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Joaquín Maurín Julià

Biografía

Maurín Juliá, Joaquín. Bonansa (Huesca), 12.I.1896 – Nueva York (Estados Unidos), 12.XI.1973. Político y periodista.

Los padres de Joaquín Maurín eran labradores avecindados en el Pirineo aragonés lindante con Lérida.

Como muchas familias campesinas de la época, veían en el sacerdocio una ruta para el ascenso social de los hijos y destinaron a Joaquín a la Iglesia católica. Entre 1907 y 1911 comenzó sus estudios religiosos, pero pronto los abandonó. En la segunda fecha se matriculó en la Escuela Normal de Huesca. Su interés por la política de izquierda despertó pronto con su afiliación a las Juventudes Republicanas en 1914. En el curso 1914 fundó la hoja periódica El Talión, junto a algunos de sus compañeros de la Escuela Normal. Tras graduarse, ejerció de maestro en el Liceo Escolar de Lérida, pero pronto se orientó hacia la política revolucionaria.

A finales de diciembre de 1919, Maurín participó como espectador en el II Congreso Nacional de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid. La CNT, según las cifras entonces aportadas, contaba con más de tres cuartos de millón de afiliados extendidos por todo el país y una implantación mayoritaria entre el campesinado andaluz y los trabajadores industriales de Cataluña y otras regiones mediterráneas.

El congreso se celebró bajo la influencia de la Revolución Rusa de octubre de 1917, que parecía haber dado razón a las esperanzas de que la revolución social era no sólo posible sino inminente. Pese a la clara incoherencia, el congreso decidió adherirse provisionalmente a la Tercera Internacional, organización que en otras circunstancias habría sido considerada autoritaria y enemiga de los principios cenetistas. Al poco, Maurín decidió enrolarse en la CNT y en 1920 fue nombrado director de Lucha Social y secretario provincial de Lérida, donde, junto con Andrés Nin, realizó un eficaz trabajo de organización sindical.

Desde 1919, la CNT iba a verse sometida a una fortísima represión, especialmente en Cataluña donde al uso promiscuo de la Ley de Fugas por las fuerzas de Martínez Anido, gobernador militar de Barcelona en esos años, se iban a sumar los atentados de los pistoleros del Sindicato Libre organizado por la patronal. Por su parte, numerosos cenetistas eran ardientes defensores de la lucha armada y no veían inconveniente en llevar a cabo atracos, asesinatos y otras exacciones terroristas.

Fuera por muerte, prisión o paso a la clandestinidad, las direcciones cenetistas cambiaban frecuentemente y, de este modo, Andrés Nin fue nombrado secretario general de la CNT en marzo de 1921, al tiempo que Maurín formaba parte del Comité Regional de Cataluña. En abril de 1921, los nuevos dirigentes celebraron un pleno nacional en el que se aceptó la invitación formulada por la Tercera Internacional para que la CNT participase en su Tercer Congreso y en el Primero de la Internacional Sindical Roja (ISR) en junio-julio del mismo año. Nin y Maurín formaban parte de la delegación cenetista y el primero se quedaría en Moscú para trabajar en la ISR hasta su vuelta a España en 1930.

Mientras esa delegación se encontraba en Moscú, en el seno de la CNT crecían las críticas al acercamiento a los organismos controlados por los soviéticos. Un nuevo pleno celebrado en agosto de 1921 desautorizó al anterior y a los delegados que habían viajado a Rusia, al tiempo que declaró una vez más la independencia de la CNT respeto de la Tercera Internacional.

En esas condiciones, Maurín hubo de hacer una elección difícil entre su cercanía ideológica a las tesis comunistas, que habría debido llevarle a formar parte del naciente y ya internamente desgarrado Partido Comunista, y la obvia realidad de que el sector revolucionario de la clase obrera española se encuadraba en la central cenetista. Tras la conferencia de la CNT en Zaragoza (1922), que consideró un error la adhesión a la Tercera Internacional en 1919, Maurín y el sector de la CNT simpatizante de la Revolución Rusa, a pesar de que su campo de maniobra era muy reducido, decidieron mantenerse en la central, tratando de impulsar fracciones sindicales partidarias de la afiliación a la ISR y de la defensa de la Revolución Rusa. Así nacieron los Comités Sindicalistas Revolucionarios (CSR), cuyo órgano de expresión fue La Batalla.

La mayoría de los cenetistas veían en los CSR un caballo de Troya para la penetración comunista, pero la CNT no los excluyó de su seno. La llegada de la dictadura de Primo de Rivera en septiembre de 1923 iba a agudizar las diferencias entre todas sus tendencias —sindicalistas, anarquistas y pro-bolcheviques— y a complicar aún más las posibilidades de que los CSR pudiesen alcanzar la esperada influencia. Durante toda esta etapa, Maurín se acercaba cada vez a las posiciones comunistas. En junio de 1923 participó en la ISR en Moscú y allí volvió en 1924 para su Tercer Congreso.

De regreso a España en agosto de 1924 se integró en el Partido Comunista. Su itinerario intelectual de la época le llevó a la ruptura definitiva con el milenarismo de la Revolución Social Espontánea, tan caro a todos los cenetistas, pero su acercamiento al comunismo no iba a librarle del espejismo revolucionario. A él habían contribuido decisivamente los bolcheviques.

El capitalismo, según El Capital, era un sistema llamado a perecer a causa de las crisis económicas y de los conflictos sociales que le eran inherentes. Ahora bien, había añadido crípticamente su autor, eso sucedería cuando las fuerzas productivas se hubieran desarrollado al máximo, es decir, en un tiempo indefinible, probablemente ligado a la evolución de los países más industrializados, lo que dejaba sin tareas reales a los movimientos socialistas de los más atrasados.

Los bolcheviques resolvieron la dificultad con una peculiar teoría de la globalización. El capitalismo no era un fenómeno que se desarrollaba en etapas similares y en el seno de cada nación; antes bien, su creciente conversión en un sistema imperialista ponía la revolución a la orden del día en todas partes. La izquierda marxista de comienzos del siglo XX, aún con importantes diferencias de matiz, pensaba que la revolución había de ser mundial y que su estallido podría producirse en los eslabones más débiles de la cadena, como diría Lenin, para de allí extenderse con rapidez a los países desarrollados. La hora final del capitalismo había sonado y no quedaba más que sacar las necesarias consecuencias políticas.

La primera y principal era negar a la burguesía toda capacidad para romper con los sectores feudales de los países recién llegados al capitalismo y llevar a cabo una revolución propia. Revolución burguesa y revolución proletaria habrían de ir unidas en un solo proceso. La segunda conclusión no era menos inesperada.

La clase obrera era la única fuerza revolucionaria, así que sólo ella podría protagonizar las nuevas oleadas de crisis, incluso allí donde aún era una parte ínfima de la sociedad. Las alianzas con diversos sectores de la burguesía, grande o pequeña, sólo podía desembocar en derrotas continuas. Si acaso, cabía esperar ayuda de los sectores más explotados del campesinado.

Finalmente, la dirección de la batalla política y social no surgiría espontáneamente de la acción de los trabajadores; era menester construir un partido revolucionario que les guiara hasta la dictadura del proletariado. De esta forma, las leyes objetivas de la evolución del capitalismo que Marx creía haber descubierto, eran sustituidas por el decisionismo de los comunistas. Sobre esta falsilla se escribió el pensamiento de la mayor parte de los revolucionarios de la época y Maurín no fue una excepción.

Aunque la teoría era muy improbable, en la década de 1920 no era fácil reconocerlo. De un lado, la Revolución Soviética conservaba mucho de su magnetismo, y por un tiempo pareció posible que Alemania fuera el siguiente peldaño de la revolución mundial.

De otro, para los revolucionarios marxistas parecía claro que, en países como España, la burguesía estaba sólidamente aliada con las fuerzas más reaccionarias (los grandes propietarios agrarios, la Iglesia católica, el Ejército colonialista y represor, la Monarquía y su burocracia centralista) y no iba a permitir que se pusiese en cuestión su dominio. El fascismo recién triunfante en Italia parecía mostrar que, si se llegaba a ello, la burguesía no tendría empacho en imponer un régimen que proscribiese la democracia. Esa coyuntura no iba sino a empeorar en los años siguientes con la crisis de 1929 y la llegada al poder por los nazis en Alemania.

Los años 1925-1930 fueron años de gran turbulencia fraccional en el seno del Partido Comunista de España (PCE), en el que Maurín, que dirigía la relativamente poderosa Federación Comunista Catalana- Balear (FCCB), pasaría de la Secretaría General en 1924 a la expulsión en 1930. Parte de esos años los pasó Maurín en la cárcel (1925-1927) y en el exilio (París, 1927-1930), donde contrajo matrimonio con Jeanne Souvarine, hermana de Boris Souvarine, uno de los más conocidos miembros de la oposición de izquierda (trotskista) en Francia.

Las diferencias en el seno del Partido Comunista se debían, amén de a una abierta lucha fraccional por el poder, a distintas visiones sobre la organización interna y las relaciones con Moscú. Si desde su fundación la Tercera Internacional había sometido a la dirección soviética a los grupos comunistas de todo el mundo, el triunfo de Stalin como sucesor de Lenin reforzó aún más su subordinación a los intereses cambiantes de la política rusa. El Sexto Congreso de la Tercera Internacional (1928) impuso un pretendido bandazo a la izquierda que extendía a los partidos reformistas (socialistas) y otras organizaciones obreras el tabú de la colaboración de clases por considerarlas como colaboradoras de la burguesía y socialfascistas.

Tras su expulsión del PCE en 1930, Maurín rompió con la nueva ortodoxia, tratando de fortalecer y dotar de autonomía a la FCCB, con un acercamiento a la CNT. Por otra parte, tradujo la tesis leninista de que la inminente revolución socialista necesitaba de la ayuda de los campesinos en una aproximación a la Unió de Rabassaires (UR), lo que le granjeó las críticas de Trotsky y la oposición de izquierda, pues la UR agrupaba a numerosos propietarios agrarios y esto, según el catón trotskista, abría la puerta a la colaboración de clases.

Sin embargo, Maurín parecía convencido de que la UR y Esquerra Republicana de Cataluña estaban llamadas a colaborar con la izquierda obrera, pues la cuestión nacional era indigerible para la burguesía española.

En esa coyuntura se proclamó la Segunda República, una república sin republicanos, como lo señalara Josep Pla. Los partidarios de la Monarquía alfonsina, la Iglesia católica y la mayor parte del Ejército no aceptarían jamás la legitimidad de un régimen al que consideraban enemigo acérrimo de sus seculares privilegios. Al otro lado del espectro político, la CNT, el PCE, la izquierda revolucionaria y, desde 1934, la Unión General de Trabajadores (UGT) y los caballeristas del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) iban a combatirla sin tregua. Para todos estos grupos sólo la toma del poder por la clase obrera podía vencer al fascismo e iniciar la revolución social.

La construcción de un verdadero Partido Comunista libre del dogal estalinista se tornaba, según Maurín, en la tarea más urgente. En marzo de 1931, propició la fusión de la FCCB con el Partit Comunista Catalá —el nuevo partido sería conocido, primero, como FCCB y, luego, como Federación Comunista Ibérica (FCI), para dar cabida a grupos de izquierda comunista en otros lugares de España— y la creación del Bloque Obrero y Campesino (BOC) que, en clara ruptura con el partido leninista, habría de ser una organización de masas. El siguiente eje de trabajo era el frente único obrero, sindical y político, pues, según Maurín, el trabajo efectivo tenía que centrarse en la CNT atrayendo al comunismo a los grupos que comenzasen a desconfiar de los dirigentes cenetistas.

Una de las primeras acciones del BOC fue una propuesta de frente único revolucionario a la CNT y al PCE. Al tiempo, los militantes del BOC deberían impulsar la formación de una Oposición Sindical Revolucionaria (OSR) en los sindicatos cenetistas.

Ante las elecciones de noviembre de 1933, el BOC lanzó una iniciativa de frente obrero, la Alianza Obrera (AO), a la que se sumó la federación catalana del PSOE. No obtuvo ningún escaño, pero en el clima de radicalización que siguió al triunfo electoral de la derecha la AO se convirtió (diciembre de 1933) en un frente antifascista al que se sumaron UGT, Unió Socialista de Catalunya, Izquierda Comunista, los sindicatos de oposición cenetistas y la UR. Durante 1934 se formaron Alianzas Obreras en otros lugares de España, siempre con la ausencia de la CNT y, hasta septiembre de 1934, del PCE.

La entrada en el Gobierno de Gil Robles y la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), en octubre de 1934, en la que se veía el anuncio de un golpe protofascista al estilo del de Dollfuss en Austria (febrero de 1934), condujo a la convocatoria de una huelga general que en Asturias se convirtió en insurrección. En esa ruptura de la legalidad republicana participó toda la izquierda, incluidos los socialistas centristas de Prieto, con la excepción, por razones tácticas, de la CNT. La feroz represión que siguió, sin embargo, no fue vista por Maurín y otros dirigentes de la izquierda comunista como una derrota estratégica.

El éxito de las AA.OO., por muy efímero que hubiera sido, les llevó a considerarlas como una forma incipiente de los soviets españoles a consolidar al paso que se construía el partido revolucionario.

El 29 de septiembre de 1935, el BOC y la Izquierda Comunista (IC) liderada por Andrés Nin se fundieron en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). La nueva organización comunista definía la coyuntura política como una fase de enfrentamiento decisivo entre fascismo y socialismo. El espejismo de la revolución inminente seguía, pues, vivo y, de nuevo, las consignas de unidad obrera parecían el mejor modo de asegurar su progreso. A ellas el POUM añadía un reconocimiento de los movimientos de emancipación nacional, cuya dirección, a su juicio, iba a pasar de las manos de la burguesía a las del proletariado.

La unidad política de las fuerzas de izquierda, sin embargo, iba a producirse de forma no prevista. En su Séptimo Congreso (1935), la Tercera Internacional, una vez más sumisa a las necesidades de la política soviética, había dado un nuevo giro. El antiguo dogma de la independencia política obrera iba a ser sustituido ahora por la consigna de un Frente Popular en el que cabían no sólo las organizaciones obreras reformistas, sino también todos los sectores de la burguesía dispuestos a enfrentarse con el fascismo. A pesar de la insignificancia política del PCE, el nuevo curso parecía ajustarse como un guante a las necesidades inmediatas de la izquierda española (derrota electoral de las derechas y amnistía). Tras un repudio inicial de la fórmula, que indudablemente no se ajustaba a las reglas que sus dirigentes creían de obligado cumplimiento, el POUM acabó por ceder a la presión unitaria y firmó el pacto del Frente Popular. En febrero de 1936, Maurín fue elegido diputado por Barcelona y en abril votó a favor del gobierno Azaña. No era, sin embargo, un apoyo incondicional.

Entre febrero y julio de 1936 Maurín se debatía en una contradicción. Por un lado, para dar satisfacción a los revolucionarios, había que desbordar la legalidad republicana y llevar a cabo la nacionalización de la tierra, de los ferrocarriles, de la gran industria y de la banca, firmando de hecho el certificado de defunción del gobierno del Frente Popular. Por el otro, sin embargo, llamaba al PSOE a participar en ese mismo gobierno y a realizar una política similar a la que estaba desarrollando en Francia el gobierno de Léon Blum. Así se granjeó tanto las acerbas críticas del trotskismo como la acusación de agente del franquismo con que el PCE le distinguió durante largos años.

Nunca se sabrá cómo hubiera formulado Maurín su política en consignas concretas. La sublevación militar del 18 de julio le sorprendió en Galicia y, desde ese momento, su principal meta fue salvar la vida.

Tras ocultar su identidad durante más de un año, en septiembre de 1937 fue finalmente identificado y apresado por la Guardia Civil cuando trataba de ganar la raya de Francia. Inicialmente condenado a muerte, en 1944 vio su sentencia conmutada por la de cadena perpetua. En 1946 obtuvo la libertad condicional y en 1947 viajó a París, para finalmente reunirse en Nueva York con su familia, que residía allí desde 1941. En 1961 se nacionalizó en Estados Unidos. Desde entonces en ese país hasta su muerte en 1973, Joaquín Maurín se abstuvo de realizar actividades políticas y se ganó la vida como periodista y director de la American Literary Agency, que fundó en 1949.

 

Obras de ~: El sindicalismo a la luz de la Revolución Rusa (Problemas que plantea la Revolución social), Lérida, Lucha Social, 1922; L’anarcho-syndicalisme en Espagne, Paris, Librairie du Travail, 1924; Los hombres de la Dictadura: Sánchez Guerra, Cambó, Pablo Iglesias, Largo Caballero, Lerroux, Melquíades Álvarez, Madrid, Cenit, 1930; El Bloque Obrero y Campesino. Origen. Actividad. Perspectivas, Barcelona, Centro de Información Bibliográfica, 1932; La revolución española. De la monarquía absoluta a la revolución socialista, Madrid, Argis, 1932; Hacia la segunda revolución. El fracaso de la República y la insurrección de Octubre, Barcelona, Gráficas Alfa, 1935; La España burguesa en ruinas, Barcelona, Editorial Marxista, 1937; Révolution et contre-révolution en Espagne, Paris, Rieder, 1937 (Revolución y contrarrevolución en España, París, Ruedo Ibérico, 1966); En las prisiones de Franco, México, B. Costa Amic, 1974 [una detallada bibliografía de sus artículos periodísticos se encuentra en Y. Riottot, Joaquín Maurín. De l’anarcho-syndicalisme au communisme (1919-1936), Paris, L’Harmattan, 1997].

 

Bibl.: F. Borkenau, The Spanish Cockpit, London, Faber & Faber, 1937; F. Morrow, Revolution and Counter-Revolution in Spain, New York, Pioneer, 1938; G. Orwell, Homage to Catalonya, London, Secker & Warburg, 1938; F. Bonamusa, El BOC, 1930-1932, Barcelona, Curial, 1974; V. Alba, Dos revolucionarios: Andreu Nin-Joaquín Maurín, Madrid, Seminarios y Ediciones, 1975; M. Sánchez, Maurín, gran enigma de la guerra y otros recuerdos, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1976; H. Thomas, La guerra civil española (1936-1939), Barcelona, Grijalbo, 1976; V. Alba, La Alianza Obrera (Historia y análisis de una táctica de unidad en España), Madrid, Júcar, 1977; P. Broué y E. Témime, La revolución y la guerra de España, Madrid, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1977, 2 ts.; P. Pagès, El movimiento trotskista en España (1930-1935), Barcelona, Península, 1977; C. Semprún-Maura, Revolución y contrarrevolución en Cataluña (1936-1937), Barcelona, Tusquets, 1978; B. Bolloten, La revolución española, Barcelona, Grijalbo, 1980; J. Maurín, Cómo se salvó Joaquín Maurín. Recuerdos y testimonios Madrid, Júcar, 1980; A. Monreal, El pensamiento político de Joaquín Maurín, Barcelona, Península, 1984; L. Rourera Farre, Joaquín Maurín y su tiempo. Vida y obra de un luchador, Barcelona, Claret, 1992; Y. Riottot, Joaquín Maurín. De l’anarcho-syndicalisme au communisme (1919- 1936), Paris, L’Harmattan, 1997; M. Aznar Soler y J. R. López García (eds.), Diccionario biobibliográfico de los escritores, editoriales y revistas del exilio republicano de 1939, vol. 3, Sevilla, Renacimiento, 2016, págs. 283-285.

 

Julio R. Aramberri