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Juan Bautista Maíno

Biografía

Maíno, Juan Bautista. Pastrana (Guadalajara), 1581 – Madrid, 1.IV.1649. Pintor.

Pese a que durante mucho tiempo se le creyó artista italiano, Juan Bautista Maíno nació en la villa alcarreña de Pastrana (Guadalajara), hijo de un comerciante de origen milanés, llamado igualmente Juan Bautista, que debió de llegar a la localidad en la década de 1570, cuando las manufacturas de tapices y seda creadas por Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, convocaron en la localidad a buen número de trabajadores especializados en esas artes, principalmente moriscos y milaneses. En la corte alcarreña de los Éboli, se asentaron igualmente algunos portugueses, subrayando los orígenes familiares de Silva. Portuguesa fue la madre del pintor, una lisboeta que debió de llegar a la zona por motivos similares a los de Juan Bautista padre. Del matrimonio nacieron cinco hijos, pero sólo llegaron a edad adulta el pintor y su hermana mayor, Magdalena.

La familia dejó la villa alcarreña en 1591; el padre partió para Angola, entonces territorio portugués, y el futuro pintor y su madre quedaron en Madrid, donde es posible que el joven Juan Bautista se iniciara en la pintura, aunque quizá es más probable que su formación fundamental se concretara en Italia. Pudo pasar algún tiempo en Milán y su entorno, donde conoció la pintura de la escuela de Brescia, y más concretamente el grupo formado por Lorenzo Lotto, Girolamo Savoldo y Moretto. Más largo y decisivo hubo de ser el tiempo pasado en Roma, donde se atestigua su estancia, al menos en los años 1605 (cuando bautizó a un hijo natural habido de una relación con la española Ana de Vargas), 1609 y 1610. En esa ciudad tuvo una decisiva inmersión en las novedades artísticas que se estaban desarrollando en Italia: el naturalismo caravaggiesco y el clasicismo boloñés abanderado por los Carracci. La cercanía a Caravaggio resulta incuestionable, como demuestra su pintura claroscurista, los tipos humanos empleados, la disposición de éstos en las composiciones; la intensa modelación de las figuras —a las que confiere rotundos volúmenes—, el gusto por la representación detallada y táctil de los distintos objetos, o la inclusión de paisajes umbrosos y crepusculares. Todo ello muestra a un pintor enormemente receptivo a la pintura de Caravaggio y de la llamada escuela naturalista de principios del siglo XVII. Maíno se convirtió en el representante más autorizado y fiel de ese estilo en España, aunque dotándolo de un estilo propio, con un lirismo y una espiritualidad muy personales.

El pintor y tratadista Jusepe Martínez hizo alusión a la relación que Maíno mantuvo en Roma con Annibale Carracci, al que describe como maestro del alcarreño, y con Guido Reni, “gran compañero”. Estos vínculos explicarían la idealización con que el español concibió algunas de las figuras, especialmente las femeninas, o la inclusión de algunos ángeles que recuerdan mucho a los pintados por Reni. Pueden añadirse otros artistas al elenco de pintores que muestran algunos paralelos con Maíno, y con los que coincidió en Roma en los primeros años del siglo. A Orazio Gentileschi y Carlo Saraceni se asemeja en el empleo de un colorido intenso y una iluminación clara que suaviza la apreciación de las sombras. Del período italiano de Maíno no se conoce ninguna obra segura que pueda atribuírsele, aunque es posible que varias composiciones de pequeño formato que han ido apareciendo en los últimos años, algunas pintadas sobre cobre en la mejor tradición italiana, pueden deberse a ese período; como la tela de La Anunciación del retablo de la Trinidad (monasterio de Nuestra Señora de la Concepción, Pastrana), que incorpora una vista de la Torre delle Milizie y el monasterio dominico de Santa Catalina de Siena; La Trinidad, de mayor tamaño y colocado en el centro del conjunto, parece una composición posterior, cercana a las pinturas murales de San Pedro Mártir (Toledo).

A principios de 1611, Maíno estaba residiendo en Toledo, en cuya catedral contrató una tela con la advocación local de San Ildefonso, y realizó trabajos de restauración sobre una circuncisión, pintura mural que se hallaba en el claustro. No quedan restos de esas tareas, como tampoco de los murales para la biblioteca, en la misma ciudad, de Francisco de Rojas y Guzmán, en donde realizó una serie con Apolo, las Nueve Musas y los Nueve Cielos y retratos de poetas y héroes.

En febrero de 1612, el pintor recibió un encargo fundamental: las pinturas para el retablo mayor de la iglesia de San Pedro Mártir. Se trataba, sin duda, del trabajo de mayor envergadura artística y calidad que del artista se conserva. Juan Bautista Maíno pintó un total de diez pinturas de diversos tamaños para adaptarse a la compleja estructura del retablo mayor, y en las que el artista desarrolló composiciones de gran empeño, tanto en la invención como en la técnica pictórica. Las cuatro telas más importantes, tanto por tamaño como por temática, representan las cuatro Pascuas de Cristo, pensadas para ocupar las dos calles laterales de los dos pisos del retablo: Adoración de los pastores, Adoración de los Reyes Magos, Resurrección y Pentecostés. Las obras demuestran ese conocimiento de primera mano de la obra de Caravaggio, al tiempo que sigue latente la influencia bresciana, y el colorido vivo y luminoso de Orazio Gentileschi. La captación minuciosa y sumamente realista de muchos de los elementos que conforman las obras, no impide la representación idealizadora de las figuras femeninas, que siguen los rasgos de las creadas por Gentileschi. Ese contraste en la visión de lo masculino y lo femenino, puede apreciarse igualmente en la representación de los dos santos que pintó para el cuerpo superior, Santa Catalina de Siena y Santo Domingo de Guzmán. A la santa la dotó de una dulzura y belleza que convertiría en característica habitual de las figuras femeninas pintadas por Maíno. En la predela y en el cuerpo de ático realizó cuatro santos penitentes: San Juan Bautista y San Juan Evangelista en la parte inferior, y San Antonio Abad y La Magdalena en la superior; estos últimos realizados sobre tabla. Lo más interesante de estas pequeñas composiciones es que situó las figuras en un entorno paisajístico que, en realidad, se convierte en elemento esencial de esas obras. Paisajes que demuestran un conocimiento impecable del llamado paisaje clasicista que, por las mismas fechas, artistas como Annibale Carracci, Dominichino, Adam Elsheimer, Goffredo Wals, Agostino Tassi o Filippo Napoletano estaban realizando en Roma; un paisaje umbroso y apacible bajo unas luces crepusculares, atento a los detalles descriptivos, a la alternancia de diferentes masas vegetales y a la inclusión de ríos que dan una convencional pero efectiva amenidad a esos paisajes. Las diez obras referidas se conservan en el Museo Nacional del Prado. Palomino citó también en la iglesia de San Pedro un “San Pedro llorando, cosa maravillosa”, que podría tratarse del que se halla en la actualidad en colección privada en Barcelona.

Mientras se ocupaba del retablo de los dominicos, Juan Bautista decidió ingresar en esa Orden, profesando el 27 de julio de 1613, precisamente en el convento de San Pedro Mártir. La vocación religiosa no le apartó de su carrera como pintor, pero sí ralentizó su producción artística. Durante el tiempo que pasó en el convento toledano, realizó diversos trabajos, destacándose las pinturas murales de la iglesia. En el altar mayor dos lunetos con alegorías de la Prudencia, la Fortaleza, la Justicia y la Templanza; y en el sotocoro, y mejor conservados, una Exaltación de la Virgen y dos figuras monumentales del Antiguo Testamento: Aarón y Moisés. Un conjunto de pinturas realizadas al óleo con zonas al temple, y no al fresco como suele afirmarse, en las que prueba una estrecha vinculación estilística con Caravaggio, y también con la pintura realizada en Milán en el último tercio del siglo XVI, especialmente la de Savoldo, como ya advirtió en 1935 la estudiosa Enriqueta Harris, haciendo alusión a los tipos humanos empleados, el tratamiento de los paños, la atención a las texturas y el resplandor de la iluminación y el color claro de la paleta de Maíno. Los últimos hallazgos documentales sitúan la cronología de esas pinturas del sotocoro entre los años 1620 y 1624. Esas fechas pueden sorprender, dado que hacia 1616-1618 el pintor pasó a ser profesor de Dibujo del futuro Felipe IV, en la Corte madrileña; sin embargo, Maíno debió de seguir vinculado al monasterio toledano por más tiempo.

También en Toledo realizó la gran tela del Pentecostés para el altar mayor de los carmelitas descalzos de Toledo (actualmente en la iglesia de los Jerónimos de Madrid como depósito del Museo del Prado), y posiblemente también el Caballero que desde 1936 atesora el Museo del Prado, el único retrato firmado por Maíno, un magnífico ejemplar que atestigua tanto la cercanía a los postulados caravaggiescos del pintor como el conocimiento de los retratos realizados por El Greco en la ciudad de Toledo.

En Madrid, Maíno vivió en la casa-colegio del convento de Atocha, donde hubo de tener una vida relativamente tranquila, volcada sobre todo en su condición religiosa, pero sin desvincularse totalmente de la Corte, donde retuvo el aprecio del Rey y de otros artistas y literatos. En 1620 testificó en un pleito sobre las pretensiones de doradores y estofadores de contar con unas ordenanzas autónomas. En 1627, junto a Juan Bautista Crescenzi, declaró a Velázquez ganador de un certamen pictórico con el tema de la expulsión de los moriscos, en el que también competían los entonces afamados Eugenio Cajés, Vicente Carducho y Angelo Nardi. El juicio de Maíno volvió a requerirse en otro asunto importante en 1637, cuando intervino como testigo en un proceso de la Inquisición contra Isabel de Briñas, beata acusada de hechicería, y cuyo retrato, al parecer de mano de Maíno, se empleó para curar al hijo de un noble de la Corte. Precisamente, la faceta del pintor como retratista fue muy alabada por sus contemporáneos y, especialmente, los realizados en pequeño formato. Ejemplos de este tipo de producciones son los retratos de Juan de Miranda y su esposa Ana Hernández, pintados en 1628 sobre tabla, para formar parte del retablo familiar dedicado a Santa Teresa en la iglesia del convento de San Francisco en Pastrana (actualmente en la iglesia colegiata de la villa alcarreña), y en donde Maíno volvió a plasmar su especial dedicación al paisaje, pues incluyó a los retratados, acompañados por san Francisco y san Juan Evangelista respectivamente, en unos significativos paisajes clasicistas. Un año más tarde realizó la que fue sin duda la composición más divulgada, la tela con Santo Domingo en Soriano. Basada en una estampa que el dominico Sotomayor trajo de Italia, se pintó para la sala capitular del colegio de Atocha.

Parece que el original se quemó en un incendio, pero la fortuna de esa composición explica los ejemplares que de ella derivaron; algunos, como el que conserva el Museo del Hermitage de San Petersburgo o el del Museo del Prado, de mano del propio Maíno. De los trabajos en pequeño formato, las aportaciones de los últimos años han permitido sumar piezas realizadas sobre cobre, como el de San Juan Evangelista en el desierto, la publicada en 1935 por Harris en colección madrileña (hoy en paradero desconocido), y otra versión del pintor en otra colección madrileña, emparejada con una María Magdalena también sobre cobre.

Juan Manuel Serrera publicó una pequeña tabla con La conversión de san Pablo, y la Gemäldegalerie Alte Miester de Dresde hizo lo propio con un cobre de Maíno que representa la Resurrección.

La vinculación del dominico con Felipe IV tuvo su expresión artística más importante en 1635, cuando realizó una de las grandes telas que conformaron el Salón de Reinos del palacio del Buen Retiro: La recuperación de Bahía de Brasil. La obra muestra una composición enormemente novedosa, que supera la arcaizante visión de los triunfos militares del resto de las telas del conjunto (con la excepción de la realizada por Velázquez), llenando de referencias simbólicas una tela que presenta como argumentos principales las consecuencias penosas de la guerra y la magnanimidad del Rey para con las tropas vencidas.

Al año siguiente de la participación en el Salón de Reinos, se sabe de un nuevo encargo para el pintor en 1636: el retablo para la capilla del conde de Castrillo en el convento de San Jerónimo, en la localidad burgalesa de Espeja. El conjunto (del que tan sólo ha llegado la referencia documental) estuvo formado por cuatro lienzos con las Pascuas de la Virgen: Natividad de la Virgen, Anunciación, Visitación y Asunción, además de dos obras más pequeñas con temas del Antiguo Testamento. En 1648 pintó el retrato del dominico Fray Alonso de Santo Tomás (Museu Nacional d’Art de Catalunya, Barcelona), una obra que cerraría la producción conocida del pintor, quien murió el 1 de abril de 1649 en el colegio de Atocha.

 

Obras de ~: Retablo de la Anunciación, Pastrana (Guadalajara); Coro alto y bajo de la iglesia de San Pedro Mártir, Toledo, 1612; Altar mayor de los carmelitas descalzos, Toledo; Caballero; Retratos de Juan de Miranda y su esposa Ana Hernández, 1628; Santo Domingo en Soriano, 1629; La recuperación de Bahía de Brasil, 1635; Retablo para la capilla del conde de Castrillo en el convento de San Jerónimo, Espeja (Burgos), 1636; Retrato del dominico fray Alonso de Santo Tomás, 1648.

 

Bibl.: E. Harris, “Aportaciones para el estudio de Juan Bautista Maíno”, en Revista Española de Arte, VIII (1935), págs. 333-339; A. García Figar, “Fray Juan Bautista Maíno, pintor español”, en Goya, n.º 25 (1958), págs. 6-13; D. Angulo Íñiguez y A. E. Pérez Sánchez, Historia de la Pintura Española. Pintura madrileña. Primer tercio del siglo XVII, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Diego Velázquez, 1969, págs. 299-325; F. Marías, “Juan Bautista Maíno y su familia”, en Archivo Español de Arte (AEA), n.º 196 (1976), págs. 468-470; J. J. Junquera, “Un retablo de Maíno en Pastrana”, en AEA, n.º 198 (1977), págs. 129-140; F. Cortijo, “El pintor Juan Bautista Maíno y su familia”, en Wad-al-Hayara: Revista de Estudios de Guadalajara (Guadalajara), n.º 5 (1978), págs. 285-292; J. L Barrio Moya, “El pintor alcarreño Juan Bautista Maíno, tasador de la colección pictórica del conde de Añover”, en Wad-al-Hayara: Revista de estudios de Guadalajara (Guadalajara), n.º 17 (1990), págs. 345-352; A. E. Pérez Sánchez, “Fray Juan Bautista Maíno, pintor dominico”, en Arte Cristiana, LXXXII (1994), págs. 433-442; M. C. Boitani, Juan Bautista Maíno, Roma, 1995; A. E. Pérez Sánchez, “Sobre Juan Bautista Maíno”, en AEA, n.º 279 (1997), págs. 113-125; L. Ruiz Gómez, “Maíno en Pastrana: el Retablo de los Miranda”, en Boletín del Museo del Prado, t. XXIV, n.º 42 (2006), págs. 14-23; Juan Bautista Maíno (1581-1649), Madrid, Museo del Prado, 2009; “Maíno, pintor de retratos”, en Ars Magazine, n.º 4 (2009), págs. 94-111.

 

Leticia Ruiz Gómez