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Francisco López Ballesteros

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Biografía

López Ballesteros, Francisco. Brea (Zaragoza), 7.III.1771 – París (Francia), 1833. General, ministro.

Nació con la condición de hidalgo y estudió en Zaragoza. Ingresó como cadete el 4 de julio de 1788, ascendiendo a 1.er subteniente en 1792 y a 2.º subteniente al año siguiente. Su destino fue el 1.er batallón de Voluntarios de Aragón, salvo diez meses que sirvió en el batallón de Voluntarios de Navarra. Posteriormente pasó a un Regimiento de catalanes; ascendió a capitán de grado con fecha de 1 de diciembre de 1794. A consecuencia de un desafío, fue gravemente herido en el brazo derecho, lo que no le impidió ser capitán en el Regimiento de Cazadores de Barbastro, haciendo en 1801 la campaña de Portugal. Fue a Madrid a curarse el brazo, y obtuvo el retiro y la comandancia del resguardo de Ávila. Esta breve guerra contra Portugal obedecía a unos intereses propiamente nacionales en cuanto el país vecino había mantenido su alianza con los británicos, verdaderos adversarios coloniales. Así, pronto se conseguiría la ruptura entre británicos y portugueses, aunque quedaba demostrado que el criterio por el que se guiaba la Corona de España era propio de un Estado del Antiguo Régimen: el Rey no quiso completar la ocupación de Portugal, a pesar de ser éstos los deseos de Napoleón. La política exterior española estaba sometida a los intereses dinásticos y se hacía dependiente de Francia, cuya superioridad militar le había convertido en indispensable para una potencia que veía el atardecer de su condición en la Europa del momento. Consecuencia de ello fue el segundo Tratado de San Ildefonso, firmado en octubre de 1800, donde España cedió la Luisiana a Francia a cambio de que los franceses protegieran al duque de Parma, hermano de la reina María Luisa, aunque luego se modificó el citado tratado, siempre con la decisión francesa como voz de mando.

La Guerra de la Independencia le proporcionó una oportunidad inigualable a López Ballesteros. La sumisión a los proyectos del emperador francés había sido una realidad a lo largo del reinado de Carlos IV, de manera que, al abandonar Fernando VII España, dejó una Junta de Gobierno presidida por el infante Antonio, tío del Rey, pero el infante abandonó Madrid hacia Bayona y el general francés Murat consiguió presidir las sesiones de la Junta, incluso antes de la abdicación del Rey. Se produjeron en diferentes lugares de Madrid desorganizados ataques contra el invasor, que fueron repelidos con gran violencia por los franceses. Muchos de los combatientes trataron de refugiarse en los cuarteles, buscando la protección y armas. El levantamiento supuso una especie de asunción de la soberanía por el pueblo, equivalente a uno de los postulados esenciales del liberalismo. En efecto, se produjeron en España tres hechos: sublevación popular, un conflicto bélico con participación de fuerzas regulares e irregulares y el prólogo de un cambio político que no concluyó solamente en la elaboración de una Constitución, sino una serie de medidas que anunciaban el cambio de régimen. El levantamiento del 2 de mayo atendió a diversas causas: creciente malestar por la presencia de un ejército extranjero, la experiencia del motín de Aranjuez, la inquietud de Bayona y la salida de la Familia Real de España, todo lo cual explica la explosión popular.

Ballesteros se convirtió en visitador de Rentas; él mismo se enorgullece de haber sido de los primeros en acudir al patriótico llamamiento. Pasó a Oviedo, se halló en Madrid el 2 de mayo, volvió a Asturias, cuya Junta le ascendió de golpe al empleo de mariscal de campo. Hay en esto acaso un matiz social que conviene retener: el 25 de septiembre de 1808 había en Oviedo gran disgusto e inquietud popular contra las autoridades, ya que había corrido el rumor de que la Junta quería anular una provisión de 1785 que amparaba a los colonos en la posesión de los bienes arrendados; y aunque fue desmentido, se nombró un tribunal ejecutivo represivo, al cual se dotó asimismo de una fuerza para el “castigo pronto, ejemplar y militar”, a cuyo frente se puso a Ballesteros. El territorio español no ocupado por las tropas francesas tomó el poder, sin tener en cuenta algunas autoridades civiles, como las audiencias o capitanías generales. Fueron elementos populares y civiles los que pidieron a las autoridades que se adoptaran medidas en contra de los franceses y a favor de la triple consigna: “religión, patria y rey”. En muchos casos no respondieron las autoridades provinciales a las peticiones de los sublevados, recreando instituciones antiguas o a constituir otras de nueva creación, surgiendo las Juntas Supremas, que estuvieron formadas por personas de una gran representación social (clero, ejército o nobleza). Así, apareció Floridablanca en Murcia o Palafox en Zaragoza. Las Juntas asumían para sí el ejercicio de la soberanía, lo que suponía la gran crisis del Antiguo Régimen.

Posteriormente López Ballesteros luchó primero en Asturias, y después se internó en Castilla y Andalucía, combatiendo en Santander, la Albuera, Ayamonte, condado de Niebla y Bornos. Su conocida proclama, en el Cuartel General de la Higuera, unida su victoria en la batalla de Los Castillejos, con la anterior condición de liberador de Granada, con sus constantes discursos patrióticos publicados en El Conciso, le suponen que sea bautizado como “el general de la revolución”, siendo ascendido a teniente general en 1811.

Estuvo a punto de ser hecho prisionero o muerto en la venta de Ojen (Málaga), pero la superación de la tribulación contribuyó a realzar la figura de un militar que arrastraba a las masas a través de sus exaltaciones de la disciplina y el valor, unido a su inflexibilidad con los desertores: con la pena de muerte y confiscación de sus bienes. Así, el general francés barón Maransin denunció en Málaga el 6 de marzo de 1812 sus métodos bárbaros para reclutar a los jóvenes, que en gran número habían sido llevados a la insurrección, rompiendo así lo que Maransin llamó su pacto de paz y civilización con los franceses.

General en jefe del 4.º Ejército, en un parte fechado en Prado del Rey a 26 de agosto de 1812, comunicó la ocupación de Ronda y Villamartín. El 24 de octubre de 1812, en un documento dirigido al ministro de la Guerra, rechazó el nombramiento de Wellington como general en jefe de los Ejércitos Españoles, lo que le valió ser inmediatamente destituido y confinado en Ceuta; pero le valió también una gran discusión entre elementos intelectuales españoles, entre ellos la adhesión de Romero Alpuente, Muñoz Arroyo y otros, que veían en su conducta una defensa de la independencia nacional.

Llegado el invierno del año 1812, las tropas francesas habían quedado reducidas a unos doscientos mil hombres y al año siguiente a cien mil. Quedaba la batalla de San Marcial, de manera que los franceses se retirarían a su país, mientras que José I se instalaba en San Juan de Luz. El mariscal Suchet, que había permanecido aislado en Levante, se debió retirar hacia Cataluña y desde allí, ya en el año 1814, a Francia.

Se dice que el 30 de octubre en Granada López Ballesteros arengó a la multitud, diciendo: “Vmds. saben ya que mi delito es oponerme a que mi nación sea sometida a la Inglaterra, como sucede al Portugal”. Los vivas se repitieron el día 31, entre ellos el de “viva el General Ballesteros, la Virgen Santísima le saque con bien”. El Patriota, que da estas noticias, lo define así: “Su sobriedad, su desinterés, su vigilancia, su llaneza universal y característica, su denuedo impetuoso en los trances más arriesgados, y su esmero infatigable en cuidar del calzado, vestuario y alimento le hacían idolatrar del soldado. Su sistema de guerra, que es el del movimiento perpetuo, es el único verdadero, y más peleando contra franceses. Sus luces y su talento no salen de la esfera de una recomendable medianía. La prosperidad, o más bien la nombradía, le ha enloquecido, y su imprudencia le ha precipitado en términos de que no es fácil recobre su esclarecido predicamento”. La Regencia publicó un Manifiesto sobre la cuestión, en el que argumentaba que no le había quedado más remedio, dadas las constantes desobediencias del interesado.

La Guerra de la Independencia concluía con un saldo extremadamente oneroso para España, descendiendo muchos escalones en cuanto a su poder relativo. Sin embargo, el final de la misma supuso una nueva oportunidad para Fernando VII, que había pasado toda la guerra en cautiverio en Valençay, en una ignorancia casi absoluta de cuanto sucedía en Europa. El Monarca envió emisarios para tratar de informarse de la situación (el duque de San Carlos y Palafox) y preparó su camino para cuando llegara a España, lo que ocurrió en el mes de marzo de 1814.

En estos momentos, el final de la ocupación francesa y de una cierta expectación con el deseo de que el Monarca volviera, aparecen una serie de escritos en contra de López Ballesteros. Así, las “Reflexiones de un militar español sobre la conducta del general Ballesteros”, de las que se da cuenta en el mismo número del Redactor, alude a reparar el mal que ha hecho el conocido general. A su vez, “La espada de la Justicia contra los sediciosos con motivo de la desobediencia del General Ballesteros”, sigue la misma tónica. Sin embargo, se puede hablar de numerosos folletos, tanto a favor como en contra: El patriota Andaluz alaba el talento militar de Ballesteros, componiendo un artículo inserto en la Gazeta de Santiago, de noviembre de 1812, reproducción en Cádiz en 1813, contra el nombramiento de Wellington. Su retrato aparece en las sombras chinescas, fuegos píricos, del teatro del Balón, de Cádiz, el 26 de diciembre de 1813, y su nombre fue exaltado en la famosa comedia El Terror de los Franceses y defensor de las Andalucías Don Francisco Val/esteros (Sevilla, 1814), que El Constitucional, de Madrid del 6 de abril de 1820, creyendo que el autor era el propio general, calificó de “necio, indecente y chabacano”.

Después de su entrada en España, Fernando VII fue objeto de una recepción entusiástica que corroboró las informaciones que tenía y le confirmó en sus deseos de ejercer un poder absoluto. A su vez, en Valencia la llegada del Rey coincidió con la publicación del Manifiesto de los persas, haciendo un llamamiento a la implantación de la Monarquía absoluta.

En 1815 Fernando VII nombró a López Ballesteros ministro de la Guerra y le dio la Gran Cruz de San Fernando, pero poco tiempo después, desconfiando de él, le destituyó y le envió desterrado a Valladolid.

La oposición liberal al absolutismo de Fernando VII tuvo su materialización en la proclamación de Riego en Cabezas de San Juan, el 1 de enero de 1820. Con ello se abría un período de tres años, cuyo significado residía en que el liberalismo ejercía el poder como consecuencia del impulso propio y no de las circunstancias dadas por la invasión francesa de 1808. Además, hubo una fuerte conflictividad política entre el Rey y los diversos sectores políticos del liberalismo.

Al iniciarse el Trienio Liberal, López Ballesteros fue llamado a la Corte, siendo nombrado general en jefe del ejército del Centro, el 7 de marzo de 1820, y vicepresidente de la Junta Provisional, el 9 de marzo de 1820; fue condecorado con la Gran Cruz de Carlos III (9 de julio de 1820). Este conjunto de méritos culminaría con su nombramiento como inspector general de Milicias y, posteriormente, como consejero de Estado y ayudante de campo de Su Majestad (1821-1823).

En la nueva invasión francesa de 1823, el Gobierno le confió la defensa, pero prefirió capitular ante el general Molitor, desoyendo a Riego que le invitaba a cumplir con su deber. Incluido en las condenas a muerte que prodigaba el Rey, de nuevo absolutista, residió, sin embargo, en El Puerto de Santa María sin ser molestado; pero en 1824, tras el decreto de amnistía, llegó orden de detenerle, por lo que decidió acudir a las autoridades francesas. En junio de 1824 se le dio pasaporte para Francia, saliendo de España en un buque inglés. Después fijó su residencia en París, donde recibió una pensión de 12.000 francos anuales, muriendo en 1833. Ese mismo año murió Fernando VII. Su viuda, María Cristina de Nápoles, no era liberal, ni por procedencia familiar ni por experiencias propias; sin embargo, las peculiaridades de la situación española la habían acercado a un tipo de reformismo administrativo representado por personas como Cea Bermúdez, abriendo paso a una versión conservadora del liberalismo.

 

Obras de ~: El Conciso, n.º 20, 10 de febrero de 1811, n.º 17, 17 de abril de 1811, n.º 31, 31 de mayo de 1811, n.º 3 y 5, 3 y 5 de junio de 1811, 1 de octubre de 1811, 12, 17 y 20 de noviembre de 1811, 29 de diciembre de 1811; Colección de todas las representaciones que dirigió al Gobierno [...], Córdoba, 1813.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Célebres, caja 14, exp. 4, carpeta 1.

R. Álvarez Valdés, Memorias del levantamiento de Asturias en 1808. Noticias biográficas del autor por Máximo Fuertes Acevedo, Oviedo, 1889; F. Moya y Jiménez y C. Rey Joly, El Ejército y la Marina en las Cortes de Cádiz, Cádiz, 1913 (ms.); J. Romero Alpuente, Discurso sobre la Suprema Junta Central de Conspiradores contra el sistema constitucional y acerca de la responsabilidad legal y moral de 105 ministros, Madrid-Barcelona, 1821; List a de los hombres eminentes, heroicos, beneméritos, esclarecidos, ilustres y distinguidos que han contribuido a restablecer el sistema constitucional; o sea contestación al Catálogo de 105 héroes de nuestra gloriosa revolución, Madrid, 1822; A. Palau y Dulcet, Manual del librero hispanoamericano, Barcelona, 1948-1977 (2.ª ed.); C. Riaño, El Teniente General Don Antonio Nariño, Bogotá, Imprenta y Litografía de las Fuerzas Militares, 1973; A. Gil Novales, Las Sociedades patrióticas, Madrid, Tecnos, 1975; Rafael del Riego, la revolución de 1820, día a día. Cartas, escritos y discurso, Madrid, Tecnos, 1976; J. M.ª Cuenca Toribio, Sociología del Episcopado Español e Hispanoamericano (1789-1985), Madrid, Ediciones Pegaso, 1986; F. Ruiz Cortés y F. Sánchez Cobos, Diccionario biográfico de personajes históricos del siglo xix español, Madrid, Rubiños-1860, 1998.

 

Javier Ramiro de la Mata

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