Hišām I. al-Ridà: Abū l-Walīd b. ‘Abd al-Raḥmān b. Mu‘āwiya, Córdoba, 1.III.757 – 22.IV.796. Segundo emir omeya de Córdoba (independiente).
De acuerdo con la descripción que dan de él las crónicas, era de tez clara, aunque algo rubicunda, estrábico y zanquilargo. Su madre era una esclava llamada Ḥawra, su padre, el emir ‘Abd al-Raḥmān I, lo nombró sucesor antes de morir, prefiriéndolo a su hijo mayor Sulaymān, nacido en Oriente (c. 746) antes de la huida de ‘Abd al-Raḥmān a al-Andalus.
En el momento del fallecimiento de su padre (30 de septiembre de 788), Hišām desempeñaba el gobierno de Mérida, desde donde acudió con rapidez a Córdoba al ser informado de ello. En la capital tuvo lugar la ceremonia de su proclamación el siete de octubre.
En los escasos días transcurridos entre la muerte de ‘Abd al-Raḥmān y la llegada a Córdoba de Hišām, el encargado de velar por que se cumplieran los designios sucesorios del emir fallecido fue otro de sus hijos, ‘Abd Allāh, que entregó el poder a su hermano Hišām con prontitud y sin vacilación. Según alguna fuente, ‘Abd al-Raḥmān no había designado explícitamente sucesor, sino que había encomendado a ‘Abd Allāh que diese el emirato al primero de los dos hermanos, Hišām o Sulaymān, que llegase a Córdoba. Esta explicación es muy poco creíble, tanto porque hubiera supuesto una grave equivocación política por parte de un soberano tan inteligente y hábil como el fundador de la dinastía omeya andalusí, como porque, conocida la noticia de la muerte del emir, Sulaymān no hace el menor intento de dirigirse hacia Córdoba para aventajar a su hermano Hišām, sino que permanece en Toledo, ciudad que dista de Córdoba apenas una cincuentena de kilómetros más que Mérida.
Pero la inicial pasividad de Sulaymān no era debida a que aceptara disciplinadamente su marginación en la sucesión de su padre. Muy al contrario, enseguida se preocupó de asegurarse el apoyo de los toledanos y de reclutar un ejército con el que alzarse en rebeldía contra el emir. Las tropas partieron hacia Córdoba, desde donde salió a su encuentro el emir con sus ejércitos y el encuentro se produjo en el mes de diciembre en tierras de Jaén, en las cercanías de Vilches, batalla en la que el rebelde fue duramente derrotado, viéndose obligado a huir y refugiarse de nuevo en Toledo.
La severa derrota de Sulaymān no puso fin a la rebelión, pues no sólo el aspirante al trono siguió protegido en Toledo sin dar la menor muestra de arrepentimiento, sino que el otrora fiel ‘Abd Allāh abandona a su hermano el emir y se une a Sulaymān. Las crónicas no son muy explícitas sobre las causas de esta defección, pero hay alguna alusión a que ‘Abd Allāh pretendió compartir el trono con Hišām sin conseguirlo, por lo que, a pesar de que su hermano el emir lo trataba con suma consideración y lo honraba por encima de todos los miembros de la familia omeya, siete meses después de la muerte de ‘Abd al-Raḥmān I, es decir, a comienzos de la primavera del 789, ‘Abd Allāh abandona Córdoba en dirección a Toledo, a donde llegó sin que pudieran alcanzarlo los enviados que el emir había mandado para convencerlo de que regresase.
El paso al bando rival del hermano que le había facilitado el ascenso al trono representó para Hišām más una preocupación personal que un real reforzamiento de la facción rebelde. En efecto, ‘Abd Allāh se comporta como un secundario sin relieve, siempre a la sombra de uno de sus dos hermanos y su aportación a la causa de Sulaymān no parece que fuera más allá de su mera presencia personal y del dudoso prestigio de su nombre.
Hišām decidió no dar ocasión a que la revuelta se consolidase y parte al mando de sus tropas contra Toledo para sofocarla. Sulaymān cree llegada su ocasión y aprovecha la llegada del ejército emiral para escabullirse y dirigirse a marchas forzadas hacia Córdoba, que creía desamparada. Pero los cordobeses se muestran fieles a Hišām y se enfrentan a Sulaymān, que no puede hacer otra cosa que acampar frente a la ciudad, en el arrabal de Secunda, escenario de tantas batallas en la historia de la Córdoba islámica. Mientras tanto Hišām, que continuaba el asedio de Toledo en la que habían quedado ‘Abd Allāh y un hijo de Sulaymān, enterado de la estratagema de su hermano, envía a su hijo ‘Abd al-Malik con un contingente de tropas hacia Córdoba, pero el enfrentamiento no se produce: la sola noticia de su llegada hace que Sulaymān abandone precipitadamente Secunda para dirigirse hacia Mérida, desde donde, rechazado por el gobernador omeya, se encamina hacia Levante.
Mientras tanto el asedio de Toledo se mantenía, pero, tras dos meses de infructuosos intentos por conquistarla plaza, el emir regresa a Córdoba con las manos vacías. Poco tiempo después la situación da un giro radical: ‘Abd Allāh abandona Toledo y regresa a Córdoba sin haberse garantizado antes el perdón del emir, que, a pesar de su anterior traición, lo acoge amablemente y lo instala en la residencia de su hijo al-Ḥakam, el futuro emir. Casi simultáneamente Sulaymān, refugiado en la región de Murcia, ve cómo un ejército emiral avanza sin oposición hacia él y busca refugio entre los bereberes de Valencia, aunque, finalmente, decide hacer las paces con su hermano: él se retirará al Norte de África con su familia y sus bienes y recibirá una sustanciosa compensación en metálico, nada menos que sesenta mil dinares de la herencia de su padre ‘Abd al-Raḥmān. Allende el Estrecho Sulaymān, a quien se había vuelto a unir el inquieto ‘Abd Allāh, se asienta entre los bereberes, con quienes siempre tuvo una especial relación tanto en al-Andalus como en su exilio norteafricano, hasta el punto de que, si bien no puede en modo alguno hablarse de un “partido beréber” del que Sulaymān fuera el cabecilla —menos aún puede sostenerse, como se ha hecho en ocasiones, que fuera el candidato de un supuesto “partido sirio”—, sí parece evidente que Sulaymān buscó sus apoyos en sectores descontentos con la situación vigente, como podían ser los habitantes de la siempre rebelde Toledo —antigua capital de la Hispania visigótica sustituida por Córdoba— o los bereberes de las zonas rurales, en este caso, los de la zona de Mérida y “del Interior” (al-Ŷawf, la zona entre los cursos medios del Tajo y del Guadiana) y los de Valencia. Cuando muera Hišām y sea sucedido por su hijo al-Ḥakam, Sulaymān y ‘Abd Allāh volverán a la Península a plantear de nuevo sus reivindicaciones y de nuevo tendrán en los bereberes su principal apoyo.
Consolidado en el trono Hišām tras la pronta resolución de la cuestión sucesoria, el soberano gozará de un relativamente tranquilo reinado, apenas ensombrecido en el plano interno —si es que se puede considerar internos a los asuntos de las Marcas, que en muy pocos momentos de la historia del emirato omeya se encuentran efectivamente sometidas al domino de Córdoba— por las habituales discordias en Zaragoza y su región y por un levantamiento beréber en las sierra de Ronda.
En efecto, la Marca Superior hereda los problemas que habían marcado la historia de la región durante el reinado del fundador de la dinastía omeya andalusí, ‘Abd al-Raḥmān b. Mu‘āwiya, es decir, árabes contra muladíes y ambos contra Córdoba. Los nombres de los protagonistas nos resultan familiares: son los hijos de los rebeldes con los que tuvo que lidiar ‘Abd al-Raḥmān I, Ḥusayn al-Anṣārī y Sulaymān al-‘Arabī, destacados participantes en los sucesos que rodearon la entrada de Carlomagno y su posterior retirada que dio lugar a la leyenda de Roncesvalles. El hijo del primero de ellos, Sa‘īd, hijo de Ḥusayn al-Anṣārī, se había apoderado de Tortosa y, con el apoyo de buena parte de los árabes de la Marca, intentaba hacerse con Zaragoza. El emir, que se hallaba ocupado con los problemas que le planteaban sus hermanos -estos acontecimientos ocurrían en los primeros meses de su reinado-, no pudo o no quiso ocuparse personalmente de Sa‘īd, cuyas andanzas, sin embargo, fueron muy breves, pues un muladí de la familia de los Banū Qasī, Mūsà b. Furtūn, alzó la bandera de los omeyas y, tras derrotar y dar muerte a Sa‘īd, se adueñó de Zaragoza en nombre de Hišām, aunque muy probablemente sin contar con para nada con él. Tampoco Mūsà pudo disfrutar mucho de su victoria, porque un partidario de Sa‘īd se tomó cumplida venganza asesinándolo.
Un poco más duradera fue la rebelión del hijo de Sulaymān al-‘Arabī, Maṭrūḥ, quien llevaba algún tiempo dominando por su cuenta Barcelona y que, en aquel momento, se traslada a Zaragoza. En el año 791 el emir Hišām, liberado ya de los problemas fraternos, toma medidas decididas y envía una expedición militar al mando de uno de sus generales favoritos, ‘Ubayd Allāh b. ‘Uṯmān, para desalojar a Maṭrūḥ. El cerco no tiene éxito, por lo que las tropas omeyas se instalan en Tarazona, desde donde continúan asediando a distancia la capital de la Marca. De nuevo son los muladíes los que facilitan las cosas a Hišām: habiendo salido de caza Maṭrūḥ acompañado únicamente de dos compañeros, en un momento de descuido fue atacado por éstos, que lo mataron, le cortaron la cabeza y se la llevaron al general ‘Ubayd Allāh, que pudo entrar entonces en Zaragoza. Uno de los asesinos de Maṭrūḥ era ‘Amrūs, sirviente de la familia que, años antes, había arriesgado su vida para salvar la de su señor, ‘Aysūn, hermano de Maṭrūḥ. A partir de la muerte de Maṭrūḥ, ‘Amrūs inició una larga y productiva carrera política a las órdenes de los omeyas, en cuyo transcurso se encargó del gobierno de la Marca Superior y del aplastamiento de la rebeldía toledana en la célebre “Jornada del Foso”.
En cuanto al levantamiento beréber de la Serranía de Ronda (Takurunna en las fuentes árabes), no son muchas las noticias que sobre él poseemos. Los bereberes de esa zona se habían alzado en armas contra el emir, que envió a sus tropas en el año 794 para sofocarlo. Tan violenta debió ser la represión que, según refieren las crónicas, los supervivientes huyeron a Talavera y Trujillo —zonas de gran presencia beréber también— y la comarca quedó despoblada durante siete años.
La tranquilidad interna durante el reinado de Hišām le permitió dedicar toda su atención a los reinos cristianos del norte, tanto al de Asturias como al de los francos. Su actividad militar registró grandes éxitos, como el saqueo de Narbona o el de Oviedo, pero también conoció derrotas más o menos serias.
En el año 791 se llevaron a cabo dos campañas: la dirigida contra “Álava y los Castillos” —por emplear la denominación utilizada por los cronistas árabes— estuvo comandada por ‘Ubayd Allāh b. ‘Uṯmān, que se internó en territorio enemigo tras la toma de Zaragoza antes mencionada, mientras que Yūsuf b. Bujt se ponía al frente de la columna que entraba en los territorios de Vermudo e infligía una dura derrota a los ejércitos asturianos en el río Burbia (en el Bierzo). Algunos autores atribuyen a esta derrota la renuncia al trono del rey Vermudo el Diácono, que dejó como sucesor a Alfonso II el Casto.
La más renombrada gesta guerrera de los ejércitos de Hišām tuvo lugar en la Septimania franca, con el asedio a Narbona del año 793, saqueo que, si bien militarmente no produjo ningún rédito, ya que la ciudad no fue tomada, como expedición de rapiña constituyó un memorable éxito: el botín obtenido era recordado muchos años después por los cronistas como término de comparación insuperable, tanto por las riquezas que inundaron Córdoba como por el amplísimo número de cautivos que acabaron como esclavos en las ciudades andalusíes. Precisamente fue un grupo de estos esclavos francos los que sirvieron para formar el núcleo de la guardia personal del emir. Las tropas, al mando del general ‘Abd al-Malik b. Mugīṯ, de regreso de Narbona, tuvieron un encuentro con los francos mandados por Guillermo, conde de Tolosa —San Guillermo de Gellone, el Guillermo d'Orange de las gestas épicas— cerca del pueblo de Villedaigne, a orillas del Orbieu; la victoria cayó del lado musulmán e Ibn Mugīṯ pudo regresar a Córdoba triunfador y cargado de botín.
Las campañas militares de los dos últimos veranos anteriores al fallecimiento del emir, 794 y 795, están envueltas en cierta confusión, puesto que las fuentes árabes y cristianas discrepan en sus fechas y en sus resultados. A pesar de la minuciosidad con la que algunos investigadores han descrito itinerarios y batallas, lo único que parece claro es que hubo varias expediciones, como mínimo dos, que fueron dirigidas por los hermanos Ibn Mugīṯ, ‘Abd al-Malik y ‘Abd al-Karīm, que en alguna de ellas fue asolada la recientemente fundada capital del reino asturiano, Oviedo, y estuvo a punto de ser capturado su rey, Alfonso II, y que, de regreso de una campaña, el general ‘Abd al-Malik b. Mugīṯ sufrió una emboscada de la que salió malparado, aunque, en contra de lo que mantienen las crónicas cristianas, ni fue un desastre de importancia para los ejércitos omeyas, ni en ella murió el general ‘Abd al-Malik b. Mugīṯ, cuya actividad política y militar en el reinado del sucesor de Hišām, al-Ḥakam I, está plenamente documentada.
El 22 de abril del 796 moría en Córdoba el emir Hišām, tras siete años y medio de reinado. Había designado como sucesor a su hijo al-Ḥakam que, como había ocurrido en su propio caso, no era el primogénito, que había caído en desgracia y se hallaba en prisión. En esta ocasión nadie en el alcázar cordobés se opuso a su entronización, aunque no por ello se vio a salvo de querellas dinásticas: muy pronto los obstinados Sulaymān y ‘Abd Allāh regresarán de allende el Estrecho para intentar arrebatar el poder de manos de su sobrino. En éste, como en tantos otros aspectos, el breve reinado de Hišām no había supuesto cambio alguno en el devenir de los acontecimientos de al-Andalus: los problemas que habían quedado en pie a la muerte de ‘Abd al-Raḥmān I allí seguían sin resolver, si bien es preciso reconocer que durante la etapa de Hišām dichos problemas permanecieron larvados, sin provocar dificultades dignas de mencionarse.
Hišām I es considerado unánimemente como un soberano mesurado y de profunda religiosidad. Bajo su mandato se concluyó la primera fase de la mezquita aljama de Córdoba y se llevaron a cabo numerosas obras públicas, entre las que los cronistas destacan la reconstrucción del puente sobre el Guadalquivir en Córdoba. Pero esta imagen de Hišām como emir piadoso y preocupado por el bien de la comunidad no debe hacernos pensar en un monarca débil o pusilánime; ya se ha visto anteriormente que su actividad militar contra los reinos cristianos fue intensa y que las revueltas internas fueron sofocadas con firmeza y habilidad, en el caso de sus hermanos, y con dureza y crueldad, en el de los bereberes de Ronda. Pero es que, además, tampoco le tembló el pulso cuando se creyó en la necesidad de actuar contra posibles intrigas palatinas: otro de sus hermanos, Maslama, apodado Kulayb, fue encarcelado y murió en prisión durante el reinado de al-Ḥakam I, e idéntica suerte corrió el primogénito de Hišām, ‘Abd al-Malik, ambos por sospechas que las fuentes no nos detallan.
El reinado de Hišām I constituyó un período de relativa tranquilidad en la etapa de arraigamiento de la dinastía omeya en al-Andalus, entre los gobiernos de su padre ‘Abd al-Raḥmān, que tuvo que luchar sin tregua para instaurarla, y de su hijo al-Ḥakam, que se vio en la necesidad de conjurar con mano férrea los peligros que la amenazaban desde el interior muy seriamente.
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Luis Molina Martínez