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Carlos de Haes

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Biografía

Haes, Carlos de. Bruselas (Bélgica), 27.I.1826 – Madrid 17.VI.1898. Pintor.

Primogénito del matrimonio formado por Arnoldus Cornelius de Haes y Theresia Joanna Carolina Nerinckx, nació Carlos de Haes en Bruselas el 27 de enero de 1826 en el seno de una familia sin ninguna vinculación artística y dedicada por completo a la vida comercial y financiera. Una crisis económica obligó a la familia a trasladarse a España, estableciéndose en Málaga en 1835, donde su padre habría de regentar un comercio textil. En la capital andaluza, comenzó Haes a asistir a las clases de Dibujo que impartía el pintor academicista Luis de la Cruz, dando enseguida muestras de su gran capacidad para asimilar la técnica y la cuidada factura del dibujo. En 1850, emprendió viaje hacia Bélgica a la búsqueda de un mayor horizonte artístico, estableciéndose en la capital belga durante cinco años, en los que entró en contacto, a través de las Exposiciones de los Salones de Bruselas, con el arte que imperaba entonces en Europa y, sobre todo, con el arte naturalista de sus predecesores, a través de las enseñanzas del maestro paisajista Joseph Quinaux (1822-1895), de quien asimilaría la pintura al aire libre plasmada en entonados y sosegados paisajes al más puro estilo tradicional de los Países Bajos. Ya con la experiencia y el bagaje de cierta notoriedad, conseguida a través de su participación en diversas exposiciones en Bruselas, Amberes y Ámsterdam, regresó a España a finales de 1855, concurriendo, con naturalezas tomadas en sus bosques natales —Paisaje: el cerro Coronado por la tarde, Vista tomada en los brezales de Hasselt (Bélgica) y Vista tomada en el bosque de Beaufort (Prusia)—, a la primera edición de las Exposiciones Nacionales celebradas en Madrid en 1856, despertando entre la crítica especializada, un entusiasmo especial que se vio galardonado con una Tercera Medalla y con el reconocimiento público que le abriría las puertas de su vida profesional.

A través del vínculo de amistad que estableció con Federico Muntadas, acudió en 1856 a visitar el parque aragonés del Monasterio de Piedra, propiedad del erudito catalán, que en ese momento se encontraba en un proceso de consolidación de las ruinas del excenobio y de transformación del valle del río Piedra, que luego daría origen al parque natural que lleva su nombre. La fascinación que los parajes del entorno ejercieron en el pintor y el éxito inesperado que alcanzaron los paisajes allí pintados, provocaron su decisión de prolongar su estancia en España, la cual se vio favorecida por la oportunidad de la convocatoria de las oposiciones para cubrir la plaza de profesor titular de la cátedra de Paisaje de la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, que había quedado vacante tras la prematura muerte del pintor Fernando Ferrant. Tras su triunfo en ellas, conseguido a través de la indiscutible superación de varias pruebas y, definitivamente, tras la presentación de su cuadro Paisaje de la ribera del Manzanares, se estableció definitivamente en Madrid, consolidando su trayectoria profesional en una doble vertiente, como pintor y como profesor. La proyección de su magisterio en generaciones de artistas que se formaron como discípulos suyos fue decisiva para la implantación y desarrollo de la escuela paisajística española de la segunda mitad del siglo xix. La extensa nómina de pintores afectados directamente por las enseñanzas del maestro, entre los que destacaron Aureliano de Beruete, Jaime Morera, Ceferino Araujo, José Jiménez Fernández, Agustín Lhardy, Juan Espina, Agustín Riancho, Hermenegildo Estevan, José Entrala y un largo etcétera, puso de manifiesto la significación que Haes ejerció en la creación de una escuela pictórica que marcó, sin duda, una época en la pintura realista y plenairista de España. A este reconocimiento público, también contribuyó el vínculo de amistad que estableció, a través de la misma docencia en la Academia, con Federico de Madrazo, quien le introdujo en los ambientes profesionales y mercantiles madrileños que él tan bien conocía.

Paralelamente a su labor didáctica, continuó cosechando éxitos en las Exposiciones Nacionales a las que presentó, en 1858, sugestivas obras como Una vista tomada en las cercanías del Monasterio de Piedra (Aragón), con la que consiguió una Primera Medalla, o a la edición de 1860 con Un país. Recuerdos de Andalucía, costa del Mediterráneo, junto a Torremolinos, objeto del mismo galardón.

El punto álgido de su andadura profesional se estableció en 1860, cuando fue elegido académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, siendo su discurso de entrada en dicha institución —De la pintura de paisaje antigua y moderna— una glosa sobre la importancia del paisaje realista, equiparable en técnica e incluso en historia, a la de los géneros pictóricos ya consagrados tradicionalmente en España.

En 1861, siguiendo la práctica habitual que él mismo estableció, de completar los estudios teóricos con los prácticos, en el campo, realizó, en el verano, un viaje al levante español con su discípulo Ceferino Araujo, plasmando maravillosos parajes de la zona de Elche que definirían cromáticamente y compositivamente una etapa muy característica de su producción.

Continuó también con sus presentaciones a las Exposiciones Nacionales, y en la edición de 1862 volvió a obtener el mayor galardón por un paisaje tomado en la sierra madrileña: Paisaje. Vista en el Lozoya (Paular), méritos todos ellos por los que le otorgaron, la Encomienda de la Orden de Carlos III y la de la Orden de Isabel la Católica.

También, en 1862, impartió clases de Dibujo en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid y también comenzó su labor de grabador, en un principio como colaborador de la revista El Arte en España y posteriormente con la edición de su Colección de grabados al aguafuerte.

Paralelamente a su labor didáctica, continuó con la práctica incesante de la pintura, exhibiendo obras en foros internacionales artísticos de reconocido prestigio, donde sus cuadros fueron valorados por público y crítica, entrando a formar parte del entramado de los circuitos comerciales europeos. Así, en la Exposición de Bruselas, de 1863, obtuvo un arrollador éxito con la presentación de paisajes tomados en la zona de Elche —Un barranco, recuerdo de Elche, Una acequia en Elche y Vista de las cercanías de Illici—, adquiriéndose toda su obra en los primeros días de la exhibición.

Dos años después, también sería premiado, con Primera Medalla, en las exposiciones europeas de Bayona y Metz.

Viajero infatigable, aprovechó las estaciones veraniegas para adentrarse en el conocimiento de otros paisajes, siendo en 1864 la comarca del Delfinado francés la que acaparó su interés, plasmando con marcado realismo la naturaleza de sus bosques frondosos y sus elevadas montañas que contrastan con la planicie manchega, que también recorrió en este año, en un intento de captar los parajes recogidos en los diferentes episodios del Quijote, que no dieron origen más que a dibujos, ya que pronto reconoció que los paisajes descritos por Cervantes, eran, en muchas ocasiones, productos exclusivos de la imaginación del consagrado escritor.

Estas laboriosas y productivas campañas veraniegas, que fueron una constante y una práctica habitual en la vida del pintor, dieron origen a un cuantioso y espléndido repertorio de estudios al óleo, dibujos y grabados de una buena parte de la geografía europea, a la que también se asomaron todos aquellos alumnos que, atraídos por la personalidad del pintor, decidieron acompañarle en estas expediciones. Así, en 1871, recorrió el litoral cantábrico, Vizcaya y Cantabria, la zona aragonesa de Jaraba y la sierra madrileña del Guadarrama, siendo estos lugares muy recurrentes en sus itinerarios durante varios años. En el verano de 1874, con sus discípulos Beruete y Entrala, recorrió los Picos de Europa, descubriendo las impresionantes alturas de sus cimas, las cumbres nevadas, las moles pétreas de sus formaciones rocosas que fueron plasmadas en extraordinarios bocetos al óleo, sirviéndose de alguno de ellos para la realización de uno de sus más afamados cuadros, La Canal de Mancorbo en los Picos de Europa, que se erigió, desde su presentación en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1876, en el prototipo de la pintura realista de paisaje y en una de las piezas más atractivas de la paisajística decimonónica.

En 1875, la zona elegida para su campaña pictórica estival también fue el norte de España, concretamente la zona de Alsasua y la sierra de Aránzazu en el País Vasco, a la que también le acompañaron Beruete y Entrala.

A la fecundidad artística del pintor, en esta época, contribuyó de manera decisiva las prematuras muertes de su esposa, Inés Carrasco Montero, y su hija, en octubre de 1876, refugiándose en una actividad laboral frenética en un intento de llenar el vacío provocado por la ausencia de sus seres queridos. Esta actitud, provocó un cierto cambio en el tipo de paisaje y en la gama cromática de sus creaciones, alejándose de la intensidad de la luz meridional y acercándose a una tonalidad más grisácea y más apropiada a los parajes de su localidad natal. Así, con su discípulo Jaime Morera emprendió, en el verano de 1877, un viaje cuyo destino final sería Holanda, recorriendo a su paso las zonas del litoral francés de Bretaña y Normandía, donde dejó espléndidas muestras del pintoresco litoral de las cercanías de Calvados, de las matizadas entonaciones lumínicas de Villerville o de las nieblas y tintas grises del Norte europeo que después fueron galardonadas en las exposiciones de Bayona y Lyon. Las zonas concretas de los canales de la desembocadura del Rin, los perfiles de la costa normanda y las lagunas de Abcoude y Vriesland centraron su interés de manera especial, dando una imagen verdaderamente real de las cambiantes condiciones atmosféricas, tamizadas por las neblinas habituales que se desarrollan en estas húmedas zonas del Norte. Precisamente un gran cuadro de composición, realizado en las cercanías de Vriesland, fue presentado a la Exposición Nacional de 1878 —en la que también ejerció de jurado— y posteriormente a la Exposición Universal de París donde consiguió una meritoria Primera Medalla. En su faceta académica, cabe destacar también en este mismo año su nombramiento como miembro del Tribunal para otorgar las plazas de pensionados a la Academia Española de Bellas Artes en Roma.

A principios de la década de 1880, realizó con su discípulo Jaime Morera, compañeros ambos en la docencia en la misma Escuela de Bellas Artes de San Fernando, un viaje al sur de Francia. Se conocen numerosísimos estudios de pleamar y de bajamar de la costa de Hendaya, Guethary, San Juan de Luz, del golfo de Gascuña en los que la inmediatez y la valentía de trazo está al servicio de la captación de las caprichosas y efímeras formas del mar al romper sus olas contra las rocas, de los efectos brumosos matinales o de la jugosidad de la gama cromática al reflejar el agua estancada entre los estratos humedecidos y musgosos de sus formaciones rocosas. Fue un período de febril actividad en el que también cobraron protagonismo elementos aislados en el paisaje como podían ser pequeñas embarcaciones a la deriva, barcas saliendo a la pesca, etc. También los estudios pintados en los Pirineos, en el atractivo enclave de Eaux-Bonnes, ahondan en esta concepción realista centrada en la singularidad de árboles, riachuelos, troncos, senderos, etc.

Paralelamente continuó con su labor docente y, en función de ella, fue elegido miembro de diversos jurados de certámenes artísticos sobresaliendo el de 1882 en que de nuevo juzgó a los aspirantes a la pensión de estudios artísticos en Roma. Al mismo tiempo, fue condecorado con el título de comendador de la Orden de Leopoldo de Bélgica.

Entre 1877 y 1884 se constatan varios viajes, acompañado también por Jaime Morera hacia las mismas zonas del litoral bretón y normando, sobresaliendo sus estancias en Douarnenez, Rustephan, Pont-Aven, Villerville, Dieppe, Trouville, Treport, Pourville, Varengeville, Rouen, etc., que fueron objeto de interesantes estudios que, al igual que muchos de los que realizó en sus diferentes etapas productivas, quedaron en su taller de la madrileña calle de Atocha hasta el final de su vida. Su última participación en las Exposiciones Nacionales, como expositor y como miembro del jurado, fue en el año 1884, donde presentó de manera testimonial y modificado, uno de los cuadros —Cercanías de Vriesland— que ya había presentado en la Nacional de 1878 y que fue adquirido por el Estado para formar parte de la colección de obras del Museo del Prado.

Su quebrantada salud le obligó, a partir de la segunda década de los ochenta, a una inactividad pictórica, centrando su única actividad laboral en las tareas derivadas de su condición de académico y de docente en la Escuela de Bellas Artes, donde todavía en el año 1892 redactó un nuevo programa de estudio del paisaje en el que se contemplaba como método de trabajo, antes de salir al campo, la copia de modelos de Calâme y de sus propios estudios al aire libre que guardaba en las aulas de la Escuela. También siguió formando parte de la Junta Calificadora de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para la obtención de las pensiones para el estudio en Roma, dando por concluida su relación laboral con dicha institución en el curso de 1894-1895. A pesar de su delicado estado de salud, continuó con sus desplazamientos estivales, siendo Algorta, en Vizcaya, el destino de sus últimos viajes, bajo el amparo y la protección de su discípulo predilecto Jaime Morera.

Haes murió en Madrid el 17 de junio de 1898, a los setenta y dos años de edad, y fue enterrado en el madrileño cementerio de San Justo. En su testamento legó a sus discípulos el contenido de su estudio de la calle Atocha en el que el pintor había ido reuniendo una ingente cantidad de pequeños cuadros al óleo, fruto de su laboriosa actividad pictórica a lo largo de sus viajes por la geografía europea. Dichos estudios, por iniciativa, acuerdo y decisión de Jaime Morera, dieron cuerpo, en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1899, a una sala con la que los discípulos rindieron homenaje a su maestro y a la vez fue el embrión de la generosa donación que realizaron al recién creado Museo de Arte Moderno. Por Real Orden de 10 de junio de 1899 el Museo de Arte Moderno de Madrid recibiría ciento ochenta estudios al óleo, ciento veintinueve dibujos y cuarenta y siete aguafuertes de Haes que, posteriormente, al desaparecer dicho Museo, quedarían, en 1971, incorporados a las colecciones del siglo xix del Museo del Prado. Posteriormente, en 1924, también el Museo de Lérida que lleva el nombre de su benefactor, Jaime Morera, recibió un numeroso donativo de la producción pictórica, de dibujo y de grabado del maestro y máximo representante del paisaje realista español; concretamente fueron treinta y nueve óleos, doce dibujos y cuarenta y dos aguafuertes.

 

Obras de ~: Vista tomada en las cercanías del Monasterio de Piedra (Aragón), Colección Carmen Thyssen Bornemisza, Madrid, 1856; Paisaje de la Ribera del Manzanares, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid, 1857; Vista tomada en las cercanías del Monasterio de Piedra (Aragón), Patrimonio Nacional, Palacio Real de la Almudaima, Palma de Mallorca, 1858; Un molino en Beaufort (Prusia), Colección Francisco Escudero, Madrid; Paisaje con una vacada en un río, Colección Carmen Thyssen Bornemisza, Madrid, 1859; Un país. Recuerdos de Andalucía, costa del Mediterráneo, junto a Torremolinos, Museo del Prado, Madrid, 1860; Un bosque de palmeras (Elche), Museo del Prado, Madrid, c. 1861; Paisaje del Delfinado, Museo del Prado, Madrid, c. 1864; Paisaje de bosque y río, Museo de Bellas Artes, Zaragoza, c. 1865; La vereda, Museo del Prado, Madrid, 1871; Montañas de Asturias. Picos de Europa, Colección Fernando Durán, Madrid, 1871; Bosque con leñadores, Colección Fernando Durán, Madrid, 1872; Tejares de la montaña de Príncipe Pío, Museo del Prado, Madrid, c. 1872; Desfiladero (Jaraba de Aragón), Museo del Prado, Madrid, c. 1872; La Canal de Mancorbo, Museo del Prado, Madrid, 1876; Playa de Villerville, Museo del Prado, Madrid, c. 1877-1884; Árboles y sendero en Mallorca, Colección Peter de Haes, Eindhoven, c. 1877-1884; Cercanías de Vriesland en los Países Bajos, Museo del Prado, Madrid, 1878-1884; Paisaje flamenco, Museo Nacional de Arte de Cataluña, Barcelona, 1879; Un barco naufragado, Museo del Prado, Madrid, 1883.

Escritos: De la pintura de Paisaje antigua y moderna. Discursos leídos ante la Real Academia de las Nobles Artes de San Fernando, en la recepción pública de ~ (contestación de F. de Madrazo), Madrid, Luis Beltrán, 1860.

 

Bibl.: A. de Beruete, “Carlos de Haes”, en La Ilustración Española y Americana (IEA), 30 de junio de 1898, págs. 379- 383; J. Morera, “Carlos de Haes”, en IEA, 8 de mayo de 1899, pág. 271; C. Cid Priego, Aportaciones para una monografía del pintor Carlos de Haes, Lérida, Instituto de Estudios Ilerdenses, 1956; F. Calvo Serraller, Carlos de Haes, pintor belga de paisaje realista en España, Madrid, 1971; J. de la Puente, Los estudios de paisaje de Carlos de Haes (1826- 1898) (óleos, dibujos y grabados), Madrid, Dirección General de Bellas Artes, 1971; J. Socias y Palau, Carles de Haes i el naixement del paisatgisme modern espanyol, Lérida, Institut d’Estudis Ilerdencs, 1980; C. Pena, El paisaje español del xix: Del naturalismo al impresionismo, Madrid, Universidad Complutense, 1982; C. Paredes et al., Carlos de Haes, Pamplona, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Navarra, 2000; A. Gutiérrez Márquez, Carlos de Haes (1826-1898), Santander, 2002; Carlos de Haes en el Museo del Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2002.

 

Ana Gutiérrez Márquez