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Álvaro Cienfuegos

Biografía

Cienfuegos, Álvaro. Agüerina (Asturias), 27.II.1657 – Roma (Italia), 19.VIII.1739. Teólogo, cardenal y diplomático jesuita (SI).

Hijo de Álvaro Cienfuegos y María Villazón Queipo de Llano. Un hermano, Pedro, fue obispo de Popayán y Trujillo; otro, José, inquisidor en México.

Ingresó en el colegio salmantino de San Pelayo o de los Verdes y estudió Leyes (1672-1676). Acabada su formación en la Compañía de Jesús, enseñó Filosofía en Santiago (1688-1691) y Teología en Salamanca (después de doctorarse en Ávila), donde desempeñó la cátedra universitaria de Vísperas (1696-1702).

Desde el año 1695, aproximadamente, fue consejero (no confesor) del conde de Melgar y luego almirante de Castilla Juan Tomás Enríquez de Cabrera, que había regresado de su gobierno de Milán y destacaba como el único político joven entre los octogenarios del Consejo de Estado. El conde d’Harcourt, embajador francés, informaba a Versalles de que Cienfuegos (que con otros tres jesuitas estaba en contacto diario con el almirante) había transmitido al confesor del embajador la actitud decidida del almirante (confidente de la reina María Ana de Neoburgo) en favor de la candidatura francesa a la sucesión (Hippeau, 1875, I: 210 s.). Eso explica que en la dedicatoria-biografía (dieciséis folios) del almirante, redactada en Salamanca el 26 de mayo de 1702, y con la que se abre la Vida de san Francisco de Borja, se dirija al prócer como “embajador extraordinario en Francia cerca de (Luis XIV) el siempre Grande, siempre invencible Rey Christianísimo”. Lo mismo se repite literalmente en las ediciones de 1717 y 1726.

En 1702, el almirante fue nombrado embajador en Francia (no extraordinario, como él pretendía, sino ordinario), con el fin de mantenerlo alejado de la nueva política borbónica. De camino hacia la frontera, visitó a su hermano en Medina de Rioseco y, pretextando un cambio de destino por nuevas instrucciones, se dirigió a Portugal. Le acompañaban su confesor, el jesuita milanés Carlo Casnedi, Álvaro Cienfuegos y su acompañante, el hermano Juan Ignacio Aguirre. En Portugal, el almirante hizo pública su adhesión a la causa austríaca; su sobrino y otros acompañantes regresaron a Madrid, pero los tres jesuitas aceptaron la nueva situación. Esto suscitó un problema de obediencia religiosa, que urgió en fuerza del voto el padre general, Tirso González (entre sus consejeros había división de pareceres). De hecho, permanecieron en Portugal, alegando la imposibilidad de contravenir a las autoridades.

La reacción de la Corte fue inmediata. Por lo que se refiere a Cienfuegos, un Decreto Real del 11 de octubre de 1702, leído el día 16 en el Claustro de Diputados de la Universidad, dejó vacante su cátedra; uno de los jesuitas presentes manifestó el gran sentimiento de su religión, aunque lamentó la ejecución del decreto sin oír previamente a los superiores del acusado.

Cuando murió repentinamente el almirante en la campaña de Estremoz, en 1705, Álvaro Cienfuegos quedó como uno de sus ejecutores testamentarios para realizar los proyectos de colegios para misiones, y recibió por ello una pensión vitalicia. En Lisboa quedó como representante personal del archiduque y luego emperador Carlos. En 1716 pasó a Viena como consejero de Estado, y fue encargado de misiones diplomáticas en Inglaterra y Holanda.

La protección imperial le valió el capelo cardenalicio en 1720, a pesar de la resistencia de Clemente XI, influido por las reclamaciones de Felipe V, las delaciones a la Inquisición romana de algunas doctrinas teológicas de Cienfuegos y la presencia ya en el Colegio cardenalicio de dos jesuitas, Giambattista Tolomei y Pietro Salerni. También por presentación imperial fue obispo de Catania (1722), conde de Mascallo, arzobispo de la primada siciliana de Monreale (1725) y protector de Sicilia y Malta. Al ocupar Sicilia los españoles en 1735, se le dio la administración de la diócesis de Fünfkirchen (Pécs, Hungría), con retención de su sede siciliana. Desde 1722 residió en Roma como embajador imperial —hasta 1735— y coprotector del Imperio. Era también protector de Portugal desde 1728. Con relación a España, Cienfuegos se sentía “el blanco al odio y a la indignación de aquella Corte”, como escribía en 1732 a Gregorio Mayans.

De hecho, el embajador español, cardenal Francesco Acquaviva, tenía orden de la Corte de ignorar su presencia.

Era la consecuencia de sus afirmaciones en la dedicatoria (diez folios) del Aenigma theologicum (1717) al emperador Carlos VI “y Rey Católico III de las Españas” (título al que no había renunciado aún): en ella, tras celebrar las victorias militares del archiduque, le augura una pronta restauración en el trono español, y se sirve de textos del profeta Jeremías, así como de Virgilio y Tácito, para describir la postración del pueblo español, la decadencia del Estado y la Iglesia, y hasta el olvido de la lengua, a lo que en vano trataría de poner remedio la recién fundada Real Academia Española. Esta dedicatoria motivó, en 1767, un expediente para recoger en todas las librerías de Madrid los ejemplares del Aenigma y destruirla; el fiscal Campomanes, en su dictamen al Consejo Extraordinario, afirmó que Cienfuegos “había animado” y justificado la Guerra de Sucesión española.

El estilo de Cienfuegos, tanto castellano como latino, lleva al extremo el barroquismo de concepto y forma; las dos dedicatorias son prueba suficiente.

Como biógrafo de Francisco de Borja, se apoya acríticamente en la obra de Dionisio Vázquez (que afirma tener en su poder), pero utiliza también los procesos de canonización y otra documentación original. En sus especulaciones trinitarias abusa del método racional, sin aportar, por lo demás, especial novedad; sus opiniones sobre la unión del creyente con el Cristo eucarístico fueron aprobadas y defendidas por el cardenal Luis Belluga en una larga introducción a la obra (su teólogo en Roma era el jesuita castellano Manuel Ignacio de la Reguera, antiguo colega de Cienfuegos en Salamanca), y con sendas obras por los jesuitas Pascual de Agramunt (a. Ascanio Perea Viegas), Juan Bautista Gener y Francisco de Rávago (a. Faderico Granvosca), y Gregorio Mayans, que lo defendieron frente a las censuras de Tomás Madalena OP.

 

Obras de ~: Breve Relación de la Vida y Heroicas Virtudes de el P. Ivan Nieto [...], Salamanca, 1693; La Heroyca Vida, Virtudes y Milagros del Grande S. Francisco de Borja [...], Madrid, Juan García Infanzón, 1702; Aenigma theologicum seu potius Aenigmatum et obscurissimarum Quaestionum Compendium [...], Wien, Joannes Van Ghelen, 1717, 2 ts.; Vita abscondita, seu Speciebus Eucharisticis velata, Roma, Typ. Ant. de Rubeis, 1728; mss. filosóficos y teológicos en la Universidad de Salamanca: 1337-1338; 744, 1281-1284, 1286-1289; en la Biblioteca Nacional, mss. 8325 y 8587.

 

Fuentes y bibl.: Archivo de la Universidad de Salamanca, 170, fol. 32; Archivo Histórico Nacional, Consejos, leg. 518, exp. 15.

J. Larumbe, Oracion funebre en las exequias del Emmo. Cienfuegos en la Universidad de Salamanca, Salamanca, 1740 (Biblioteca de la Universidad de Salamanca, ms. 1594); C. González de Posada, Memorias históricas del Principado de Asturias y Obispado de Oviedo, Tarragona, Pedro Canals, 1794, págs. 213-236; C. Hippeau, Avenement des Bourbons au trône d’Espagne, vol. I, Paris, Didier, 1875, págs. 210 y ss.; C. Fernández Duro, El último Almirante de Castilla Don Juan Tomás Enríquez de Cabrera [...], Madrid, Viuda é Hijos de M. Tello, 1902; A. Astrain, Historia de la Compañía de Jesús en la asistencia de España, vol. 7, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1902-1925, pág. 218; J. E. de Uriarte, “El jabalí más glorioso”, en Razón y Fe (RF), 7 (1903), págs. 361- 374; [“Cienfuegos, Álvaro”], en A. Vacant, E. Mangenot y E. Amann, Dictionnaire de Théologie Catholique, t. 2, Paris, Letouzey et Ané, 1923-1950, págs. 2511-2513; S. Álvarez de la Rivera (dir.), Biblioteca histórico-genealógica asturiana, vol. III, Santiago de Chile, Imprenta Cervantes, 1928, págs. 129-135; A. Pérez Goyena, “Teólogos antifranceses en la Guerra de Sucesión”, en RF, 91 (1930), págs. 326-341; C. Suárez, Escritores y artistas asturianos: índice bio-bibliográfico, vol. II, Madrid, Imprenta Sáez Hermanos, 1936-1959, págs. 423-430; F. Rodrigues, História da Companhia de Jesus na Assistência de Portugal, t. 4/1, Porto, Livraria Apostolado da Imprensa, 1938-1950, págs. 170-181; L. Galos, “Cienfuegos Álvarez”, en A. Gyenis, Száz Jezsuita Arcél, vol. II, Budapest, 1941, págs. 470-490; Cienfuegos Alvarez bíboros, Pécsi püspök, eucharistia-tana, Budapest, 1942; M. G. Martínez, “El cardenal Cienfuegos”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 9 (1955), págs. 382-403; R. Vargas Ugarte, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, vol. II, Burgos, Aldecoa, 1963-1965, págs. 229-236; N. Huber, Österreich und der Heilige Stuhl vom Ende des spanischen Erbfolgkrieges [...], Wien, 1967, págs. 184-193; M. Batllori, “Cienfuegos, Álvaro”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 408; F. Aguilar Piñal, Bibliografía de autores españoles del siglo xviii, vol. II, Madrid, CSIC, Instituto Miguel de Cervantes, 1981-2001, págs. 409-410; G. Díaz Díaz, Hombres y documentos de la filosofía española, vol. 2, Madrid, CSIC, Instituto de Filosofía Luis Vives, 1983, págs. 328 y ss.; V. Sánchez Gil, “Controversia teológica en torno al cardenal Cienfuegos”, en M. Andrés (dir.), Historia de la Teología Española, vol. 2, Madrid, Fundación Universitaria Española, Seminario Suárez, 1983- 1987, págs. 376-386; A. Mestre, Historia, fueros y actitudes políticas: Mayans y la historiografía del xviii, Valencia, Servei de Publicacions de la Universitat de València, Patronat Cinc Segles, 2000; M.ª L. González Mezquita, Oposición y disidencia nobiliaria en la Guerra de Sucesión española. El caso del Almirante de Castilla, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 2002.

 

José Martínez de la Escalera, SI