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Manuel Martí Zaragoza

Biografía

Martí Zaragoza, Manuel. El Deán de Alicante. Oropesa del Mar (Castellón), 19.VII.1663 – Alicante, 21.IV.1737. Canónigo y helenista.

Su padre formaba parte del servicio del conde de Cervellón, señor de Oropesa, como batlle. Siendo pequeño, murió su madre y el padre contrajo segundas nupcias. De este segundo matrimonio nacieron numerosos hijos, con quienes Martí nunca mantuvo cordiales relaciones. Quizás por orfandad, aprendió las primeras letras en Torreblanca, en casa de la abuela materna, hasta los diez años, en que se trasladó a Castellón, donde estudió Latín bajo la dirección del prestigioso maestro de Gramática, Miguel Falcó, admirador de Sánchez de las Brozas y autor de Syntaxis Compendia (1677). En el curso 1678- 1679 ingresó en la Universidad de Valencia, en la escuela tomista, con Vicente Esteve como profesor, aunque en sus años maduros no guardaba un buen recuerdo de sus profesores, tanto de Filosofía como de Teología (Marona, Prats). No parece haber sido un alumno aplicado en las aulas. Por un lado, confesó que aprendió a leer griego por su cuenta, cotejando un texto bilingüe de Hesiodo y que marchó a Roma porque no encontró profesores que le enseñaran la lengua, cuando en realidad había dos profesores de Griego en la Universidad de Valencia. Por otro, formaba parte de las academias literarias que pululaban en la ciudad (Alcázar, Parnaso), donde se representaron algunas de sus comedias, hoy perdidas, pero cuyos títulos responden al ambiente del teatro calderoniano.

En ese sentido, la única obra poética del momento, que hoy se conoce, Soledad (1682), expresa la influencia de Góngora. Martí presumió siempre de su estro poético, también en latín y en italiano.

Los primeros versos latinos conocidos pueden leerse en una obra en honor de su maestro Falcó (Castalia, 1682). Pero, apenas llegado a Roma en 1686, publicó su Amaltea geographica en veinte cantos, que había compuesto en Valencia. Los diez años de residencia romana de Martí fueron intelectualmente muy intensos: estudios históricos, participación en academias literarias, amistad con hombres de letras, trabajos filológicos. Con motivo de una inundación del Tíber, compuso una Elegia latina (1688), que hizo llegar al cardenal español José Sáenz de Aguirre, a quien solicitó que lo aceptase como comensal y bibliotecario. Aguirre aceptó el ofrecimiento y le encargó la preparación de la Collectio maxima conciliorum Hispaniae et Novi Orbis (1693-1694). La obra salió bajo el nombre y la responsabilidad del cardenal, aunque años después Martí manifestó su criterio negativo respecto a las tradiciones jacobeas (aceptadas por Aguirre). Como Nicolás Antonio había muerto dejando inédita la Bibliotheca Hispana Vetus, los herederos buscaron el favor de Aguirre para su edición y el cardenal encargó a Martí el trabajo, y así se convirtió en el responsable de la edición aparecida en Roma en 1695-1696. Dadas las relaciones del cardenal, que era benedictino, con los maurinos de París, Martí pudo conocer las obras básicas de la metodología histórica crítica, especialmente De re diplomatica (1681) de Jean Mabillon.

Hombre inquieto, Martí formó parte de la Arcadia, la famosa Academia romana que pretendía restablecer el gusto literario corrompido, a juicio de los componentes, por el Barroco. Claro que no todos los miembros estaban animados de la misma actitud intelectual.

Con el nombre académico de Eumelus Olenius, formaba parte del grupo afín a las ideas de Gianvincenzo Gravina, napolitano, historiador del derecho y considerado un “descreído” por los más pacatos. Resulta evidente que Martí estaba rodeado, tanto por clérigos como por seglares, que sentían antipatía hacia la Compañía de Jesús. La divergencia entre los grupos intelectuales se manifestó con violencia, cuando monseñor Sergardi fue publicando unas Satyrae en que zahería fundamentalmente a Gravina. Martí salió en defensa del amigo con el Satyromastix en que, basado en textos latinos clásicos, demostraba la ignorancia de Sergardi. Gravina, agradecido, le dedicó el Dialogus de lingua latina ad Emmanuelem Martinum.

El Satyromastix fue la obra que le hizo famoso entre los grupos cultos de Roma. Desde esa fama se explica que fuera miembro de otras Academias, Infecundi o Dogmatica, y, sobre todo, que fuera invitado a pronunciar discursos latinos, tanto en actos eclesiásticos (Orationes pro eligendo Summo Pontifice) como en academias de ocio y esparcimiento.

Para estas circunstancias de recreo y exhibición de ingenio escribió su trabajo más conocido, Pro crepitu ventris, que sólo vio la luz pública después de su muerte y que ha sido traducido a numerosos idiomas.

Aunque Gravina fue el amigo más íntimo, Martí gozó de la amistad de otros hombres de letras. Fabretti, famoso por las visitas a las catacumbas y su obra sobre las inscripciones latinas; Zacagni, bibliotecario de la Vaticana que le encargó la traducción del griego al latín de las Rapsodias de Eustacio a la Ilíada de Homero; el cardenal agustino Enrico Noris que defendió la ortodoxia de san Agustín frente a las teorías jansenistas; Bianchini de cuyos estudios sobre el cómputo pascual hizo partícipes a los novatores valencianos (Corachán y Tosca), interesados por los problemas cronológicos.

Finalmente, en Roma inició una serie de trabajos filológicos; unos, finalizados, como la traducción al latín de un epigrama griego encargado por Fabretti; otros, apenas iniciados, como un Etymologicon, en que pretendía completar el publicado por Vosio, pero que en España no podía finalizar por falta de la bibliografía apropiada; el interés por recoger una serie de epigramas griegos que años después, ya en España, analizaría con detenimiento.

Dada la capacidad intelectual de Martí, sus servicios eran pretendidos por el duque de Medinaceli, embajador de Carlos II ante la Santa Sede, con claras discrepancias con el cardenal Sáenz de Aguirre. Al ser nombrado virrey de Nápoles, Medinaceli quiso llevar consigo a Martí como su bibliotecario. Pero el joven clérigo logró superar el enfrentamiento del aristócrata y el cardenal, consiguiendo del papa Inocencio XII el nombramiento de deán de Alicante (1696). Pasó a residir la prebenda eclesiástica y se ordenó de presbítero, pero no pudo resistir el ambiente cultural de una pequeña ciudad, castillo militar y, en esa fecha, sin Universidad. Se sentía asfixiado y en 1699 trasladó su residencia a Valencia, “por parecerle que en aquel charco, por ser mayor, podría nadar más libremente y que encontraría su genio mayores ventajas”.

Así entró en contacto con los novatores valencianos, que se reunían en el palacio del marqués de Villatorcas (José Castelví y Alagón): los matemáticos Tosca y Corachán, o el historiador Miñana. En 1702 visitó Sagunto, hizo excavar el famoso teatro y tomó las medidas.

Pero antes de redactar el estudio sobre el teatro saguntino, la vida de Martí dio un cambio radical. El duque de Medinaceli, que había deseado sus servicios en Roma, lo llamó a Madrid (1704) y le confió los tesoros numismáticos y la rica biblioteca que poseía.

Fueron los años más felices del deán: abundancia de libros, interlocutores interesados en la cultura humanista (el nuncio Zondadari y su hermano), corresponsales eruditos (Juan Interián de Ayala, marqués de Mondéjar). Fueron también los años más fecundos en su vida intelectual: tradujo las Rapsodias de Eustacio, redactó su estudio sobre el teatro saguntino (1705) y sobre la Antología Griega (1706), ambos en forma de carta a Zondadari, y el tratado De animi affectionibus (1708), que vieron la luz pública muchos años después.

Esa tranquilidad duró poco porque la Guerra de Sucesión destrozó su mundo: le obligó a interrumpir el De animi affectionibus, que nunca más quiso acabar, provocó el destierro y la posterior muerte de Medinaceli; la muerte de su padre ante el avance de las tropas borbónicas hacia Barcelona después de la batalla de Almansa, la presencia de los ejércitos austríacos en Madrid y la recuperación borbónica... En fin, peligros personales, destrucción familiar y de los mecenas. Con la muerte de Medinaceli, heredó las propiedades el marqués de Priego (Nicolás Fernández de Córdoba), que carecía tanto del interés cultural como de la sensibilidad artística de su predecesor.

De cualquier forma, en el verano de 1711, Martí trasladó su residencia a Sevilla, donde vivió en la Casa de Pilatos, estudió los monumentos conservados (estatuas romanas e ibéricas, entre las que sobresalía una consagrada a Isis), excavó el anfiteatro de Itálica y compró numerosas monedas que abundaban en Andalucía.

En 1715 regresó a Madrid. Acababa de morir el bibliotecario real (Gabriel Álvarez de Toledo) y, por consejo del marqués de Villena (el fundador de la Real Academia Española), fue propuesto como sucesor.

Pero la acusación de austracista y antijesuita dio motivo al rechazo del padre Daubenton que, como confesor del Monarca, era el director de la Real Biblioteca.

Que era antijesuita, no hay duda, y sus acusaciones estaban centradas en la responsabilidad de la Compañía en la decadencia de las lenguas clásicas. El asunto de su austracismo es más complejo. Tuvo amistad con borbónicos y con partidarios del archiduque, si bien la protección del conde de Cervellón, exiliado en Viena, su sentido crítico, los desplantes a políticos y, sobre todo, algunos párrafos contra los franceses, frecuentes en sus cartas, lo hicieron pasar por partidario de los Austrias. Martí abandonó la Corte, arregló los asuntos del deanato en Alicante y embarcó hacia la Ciudad Eterna en mayo de 1717. No deja de llamar la atención que, en esas fechas de preparativos para su viaje a Italia, iniciara una interesante correspondencia con el maurino Bernardo Montfaucon y el británico residente en Algeciras John Conduith. En esas cartas se trasluce el desencanto cultural, como expresaba en su correspondencia con una frase que resultaba enigmática a sus coetáneos: malus quidam Hispaniae genius, al ver el interés de los extranjeros por el pasado cultural hispano y la despreocupación de los españoles.

La correspondencia con Montfaucon, iniciada en Madrid, continuó durante los meses en que vivió en Alicante. El maurino francés, famoso por su Paleographia graeca y por la edición greco-latina de san Juan Crisóstomo, solicitaba ayuda para su ambiciosa obra, Antiquité expliquée. Martí conoció la empresa por medio de Langladio, médico de la Corte, y envió sus trabajos de arqueología: sobre el teatro de Sagunto, el anfiteatro de Itálica y la estatua ibérica de Isis. En Roma encontró de nuevo al antiguo amigo Gravina, que murió en sus brazos a principios de 1718. Parece que la actividad más importante desarrollada en los meses de residencia romana fue el estudio de la numismática, propiciada por la amistad con Sabattini, y el frecuente contacto con las monedas le produjo una grave enfermedad ocular que constituyó una tragedia en su vida. Por lo demás, tampoco las circunstancias políticas eran propicias porque, con motivo de las guerras provocadas por Alberoni, Felipe V decretó la salida de todos los españoles de Roma. Martí abandonó la Ciudad Eterna en octubre de 1718 y, después de un accidentado viaje, llegó a Alicante en diciembre, para no abandonar su residencia en el deanato.

Las relaciones culturales continuaron después de su regreso de Roma en un interesante intercambio epistolar con el marqués Scipione Maffei a quien envió monedas e inscripciones que fueron utilizadas, en parte, por el italiano, y un siglo después por Hübner en su monumental obra sobre la epigrafía hispanoromana.

De cualquier forma, la relación con los hombres de letras de su entorno fue más importante. Un humanista napolitano, residente en Alicante como superintendente de Felipe V, fue su apoyo más eficaz.

Se trata de Felipe Bolifón, que tenía un hermano (César) en el círculo de la nunciatura y de la diplomacia vaticana. Ambos hermanos procuraron editar la Apasterosis (1722), bello poema latino en que Martí cantaba la conversión en estrella del baúl que lo había acompañado en sus viajes. Pero realmente la fortuna del deán fue la correspondencia y amistad de Gregorio Mayans, que le proporcionó noticias literarias, soportó sus impertinencias y, sobre todo, publicó, pese a los obstáculos puestos por el mismo Martí, su obra básica: Epistolarum libri duodecim (1735), financiada por los embajadores del Reino Unido (Benjamín Keene) y de la República de Génova (José Octavio Bustanzo), que iba acompañada de Emmanuelis Martini, ecclesiae alonensis decani, vita, escrita por el mismo Mayans. La edición era reducida pero la belleza literaria del latín hizo que el humanista holandés Wesselingio solicitara del embajador Keene la reedición de Epistolarum libri duodecim, que apareció en Ámsterdam en 1738.

Esta edición, más cuidada que la madrileña, y que venía aumentada con Pro crepitu ventris oratio, difundió el nombre y la fama de Martí por toda Europa como un gran latinista y conocedor de la lengua griega. Aunque la obra estaba escrita en un latín clásico, no pasó desapercibida. Martí manifestaba en frecuentes lugares una actitud crítica ante el desprecio de autoridades políticas y eclesiásticas, intelectuales, religiosos y de la misma sociedad española, ante la cultura y estudios clásicos. En consecuencia, suscitó duras censuras, tanto de los escolásticos, como de los nacionalistas. En este último sentido, en España escribió Ignacio Luzán una carta latina, bajo seudónimo, acusando a Martí de “español desertor”, aprovechándose de la campaña contra Mayans por haber publicado la Censura de historias fabulosas de Nicolás Antonio. Pero, sin duda, la reacción más curiosa tuvo lugar en México. Antonio Carrillo de Mendoza era un joven clérigo que tenía buenas relaciones con Martí desde la residencia en Andalucía y consolidada en Roma. Cuando comunicó su intención de marchar a México, recibió el consejo del deán: continúe en Roma donde posee bibliotecas y maestros. “Pero quizás vas allí para librarte de los estudios, bajo la instrucción y la disciplina de los indios. ¡Los mejores maestros, por Júpiter!”. Era la crítica a la decadencia española, ya conocida, que extendía a los territorios de ultramar. Pero la crítica despertó una ola de entusiasmo nacionalista entre los mexicanos. La Bibliotheca Mexicana, iniciada por Eguiara Eguren y continuada por Beristáin, García Icazbalceta y Toribio Medina, se convirtió en una apología del estado intelectual de los mexicanos de su tiempo y en la reivindicación de las aportaciones culturales de los indígenas anteriores al descubrimiento. Ese entusiasmo se manifestó en la dedicatoria (Arce y Miranda) de los sermones del mismo Eguiara, en el discurso de apertura de curso en la Universidad de México (Campos y Martínez, 1745) o en la Llave del Nuevo Mundo (J. M. Félix de Arrate, 1761). Las reivindicaciones indigenistas estaban basadas fundamentalmente en los estudios de Lorenzo Boturini que, en su Idea de una Nueva Historia General de la América Septentrional (1746), aplicaba las teorías de Vico a la historia mexicana, y fueron asumidas por muchos jesuitas. Pero todas estas reacciones, así como la provocada por los escolásticos (Vicente Calatayud) o de los humanistas (Juan de Iriarte), fueron posteriores a su muerte, ocurrida el día de Pascua de 1737, como consecuencia de una infección renal.

 

Obras de ~: Soledad, Valencia, 1682; Amaltea Geographica, sive de rerum copia. Opus miscellaneum in viginti elegias divisum, Roma, 1686; De expugnatione Budae, 1687 (ed. de P. Boronat, Valencia, 1899); Silva de Tyberis alluvione, Roma, 1688; aportaciones incluidas en N. Antonio, Bibliotheca Hispana, Roma, 1695-1696; Notae in Theocritum, 1691 [ed. en Cuadernos de Filología Clásica, 11 (1976), págs. 19-52; L. Gil, Estudios de humanismo y tradición clásica, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1984, págs. 315- 346]; Fastos (1691), sólo publicado Iulius en Arcadum carmina, Roma, 1757; Satyromastix, sive castigationes criticae in Sectani satyras, quae olim Romae, larvato satyro adulo, impune grassatae sunt in optimos viros et honestissimas foeminas, anno nimirum 1693-1694, auctore et vindice [...] (inéd.); De poculis veterum (c. 1694, desapar.); Pro crepitu ventris (c. 1695, Madrid y Ámsterdam, 1738); Amorum (c. 1694, impreso sólo un poema, “Ad Camillam”, ed. de P. Boronat, 1899); De re coquinaria (c. 1695, desaparecido); Etymologicon linguae latinae (antes de 1696, inéd.); Amonio, Opusculum de similibus et differentibus vocabulis, trad. al latín de ~ (década de 1690, desapar.); “Cartas del deán Martí conservadas en el Archivo Municipal de Alicante” (escritas en 1696), en Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura (1965), ed. de V. Martínez Morellá; De theatro saguntino, escrito en forma de carta al nuncio Zondadari, 1705, publicada por Montfaucon (1722) e incluida en Epistolarum libri duodecim; Anthologia graeca, 1706, en forma de carta a Zondadari en incluida en Epistolarum; De animi affectionibus, 1708 e incluida en Epistolarum; In Curionis Synopsin Historicam (contra Ferreras, 1716), ed. de P. Boronat, Valencia, 1899; Apasterosis, sive in astrum conversio elegia, Madrid, 1722 (trad. al castellano ed. de J. Pérez Durá, 1972); “Apuntes autobiográficos” (1732-1733), ed. de L. Gil, en Boletín de la Real Academia Española, 58 (1978), págs. 47-101; Ferdinandi Ruizii Villegatis Burgensis quae exstant opera, E. Martini [...], studio emendata, que incluye la vida de Villegas y la dedicatoria Iuventuti Hispanae, Venecia, 1734; Epistolarum libri duodecim, Madrid, 1735, y Ámsterdam, 1738; G. Mayans y Siscar, Epistolario III, Mayans y Martí, edic. de A. Mestre Sanchis, Valencia, 1973; Correspondencia entre Martí y Bolifón, ed. J. F. Pérez Durá, Alicante, 1979.

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Antonio Mestre Sanchís