Desmaissières López de Dicastillo, María de la Soledad Micaela. Santa María Micaela del Santísimo Sacramento. Vizcondesa de Jorbalán. Madrid, 1.I.1809 – Valencia, 25.VIII.1865. Fundadora de las Religiosas Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad.
Nació en la madrileña calle de la Libertad, n.º 8, en el seno de una familia de alcurnia. Su padre, Miguel Desmaissières y Flores, había nacido en León pero sus antepasados, casi todos militares, eran oriundos de Flandes. Fue brigadier del Ejército, combatiendo contra los franceses durante la Guerra de la Independencia a las órdenes del general Castaños, del duque del Infantado y del duque de Alburquerque.
Estaba en posesión de la Cruz de San Fernando y fue caballero de la Orden Militar de San Hermenegildo.
De él, María Micaela heredó su temperamento fuerte y noble.
Su madre, Bernarda López de Dicastillo y Olmeda, condesa de la Vega del Pozo y marquesa de los Llanos de Alguazas, de familia noble procedente de Navarra, fue dama de honor de la reina María Luisa de Parma, esposa del rey Carlos IV. Mujer profundamente religiosa y de acentuado sentido de la caridad, educó a sus hijos en una sólida fe cristiana. De este matrimonio nacieron nueve hijos de los que sólo sobrevivieron cinco: Luis, Diego, Engracia, Manuela y María Micaela.
La vida de María Micaela estuvo marcada por el sufrimiento, la renuncia y el sacrificio. A los nueve años, junto con su hermana Manuela, tuvo que separarse de su familia para educarse lejos de España, en el colegio de las Ursulinas de Pau (Francia). En el año 1822, con trece años, vio morir a su padre a causa de las secuelas provocadas por las graves heridas sufridas durante la Guerra de la Independencia.
Tres años después, en 1825, su hermano Luis, militar de carrera, murió a consecuencia de una caída de caballo en Toulouse (Francia) y al poco tiempo, su hermana Engracia, a causa de un accidental golpe en la cabeza, empezó a dar señales de enfermedad mental.
Ante este cúmulo de desgracias, la condesa de la Vega del Pozo, madre de María Micaela, hizo regresar del internado a sus dos hijas menores, volcándose en su educación basada en la piedad y la caridad. Además les hizo aprender idiomas, caligrafía, pintura, música, bordado y equitación, y a pesar de que había más de una docena de sirvientes en la casa, también las enseñó a guisar y a planchar. Pasaban los inviernos en Madrid y los veranos en Guadalajara, donde la condesa de la Vega del Pozo poseía un hermoso palacio herencia de su familia. Fue allí, en Guadalajara, donde, siendo una niña, comenzaron a manifestarse en María Micaela su inmenso amor a la Eucaristía y su profunda caridad.
Durante los primeros años de su juventud, su alta posición social la hizo moverse entre dos mundos diferentes.
Por un lado, una activa vida social, con asistencia a reuniones, bailes, viajes y práctica de la equitación, llegando a ser una gran amazona. Por otro, una vida de fervorosa oración ante el Sagrario y de amor al prójimo, visitando asiduamente a enfermos, ancianos y pobres, a los que socorría con su dinero y con la ropa y alhajas que conseguía le regalasen sus ricas amistades.
Dado su elevado nivel social —desde el 26 de febrero de 1838 su madre le cedió el uso vitalicio del título de vizcondesa de Jorbalán, de tal manera que a su muerte dicha merced volvió a quedar incorporada al título de conde de la Vega del Pozo—, su cultura y su porte elegante, varias familias nobles vieron en ella un buen partido para sus hijos, por lo que los marqueses de Villadarias, carlistas incondicionales, solicitaron a la condesa la mano de su hija María Micaela para su primogénito Francisco Javier Fernández de Henestrosa y Santisteban. El noviazgo duró tres años, naciendo entre los jóvenes un sincero amor, que se vio truncado cuando el marqués de Villadarias quedó arruinado por su ayuda económica a la causa carlista y decidió que su hijo buscara otra novia con mucha más dote.
En 1841 murió la condesa de la Vega, a cuyo solícito cuidado había consagrado su juventud María Micaela.
Dos años después, en 1843 murió su hermana Manuela, tras una vida desdichada junto a un esposo cruel, que reclamó, sin derecho alguno, la herencia de su esposa, que en justicia correspondía a María Micaela.
Acompañada de su amiga Ignacia Rico de Grande, en 1844 comienza a visitar el hospital de San Juan de Dios, donde ingresaban a mujeres afectadas por enfermedades venéreas. Estas visitas fueron decisivas en la vida de María Micaela. Ayudar a aquellas mujeres enfermas, sin refugio ni medios para subsistir al salir del hospital, se convirtió para ella en una obsesión y, conmovida por una jovencísima enferma, hija de un conocido banquero, que había sido seducida con engaños, infectada de sífilis y despojada de todos sus bienes por un vividor, fundó en 1845 la Casa de María Santísima de las Desamparadas, una casa-colegio para socorrer económicamente e instruir a estas mujeres y librarlas de volver a la prostitución al salir del hospital.
Pero, una vez más, María Micaela tuvo que renunciar a sus planes, pues no habían pasado dos años cuando, en 1847, recibió una carta de su hermano Diego, conde de la Vega del Pozo —que fue embajador de España en París y al año siguiente en Bruselas—, pidiéndole que, dada la inadaptación de su esposa, la duquesa de Sevillano, a vivir fuera de España, pasase con ellos una larga temporada. María Micaela, con un enorme pesar, tuvo que interrumpir la labor que con tanto entusiasmo había emprendido, ausentándose de la casa-colegio y dejando al frente de ella a su amiga, la marquesa de Malpica.
En París, unos ejercicios espirituales realizados durante el mes de abril de ese año, transformaron por completo la vida de María Micaela, pues tras finalizarlos, el día de Pentecostés, prometió, por su gran amor a la Eucaristía, hacerse religiosa para poder sacar adelante muchas más casas-colegio, refugio y lugar de instrucción de mujeres para que no tuvieran que volver a prostituirse. Aquel deseo de María Micaela suponía una obra social inédita en España.
A su vuelta a Madrid llevó a cabo su decisión tomada ante la Eucaristía, fundando en 1856 las Religiosas Adoratrices y Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, institución que fue aprobada por la Santa Sede en 1858. Para echar a andar sus conventos, vendió todas sus pertenencias: joyas, casas, ropas, vajillas, muebles y hasta su caballo favorito, mientras sufría el abandono total de sus familiares y amigos, que la tacharon de loca. Pero la vizcondesa de Jorbalán, que al hacer sus votos perpetuos tomó el nombre de madre Sacramento, con energía, dulzura y firmeza, se sobrepuso a cuantas calamidades hicieron correr peligro su obra: calumnias, enfermedades y falta de recursos económicos.
Con un esfuerzo gigantesco, logró ver funcionando casas-colegio en Madrid, Zaragoza, Valencia, Barcelona, Burgos y el madrileño pueblo de Pinto.
En agosto de 1865 se declaró una fuerte epidemia de cólera en España. La madre Sacramento, al enterarse de que algunas de las hermanas de su convento de Valencia habían sido atacadas por la enfermedad, corrió solícita a esa ciudad para cuidarlas y se contagió ella también. Murió el 25 de agosto de 1865 y fue enterrada en la iglesia de su casa-colegio valenciano.
Mujer carismática, fue una figura popularísima en su época. Su santidad, inteligencia y cultura eran tan patentes, que la reina Isabel II la tuvo por consejera desde 1857 hasta 1865, años especialmente turbulentos en la vida privada de la Reina, ayudando al padre Claret, confesor de ésta, a poner orden en su vida espiritual.
El papa Pío XI beatificó a la madre Sacramento el 7 de junio de 1925 y nueve años después la canonizó el 4 de marzo de 1934. Actualmente, la congregación de las Adoratrices cuenta con más de mil quinientas religiosas extendidas por diecisiete países de todo el mundo.
Obras de ~: Cartas Espirituales, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1945; Estoy contigo: Pensamientos de Santa M.ª Micaela del Santísimo Sacramento, Madrid, Ediciones Paulinas, 1984; Vida Llena, Madrid, RR. Adoratrices, 1986; M.ª Micaela vive: Selección de textos de Santa M.ª Micaela del Santísimo Sacramento, Barcelona, 1988; Autobiografía, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, XLII, 1992; Correspondencia, Madrid, RR. Adoratrices, 1999-2005.
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Trinidad Ortuzar Castañer