Catalina de Navarra. ?, 1468 – Mont-de-Marsan (Francia), 12.II.1517. Reina de Navarra y señora de Foix y Bearn.
Catalina y su esposo Juan de Labrit o Albret fueron los últimos reyes de Navarra y bajo su reinado (1483- 1512) se produce la incorporación del reino de Navarra a la Corona de Castilla.
Hija de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, príncipes de Viana, y nieta de Leonor, reina de Navarra, y de Gastón de Foix. Catalina pertenece a la dinastía de Foix, casa francesa extraña al reino de Navarra, cuyo origen se remonta al siglo xi y cuyos dominios se extendían por los condados de Bigorre y Foix, y vizcondados de Bearn, Marsan, Gavardan y Nébouzan, Couserans y una parte de Comminges, Tursan, Andorra y vizcondado de Castelbon. Por todos estos territorios, salvo por el de Bearn, los Foix estaban sometidos a la soberanía del rey de Francia quien ejercía una enorme influencia y presión sobre los reyes de Navarra como medio de mantener abierta esta puerta a España. A la muerte de Juan II, los reinos de Castilla y Aragón se unieron con el matrimonio de los Reyes Católicos y Navarra pasó a depender de la dinastía de Foix. El reino vino a recaer en Francisco Febo, hermano de Catalina, cuando contaba con tan sólo once años de edad. Francisco Febo fue coronado en la catedral de Pamplona el 9 de diciembre de 1481 y la regencia fue ejercida por su madre Magdalena de Francia, hermana de Luis XI, que entonces contaba treinta y seis años. Su principal consejero era su cuñado, Pedro de Foix, que había hecho la carrera eclesiástica al amparo de Luis XI, pero que estaba dispuesto a pasarse al servicio del rey Fernando si así convenía a sus intereses. Navarra se encontraba en este momento sumida en los enfrentamientos de las principales familias del reino, agramonteses y beaumonteses, manejados éstos por Fernando el Católico, y apoyando aquéllos al rey navarro. Pero la estancia y el reinado de Francisco Febo en Navarra fue muy breve, ya que regresó rápidamente a sus estados de Bearn a comienzos de 1482, donde prestó juramento cumplidos los quince años, y muy poco después, el 30 de enero de 1483 fallecía en el castillo de Pau. Aquí, en el señorío de los Foix es donde Catalina pasó sus primeros años de niña junto a su hermano el rey de Navarra, y la regente, su madre Magdalena. Sin embargo, la infancia de Catalina se truncó muy pronto, ya que sucedió a su hermano en el trono de Navarra y en los señoríos de Foix y Bearn con tan sólo trece años de edad. Coincidió el inició de la soberanía de la reina Catalina en Navarra con una nueva etapa de agitaciones que dio paso a que los reyes de Francia y de Castilla se entrometieran de nuevo en los estados de la Casa de Foix. La perspectiva de una larga minoría iba a poner en guardia a los dos monarcas vecinos, cada uno recelando del otro, y ambos prestos, al parecer, a una intervención armada si era preciso.
Su reinado en Navarra se desarrolló entre los años 1483 a 1512 atravesando distintas etapas: la primera de ellas la que abarca desde su acceso al trono en el año 1483 en la que se ocupa de la regencia su madre Magdalena y en la que se entablan las negociaciones para la elección de esposo; la segunda etapa en la que Catalina contrae matrimonio con Juan III de Albret —o de Labrit, como le llaman los documentos navarros— en el año 1486 y reinan desde sus señoríos franceses encargándose del gobierno del reino su suegro Alain de Albret, hasta la llegada a sus dominios navarros y su coronación en Pamplona en el año 1494; y una tercera, y última etapa de reinado efectivo de Catalina y su consorte Juan de Albret, en la que desde el año 1494 y hasta el año 1512, se producen los acontecimientos más importantes de este problemático reinado entre los que cabe destacar una profunda transformación de la Administración del reino, la expulsión de los judíos en el año 1498, y muy especialmente el suceso más relevante del reinado consistente en la incorporación del reino de Navarra al reino de Castilla en el año 1512 y el consiguiente traslado de los últimos reyes de Navarra a sus dominios franceses desde donde su sucesor e hijo Enrique de Albret pretendió recobrar el trono de sus padres.
El reinado de Catalina en Navarra y su dominio en el señorío de los Foix comenzó con la intervención de Magdalena, quien se apresuró a que su hija fuese reconocida en 1483 como heredera en estos territorios, primero por los estados de Bearn, que no se habían disuelto desde que prestaron juramento a Francisco Febo, y que lo renovaron en los mismos términos para su hermana; luego por los de Bigorra y Foix.
En Navarra fue proclamada por las Cortes de 10 de febrero de este mismo año reconociéndola como su reina legítima y aceptando los poderes del cardenal de Foix como lugarteniente del reino. Su acceso al trono no estuvo exento de conflictos, al igual que su posterior matrimonio con Juan de Albret.
Como señala José María Lacarra, nadie dudaba, ni en Castilla ni en Navarra, de los derechos que asistían a Catalina, pues había una larga tradición de gobierno por mujeres, y de la transmisión de derechos sucesorios por línea femenina. Sin embargo, aunque Fernando apoyó a Catalina, al igual que Luis XI de Francia, en la Corte castellana hubo gran alarma, pues se temía que el rey de Francia aprovechara la oportunidad para exigir a su hermana, la princesa de Viana, la entrega de alguna fortaleza, o tal vez de todo el reino.
El asunto de Navarra era de tal gravedad, que requería la utilización de todos los resortes: de una parte se iniciaron las gestiones matrimoniales con Catalina, que se había convertido en una de las novias más ricas de Europa; de otra se aproximaron tropas a la frontera en previsión de acontecimientos, y sin duda para llamar la atención de la Regente. En cuanto a las negociaciones matrimoniales, tanto los grupos sociales navarros de agramonteses y beaumonteses, como los monarcas de Francia y Castilla intentaron intervenir en la elección de esposo para la joven reina. Así, los Reyes Católicos propusieron la candidatura de su hijo primogénito Juan y lograron el apoyo de los gobernadores del reino de Navarra y de las Cortes agramontesas y beaumontesas que exigieron la presencia de la Reina en las tierras navarras.
El matrimonio de Catalina con el infante Juan era bien visto en Navarra, pues suponía la unión de ambos reinos y el final de la intervención castellana en las luchas civiles de los navarros que comenzaron negociaciones con Fernando el Católico. Pero si todos los navarros se mostraron unánimes en apoyar el matrimonio castellano, no era el mismo ambiente que dominaba en la Corte de Pau. Catalina y su madre temían enemistarse con Luis XI, quien autorizaba varios matrimonios para Catalina: Carlos, conde de Angulema (padre de Francisco I); el príncipe de Tarento, hijo de María de Foix, y primo de Catalina, como primogénita que era su madre de Gastón IV y Leonor; y Juan, vizconde de Tartas, e hijo de Alain, señor de Albret. La guerra por el candidato para casar a Catalina estaba en su apogeo y en estas circunstancias es cuando fallecía el 30 de agosto de 1483 Luis XI y la Regente y sus consejeros se apresuraron a acelerar el matrimonio de Catalina con Juan de Albret, cumpliendo sin duda indicaciones de Luis XI. El nuevo rey de Francia, Carlos VIII, propuso y ordenó a los estados de Bearne, Bigorra, Marsan, Gabardan y Foix como esposo de Catalina a Juan de Albret oponiéndose al candidato castellano y amenazando a Catalina de despojarle de sus tierras. Frente a esta presión, Magdalena tuvo que ceder y el 16 de febrero convocó en Pau a los tres estados de la Casa de Foix (Bearne, Bigorra, Foix, Gabardan, Marsan y Nébouzan), y el clero y la mayor parte de la nobleza se inclinó por Juan de Albret. Pero Magdalena no había dirigido consulta alguna a las Cortes de Navarra, que ya se habían adelantado a propugnar la candidatura castellana y se sintieron decepcionadas por la elección de un monarca francés para el gobierno de Navarra. Sin embargo, el matrimonio de Catalina y Juan estaba ya decidido y para Navarra se anunciaba una larga minoría.
Juan de Albret sólo tenía siete años, y Catalina le doblaba en edad. La unión de los Estados de Albret a los de Foix no sólo reforzaría el poder de sus reyes, sino que serviría para aumentar las diferencias ya existentes dentro de sus dominios, en cuyo conjunto la participación de Navarra quedaba reducida. Los contratos matrimoniales fueron formalizados el 14 de junio, y poco después el matrimonio era solemnizado en la catedral de Lescar. Carlos VIII comunicó a los estados de Navarra, Bigorra, Foix y Bearn su aprobación al matrimonio ya realizado. Fernando el Católico daba amplios poderes al conde de Cardona para negociar con el señor de Albret.
Así pues, Catalina contrajo matrimonio en 1484 con el candidato Juan III de Albret, hijo de Alain de Albret. Fueron sus hijos: Juan, Andrés Febo, Martín Febo, Bonaventura, que murieron niños, y Enrique, nacido en Sangüesa el 26 de abril de 1503 y que tomó el nombre de rey de Navarra y casó con Margarita, hermana de Francisco I de Francia. Otros hijos fueron: Carlos, muerto en el sitio de Nápoles en el año 1528; Ana, casada con el conde de Cándala; Isabel, casada con Renato, vizconde de Rouen; Catalina, casada con el duque de Brunswick; Quiteria y Magdalena que fueron monjas. Juan III tuvo un hijo natural, llamado Pedro de Labrit, que fue obispo de Comminges (Francia).
La unión del reino de Navarra con los estados de la Casa de Foix, y desde ahora con los de la Casa de Albret (Gascuña, Périgord y Limousin), más que de refuerzo sirvió para aumentar sus peligros. Se trataba de estados con instituciones muy diversas, celosos de sus usos y costumbres, que tendían a restringir la autoridad de sus príncipes. Los Reyes residían habitualmente en Bearn, donde se hallaban más en su ambiente, y se sentían soberanos frente al rey de Francia, pero la autoridad de los reyes de Navarra estaba mediatizada por la de sus poderosos vecinos, los reyes de Francia y Castilla a quienes quedaron sometidos tras un largo camino de intrigas y violencias que partían de ambas monarquías. Además, en Navarra las luchas internas comprometieron la paz general durante años y la encarnizada guerra de sucesión de las Casas de Foix y de Bretaña comprometió de tal manera a los intereses de los reyes de Navarra que éstos acabaron dominados por el rey de Francia.
En el año 1491 Juan de Albret alcanzó la mayoría de edad, prestó juramento ante los Estados de Bearn y se consumó su matrimonio con Catalina, pero los Soberanos —pese a las insistentes peticiones de las Cortes para que conocieran a sus naturales y juraran los fueros— continuaron residiendo fuera del reino, hasta que una tregua de los beaumonteses, conseguida por mediación de Fernando el Católico, les permitió entrar en Pamplona y ser coronados en Pamplona enel año 1494. En efecto, el 15 de octubre de 1491, el estado de Bearn, juntamente con los representantes de Foix, Bigorra y Nébouzan, juró fidelidad a Catalina y Juan de Albret.
Uno de los propósitos de su reinado fue la reforma y modernización de la administración para reforzar el poder monárquico, en sintonía con la actuación de los soberanos vecinos. Para ello comenzaron por elevar a los puestos de mayor responsabilidad a personas de su confianza tratando de poner fin al reparto entre los bandos y al monopolio que ejercían algunas familias.
Introdujeron cambios en el Consejo Real (1494 y 1503), configurado como tribunal supremo, y en la Cort y Cámara de Comptos. Intentaron la reforma del real patrimonio (1494 y 1501) y de las formas de contribuir en las ayudas graciosas (1479-1511), para dotar a la Monarquía de recursos más estables, así como la reforma y unificación de fueros (1511) y la modificación del carácter de Hermandad. Sin embargo, la administración del reino adolecía de serias dificultades, ya que precisamente cuando a finales del siglo xv todas las monarquías fortificaban su autoridad frenando la actuación de los cuerpos deliberantes y aumentando la de los cuerpos consultivos, cada vez más especializados, acreciendo sus recursos financieros y el volumen de sus ejércitos permanentes, los monarcas navarros veían limitada su autoridad por el poder que iban adquiriendo las Cortes, sus recursos económicos eran muy reducidos e inseguros, y el ejército permanente de un valor puramente simbólico. El reparto de oficios se hacía más teniendo en cuenta la parcialidad del agraciado, en la que se fiaba la lealtad, que en la competencia y eficacia en la función. Por ello los proyectos de reforma administrativa no llegaron a formalizarse, aunque si bien es cierto que ello se debió en buena medida, a la oposición de la nobleza y de algunas buenas villas, particularmente del bando beaumontés, manifestada en las Cortes.
La Liga de Cambray negociada en 1508 proporcionó a los navarros un año de relativa tranquilidad, rota por una nueva ofensiva del rey francés que, a través del Parlamento de Toulouse, decretó la confiscación de los bienes de la Casa de Foix. Por ello los Estados de Bearn —y las Cortes navarras en su apoyo— pusieron al país en pie de guerra, pero no se llegó al enfrentamiento armado, ya que los asuntos de Italia distrajeron la atención francesa hacia ese escenario. En los años siguientes y en este escenario internacional, los reyes de Navarra lograron salvar su independencia merced al antagonismo entre los reyes de Francia y de España. Pero esta independencia se truncó en el breve plazo de dos meses, de junio a julio de 1512.
Fernando el Católico, que había celebrado un tratado de alianza con Catalina, aprovechó la primera coyuntura que se presentó para romperlo, y durante las diferentes guerras de partido que asolaron el territorio navarro guardó una actitud reservada, pero en 1510 sus propósitos ya no fueron un secreto para nadie y menos para los reyes de Navarra, que por tal motivo estrecharon cada vez más su amistad con Francia, a la sazón enemistada con el papa Julio II.
En la Santa Liga que se había acordado el 4 de octubre de 1511 entre el Papa, el rey Católico, el dux de Venecia y Enrique VIII de Inglaterra, para arrojar a los franceses de Italia, los reyes navarros se esforzaron por mantenerse al margen, pero tampoco tomaron partido contra la Santa Liga a petición de Luis XII y el emperador Maximiliano, por lo que el rey francés arremetió con abierta hostilidad contra la Casa de Albret. En marzo de 1512 Fernando el Católico declaró la guerra a Francia y se apresuró a negociar con los reyes de Navarra, pero los reyes dilataron las negociaciones y Fernando volvió a sus habituales tácticas de intimidación. El 11 de abril murió en la batalla de Rávena Gastón de Foix y desde este momento Francia ya no tuvo ningún interés en defender los derechos de Gastón a la herencia de Foix que pasaron a su hermana Germana, esposa de Fernando el Católico.
Ante esta nueva situación los reyes de Navarra negociaron simultáneamente con los dos con la esperanza de firmar con ambos países tratados simplemente defensivos que asegurasen su neutralidad.
Fernando endureció su actitud contra Navarra insistiendo en el peligro de una alianza entre Francia y Navarra y presentándose como defensor de la Santa Sede. A este fin se había dirigido al Papa para que le enviara dos bulas: una de indulgencia plenaria para quienes tomaran parte en la guerra; otra para publicar en Bearn y en Navarra excomulgando a quienes ayudaran al rey de Francia. Fernando de momento no dio publicidad a las bulas pontificales, antes al contrario, procuró atraerse a los navarros y trató de convencerles de que su alianza les convenía más que la de los franceses, los que, por su parte, no descuidaban tampoco el cultivo de una amistad que tan útil les podía ser. El acercamiento entre Francia y Navarra parecía ahora la única salida posible para ambos reinos y quedó sellado por el tratado de Blois de 18 de julio de 1512, estipulándose, además, el matrimonio de suhijo Enrique, príncipe de Viana, con la hija menor de Luis XII de Francia. Enterado Fernando de semejante proyecto, reclamó la confirmación de la paz entre ambos estados y la entrega de algunas plazas fuertes navarras como garantía de que Juan de Albret y Catalina no permitirían el tránsito de tropas francesas contra el aragonés mientras durase el conflicto franco-castellano.
Los monarcas navarros confirmaron los tratados de paz, pero se negaron a entregar las plazas solicitadas; Fernando el Católico dio publicidad a la bula pontificia y poco después ordenó al duque de Alba que entrase en Navarra. Pocos días después capitularon las principales ciudades y villas del reino. El día 31 de julio Fernando dio un “Manifiesto” en el que explicaba la ocupación de Navarra como medida necesaria para la empresa de Guyena, cumpliendo los acuerdos de la Santísima Liga. A finales de agosto decidió tomar el título de rey de Navarra por derecho de conquista. Los reyes de Navarra, Juan y Catalina, impotentes para defenderse, abandonaron Pamplona y se refugiaron en Lumbier para pasar después a Francia, a sus señoríos de Bearn primero, Marsán más tarde. Sus repetidos esfuerzos para recuperar el trono perdido fueron inútiles. El primero en octubre de 1512, por el rey don Juan en persona, o con tropas integradas por navarros y franceses, pero entre las que iban también alemanes y albaneses tomados a sueldo.
En marzo de 1516 nueva tentativa de recuperación, acaudillada por el mariscal Pedro de Navarra, que fue vencido y hecho prisionero. Mientras tanto las fuerzas de Fernando el Católico se apoderaban de la capital del reino y de toda la Navarra española, que desde entonces pasó a aumentar sus dominios. El virrey castellano Diego Fernández de Córdova reunió las Cortes de Pamplona el 23 de marzo de 1513, donde juró los fueros en nombre de Fernando el Católico, que fue aclamado rey de Navarra. Poco más tarde, en julio de 1515, se hizo la incorporación del reino de Navarra a la Corona de Castilla en Cortes reunidas en Burgos El 17 de junio murió Juan de Albret y el 12 de febrero de 1517 Catalina, que fue enterrada en la catedral de Lescar; el sucesor, su hijo Enrique de Albret, pretendió recobrar en alguna ocasión el trono de sus padres.
Bibl.: m. sáez pomés, “Enrique de Labrit, último Príncipe de Viana”, en Revista Príncipe de Viana, 6, n.º 21 (1945), págs. 565-592; G. Bleiberg (dir.), Diccionario de Historia de España, t. I, Madrid, Revista de Occidente, 1968, págs. 781- 782; J. M. Lacarra, Historia Política del Reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla, vol. III, Pamplona, Aranzadi, 1973; J. Gallego Gallego, “Catalina”, en VV. AA., Gran Enciclopedia de Navarra, t. III, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990, págs. 209-211; J. del Burgo, Historia General de Navarra. Desde los orígenes hasta nuestros días, t. II, Madrid, Rialp, 1992; Á. Adot Lerga, Juan de Albret y Catalina de Foix o La defensa del Estado navarro (1483-1517), Iruñea, Pamiela, 2005.
Consuelo Juanto Jiménez