partir de estos años, se entra en el período mejor documentado de su vida, que se reparte entre una intensa dedicación al trabajo intelectual y una actividad pública notoria, como se verá. En 1537 fue nombrado cosmógrafo de la Casa de Contratación de Sevilla, según puede leerse en el Libro primero de títulos de la Casa, del Archivo General de Indias. Francisco Pacheco, en su retrato ya citado, dice que en 1538 Mexía ocupó el cargo de alcalde de la Santa Hermandad en Sevilla, cuyo desempeño atendía a los procedimientos judiciales en materia delictiva. También fue Mexía caballero veinticuatro —una especie de regidor— del cabildo municipal, aunque no se sepa con exactitud la fecha en que desempeñó tal cargo, que se sitúa en la década de 1530. Finalmente, el 8 de julio de 1548, recibió el nombramiento de cronista imperial en lengua romance, puesto que estaba vacante desde abril de 1545 tras la muerte de fray Antonio de Guevara. El documento oficial exime al nuevo cronista de la obligación de trasladarse a vivir a la corte, permitiéndole continuar su residencia en Sevilla, debido a los problemas de salud que, según parece, le aquejaban desde muy joven. Sin duda fue éste su cargo más relevante, y el más deseado, por el que manifestó interés de manera velada unas veces y explícita otras, en alguno de sus libros. No pudo culminar su obra como cronista del reinado de Carlos V, ya que la muerte le sorprendió tres años después, el 17 de enero de 1551, con la obra muy avanzada aunque no concluida. La edición completa, realizada por Raymond Foulché-Delbosc, no se imprimió hasta 1918. Pedro Mexía fue enterrado en el panteón familiar de la capilla mayor de la iglesia parroquial de Santa Marina de Sevilla, con un epitafio escrito por Arias Montano. El manuscrito de la Historia del emperador Carlos V, tal cual lo dejó Mexía, fue requerido por Felipe II a su hijo Francisco y, una vez en la corte, pasó a manos de fray Prudencio de Sandoval, quien lo utilizó con profusión y sin citar la fuente en su Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V (1604-1606), como denunciaron Rodrigo Caro, en su biografía de Mexía, y Diego de Colmenares, en una nota de un ejemplar manuscrito de la Historia que obraba en su poder.

La obra de Mexía abarca diferentes y variados campos del saber y de la ciencia. En el terreno de la creación estrictamente literaria su producción es menor y, sobre todo, se trata de simples atribuciones y de referencias indirectas. En este sentido, Juan de la Cueva, en su Ejemplar poético, cita a Mexía como autor dramático, aunque no se haya conservado ningún texto.

Según se ha dicho, se había ejercitado también como poeta en las justas literarias organizadas por su amigo el obispo de Escalas, Baltasar del Río, que se celebraron los años 1531 y 1532, con motivo de la festividad de san Juan Evangelista y san Juan Bautista, respectivamente.

No es tan seguro que participara en los certámenes, de nuevo del año 1532, y de 1533, ya que no hay certeza de que el apellido Mexía que figura en la nómina de los concursantes corresponda realmente a él. Gonzalo Argote de Molina, en su Discurso sobre la poesía castellana, alaba su ingenio poético y lo incluye entre los Laureados en estos concursos que —dice— eran causa de que esta ciudad fuera tan fértil en poetas. No parece que la atribución de Menéndez Pelayo a Pedro Mexía de veintiún romances cultos publicados en el Cancionero de romances de Lorenzo de Sepúlveda sea acertada, aunque Menéndez Pidal la considerara válida. Estudiosos como Rodríguez Moñino o, más recientemente, Castro Díaz, sospechan con fundamento que bajo el seudónimo de “un cavallero cesáreo”, que encabeza tales composiciones, se escondiera otra persona.

Tradujo del latín el opúsculo moral de Isócrates de Apolonio, titulado Parénesis o exhortación a virtud, a partir de la versión latina que Rodolfo Agrícola había traducido del griego. Esta traducción supone una labor de acercamiento de los textos clásicos a las lenguas vulgares, tarea genuinamente humanista.

Mucho se ha hablado de la vinculación de Mexía con el erasmismo que, principalmente, se puede resumir en la afinidad radical de ambos por los temas específicos del humanismo, a saber: la pasión por la filología y el interés por la cultura clásica. Su relación se reduce a dos cartas conservadas de Erasmo a Mexía, en las que destaca el papel de este humanista como mediador en la polémica surgida entre aquél y el franciscano Luis de Carvajal, que se defendía de las críticas vertidas por Erasmo contra su orden. Por otra parte, las obras de Mexía se publicaron cuando ya la presencia de Erasmo había sido erradicada de la Península. Sus citas en la obra de Mexía no son abundantes ni comprometedoras. De hecho, las referencias elogiosas al roterodamense de las primeras ediciones de la Silva fueron suprimidas o expurgadas en la edición definitiva. En suma, como sugiere Castro Díaz, aunque Mexía se hubiera sentido atraído en su juventud por la doctrina erasmista, no se detecta en sus obras —escritas la mayor parte en los últimos años de su vida— interés alguno por los aspectos más reformistas del erasmismo. Sí parece muy probable que interviniera en la extirpación del foco protestante en Sevilla, al contribuir en el procesamiento del doctor Egidio, canónigo magistral de la catedral hispalense, condenado por herejía en 1552 y que, absuelto un año después, había vuelto a ocupar el puesto del que había sido apartado.

La labor de Mexía como historiador se resume en dos grandes obras, Historia imperial y cesárea (1545) e Historia del Emperador Carlos V, que no llegó a terminar y quedó manuscrita. Algunos le han atribuido el opúsculo no conservado Historia y aparato de las grandezas de Sevilla, aunque parece que fue más un proyecto que una realidad. Argote de Molina cita también unos Apuntamientos sobre los Mexía, que tampoco han llegado hasta nosotros, en los que el autor se remontaba a la historia de sus antepasados, quizá con la intención de dar a conocer su ascendencia noble y demostrar su limpieza de sangre. Se ha conservado un escrito de un tenor parecido a los dos anteriores, titulado Del linaje de los caballeros del apellido de las Cassas o Casaus, originario de Sevilla, que consiste en un rastreo por la historia del apellido Casaus vinculado con Mexía a través del matrimonio de su hijo Francisco con María Ortiz, emparentada con aquella familia.

La Historia imperial y cesárea se publicó en Sevilla, en la imprenta de Juan de León, en 1545. Hasta mediados del siglo XVII se sucedieron once ediciones en lengua castellana y veinte en lengua extranjera, lo que da cuenta de su enorme éxito. Presenta una sucesión cronológica de biografías de todos los emperadores romanos desde Julio César hasta Maximiliano I de Austria, abuelo paterno de Carlos V. Obra pionera por utilizar el castellano como lengua de transmisión de acontecimientos históricos, se sitúa en la estela de la obra de fray Antonio de Guevara Una década de césares (1539), a la que sobrepasa en el intento de emular los grandes tratados históricos de autores clásicos.

Mexía insiste en el prólogo en este carácter novedoso, que coloca de lleno a su autor dentro del espíritu humanista que incentivó la divulgación de los saberes en lengua vernácula.

La Historia del emperador Carlos V, fruto de su trabajo como cronista imperial, abarca hasta 1530, antes de que el Rey fuera coronado emperador en Bolonia por el papa Clemente VII. Como consta de cuatro libros completos y seis capítulos del quinto, es posible imaginar la rapidez con que fue redactada durante los dos años y medio que transcurrieron entre la fecha del nombramiento de cronista (1548) y la fecha de su muerte (1551). Es muy verosímil, según el parecer de algunos estudiosos, que tuviera redactadas algunas partes de la obra con anterioridad, aunque el estilo a veces descuidado y una cierta ligereza en la redacción pudieran ser efecto de la premura con que fue escrita.

En cuanto al contenido, Mexía pretende justificar el absolutismo de la monarquía y tiende a considerar todos los acontecimientos bajo el prisma del providencialismo, como cabía esperar del momento histórico en que se escribe la obra. Se presenta, en fin, una figura de Carlos V sublimada.

La aportación de Mexía como humanista no se limita al campo de la historia, sino que se extiende también a trabajos de erudición. En este ámbito, se sitúan las dos obras tituladas Diálogos o coloquios y Silva de varia lección, cuya finalidad en ambos casos es la divulgación de conocimientos en lengua vulgar, sólo reservados antes para los instruidos en la lengua latina. Mexía insistió en esta idea capital, verdadera piedra angular del humanismo renacentista, en sendas obras. Ya en los “Preliminares” de la Silva de varia lección confiesa: “Aviendo gastado mucha parte de mi vida en leer y passar muchos libros, y assí en varios estudios, parescióme que, si desto yo avía alcançado alguna erudición o noticia de cosas (que, cierto, es todo muy poco), tenía obligación a lo comunicar y hazer participantes dello a mis naturales y vezinos, escriviendo yo alguna cosa que fuesse común y pública a todos [...] Por lo qual yo, preciándome tanto de la lengua que aprendí de mis padres como de la que me mostraron preceptores, quise dar estas vigilias a los que no entienden los libros latinos, y ellos principalmente quiero que me agradezcan este trabajo, pues son los más y los que más necessidad y desseo suelen tener de saber estas cosas”.

Los Coloquios, publicados en Sevilla por Dominico de Robertis en 1547, supusieron de nuevo un gran éxito editorial a juzgar por el número de ediciones que conocieron hasta las primeras décadas del siglo XVII. Concretamente, fue editado dieciséis veces en español (catorce íntegramente y dos de manera fragmentaria) y 31 en lenguas extranjeras (veintidós versiones en francés, cuatro en italiano, cuatro en holandés y una en inglés).

La obra se divide en seis diálogos con una estructura clásica: tras un breve prólogo —resumen del contenido del diálogo, presentación de los personajes y de las coordenadas espacio-temporales— se da paso a la “preparación” dialogal, que da a conocer a los interlocutores, a la que sigue la “disputa” propiamente dicha, dividida, a su vez, en “proposición”, o exposición del asunto, y “prueba” o “resolución”, es decir, argumentación probatoria de la tesis planteada. Los títulos de los seis diálogos y su contenido son los siguientes: “Diálogo de los médicos”, en el que se discute sobre el valor y utilidad de la medicina y de los médicos en la sociedad.

“Coloquio del convite”, en el que se reproduce la charla amena entre dos amigos que acuerdan la celebración de un convite al día siguiente. “Coloquio del Sol”, centrado en cuestiones diversas sobre astronomía.

“Coloquio del Porfiado”, en el que se encomia el poder de la dialéctica y la retórica, que han de supeditarse a la ética si quieren utilizarse correctamente. Un discurso en alabanza del asno ejemplifica los principios teóricos previamente sostenidos. En el “Diálogo de la Tierra”, el más breve de todos, se someten a debate los principios geofísicos entonces vigentes, que se fundamentan en las autoridades clásicas, en esta ocasión en detrimento del conocimiento racional y empírico. Y, por último, el “Diálogo natural”, en el que se tratan asuntos relacionados con la geodinámica, tales como los truenos, rayos, relámpagos, cometas, etcétera.

El género dialógico que vertebra la obra contribuía a la verosimilitud y otorgaba al autor una mayor libertad en la exposición que la de otros géneros didácticos.

A esta versatilidad se le añadía, además, el peso de la tradición grecolatina, claro ascendiente de un género típicamente humanista, en el que confluían el diálogo ciceroniano —a través del Cortesano de Castiglione— y el diálogo lucianesco, por mediación de los Coloquios de Erasmo. Todos ellos incluyen, junto al tema central de discusión, anécdotas, refranes, cuentecillos y exempla que amenizan los diálogos, atendiendo sin duda al principio horaciano de “enseñar deleitando”.

La Silva de varia lección, la obra que ha otorgado mayor popularidad a Mexía, fue publicada por primera vez en Sevilla, también en la imprenta de Domenico de Robertis, en julio de 1540. En apenas un siglo llegó a contar —que se sepa— con 32 ediciones en castellano (29 completas y 3 parciales) y al menos 75 en otras lenguas (30 en italiano, 31 en francés, cinco en inglés, 5 en holandés y 4 en alemán). Es la primera gran obra de Mexía cuyo éxito editorial le granjeó una notoriedad sólo comparable a la que obtuvo fray Antonio de Guevara. La imprenta se había consolidado ya como instrumento óptimo de transmisión del saber que anhelaban los humanistas. La primera edición de la Silva constaba sólo de 3 partes y 117 capítulos, que fueron corregidos y ampliados en 10 más (agregados a la tercera parte) en una segunda edición de diciembre de 1540. Todavía en la edición de 1550-1551, de Valladolid, se añadió una cuarta parte con 22 capítulos nuevos. Curiosamente, un siglo después, en 1669, apareció una edición de un tal Martín de Ariño con 2 partes más, de 19 y 24 capítulos, respectivamente, que se reprodujo posteriormente en dos ediciones madrileñas de 1673. Pero las ediciones con partes espurias no terminaron aquí.

Las versiones en lenguas extranjeras aparecieron con algunas adiciones de los propios traductores, como la italiana, por ejemplo, que aportó catorce capítulos nuevos, aparte de los cambios introducidos. La versión francesa, basada en la italiana, incorporó todavía más variaciones. En fin, el éxito de la Silva se vio también acompañado de plagios parciales o, incluso, de auténticos saqueos de la obra en los que no se menciona la fuente, como es el caso del texto de 1675 del médico francés Girardet, o el English Myrror (1586) de George Whetstone o la compilación Golden epistles (1575) de Fenton, que reproduce capítulos de la Silva sin citar el nombre de Mexía. También hay que reseñar dos continuaciones de la obra en italiano (1560 y 1565) y otras dos en francés (1577 y 1604), que ilustran de nuevo la fama alcanzada por la obra en toda Europa.

La Silva de varia lección pertenece al género de las misceláneas, algo que queda claro por el título y que el propio autor se encarga de subrayar en el “Prohemio”: “Y por esto le puse por nombre Silva, porque en las selvas y bosques están las plantas y árboles sin orden ni regla”. Y a renglón seguido muestra su orgullo por el carácter pionero de su empresa: “Y aunque esta manera de escrevir sea nueva en nuestra lengua castellana y creo que soy yo el primero que en ella aya tomado esta invención, en la griega y latina muy grandes auctores escrivieron así”. Se trata de un centón de diversas materias, aderezado con un estilo natural, sencillo y claro, que adolece —como se ha señalado en algunas ocasiones— de cierto descuido y desaliño, debido probablemente a la celeridad con que fue redactada.

Abundan los temas históricos, biografías y sucesos curiosos o dramáticos que inspiraron, por ejemplo, obras como Las mujeres sin hombres de Lope, cuyos datos sobre las amazonas tienen aquí su fuente más directa. No persigue Mexía con este tratado la originalidad del contenido, sino la transmisión de los conocimientos esparcidos en numerosos textos de la antigüedad en el molde nuevo de la lengua castellana.

De ahí que haga explícitas sus fuentes: Plinio, Aulo Gelio, Diógenes Laercio, Valerio Máximo, Macrobio, Plutarco y Solino, entre otros.

A finales del Quinientos, los géneros de la silva y el diálogo, en los que Mexía había sobresalido de manera notable, perdieron su vigencia y se fueron extinguiendo para dar paso al ensayo, que los absorbió plenamente.

En este sentido se puede considerar a Mexía como un auténtico precursor —junto con Guevara— de este género moderno que Montaigne bautizó y popularizó en los últimos años del siglo XVI.

 

Obras de ~: Silva de varia leción, Sevilla, Dominico de Robertis, 1540; Historia imperial y cesárea, Sevilla, Juan de León, 1545; Diálogos o Coloquios, Sevilla, Dominico de Robertis, 1547 (ed., est. prelim. y notas de A. Castro Díaz, Madrid, Cátedra, 2004; hay otra ed. con intr.. y notas de I. Lerner y R. Malpartida, Sevilla, Fundación J. M. Lara, 2006); Parénesis o exortación a virtud de Isócrates (trad.) en Diálogos o Coloquios, Sevilla, Dominico de Robertis, 1548; Silva de varia lección, Valladolid, Juan de Villaquirán, 1550 [14 de diciembre para las dos primeras partes], 1551 [2 de enero para la cuarta parte]. (ed. prelim. y notas de A. Castro Díaz, Madrid, Cátedra, Letras Hispánicas, 2 vols. n.os 264 y 268, 1989; ed. con prólog y notas de I. Lerner, Madrid, Castalia, 2003); Historia del emperador Carlos V, 1551 (ed. con est. prelim. y notas de J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, colección de Crónicas españolas, VII, 1945); Del linaje de los cavalleros del apellido de las Cassas o Casaus, originario de Sevilla, s.f. (ms.), (ed. en Colección de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, 1879, págs. 417-421).

 

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Luis Alburquerque García

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