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Dunash ben Labrat Ha-Levi

Biografía

Labraṭ Ha‑Levi, Dunash Ben. ¿Fez? (Marruecos), 920-925 – ¿Córdoba?, 985 post. Lingüista, exegeta y poeta.

Aunque apenas se tienen datos seguros sobre su vida, fue sin duda uno de los personajes que más contribuyó al despertar de la cultura judía en al-Andalus. Mosheh ibn `Ezra afirmaba que “entre los prosistas, poetas y escritores debe contarse a Dunash ben Labra ha-Levi, originario de Bagdad y educado en Fez”. Su nombre, Dunash, y el de su padre, Labra parecen de origen beréber, lo que nos hace pensar que su familia se había establecido ya en Fez cuando el nació, probablemente entre 920 y 925.

Según parece desprenderse de sus palabras, estudió en Oriente a los pies del maestro más famoso de la época, Saadyah Gaon. Sin duda logró un buen conocimiento no sólo de la gramática hebrea y la jurisprudencia rabínica, sino también de la lengua y la cultura árabes. Atraído por las posibilidades que ofrecía el Califato de Abderramán III y el mecenazgo de asday ben Shapru en Córdoba, decidió establecerse en esta ciudad, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Dunash se encontraba ya en la corte califal en 958, fecha en que la reina Toda de Navarra visitó Córdoba con su sobrino Sancho el Craso de Navarra, gracias a las dotes diplomáticas de asday; Dunash escribiría en tal ocasión en honor de su protector el primer panegírico compuesto con la técnica del metro cuantitativo, inspirado en el de los poetas árabes, y totalmente nuevo en la literatura hebrea. Tras algunas reticencias iniciales, ese metro acabará imponiéndose y dejando su sello característico en toda la poesía secular sefardí.

En sus poemas, Dunash imita los temas y los motivos de los poetas árabes: alaba la sabiduría, escribe poemas laudatorios y difamatorios, o cantos báquicos, sobre el amor o la naturaleza. En sus composiciones se trasluce la tensión en la que viven los intelectuales judíos de al-Andalus, al dejarse empapar por la cultura árabe al mismo tiempo que tratan de seguir fieles a sus tradiciones propias. Dunash compuso asimismo algunos poemas litúrgicos que se han hecho muy populares en las comunidades judías. Se le considera el mejor de los poetas de la primera generación en Sefarad, y lo tomarán como modelo poetas jóvenes como Shelomoh ibn Gabirol en el siglo siguiente. El Profesor E. Fleischer publicó un breve y delicado poema que parece haber sido escrito por la mujer de Dunash con ocasión de la partida de su marido de Sefarad; no sabemos si de ese texto pueden sacarse detalles concluyentes sobre su biografía.

Su otro gran campo de actividad es el de la filología. Dunash se encontraba en Córdoba cuando Menaem ben Saruq dio a conocer su diccionario sobre la lengua de la Biblia, el Maberet. El espíritu crítico de Dunash, y tal vez cierta preocupación ante algo que en su opinión podía tener tintes heterodoxos, le llevó a preparar unas “réplicas”, las Teshuvot, saliendo al paso de una serie de cuestiones que en su opinión no habían sido tratadas acertadamente por el secretario de asday. Comenzaba así una de las más encarnizadas polémicas de las que tenemos constancia entre los judíos andalusíes, un debate no sólo sobre temas estrictamente filológicos, sino también sobre otros problemas teológicos de fondo. A Dunash le parece que la obra de Menaem puede significar un peligro para la gente sencilla, ya que, según él, en lugar de exponerla adecuadamente, destruye “la más hermosa de las lenguas”, y atenta además contra principios teológicos básicos del judaísmo. Para ganarse el favor de asday en el momento de atacar a su secretario y hombre de confianza, comienza su escrito con un panegírico en honor del magnate en el que presenta su nueva técnica métrica cuantitativa, inspirada en la árabe.

Es posible que estas críticas contribuyeran a que Menaem perdiera buena parte de la estima de la que gozaba en casa de los ben Shapru. Sin embargo, no respondió él mismo a semejante ataque. Sí lo hicieron tres de sus mejores discípulos, que publicarían a su vez otras “réplicas”, Teshuvot, defendiendo el punto de vista de su maestro en buen número de casos y criticando duramente la postura de Dunash. Tampoco en este caso respondió Dunash personalmente: su discípulo, Yehudi ben Sheshat, a pesar de no ser excesivamente brillante, sería el que saldría en su defensa.

En esta primera disputa, continuada por los discípulos de uno y otro, que ensombrece de algún modo el despertar de la cultura judía de al-Andalus, se ve muy pronto que el estudio de la lengua no es una cuestión puramente teórica o científica. Difícilmente podríamos explicarnos que por una cuestión de morfología o de sintaxis, porque determinada forma pueda estar bien o mal clasificada, se llegue a las agresiones verbales, a tratar de desacreditar al adversario con unas palabras tan duras. No entendemos que la pasión pueda meterse por medio en este tipo de debates. Pero no es una mera cuestión de palabras. De la manera en que se entiende un vocablo o un texto depende toda una concepción de Dios y de su relación con el mundo creado, el modo de comprender las obligaciones morales o rituales del hombre, se confirma el valor de la doctrina rabínica basada en la tradición o se toma el camino de las opiniones sectarias. Por eso, no puede ser una ciencia fría y abstracta. Estas cuestiones, como observa Dunash, tienen profundas implicaciones religiosas y teológicas, tanto en el plano puramente especulativo, como en el de práctica jurídica y moral de la vida judía. Lo primero que hace falta para tratar estos problemas, dirá Dunash, es temor de Dios. La gramática, piensa él, la interpretación de los textos de la Biblia y la teología no pueden estar en contradicción.

Menaem había hecho un notable esfuerzo por aplicar un esquema racional a la lengua, reconociendo algunas formas particularmente complejas del texto bíblico y explicando aspectos concretos de la sintaxis de la lengua de la Escritura. Las precisiones que se creyó obligado a hacer Dunash no siempre estaban justificadas, pero a veces aportaban nueva luz, sobre todo cuando recurría a la comparación con el árabe o a los propios textos rabínicos. El debate a estos niveles no es nunca agradable, pero hay que reconocer que puede ayudar al desarrollo del conocimiento, a matizar cuestiones que no estaban claramente definidas o que resultaban discutibles.

El diccionario de Menaem se basaba en la búsqueda de los “fundamentos” de las formas lingüísticas utilizadas en la Biblia. Dunash ben Labra no aportaría un cambio de perspectiva realmente sustancial: partió de una concepción de “fundamento” o raíz muy similar, y a pesar de criticar algunas de las clasificaciones de su adversario, especialmente cuando éste creía ver una única consonante radical, intentaría resolver los mismos problemas desde planteamientos muy parecidos y no menos discutibles. Puede decirse que Dunash centra la discusión no pocas veces en la inclusión u omisión errónea de una letra en el “fundamento,” o en la colocación de un pasaje junto a otros con el mismo significado dentro de las diversas “acepciones,” pero sin salirse de las categorías establecidas por Menaem, entrando en el debate en su propio terreno. Sus aciertos se limitan a casos concretos, en los que sabe ver mejor que su adversario cuáles son los elementos fijos del “fundamento,” o cuál es el significado correcto de un pasaje, sin que eso lleve consigo una revolución en los planteamientos o en el enfoque teórico de la cuestión. Caso tras caso corregiría en numerosas ocasiones a Menaem cuando éste opinaba que el fundamento de determinada forma es monorradical; Dunash indicaba generalmente que debía considerarse como de dos radicales, pero no daba un paso más a nivel teórico sosteniendo que no pueden existir fundamentos de un solo radical.

De hecho, las discusiones entre ambos bandos, a pesar de su tono ingrato, contribuyeron a hacer progresar el conocimiento gramatical del hebreo. Lo que seguramente limita a estos filólogos de la segunda mitad del siglo X es su camino totalmente positivista, que se caracteriza por el estudio directo de la lengua de la Biblia, sin llegar a elevarse a principios de validez general. Curiosamente, hay pasajes de la Biblia que todavía discuten los exegetas de nuestros días, sosteniendo posturas encontradas que coinciden con las que defendían Menaem, Dunash y sus respectivos discípulos hace diez siglos.

Se atribuye también a Dunash otra obra filológica que según el único manuscrito en el que se conserva, fue escrita por Adonim ha-Levi. No sabemos si ésa era la traducción hebrea de su nombre, ni si se le conocía también con ese nombre. En todo caso, son bastantes los estudiosos que tienen serias dudas sobre la autoría de esta segunda obra, las Teshuvot contra Saadyah. En caso de ser suyas en la forma en que nos han llegado, es difícil explicar la dureza con la que se vuelve contra quien habría sido su maestro. Se ha observado además con razón que el autor de esta obra había alcanzado un notable progreso en el reconocimiento del triliterismo de la raíz, y habría que reconocer que se había producido un cambio realmente notable en sus concepciones gramaticales, a menos que conociera ya la obra filológica de ayyūŷ, que significó un enfoque totalmente nuevo.

Lo mismo que en el caso de su rival, Menaem, la obra de Dunash tiene también carácter exegético. Ambos filólogos buscan siempre el sentido literal y preciso del pasaje de la Escritura, apartándose de otros métodos más en uso en la exegesis rabínica, y en concreto de cualquiera de los procedimientos un tanto libres que había generalizado el midrash. Lo que intentan es entender correctamente el sentido primario del texto basándose en la ciencia de la lengua, respetándola siempre y ayudándose de ella para la mejor comprensión de su significado, en lo que coinciden fundamentalmente todos los gramáticos hebreos de al-Andalus en el siglo X. Dunash tiene sin embargo sus propios puntos de vista: a diferencia de su rival sigue a rajatabla la masora y acude al comparatismo lingüístico para explicar adecuadamente términos particularmente difíciles de la lengua hebrea bíblica.

De su vida después de la citada polémica apenas hay noticias. Su muerte suele fecharse después del año 985 ya que escribió un poema al magnate cordobés Jacob ibn Yau, que hacia esa fecha sucedería a Hasday ben Shapru al frente de los judíos andalusíes.

 

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Angel Sáenz-Badillos

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