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Antonio León y Gama

Biografía

León y Gama, Antonio. Ciudad de México (México), 1735 – 12.IX.1802. Matemático, astrónomo y arqueólogo.

Poco se sabe de sus primeros años de existencia y de los pormenores de su vida familiar, aunque a su padre se le consideró como hombre honrado y de conocida habilidad, especialmente en lo que a jurisprudencia se refiere. Posiblemente perteneció a una familia de rango medio, pues pudo el joven Gama dedicarse a los estudios de aquello que atraía su atención, como era el campo de las matemáticas, las que aprendió directamente de los libros de los sabios más reconocidos de la época. Como buen sabio ilustrado, Antonio se dedicó a diversas actividades académicas con especial atención en las Matemáticas y en particular a la Astronomía, rama esta última en la que destacó de manera notable. Sus trabajos fueron reconocidos en Francia, como se deduce de la carta del 6 de mayo de 1773 que M. L’Lande envió a León y Gama. Dice así: “El eclipse de 6 de noviembre de 1771, me pareció calculado por U. con mucha exactitud: la observación es curiosa, y no habiendo sido posible hacerlo en estas partes, procuraré que se publique en las memorias de nuestra academia [...] Veo con placer, que México tiene en U. un hábil astrónomo: éste es para mí un precioso descubrimiento, y me lo será su correspondencia, que cultivaré con empeño. Doy á U gracias por su observación sobre la altura del Polo, respecto de esa ciudad, y la insertaré en el primer cuaderno del Conocimiento de los tiempos, que daré a luz, confesando ser U. su autor. Ruego a U. con la mayor eficacia que siga repitiendo las observaciones sobre los satélites de Júpiter, y me las remita. Celebraría ver una planta de México, y saber en qué lugar de la ciudad he hecho las observaciones, que generosamente me ha remitido [...] Deseo sobre todo, tener de U. una observación de la hora, y de la altura de la marea, en cualquier lugar de la costa del Sur desde Acapulco a Valparaíso [...] Celebro sumamente esta ocasión de poder asegurar á U. cuánto placer me ha dado su carta, y cuan agradables esperanzas he concebido del adelantamiento de las ciencias”.

Fue consejero del virrey Antonio Florez, que gobernó la Nueva España entre 1787 y 1789 y con quien practicaba observaciones astronómicas encomendándole este último los cálculos del cometa que sería visto en 1788. También se le deben los estudios físico-matemáticos de una aurora boreal que provocó pánico entre la gente y que él aclaró con su acostumbrada erudición. Tuvo a su cargo la encomienda por parte de otro erudito de la época, Joaquín Velásquez de León, para realizar las observaciones y cálculos pertinente de eclipses y otros fenómenos, así como merecer el reconocimiento del francés La Chape, quien visitó la Nueva España por parte de la Academia de París, para observar el paso del planeta Venus.

El II conde de Revillagigedo, a la sazón virrey de la Nueva España (1789-1794) y que mucho bien hizo durante su mandato, lo nombró socio de Alejandro Malaspina, enviado por la Corte para hacer diversas observaciones científicas. Sin embargo, uno de los temas de mayor trascendencia a los que se dedicó este sabio fue en el campo de la arqueología. Por esta razón, entre sus escritos, destaca la obra Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la Plaza principal de México, se hallaron en ella el año de 1790.

La obra trata del hallazgo de dos monumentales esculturas aztecas: la de La diosa Coatlicue y la Piedra del Sol o Calendario Azteca. Fueron encontradas con motivo de las obras emprendidas por el II conde de Revillagigedo en la Plaza Mayor de Ciudad de México.

La primera apareció el 13 de agosto y la otra el 17 de diciembre de aquel año de 1790. Hay que destacar el trabajo minucioso que emprendió León y Gama en el estudio de ambos monolitos. Acudió a las fuentes históricas conocidas hasta el momento y aprendió la lengua náhuatl para estar en mejores posibilidades de comprender el significado de ambos monumentos.

Mandó sacar grabados de las mismas, además de realizar cálculos para medir su peso y estudios para saber el material en que estaban elaboradas. La interpretación de ambos monumentos fue bastante atinada, pese a las críticas que, por entonces, le hiciera otro sabio ilustre, Antonio Alzate, quien publicó en La Gaceta de México su desacuerdo con las conclusiones de Gama.

Los motivos que llevaron a León y Gama al estudio de los monumentos recién desenterrados están descritos por él mismo en su obra. Entre otras cosas señala que, temiendo que las esculturas pudieran ser maltratadas por gente “rústica y pueril”, mandó hacer copia de ellas. Diversas personas le solicitaron que hiciera y publicara un estudio lo que llevó a Antonio León a recapacitar acerca de la importancia que revestía llevar esto a cabo en virtud de que pudiera perderse la información en ellas contenida, como ocurrió con muchos testimonios del pasado indígena. Además, agregó, que consideraba importante hacer el estudio para manifestar “al orbe literario parte de los grandes conocimientos que poseyeron los indios de esta América en las artes y ciencias, en tiempo de su gentilidad, para que se conozca cuán falsamente los calumnian de irracionales ó simples los enemigos de nuestros españoles, pretendiendo deslucirles las gloriosas hazañas que obraron en la conquista de estos reinos”. En efecto, por aquel entonces diversos eruditos europeos habían manifestado su pensamiento en contra de España, para lo cual acudían a críticas basadas en las características del hombre americano, muy inferior, a su juicio, a los de aquellas latitudes. La obra de George-Louis Buffon primero, y de Cornelius de Pauw, Guillaume-Thomas Raynal y William Robertson después, estaban encaminadas a denostar a España por lo que consideraban una empresa (la conquista y sus consecuencias) realizada sobre pueblos bárbaros en decadencia física y moral.

La primera respuesta a estos infundios se dio en 1780 desde Italia, en donde se encontraba el jesuita Francisco Javier Clavijero, después de la expulsión de su Congregación de todas las posesiones españolas, ordenada por el rey Carlos III en 1767. Allí publicó su Historia Antigua de México, en la que resaltaba las particularidades de los pueblos que habitaron parte de México. A esta respuesta dada desde Europa, se uniría la respuesta desde tierras americanas y que tuvo presencia en los estudios emprendidos por Antonio de León y Gama a partir del hallazgo de las dos piedras en la plaza principal de la capital de la Nueva España.

Algo digno de destacar de la obra de León y Gama es que la primera edición de la misma se hizo pocos meses después de los primeros hallazgos, en 1792.

Nuevos objetos habían sido encontrados cuando el libro ya estaba en prensa, como la llamada Piedra de Tízoc en 1791 y otras más, por lo que el sabio se dedicó a ampliar la obra original para añadir todos estos aportes, además de responder así a las críticas de Alzate.

Algo novedoso e importante fue el incluir la descripción de diversos objetos arqueológicos que se encontraban empotrados en muros de algunas casas de la capital, con lo cual realizaba una verdadera labor de rescate. Sin embargo, la nueva edición tuvo que esperar algunos años, por un lado, por la muerte del autor en 1802, así como por la situación que imperaba en el país que daría por resultado el comienzo de la lucha independentista en 1810. Fue hasta 1832, once años después de alcanzada la independencia, cuando a instancias del diputado Carlos María de Bustamante y en carta dirigida a Lucas Alamán, secretario del Despacho y Relaciones de la naciente república, le agradecía que la obra de León y Gama fuera editada por el gobierno y sugería la publicación de otras obras del mismo autor, pues consideraba que “el Gobierno general tiene un derecho claro, y una acción expedita para que la nación no carezca de tan bellas producciones, que la ilustren en la parte que más lo necesite, y en un ramo de ciencias tan poco cultivado”.

Con la publicación de la Descripción histórica [...] en 1792, se daba un paso formidable en lo que se refiere a los estudios de los monumentos del pasado, si bien se conocían las descripciones de El Tajín, en Veracruz; la publicación por parte de Antonio Alzate de la Descripción de las antigüedades de Xochicalco y los trabajos emprendidos en Palenque por el capitán Antonio del Río que finalmente se dieron a conocer, en inglés, en 1822. Varias fueron las consecuencias que se derivaron del escrito de León y Gama, entre los que se pueden mencionar los siguientes: el interés por el conocimiento de un hallazgo arqueológico, lo que vuelve a poner atención en el México prehispánico negado a partir de la conquista española en el siglo XVI. Era la publicación del primer libro sobre arqueología en donde se analizaba el contenido histórico y simbólico de las esculturas, además de prestar atención al material en que están talladas y otros detalles más que repercuten en el conocimiento y adelanto que habían alcanzado los pueblos mesoamericanos, con lo que se refutaba lo que decían los enemigos de España en el sentido de que la conquista de América se había realizado sobre pueblos bárbaros. En lo que al aspecto académico se refiere, ya se dijo que la publicación iba a provocar la primera controversia pública en relación al hallazgo entre Antonio Alzate y León y Gama, pues el primero tenía dudas acerca de lo dicho por León y Gama en su libro. Este actuaba prudentemente y se dedicaba a reunir mayor información sobre el tema que sería dada a conocer en la segunda edición de la obra, ocurrida en el México independiente, en 1832.

Por otro lado, hay que destacar el cambio de actitud ante los monumentos del pasado indígena por parte de las autoridades virreinales. A diferencia de lo ocurrido durante el siglo XVI —el siglo de la evangelización— en que muchos vestigios del pasado, como códices, esculturas y templos, fueron destruidos, ambas esculturas se resguardan: la Piedra del Sol va a quedar empotrada en la torre poniente de la catedral, a la vista pública, en tanto que la Coatlicue fue enviada al patio de la Universidad, en donde al poco tiempo fue enterrada.

El destino diferente de las dos piedras obedeció a razones de orden político y social. La Piedra del Sol es un círculo perfecto con presencia de los días, lo que habla del adelanto calendárico de quienes la hicieron, por lo que servía a los fines de España de demostrar a sus enemigos europeos que fue elaborada por pueblos civilizados, de allí que quedara colocada en lugar público. La Coatlicue no era comprendida y se enterró, ya que era visitada por gente del pueblo con velas encendidas, como lo relataba Benito María Moxó y Francoly en su carta de 1805, lo que provocó inquietud entre los frailes que tenían a su cargo la Universidad. Con la llegada del barón Alejandro de Humboldt, en 1803, se desenterró para que el sabio pudiera estudiarla para ser nuevamente inhumada hasta que, hacia 1823, fue desenterrada una vez más por parte de William Bullock, súbdito británico, que deseaba presentar en Londres una exposición de diversos objetos de la antigüedad mexicana y deseaba sacar copia de la misma.

No hay ningún otro momento en la historia de la arqueología mexicana que un hallazgo y su estudio hubiese provocado tales consecuencias.

 

Obras de ~: Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la Plaza principal de México, se hallaron en ella el año de 1790, México, 1792 (2.ª ed., México, 1832, y ed. facs. de la 2.ª ed., Instituto Nacional de Antropología e Historia, pról. de E. Matos Moctezuma, 1990).

 

Bibl.: I. Bernal, Historia de la Arqueología en México, México, Editorial Porrúa, 1979; C. M. de Bustamante, “Al Exmo. Señor Don Lucas Alamán, Secretario del Despacho y Relaciones”, carta en A. León y Gama, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras [...] [2.ª ed., México, Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), 1990, págs. I-IV]; P. J. Márquez, “Biografía de Don Antonio Gama”, en A. León y Gama, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras [...] (2.ª ed. México, INAH, 1990, págs. V-VIII); B. M. Moxó, Cartas Mejicanas, México, Fondo de Cultura Económica, 1999; E. Matos Moctezuma, Las Piedras Negadas, México, Conaculta, 2003.

 

Eduardo Matos Moctezuma