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García López de Cárdenas

Biografía

López de Cárdenas, García. Llerena (Badajoz), p. t. s. XVI – España, s. m. s. XVI. Conquistador, descubridor, expedicionario.

Hijo del conde de la Puebla Alonso de Cárdenas y de Elvira de Figueroa. Una rama familiar tuvo el señorío de Cárdenas (La Rioja). García fue comendador de Caravaca (Murcia). En fecha no determinada apareció en la Nueva España. El primer virrey de la Nueva España, Antonio de Mendoza, llegado en octubre de 1535, recibió al año siguiente, el 24 de julio, a Alvar Núñez Cabeza de Vaca con sus tres compañeros supervivientes y el increíble relato de su expedición por tierras al norte de México. Estaba vivo el mito de El Dorado. Se envió al franciscano fray Marcos de Niza, quien se adentró por el actual Estado de Sonora (norte de México) y oyó el relato de una “Tierra nueva”. Hacia allá fue y estuvo en la ciudad de Cíbola. Los indios le dijeron que Cíbola era la menor de las “Siete ciudades”. Retrocedió en busca del gobernador de la Nueva Galicia, Francisco Vázquez de Coronado, que había llegado en el séquito del virrey Mendoza, su tío. En 1540 oía del franciscano Niza unas fantásticas noticias sobre las “Siete ciudades de Cíbola”. Se comprometió al virrey y se organizó una gran expedición en búsqueda de ese maravilloso país.

Llevaba el título de capitán general, como maestre de campo (o segundo jefe) iba Lope de Samaniego y como capitanes Diego de Guerala, Rodrigo Maldonado, Juan de Zaldívar, Pablo de Melgosa y García López de Cárdenas. Se destaca el hecho de que a los españoles les acompañaban indios estrictamente voluntarios (los historiadores mexicanos reivindican para estos indios el título de “primeros mejicanos conquistadores de los Estados Unidos”). El 22 de febrero de 1540 se pasó revista en Compostela a la expedición. La componían trescientos treinta y seis soldados con quinientos cincuenta y nueve caballos y casi un millar de indios. Poco después hubo un pequeño incidente, en que el maestre de campo Lope de Samaniego resultó, en una disputa con los indios de una aldea, muerto por un flechazo en los ojos. Coronado nombró maestre de campo a López de Cárdenas.

Como buen estratega, Coronado dispuso en Culiacán de un ejército explorador de vanguardia y otro más grueso de apoyo y reserva que se pondría en marcha veinte días después. Iba al frente de la vanguardia López de Cárdenas. Entrados ya en el territorio de Cíbola “Coronado envió una vez más a López de Cárdenas con un pequeño destacamento de hombres montados a examinar el sitio, desembarazarlo y enviar noticias de lo que pasaba” (A. Trueba, 1955: 33).

Cárdenas marchó y, cerca de Mal Paso, vio unos indios en la punta de un cerro. Se aproximó a ellos en son de paz. Algunos bajaron y aceptaron unos regalos. Cárdenas les estrechó las manos, les dio una cruz y les dijo que volvieran a su pueblo a informar de que los españoles iban en misión pacífica y que deseaban ser sus amigos. Los cibolianos partieron, Cárdenas acampó, poniendo una guardia. Pero a la media noche una partida de indios atacó a los españoles. Cárdenas repelió bien el ataque y los indios se retiraron. Este incidente se localiza hacia el sur de la actual frontera entre los Estados de Nuevo Mexico y Arizona (en Estados Unidos), donde actualmente se encuentra un gran parque nacional llamado Coronado National Forest. Coronado acudió inmediatamente y la expedición remontó por el valle del río Zuñi. Cárdenas dirigía la vanguardia. Y apareció la ciudad de Hanikuh, que debería ser la ciudad de Cíbola, pero con gran desilusión de todos, “no era una ciudad maravillosa sino un pequeño pueblo apeñuscado” (A. Trueba: 34). Además, los nativos decidieron resistir. Salieron de Hanikuh unos trescientos hombres armados y trazaron una raya en el suelo, indicando a Coronado y a su ejército que no pasaran de allí y se volvieran. Coronado no quería guerra. Envió a Cárdenas con dos frailes y un notario para intentar convencer a los indios. Venían en son de paz. No querían guerra. Pero comenzó una lluvia de flechas. No tuvieron más remedio que responder arremetiendo con sus caballos. Según los cronistas, mataron “diez o doce indios”. Y los belicosos indios huyeron dejando la ciudad abandonada. En la pequeña batalla Cárdenas y Alvarado salvaron la vida de Coronado.

Las “siete ciudades” resultaron ser solamente seis villorrios con unos doscientos habitantes cada uno. Nuevas pesquisas de Coronado le revelaron la existencia de otras “siete ciudades” distintas, más al norte del territorio donde estaban, en una región llamada Tuzayán. Coronado decidió mandar a explorarla a un grupo de su gente al mando de Pedro de Tovar, quien tuvo noticia de un gran río hacia el Oeste “entre montañas coloradas”, según los indios, en cuya búsqueda se destacó a López de Cárdenas.

Salió Cárdenas con un pequeño grupo, en el que escogió por segundo al capitán Melgosa. Y después de veinte jornadas de recorrido por el desierto, por tierras nunca vistas por los hombres blancos, llegaron a un impresionante lugar, que era la cañada de ese gran río, encajonado entre enormes cortaduras de rocas rojas o “coloradas”. Cárdenas lo llamo Río del Tizón (hoy, en inglés, Firebrand River). Desde la margen en que se asomaron les pareció que “la orilla opuesta del mismo río estaba a unas tres o cuatro leguas”, según dice el manuscrito de Pedro Castañeda. Así descubrieron Cárdenas y sus hombres el Gran Cañón del río Colorado. Desde la margen izquierda, donde habían llegado, estuvieron tres días, intentando buscar un posible paso para descender al río, pues necesitaban asegurarse de que dispondrían de agua. “Fue imposible descender —continúa el manuscrito de Castañeda— porque después de esos tres días el Capitán Melgosa, un tal Juan Galeras y otro compañero, los cuales eran los tres más ágiles del grupo, hicieron todo lo posible para encontrar un descenso accesible, hasta que se convencieron de que esto era imposible. Se volvieron a las cuatro de la tarde, sin haberles permitido su búsqueda encontrar ningún acceso”. Cárdenas habla de “colosales rocas” y de paredes en el río “más altas que la gran torre de Sevilla”. Bolton (1996) añade en una nota (pág. 93) que “la Giralda, el famoso campanario de la Catedral de Sevilla, tiene 275 pies de altura”. Finalizaba el verano de 1540. Más de tres siglos tardaron los hombres blancos en volver a contemplar esta maravilla natural.

Reunidos con Coronado, Alvarado marchó hacia Acoma, en el Tigüex, por el Río Grande. Cárdenas le siguió y preparó los cuarteles de invierno en Tigüex para el grueso de las tropas, que venía detrás. Los nativos, en el invierno, se rebelaron; Cárdenas era el hombre clave para conseguir su apaciguamiento. En abril de 1541 acompañó a Coronado en su jornada en búsqueda de Quivira, otro mito de maravillosa ciudad en país maravilloso. Recorrieron las inmensas soledades de los Llanos de los Cíbolas (bisontes), el Llano Estacado, una inmensa planicie carente de puntos de referencia, que les obligaba a orientarse por la brújula, y sólo vieron pobrísimas tribus. Incansable, llegó por fin hasta Quivira, una pobre aldea de unos cuantos pieles rojas (quizás wichitas) en el actual Estado de Kansas, allende el río Arkansas. Mientras cruzaban las llanuras de los Búfalos (Buffalo Plains) su caballo cayó y Cárdenas se rompió un brazo, que hubo de curar con vendas, siempre montado a caballo. Sin saberlo, Coronado y sus huestes se encontraban a relativamente poca distancia de Hernando de Soto, el descubridor del Misisipi. En octubre de 1541, de camino de regreso, después de recorrer miles de kilómetros, llegaron a la provincia de Tigüex.

En esa vuelta, Cárdenas aparece siempre como el más conciliador con los indios. Cuando los indios mataban unos caballos a los españoles, Cárdenas se dirigía a ellos desarmado, y les decía que los españoles se lo perdonaban, porque disponían de muchos caballos, y los españoles querían la paz con los indios. Los indios lo rechazaban. Intentaba con ellos la paz una y otra vez (Trueba, 1955: 55). “Antes de llegar al pueblo rebelde de El Arenal, Don García ordenó que hicieran alto y fue con unos pocos a ofrecer nueva oportunidad de sumisión pacífica” (Trueba, ibidem). Cruzado el Río Grande, los nativos se reunieron en Moho, ciudad fortificada. “Nuevamente fue García Cárdenas a ofrecer la paz al cacique que se llamaba Juan Alemán (o Remán o Lomán). Desmontó para darle un abrazo y varios indios descargaron una lluvia de garrotazos sobre Don García y se lo llevaban cuando dio grandes voces y sus soldados lo rescataron” (Trueba: 56). Pero Moho fue conquistado.

Cansados los españoles decidieron en un dramático consejo volver a México, a dar cuenta de la expedición, nada fructífera en el descubrimiento de riquezas, pero inmensa por el descubrimiento de tierras. Tres frailes se quedaron a convivir con los indios en la “Tierra nueva”. Uno tras otro fueron cayendo muertos, mártires de su fe.

Más de dos años después de la partida, los restos de la expedición llegaron a la Ciudad de México. Cárdenas se encontró con una carta de España con la noticia de la muerte de su hermano y el reclamo de que volviera para hacerse cargo de la herencia familiar. Se cree que Cárdenas regresó enseguida a España y nada más se sabe sobre él.

En Estados Unidos hay un Monte Cárdenas (Cardenas Mount) que recuerda su nombre.

 

Bibl.: H. Howe Brancroft, History of Utah, 1540- 1888, San Francisco, The History Company, 1889, pág. 1; G. P. Winship, The Coronado Expedition, 1540-1542, Fourteenth Annual Report of the Bureau of Ethnology, part I, 1896, págs. 319-613 y 489; P. Castañeda, La jornada de Coronado [...] (ms. en New York Public Library), Trail Makers Series, ed. by G. Parker Winship, 1904 (en inglés: ed. G. Parker Winship, New York, Allerton Book Co., 1922; The Journey of Coronado, Ann Arbor, Michigan, University Microfilms, 1966); Spanish exploration in the southwest, 1542- 1706, edited by H. E. Bolton, New York, Charles Scribners’ Sons, 1916, pág. 5; G. P. Hammond, Coronado’s Seven Cities, Albuquerque, Coronado Exposition Commission, 1940; H. E. Bolton, Coronado Knight of the Pueblos and Plains, Albuquerque, Nuevo México, The University of New Mexico, 1949; A. Trueba, Las 7 Ciudades. Expedición de Francisco Vázquez de Coronado, México, Editorial Campeador, 1955; H. E. Bolton, “Cárdenas, García López de”, en VV. AA., Dictionary of American Biography, vol. II, New York, Charles Scribner’s Sons, 1958, pág. 486; VV. AA., Encyclopedia Americana, International Edition, vol. VII, New York, American Corporation, 1965, pág. 721; R. E zquerra, “Vázquez de Coronado, Francisco”, en VV. AA., Diccionario de Historia de España, vol. III, Madrid, Alianza Editorial, 1979; VV. AA., Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México, vol. II, México D. F., Editorial Porrúa, 1995 (6.ª ed.), pág. 2036; H. E . Bolton, The Spanish Borderlands, Albuquerque, University of Mexico Press, 1996, págs. 92- 93; J. M. González Ochoa, Quién es quién en la América del Descubrimiento (1492-1600), Madrid, Acento Editorial, 2003, pág. 213; M. López Martínez, Conquistadores Extremeños, León, Ediciones Lancia, 2004, págs. 93-94.

 

Fernando Rodríguez de la Torre