Ayuda

Bernardino López de Carvajal y Sande

Imagen
Biografía

López de Carvajal y Sande, Bernardino. Plasencia (Cáceres), 8.IX.1456 – Roma (Italia), 16.XII.1523. Embajador, cardenal, teólogo, catedrático, humanista, mecenas y reformador.

Hijo de Francisco López de Carvajal y Aldonza Sande, pertenecía a una noble familia placentina y probablemente era sobrino del cardenal Juan de Carvajal. Estudió Teología en la Universidad de Salamanca, donde se graduó en Artes y Teología como bachiller en 1472 y doctor en 1478. Tuvo como profesor al célebre Pedro Martínez de Osma, a quien sustituyó en la cátedra de Prima en 1475 y 1477-1479, ocupando su plaza en agosto de 1478 cuando fue procesado por sus proposiciones heréticas y condenado al año siguiente por la junta de Alcalá. Obtuvo el grado de maestro en Teología (21 de diciembre de 1480) el mismo año en que fue nombrado rector de la Universidad de Salamanca y comisionado para que convenciera al cardenal Pedro González de Mendoza de fundar en esta ciudad el colegio mayor que pensaba erigir en Valladolid. El legado fracasó en su objetivo, pero contrajo una amistad con el cardenal que le catapultó a Roma en 1482.

Allí se encontraba como agente suyo, arcediano de Toro y cubicularius pontificio cuando el 1 de noviembre de 1482 pronunció un discurso en la fiesta de Todos los Santos ante Sixto IV y el Colegio Cardenalicio. Habló de la paz en un momento en que las potencias italianas se enfrentaban en la guerra de Ferrara, y causó sensación por su altura teológica y conocimiento de las Sagradas Escrituras. De sus otras homilías ante el papa Della Rovere sólo se conserva la exitosa edición de su sermón en la fiesta de la Circuncisión del Señor, que versó sobre la encarnación de Jesucristo y las herejías que la negaron (1 de enero de 1484). Probablemente se arrimó a la poderosa figura del vicecanciller Rodrigo de Borja, a quien defendió contra el embajador Francisco de Rojas en una pelea de la que salió con los ojos y las narices rotas (5 de septiembre de 1484).

Aquel mismo año Inocencio VIII le otorgó una canonjía en Plasencia, le nombró protonotario y le envió a la península ibérica en calidad de nuncio y colector con mandato para gestionar la provisión de algunos obispados, obtener los espolios de Coria, Oviedo, Córdoba, Badajoz y Ciudad Rodrigo, y cobrar ciertos subsidios debidos a la cámara apostólica. Las colaciones beneficiales se otorgaron conforme a la voluntad de los Reyes, pero Zurita afirma que Carvajal introdujo en Castilla los derechos de espolio. Los Monarcas recompensaron sus servicios nombrándole procurador en Roma —junto a Ruiz de Medina— y defendiéndole ante el Papa frente a los rumores de haberse plegado a los intereses de la Corona. El obispado que le prometiera Fernando a fines de 1487 llegó ocho meses después con la concesión de la sede de Astorga (27 de agosto de 1488), permutada más tarde por Badajoz (23 de enero de 1489).

Por las manos de los dos embajadores pasaron los asuntos de la diplomacia real durante los cuatro últimos años de Inocencio VIII. En el ámbito eclesiástico negociaron las provisiones de beneficios, los asuntos de la Inquisición, la renovación de la Cruzada o los permisos para reformar las Órdenes religiosas y las universidades. En el ámbito diplomático mediaron en el conflicto de Inocencio VIII y Ferrante de Nápoles, apoyaron la alianza de sus monarcas con Génova y su reconciliación con Carlos VIII de Francia. También desplegaron una intensa actividad propagandística de las victorias de los Reyes Católicos en la Guerra de Granada, especialmente la conquista de Baza, celebrada con una misa de acción de gracias presidida por Carvajal en la iglesia de Santa María del Popolo (4 de enero de 1490), y seis días después con un discurso en la iglesia nacional castellana de Santiago de los Españoles sobre las razones que legitimaban la campaña y negaban a los infieles el derecho de propiedad y jurisdicción, según las ideas teocráticas probablemente desarrolladas en su obra perdida De restitutione Constantini contra Lorenzo Valla. La fuerza de sus argumentos se hizo sentir en el drama latino Historia Baetica (1493) de Carlo Verardi, y en el poema heroico Panegyris de Triumpho Granatensi que Paolo Pompilio le dedicó en 1490, dos años después de que le enderezara el panegírico Ad Carvajales.

En el plano artístico Carvajal y Medina se hicieron cargo en 1488 de las obras del monasterio de San Pietro in Montorio, sufragadas por los Reyes Católicos sobre unos terrenos concedidos por Sixto IV al beato Amadeo Meneses de Silva en 1472. Como agente de Mendoza se ocupó de la restauración de su basílica de Santa Croce in Gerusalemme, encargando a Antoniazzo Romano el fresco de la bóveda sobre el hallazgo de la Vera Cruz. El prestigio de Carvajal subía como la espuma. En 1491 presidió la reunión de la natio hispana y fue elegido gobernador de la iglesia de Santiago de los Españoles, centro de las grandiosas fiestas que celebraron en Roma la conquista de Granada en 1492. Tras el fallecimiento de Inocencio VIII el Colegio Cardenalicio encomendó a Carvajal el sermón de apertura del cónclave (6 de agosto de 1492). Disertó sobre la autoridad del Papa, hizo una patética descripción de la situación de la Iglesia y propuso la elección de un Pontífice que reuniera un concilio para reformar la Iglesia, restaurase su libertad y organizase una defensa frente a los turcos. La oratio fue muy alabada por su calidad, editada en repetidas ocasiones y tal vez orientó la elección hacia un Papa de personalidad “fuerte” y tocado por el halo “cruzadista”, como era el vicecanciller Borja.

Siete meses después Carvajal recibió la sede de Cartagena (27 de marzo de 1493) e intervino en la tramitación de los documentos que otorgaban las Indias a sus Soberanos, legitimaban de las conquistas africanas y permitían acometer la reforma de las Órdenes religiosas. Entusiasmados, los Reyes le encargaron el discurso de prestación de obediencia de la embajada de López de Haro (julio de 1493), cuyo objetivo era reconciliar al Papa con Ferrante de Nápoles y frustrar la invasión del rey francés sobre el reino napolitano. Fue una oratio pacis cargada de resonancias bíblicas, heráldicas e históricas, destinada a tender puentes culturales entre Hispania y Roma, y unir a Alejandro VI y los Reyes Católicos en un proyecto común de expansión de la Cristiandad. Probablemente fue entonces cuando los Reyes solicitaron el capelo cardenalicio para Carvajal y fue otorgado por el Papa con el título de los Santos Pedro y Marcelino (20 de septiembre de 1493), permutado después el de Santa Croce in Gerusalemme (2 de febrero de 1495) y enriquecido con la sede de Sigüenza tras el fallecimiento del cardenal Mendoza.

Ante la inminente invasión de Carlos VIII el Papa le encomendó la legación en Anagni (julio de 1494), donde permaneció tres meses intentando asegurar la fidelidad de las tierras de Campania y el bajo Lazio. En octubre de 1494 escoltó a Fernando de Nápoles hasta Roma, y fue escogido para parlamentar con Carlos VIII. Expulsados los franceses, el Papa le encargó la legación que debía recibir en Milán a Maximiliano, llegado a Italia como miembro de la Liga para apoyar a los pisanos en su intento de independizarse de Florencia. Partió de Roma el 29 de julio de 1496 acompañado por un séquito de cincuenta y un oficiales, y a finales de agosto presentó al Emperador su proyecto militar para la Liga. Desde allí se desplazó a Vigevano, Génova y Como, tratando de retener a Maximiliano, pero cuando se disponía a prolongar su legación a Francia fue llamado por el Papa a Roma, donde se encontraba en marzo de 1497 hospedando al Gran Capitán en el palacio de los Millini, una lujosa residencia situada junto a la plaza Navona, a pocos pasos de Santiago de los Españoles, donde el cardenal ejercía de gobernador y dirigía los trabajos de ampliación de la iglesia, encomendados a Bramante en 1500.

En cuanto supo la noticia del fallecimiento del príncipe Juan, envió a los Reyes Católicos una epístola consolatoria dando su parecer sobre el problema sucesorio (1 de diciembre de 1497); logró que sus funerales se celebrasen en la capilla pontificia (10 de enero de 1498) y seis días después en la iglesia de Santiago de los Españoles, con un discurso a cargo del humanista Tommaso Fedra Inghirami. Por aquellos años se hicieron famosas las tertulias filosóficas organizadas por Carvajal, a las que concurrían Pomponio Leto, Pietro Marso, Sulpizio da Veroli o Paolo Cortesi. Él mismo era considerado por sus contemporáneos “brillante por sus letras y por sus costumbres” (F. Guicciardini), “célebre por su modestia de vida y su ciencia teológica” (R. Maffei), “hombre muy elocuente y brillantísimo teólogo” (L. M. Sículo), incapaz de dormir después de haber leído a Scoto por la agitación que le producía (P. Cortesi) y tan amante de la filosofía que hizo grabar su alegoría en su propia medalla con la inscripción qui me dilucidant vitam eternam habeb[unt] (c. 1495-1500).

Entró en contacto con el círculo de la kabalística italiana y el orientalismo de Egidio da Viterbo, mientras impulsaba la edición de las Antiquitates (1498) que Annio de Viterbo dedicó a los Reyes Católicos vinculando los orígenes mítico-históricos de Hispania y Roma. De su interés por la sabiduría hebrea se hizo eco el judeoconverso Johannes Baptista Gratia en su Tractatus de perscrutatione mundi (1499) y su Liber de confutatione hebraicae sectae (1500). Su afición por los temas mariológicos se adivina en la dedicatoria del Rosarium sermonum praedicabilium (1498/1500) del franciscano Bernardino de’ Busto, en el programa iconográfico netamente inmaculista de los frescos de la iglesia de San Pietro in Montorio, o en su amistad con el teólogo escotista Benigno Salviati, antiguo discípulo del cardenal Bessarion, como el griego converso Alexios Celadenus que en 1500 dedicó a Carvajal uno de los tres sermones de su plan militar para liberar los territorios griegos del poder otomano.

En 1498 le tocó el turno de ejercer el oficio de camarlengo, cuyos estatutos reformó al cabo de un año. Su cultura teológica —“doctísimo y eruditísimo en sagradas ceremonias” (F. Albertini)— le convirtió en asiduo consultor de Jacob Burckard, revisor de su Ordo Missae (1498) e impulsor de la edición del Ceremoniale Romanum (1517) realizada por Cristoforo Marcello. El cardenal también reformó el sistema de postas y la seguridad de las comunicaciones con Roma mediante la creación de una policía jurídico-militar inspirada en la Santa Hermandad castellana (14 de diciembre de 1498). Mientras tanto siguió de cerca las obras en el complejo Giannicolense: el 17 de agosto de 1498 envió a Fernando el Católico los planos del monasterio y de la iglesia, de manera que en 1502 empezaron las obras del Tempietto encomendado a Bramante y dotado de fuertes connotaciones simbólico-religiosas. En este contexto se enmarca el oscuro episodio de la apertura en la iglesia giannicolense del volumen sellado de las profecías del beato Amadeo, el Apocalypsis nova que anunciaba el advenimiento del Pastor Angelicus, con el que tal vez se identificara Carvajal.

Sus relaciones con el Papa debieron deteriorarse por su acercamiento al Emperador y la defensa del fraile Girolamo Savonarola, que asumió como viceprotector de la Orden Dominica (abril de 1498). En calidad de protector de la Congregación de la Observancia benedictina, canalizó la reforma impulsada por los Reyes Católicos, y entre 1498-1499 apoyó la tramitación de los documentos para fundar la Universidad de Alcalá. También fue protector de la nueva Orden de los mínimos, confirmando sus primeros estatutos (1 de mayo de 1501) y revisando sus sucesivas reediciones. Colaboró con Egidio Delfini en la corrección de los conventuales franciscanos, le asesoró en las disputas con Cisneros sobre la reforma en Castilla, y en 1503 fue requerido por Isabel la Católica para coordinar la gestación de la nueva Congregación franciscana de fray Juan de Guadalupe. Ante tal actividad reformadora el general de los agustinos, Egidio de Viterbo, le escribió personalmente augurando una renovación de la Iglesia (19 de agosto de 1506?). El progresivo distanciamiento del Papa y los Reyes Católicos obligó a Carvajal a replantearse su posición en la Curia. Asistió a las tensas audiencias con los embajadores de diciembre de 1498 y enero de 1499. Meses después actuó como mediador junto con Joan Llopis y Joan de Borja Llançol para restablecer las relaciones, y debió estampar su firma en el documento por el que los Monarcas aseguraban su fidelidad a la Santa Sede a cambio de la dispensa para el matrimonio de la infanta María y Manuel de Portugal. Sin embargo, el Papa desconfiaba del cardenal. En el verano de 1499 le dejó al margen de las tres sedes ibéricas concedidas sin el consentimiento de los Reyes Católicos, y al año siguiente le redujo a silencio cuando protestó por la anulación del matrimonio de Ladislao de Hungría y Beatriz de Aragón, que contravenía tanto los intereses españoles como los del Emperador y el duque de Milán (24 de julio de 1500). Carvajal colaboró entonces con el embajador Suárez de Figueroa en la organización de la flota hispano-veneciana contra el turco, y envió tropas al Gran Capitán durante la segunda campaña de Nápoles (1501-1503). Los Reyes le recompensaron con la encomienda del monasterio de Santa María la Real de Perpiñán (5 de agosto de 1501), y dos años después se le concedió la administración de la sede de Avellino (28 de julio de 1503), que retuvo hasta 1505. Sin embargo, la sensación de que el cardenal jugaba con varias barajas llevó a los Reyes a apartarle de las negociaciones y limitar sus peticiones a asuntos eclesiásticos.

Tras el fallecimiento de Alejandro VI, acogió en su palacio a los españoles perseguidos y moderó los agitados cónclaves de Pío III (22 de septiembre de 1503) y Julio II (28 de noviembre de 1503), en los que tal vez aspiró a la tiara contando con el apoyo del Gran Capitán. Pío III le incorporó a una efímera comisión de reforma de la Iglesia, y Julio II le otorgó el título de patriarca de Jerusalén (30 de diciembre de 1503). Sin embargo, la imprudente liberación de César Borja —encomendado a su custodia— y su envío a Nápoles en connivencia con el Gran Capitán (19 de abril de 1504) suscitó la cólera del Papa y de Fernando el Católico, que anteriormente ya le había negado una legación en sus reinos y ahora se quejaba de “la ambición que tiene al papado y a nuestros negocios” (20 de mayo de 1504). Su deriva hacia el Emperador y hacia el partido flamenco de Felipe el Hermoso —apoyado por los Carvajales en Extremadura— era un hecho tras el fallecimiento de Isabel la Católica (26 de noviembre de 1504). Desde Roma mantenía una intensa correspondencia con el Gran Capitán que suscitaba los recelos del embajador Francisco de Rojas: contra el parecer del Monarca el cardenal había resignado una chantría en Sevilla en favor de Hernando de Baeza (11 de mayo de 1504), secretario del virrey, y éste le había otorgado a cambio los bienes confiscados al príncipe de Melfi en Nápoles y Capua (7 de junio de 1504). El cardenal apoyó sus gestiones para formalizar el protectorado sobre Pisa, colaboró en el proyecto matrimonial de sus hijas e impulsó una labor propagandística a través de Alonso Hernández de Sevilla —autor del poema Historia parthenopea (1516)— o del humanista Giovanni Batista Valentini —“el Cantalicio”—, que en torno a 1506-1510 dedicó el cardenal el poemario del Codice Cantalicio (Biblioteca Nacional de Nápoles).

En Roma intrigó con el embajador del archiduque para obstaculizar las provisiones de obispados propuestos por Fernando el Católico y frustrar sus intentos de concordia con Luis XII de Francia. En el ámbito italiano tanteó una alianza con Venecia e invitó a César Borja y al Gran Capitán a participar en la campaña que estaba preparando Maximiliano en el verano de 1506. Sin embargo, el fallecimiento de Felipe el Hermoso le obligó a buscar la reconciliación con Fernando el Católico, que le recibió benévolamente en mayo de 1507 durante su estancia en Nápoles.

Con Julio II mantuvo unas relaciones ambiguas y minadas por la desconfianza. El Papa le propuso sin éxito para el Arzobispado de Sevilla (17 de agosto de 1504) y accedió a su deseo de viajar a Castilla, pero bloqueó su protagonismo en la Curia oponiéndose a su pretensión de celebrar los funerales de Isabel la Católica en la capilla pontificia. En julio de 1507 el Papa decidió confiarle una legación ante el Emperador con la misión de disuadirle de bajar a Italia y entablar un nuevo acuerdo entre Francia y el Imperio. Recibió entonces la sede suburbicaria de Albano (3 de agosto de 1507), Frascati (17 de septiembre de 1507) y Rossano en Calabria con el beneplácito de Fernando el Católico (10 de enero de 1508).

Partió el 5 de agosto, se entrevistó con Maquiavelo en Siena, y en el mes de septiembre fue recibido en Innsbruck, con grandes honores, por el Emperador. Tras largas conversaciones, se concertó una liga defensiva entre el Papa, el Rey Católico y el Emperador, pero cuando Venecia negó a Maximiliano el paso por sus territorios, éste decidió firmar una liga ofensivo-defensiva con Luis XII contra los venecianos. Carvajal le acompañó hasta Malinas, donde confirmó al futuro emperador Carlos y pronunció una homilía —editada por Salviati con ciertos añadidos— anunciando la llegada del Pastor Angelicus que reformaría la Iglesia y derrotaría al Islam. Sus intentos de arreglar las diferencias de Maximiliano y Fernando sobre la gobernación de Castilla fracasaron por las sospechas del rey aragonés, que exigió al Papa su inmediato regreso. Llegó a Roma el 21 de enero de 1509 cuando se acababa de firmar la Liga de Cambray y seis meses después el Rey Católico acudió a él para obtener la cruzada que debía sufragar la nueva campaña contra el truco. Sus rentas aumentaron durante estos años con la encomienda del título de los Cuatro Santos Coronados (1508), el Obispado de Palestrina (22 de septiembre de 1508) y el de Sabina (28 de marzo de 1509).

Durante este tiempo el cardenal encargó a Baldassare Peruzzi la restauración de los mosaicos de la capilla de Santa Elena (1510) de la basílica de Santa Croce, y acometió la decoración pictórica de la iglesia giannicolense con frescos atribuidos a Antoniazzo Romano, Antonio da Viterbo, Pietro Volterrano y Baldassare Peruzzi. En Sigüenza destinó fondos para sufragar el ensanche de la ciudad, reformar los estatutos de la Universidad y embellecer la catedral con nuevas puertas y un amplio claustro donde campea su escudo (1505-1507). Su sensibilidad cultural era tan polifacética que lo mismo recibía los epigramas de Ugolino Verino o los ingeniosos versos de Fausto Evangelista Maddaleni, que las dedicatorias del humanista franciscano Benedicto Silvio da Tolentino, el gramático Cristiano Canauli o el sabio griego Alexios Celadenus, compilador del leccionario griego de la catedral de Trebisonda entregado a Julio II hacia 1510-1511. Acogió en su casa al teólogo dominico Mazzolini Silvestro da Prierio, encargó al humanista cisterciense Arcángel de Madriñano la traducción latina del Itinerario del boloñés Ludovico Vartema (1510), e impulsó la edición de De alterationis modo et quidditate (1514) del escolástico Sancho Carranza de Miranda.

Políticamente seguía considerándose “esclavo” del Emperador hasta el punto de encabezar el proyecto cismático perpetrado con Luis XII para deponer a Julio II. Cuando el Papa salió de Roma el 17 de agosto de 1510, huyó con los cardenales Francisco de Borja, Federico Sanseverino, Guillermo Briçonnet y Renato de Prie. Los purpurados españoles solicitaron refugio en Nápoles, pero la negativa del Rey les obligó a buscar la protección de Luis XII en Pavía y luego en Pisa, donde convocaron un pseudo-concilio para deponer al Papa y emprender la reforma de la Iglesia.

Julio II respondió convocando el V Concilio de Letrán (18 de julio de 1511) y depuso a los cardenales cismáticos con el apoyo de Fernando el Católico (24 de octubre de 1511). Carvajal presidió la apertura del conciliábulo (1 de noviembre de 1511), pero la inseguridad de Pisa exigió su traslado a Milán, luego a Asti, y finalmente a Lyon, donde el concilio se dispersó en septiembre de 1512 minado por la pérdida de credibilidad y la división entre los cardenales.

En la Corte francesa Carvajal trabajó por la reconciliación de Luis XII y Fernando el Católico, mientras solicitaba la ayuda del Emperador para ser aceptado en el cónclave que eligió a León X (21 de febrero de 1513). Al no conseguirlo, se presentó en abril en Florencia con Federico San Severino, con quien redactó una declaración retractándose, pero dejando claras las intenciones reformadoras —y no de la mera ambición— que animaron su proyecto conciliar. El día 26 fueron absueltos en Roma y reintegrados en todas sus dignidades tras una humillante ceremonia que al final pudo parecer un triunfo. El rey Fernando protestó y se negó a devolver los obispados a un cardenal que no dejaba de intrigar en Bruselas para enemistarle con el príncipe Carlos y en Roma para anular la excomunión y deposición de los reyes de Navarra. Gracias a sus contactos flamencos, Carvajal recibió la encomienda de Saint-Rumold de Malinas en Cambrai (21 de septiembre de 1515) y la de Sankt Cassius von Bonn en Colonia (30 de octubre de 1515), e intentó obtener la legación para acompañar al príncipe Carlos a la Península Ibérica.

A pesar de los intentos del Papa y del Emperador por restituirle los obispados de Sigüenza y Avellino, la oposición de sus titulares fue tal que el cardenal tuvo que conformarse con 12.000 ducados de pensión sobre las rentas reales y las iglesias de Toledo, Sigüenza, Segovia, Mallorca y Rossano. Más adelante obtuvo el acceso a la sede de Plasencia (20 de julio de 1519), y dos años después la sede suburbicaria de Velletri-Ostia que llevaba aparejada la dignidad de decano del colegio cardenalicio (24 de julio de 1521). Durante este tiempo asistió a las sesiones VIII-XII del V Concilio de Letrán y a la Congregación General del 15 de diciembre de 1516, formando parte de la comisión de reforma, pero sin intervenir en los debates conciliares. El 4 de noviembre de 1517 fue incorporado a la delegación que debía organizar la cruzada anti-turca, y el Papa le encomendó el restablecimiento de la policía jurídico-militar que ideara en tiempos del papa Borja. En el ámbito doctrinal intervino en la controversia contra el Augenspiegel del humanista Juan Reuchlin y en la elaboración de la bula Exurge Domine contra Lutero. En su bullicioso palacio Bartolomé de Torres Naharro representó su comedia Tenellaria ante León X en 1516, y más tarde probablemente Ymenea, mientras Juan del Encina le exhortaba a reemprender la conquista de Jerusalén (c. 1520). Su solicitud por Oriente no había menguado. Fue padrino de bautismo de al-Gharnati —el célebre León el Africano— y encargó al subdiácono Ilyās ibn Ibrāhīn traducir al sirio los Evangelios y los Salmos, y al latín las obras litúrgicas maronitas con la ayuda de Teseo Ambrogio y Joseph Gallus. En el campo arquitectónico, encomendó a Sangallo modificaciones en la arquitectura de su basílica de Santa Croce con nuevos accesos subterráneos, dos claustros y elevación de altares laterales (1519-1520); mientras en la ciudad de Tívoli —que gobernó hasta 1521— restauró el ala noroeste del convento franciscano, núcleo del futuro palacio de Hipólito d’Este.

Como decano del colegio cardenalicio presidió el cónclave que eligió a Adriano de Utrecht tras empate mutuo a quince votos (9 de enero de 1522), y meses después le recibió en San Pablo Extramuros con un discurso sobre los males de la Iglesia y una propuesta de reforma. El Papa le otorgó en administración la diócesis de Foligno (26 de septiembre de 1522) y le incorporó a la comisión que debía procesar al cardenal Francesco Soderini (28 de abril de 1523). En su correspondencia con Carlos V, el cardenal le informaba de los movimientos otomanos en el Mediterráneo y trataba de instalar en la embajada a su protegido Luis Fernández de Córdoba, II duque de Sessa. Con once votos recibidos, aún tenía posibilidades de alcanzar la tiara en el cónclave que eligió a Clemente VII (26 de noviembre de 1523). Falleció dos meses después, tras ceder a sus sobrinos la sede de Foligno, el patriarcado de Jerusalén y el obispado de Plasencia. Fue sepultado en la basílica de Santa Croce bajo una inscripción que celebra sus virtudes, su ciencia y sus legaciones con el mismo entusiasmo con que el fraile minorita, Vicente Pimpinela, le recordó en sus funerales.

 

Obras de ~: De restitutione Constantini (atrib.); Sermo in die omnium Sanctorum, Roma, G. Herolt, 1482 (trad. de A. Oyola Fabián, Almendralejo, Cultural Santa Ana, 2003); Oratio in die Circumcisionis dominicae, Roma, S. Plannck, 1484 (trad. de A. Oyola Fabián, Almendralejo, Cultural Santa Ana, 2002); Sermo in commemoratione victoriae Bacensis, Roma, S. Plannck, 1490 (trad. de M. Mora, Bernardino López de Carvajal. La conquista de Baza, Granada, Universidad, 1995); Oratio de eligendo summo Pontifice, Roma, Tipografía de Carvajal, 1492; Oratio ad Alexandrum VI nomine regum Hispaniae habita super praestanda solemni obedientia, Roma, S. Plannck, 1493; Epistola consolatoria in obitu Iohannis Hispaniae principis, Roma, E. Silber, 1500-1502 (trad. en T. González Rolán, J. M. Baños Baños y P. Saquero Suárez-Somonte (eds.), El humanismo cristiano en la Corte de los Reyes Católicos: las Consolatorias latinas a la muerte del Príncipe Juan de Diego de Muros, Bernardino López de Carvajal-García de Bovadilla, Diego Ramírez de Villaescusa y Alfonso Ortiz, Madrid, Ediciones Clásicas, 2005); Homilia habita coram Maximiliano Cesare, Roma, J. Besicken, 1509 (¿); Sermo in I Sess. Concilii Pisani (1511); Abiuratio conciliabuli pisani (1513); Epistola ad invictis. Carolum imp. Super declaratione Maiestatis suae contra Lutherum facta (1521); Oratio habita quando Hadrianus papa ingresus est Urbem, ed. en Concilium Tridentinum, vol. XII, Friburgo, Herder, 1966, págs. 18-21.

 

Bibl.: A. Giustinian, Dispacci, ed. P. Villari, vols. I-III, Florencia, Le Monnier, 1876, ad indicem; M. Sanudo, Diarii, ed. R. Fulin, vols. I-XXXV, Venecia, 1879-1903, ad indices; H. Rossbach, Das Leben und die politisch-kirchliche Wirksamkeit des Bernardino López de Carvajal, Erster Theil, Breslau, 1892; J. Burckardt, Liber notarum ab anno 1483 usque ad annum 1506, ed. E. Celani, vols. I-II, Città di Castello, Editrice S. Lapi, 1907-1942, ad indicem; A. Rodríguez Villa (ed.), Crónicas del Gran Capitán, Madrid, Bailly-Ballière e Hijos, 1908, ad indicem (Nueva Biblioteca de Autores Españoles, vol. X); T. Minguella y Arnedo, Historia de la diócesis de Sigüenza y de sus obispos, vol. II, Madrid, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1912, págs. 196-208; G. D. Hill, A Corpus of Italian Medals of the Renaissance before Celini, vol. I, London, Trustees of the British Museum, 1931, pág. 222; L. von Pastor, Storia dei Papi dalla fine del Medioevo, vols. III y IV, Roma, Desclée & C. Editori Pontifici, 1942, ad indices; J. M. Doussinague, Fernando el Católico y el cisma de Pisa, Madrid, Espasa Calpe, 1946, ad indicem; A. de la Torre y del Cerro, Documentos sobre las relaciones internacionales de los Reyes Católicos, vols. III-VI, Barcelona, CSIC, 1951-1966, ad indices; J. Manglano y Cucalo de Montull, Política en Italia del Rey Católico (1507-1516). Correspondencia inédita con el embajador Vich, vols. I-II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1963, ad indicem; P. O. Kristeller, Iter italicum, vols. I-VI, London, Warburg Institute, 1963-1998, ad indices; L. Suárez Fernández, Política internacional de Isabel la Católica. Estudio y documentos, Valladolid, Universidad, 1966-2002; vol. II, págs. 485-492; vol. III, págs. 295-298; vol. IV, págs. 190-191, 207, 428-432 y 594; vol. V, págs. 193-194; vol. VI, pág. 156; R. de Maio, Savonarola e la Curia Romana, Roma, Edizioni di Storia e Lette, 1969, págs. 108 y 136-142;V. Beltrán de Heredia, Cartulario de la Universidad de Salamanca, vols. II-V, Salamanca, Universidad, 1970-1972, ad indicem; G. Fragnito, “Carvajal, Bernardino López de”, en Dizionario Biografico degli Italiani, vol. XXI, Roma, Istituto della Enciclopedia Italiana, 1978, págs. 28-34; K. Weil-Garris y J. F. d’Amico, The Renaissance Cardinal’s Ideal Palace: a Chapter from Cortesi’s “De cardinalatu”, Roma, American Academy in Rome, 1980, ad indicem; T. de Azcona, “Relaciones de Inocencio VIII con los Reyes Católicos, según el fondo Podocataro de Venecia”, en Hispania Sacra, 32 (1980), págs. 9-10; T. Fernández y Sánchez, El discutido extremeño cardenal Carvajal (D. Bernardino López de Carvajal y Sande), Cáceres, Institución cultural El Brocense, 1981; F. Marías, “Bramante en España”, en A. Bruschi, Bramante, Bilbao, Xarait Ediciones, 1987, págs. 7-67; J. Goñi Gaztambide, “López de Carvajal, Bernardino”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, suplemento I, Madrid, CSIC, Instituto Enrique Flórez, 1987, págs. 442-450; “Bernardino López de Carvajal y las bulas alejandrinas”, en Anuario de Historia de la Iglesia, 1 (1992), págs. 93-112; N. H. Minnich, “The Role of Prophecy in the Carrer of the Enigmatic Bernardino López de Carvajal”, en M. Reeves (dir.), Prophetic Rome in the High Renaissance Period, Oxford, Clarendon Press, 1992, págs. 111-120; M. Batllori, Obra completa, ed. de E. Duran y J. Solervicens, vol. IV, Valencia, Tres i Quatre, 1994, ad indicem; J. Zurita, Historia del rey don Hernando el Cathólico. De las empresas y ligas de Italia, ed. de A. Canellas López, vol. III, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1996, ad indicem; V. Calvo Fernández, “El cardenal Bernardino de Carvajal y la traducción latina del Itinerario de Ludovico Vartena”, en Cuadernos de Filología Clásica: Estudios Latinos, 18 (2000), págs. 303-321; M. Vaquero Piñeiro, “I funerali romani del príncipe Giovanni e della regina Isabella di Castiglia: rituale politico al servizio della monarchia spagnola”, y F. Cantatore, “Un commitente spagnolo nella Roma di Alessandro VI: Bernardino Carvajal”, en M. Chiabò, S. Maddalo y M. Miglio (coords.), Roma di fronte all’Europa al tempo di Alessandro VI. Atti del Convegno (Città del Vaticano-Roma, 1-4 dicèmbre 1999), vol. I, Roma, Ministero per i Beni e le Attivita Culturali, 2001, págs. 641-655, y vol. III, págs. 861-871, respect.; V. Tiberia, “Santa Croce in Gerusalemme, l’affresco absidale”, en A. Negro (ed.), Restauri d’arte e Giubileo. Gli interventi a Roma e nel Lazio nel piano per il grande Giubileo del 2000, Napoli, Electa, 2001, págs. 13-62; C. J. Hernando Sánchez, El reino de Nápoles en el Imperio de Carlos V. La consolidación de la conquista, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Carlos V y Felipe II, 2001, ad indicem; Á. Fernández de Córdova Miralles, Alejandro VI y los Reyes Católicos. Relaciones político-eclesiásticas (1492-1503), Roma, Edizioni Università della Santa Croce, 2005, passim.

 

Álvaro Fernández de Córdova Miralles

Personajes similares