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Pedro López de Lerena y de Cuenca

Biografía

López de Lerena y de Cuenca, Pedro. Conde de Lerena (I). Valdemoro (Madrid), 5.V.1734 – Madrid, 2.I.1792. Administrador y ministro.

Nació en una familia humilde y pobre, establecida desde hacía mucho tiempo en Valdemoro. Sus padres, Manuel Elías López de Lerena (1697-1753) y Andrea de Cuenca (1696-1764), habían tenido cinco hijos, de los que Pedro era el último. Empezó a trabajar como mozo de paja y cebada en un mesón de Valdemoro, de donde marchó a Madrid, a casa de una parienta, esposa de un asturiano tratante en vinos. Probablemente fue en esa época cuando celebró su primer enlace, con Isabel Martínez, que falleció al poco tiempo. Después de haber rodado de una a otra parte, paró en Cuenca y entró al servicio de un mercader. Muerto éste, López de Lerena casó en segundas nupcias con su viuda, Juliana de Lomas (1718-1789), dieciséis años mayor que él, encargándose de la dirección del negocio. Allí tuvo la oportunidad de conocer al canónigo Pedro Joaquín de Murcia, quien le presentó a José Moñino, llegado a Cuenca con comisión del Consejo de Castilla para investigar sobre los disturbios acaecidos en la ciudad en 1766. Moñino empleó al joven como amanuense y secretario y quedó tan satisfecho con su trabajo que desde entonces y a lo largo de su brillante carrera —fiscal del Consejo, ministro en Roma, primer secretario de Estado— no dejó de ampararlo y de favorecer sus ascensos. Ingresado en la Administración como contador de Rentas Reales en Cuenca, Lerena fue promovido a comisario de guerra (15 de marzo de 1778), con la superintendencia del canal de Murcia.

Luego ocupó el cargo de comisario ordenador y ministro principal de Hacienda y Guerra de la expedición de Menorca, antes de seguir al duque de Crillón en el sitio de Gibraltar (1781-1782). Designado como intendente del ejército y reinos de Andalucía y asistente de Sevilla (15 de mayo de 1782), tomó posesión del puesto el 12 de junio. El 13 de abril de 1783 obtuvo los honores y tratamiento de consejero de Estado, y el 25 de enero de 1785 Floridablanca le llamó a suceder a Miguel de Múzquiz, fallecido el 3 de enero anterior, en calidad de secretario de Estado y del Despacho de Hacienda, encargándole también el ínterin del ministerio de Guerra: tomó posesión a mediados del mes de febrero. Abrumado por el peso del trabajo, el nuevo ministro logró permiso para agilizar las normas de firma de los documentos oficiales, primero abreviando su apellido (1785), y después empleando la estampilla (1786). Sobre todo, presentó al Rey la imposibilidad “de despachar uno solo las dos secretarías [a pesar de haber] trabajado de día y de noche sin cesar para precaver al atraso hasta perder la salud, con tan poco efecto como no haberlo conseguido sino en lo preciso diario” (9 de mayo de 1787), obteniendo ser descargado del departamento de Guerra (22 de junio).

Miembro activo de la Junta de Estado, estuvo liberado de la gestión de la Hacienda de Indias durante el breve período de la reforma de las secretarías de Estado (8 de julio de 1787-25 de abril de 1790). En los últimos tiempos de su vida acumuló honores y satisfacciones de toda clase: hábito de Santiago (20 de septiembre de 1787), consejero de Estado (16 de enero de 1789), tercer matrimonio (2 de agosto de 1790) con María Josefa Piscatori, de treinta y cuatro años, hija del marqués de San Andrés, título de Castilla (4 de marzo de 1791). Sin embargo, su salud se resintió del exceso de trabajo. Pasando el verano de 1791 en la jornada de El Escorial, dejó de asistir a las sesiones de la Junta de Estado a mediados de agosto “por encontrarse indispuesto”. El 16 de octubre un Real Decreto habilitó a Diego de Gardoqui, director del comercio, para despachar los negocios de Hacienda en ausencia de Lerena, con motivo de “la penosa enfermedad que está padeciendo [y] lo dilatada que puede ser su convalecencia”. Al final del mismo mes, el ministro, que se había empeñado en continuar en su labor a pesar de sus males, los agravó, teniendo que regresar a Madrid.

Restituida allí la Corte, Lerena fue admitido a despachar con el Rey el 7 de diciembre: de resultas le acometió “un accidente epiléptico” y desde aquel punto fue siempre de mal en peor hasta que falleció, dejando un caudal de 6.000.000 de reales.

Si bien esta carrera refleja la imagen de una sociedad aún relativamente abierta, bastantes de sus contemporáneos enjuiciaron a Lerena sin demasiada indulgencia. El conde de Fernán Núñez le tachaba de “hombre de ninguno talento ni nacimiento, sin más mérito que haberle protegido el conde de Floridablanca por haberle creído firme, desinteresado y dócil”. Por su parte, Jovellanos escribía: “Fue hombre no sólo iliterato, sino falto de toda clase de instrucción y conocimientos en todos los ramos, y aun de toda civilidad, sin que los altos empleos en que se halló pudiesen cultivar la grosera rudeza de sus principios. Fue además hombre vengativo y aun tuvo la nota de ser ingrato con su único bienhechor, que se supone haberse arrepentido muchas veces de su exaltación, aunque por su propio decoro no le abandonó jamás”. Juicios a todas luces excesivos, posiblemente motivados por la amistad que Fernán Núñez y Jovellanos profesaban a Cabarrús, en el que Lerena se ensañó no sólo por considerarle como un rival temible sino también por haber socavado el poder de los gremios mediante las operaciones aleatorias del Banco de San Carlos. Y no cejó en su encono hasta ver a Cabarrús encerrado en un calabozo. Floridablanca, aunque se negó a participar en esta persecución, siguió amparando a su protegido, este “diamante en bruto” como lo llamaba, cuyo celo y actividad celebraba, alabando su gran valor “para pasar por encima de las protecciones y estorbos que se han puesto y ponen cada día contra la reforma de los abusos”. Con el paso del tiempo, Lerena aparece hoy como un hombre honrado, competente, preciso, yendo directamente al grano, que poseía, bajo un aspecto tosco y modales bruscos, un entendimiento claro, una mente metódica, un carácter enérgico y ante todo una prodigiosa capacidad de trabajo, que puso por completo al servicio de la Hacienda Real. Su ministerio presenta un balance nada desdeñable y sus iniciativas demuestran la existencia de un programa bastante concreto, elaborado por una cabeza coherente: esfuerzos de información estadística (proyectos de balanza del comercio, de censo de manufacturas, de “recopilación de Hacienda”); arreglo de aranceles aduaneros; simplificación del sistema tributario con el establecimiento de la contribución de frutos civiles en compensación de la rebaja de las alcabalas. La Memoria sobre la naturaleza de las rentas públicas de España, entregada por Lerena a Carlos IV el 5 de noviembre de 1790, constituye un testimonio elocuente de su política de reformas y de su constante cuidado por aliviar, en lo posible, la carga fiscal de los más pobres. Esta política había de chocar con muchos intereses y muchas oposiciones, pero el ministro tuvo la suerte de que su gestión coincidiera con una extraordinaria época de expansión económica: entre dos guerras, y durante los siete años de su ministerio, España disfrutó de una paz, de una prosperidad que no había conocido en muchos años. Los impuestos siguieron cobrándose con regularidad y las reformas, progresivamente realizadas, no perturbaron excesivamente el aparato administrativo. Aunque las necesidades del reino se hacían siempre más apremiantes, parecía que los gastos y los ingresos se iban equilibrando y que el Estado cerraba sus presupuestos sin déficit y sin recurrir a emisiones de deuda. Esta situación relativamente satisfactoria de la Hacienda pública por la década de 1790 se debió, con evidencia, a una coyuntura favorable, de la que el ministro, con todos sus defectos, supo aprovecharse con habilidad.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Dirección General del Tesoro, invent. 24, leg. 268; Tribunal Mayor de Cuentas, legs. 2142 y 2150; Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 2874; Hacienda, leg. 229 Órdenes Militares, Santiago, exp. 4573; Casamientos, exp. 10358.

J. Canga Argüelles, Diccionario de Hacienda, t. II, Madrid, Imprenta Marcelino Calero, 1834; A. Ferrer del Río, Historia del reinado de Carlos III en España, t. IV, Madrid, Imprenta Matute, 1856; G. M. de Jovellanos, “Apuntes biográficos y anécdotas. Biografía de Lerena”, en Diarios de Jovellanos, ed. de J. Somoza, t. I, Madrid, Editora Nacional, 1979; M. Batllori et al., La época de la ilustración, I. El Estado y la cultura europea, en J. M. Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXI, Madrid, Espasa Calpe, 1987; P. López de Lerena, Memoria sobre las rentas públicas y balanza comercial de España (1789-1790), est. prelim. de J. del Moral Ruiz, Madrid, Instituto de Estudios Fiscales, 1990; F. Abbad y D. Ozanam, Les intendants espagnols du XVIIIe siècle, Madrid, Casa de Velázquez, 1992.

 

Didier Ozanam

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