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Enrique Granados y Campiña

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Biografía

Granados y Campiña, Enrique. Lérida, 27.VII.1867 – Canal de la Mancha, 24.III.1916. Compositor, pianista, pedagogo, director de orquesta y músico de cámara.

Pedro Roselló Ribas (presbítero, licenciado en Derecho Canónico, capellán 1.º del Cuerpo Eclesiástico del Ejército, jefe del archivo, negociado 4.º del Vicariato General Castrense) certifica lo siguiente: “Que en el libro de bautismos, volumen número trescientos cincuenta y seis, al folio uno vuelto, se halla inscripta la siguiente Partida, que, copiada literalmente, dice: ‘En la ciudad de Lérida, obispado del mismo nombre, en el Principado de Cataluña, á veintinueve de Julio de mil ochocientos sesenta y siente: Yo don Marcelino Anievas, Capellán párroco del primer Batallón del Regimiento de Infantería de Navarra n.º 25, bauticé solemnemente en la Iglesia Parroquial de la Catedral de la expresada Ciudad, á un niño que nació a las cinco de la mañana del día 27 del expresados mes y año, hijo legítimo de Don Calixto Granados y Armenteros, Capitán de la Compañía del expresado Batallón y Regimiento, natural de la Habana, en la Isla de Cuba, y de Doña Enriqueta Elvira Campiña, natural de Santander provincia y Obispado del mismo nombre, siendo sus abuelos paternos Don Manuel y Doña Irene, ambos naturales de la Habana, y maternos Don Antonio, natural de la Ciudad de México en Ultramar, y doña Ramona, natural de Santander, se le puso por nombre, Pantaleón, Enrique, Joaquín. Fueron sus padrinos Don Joaquín González Estefaní, natural de Madrid, propietario, y Doña Sofía Arambarri, su esposa, y en su representación Don José Bernal, Capitán de la quinta Compañía de dicho Batallón y Regimiento, y su hija Doña Carolina, á quien advertí el parentesco espiritual y demás obligaciones que por él contraen. Fueron testigos Rufino Asenjo, Sacristán de dicho Regimiento, y el otro Sacristán de la expresada parroquia de la Catedral. Y para que conste extendí y autoricé esta partida en el libro de bautismo de esta Parraquia á treinta de julio del mes y año ut supra. =Marcelino Anievas=. Rubricado. Concuerda con el original. Y para que conste expido la presente que firmo y sello en Madrid á nueve de Agosto de mil novecientos diez y seis.’ Licenciado Pedro Roselló.

(Firma y rúbrica).” Entre el 27 de julio de 1867 y el 24 de marzo de 1916, sin haber cumplido siquiera los cuarenta y nueve años de edad, transcurre la vida de Enrique Granados. Una vida singular, rica e intensa como más no cabe. Todo en ella parece siempre como muy dubitativo.

Es una vida novelesca, plena de contrastes y relieves personalísimos, en la cual las fechas se confunden y nos confunden, tal y como ocurrirá después con su obra en general, con sus titulaciones, números de opus y fechas de su escritura.

Sus primeros estudios musicales los realizó en Lérida, con el maestro Junceda, músico mayor, capitán y amigo de su padre, pero bien puede decirse que, de una manera formal, comenzó su formación cuando su familia se trasladó a Barcelona. Entonces, ingresó en la Escolanía de la Merced, y allí recibió las enseñanzas de Francisco Xavier Jurnet, quien, ante las condiciones excepcionales de su discípulo, le condujo hacia la Academia del prestigioso Juan Bautista Pujol (1835-1898), donde destacó enseguida al lado de los mejores alumnos, tales como Joaquín Malats (1872-1912) o Carlos Vidiella (1856-1915).

Ya contando sus dieciséis años de edad, el nombre de Enrique Granados se situaba a la cabeza de todos, brillando con peso propio en los certámenes que convocaba aquella misma Academia. Poco después, simultaneó sus estudios pianísticos con los de composición, éstos dirigidos por Felipe Pedrell (1841- 1922), maestro asimismo de Albéniz y de Falla. Tenía que ganarse la vida y, gracias a su condiscípulo Vidiella, actuó de regular modo en el Café de las Delicias. Allí le escuchó Eduardo Conde, quien fue su primer mecenas; años más tarde, en Madrid, Su Alteza Real la infanta Isabel, sería su entusiasta protectora, ayudándole siempre. Uno de los sueños más acariciados por el músico, trasladarse a París, lo hizo realidad el señor Conde en 1887, siendo acogido en la capital francesa por el célebre tenor Francisco Viñas (1863-1933), su ilustre paisano. Unas fiebres tifoideas le impidieron realizar los ejercicios para su ingreso en el Conservatoire. No obstante, pudo recibir lecciones del pianista y compositor Charles de Bériot (1833-1914), renombrada figura francesa de aquel entonces.

En 1890 regresó a Barcelona, iniciando una carrera de concertista en aquel teatro Lírico, integrando en sus programas obras románticas, de modo preferente, al lado de composiciones propias, así algunas de sus danzas españolas que, una vez reunidas, fueron conocidas y admiradas por los más destacados músicos de su tiempo, cuyos juicios encomiásticos podrían centrarse en el emitido por Jules Massenet: “Granados es el Grieg español”. Entonces, conoció en Valencia a Amparo Ga —quien, con su familia, pasó muy pronto a residir en Barcelona— y la boda se celebró, en 1893 en la iglesia de la Merced. Dos años después, reanudó su vida artística, actuando como pianista con el Cuarteto Crickboom, en la Sociedad Catalana de Conciertos, porque Granados era un excelente gustador y cultivador del género de cámara, extremo así destacado por Alfredo Casella, cuando dice: “En general, los pianistas-concertistas no saben tocar música de cámara. Hay, sin embargo, algunas excepciones, entre las cuales he de citar como recuerdos personales particularmente gratos, a Martucci, Granados, Dohnanyi, Schnabel y Giesseking”.

Datan de aquellos años composiciones para el teatro, como Miel de la Alcarria (primero, intermedio y jota, para piano) que, transformada en la ópera María del Carmen (preludio pianístico en principio), fue estrenada en Madrid, en 1899. Al año siguiente, Granados fundó la Sociedad de Conciertos Clásicos, actuando al frente de la misma como director afortunado, estrenando con ella su versión del Concierto en Fa menor para piano y orquesta, de Chopin, revisada su parte sinfónica por Granados, algo que sería interesante escuchar. Reconocido ya como destacado pianista, excelente músico de cámara, director de orquesta y compositor, todavía brillaría en una faceta más, importantísima entonces, con tal fuerza como para alcanzar nuestros días: como pedagogo. Ya queda dicho que este ilustre músico había tomado parte en los conciertos del Cuarteto de Crickboom, como pianista, en un así nacido Quinteto que, en ocasiones incorporaba su figura y también la del violonchelista Pablo Casals. Tuvieron tal predicamento en Barcelona y tales serían sus éxitos que, con sus colegas (Angenot, segundo violín; Miry, en la viola; y el violonchelo Gillet), resolvieron domiciliarse en la Ciudad Condal, incorporados a su vida musical por sus extraordinarios méritos. Mathieu Crickboom, violinista y compositor belga, discípulo de Isayë, además de alma de su grupo de cámara, creó la Sociedad Filarmónica de Barcelona, invitando a colaborar con ella a los nombres europeos de mayor prestigio. Quiso, asimismo, completar tales manifestaciones del concierto público, con las tareas pedagógicas, fundando una Academia de Música (auténtico vivero del violinismo catalán de su época). Cuando el maestro belga abandonó Barcelona, Enrique Granados heredó su Academia que, en adelante llevará su nombre, es decir, Academia Granados, al que sucederá pasados los años, Frank Marshall, hasta que le heredó y llegó en la actualidad la admirada Alicia de Larrocha.

Se cuenta que los programas que Granados solía ofrecer en su brillante carrera como concertista preferían incidir en el repertorio romántico, abundando de especial manera en las páginas indelebles de Chopin; de inteligente y sensible modo, iba intercalando sus propias composiciones, ya sus Danzas españolas, sus Valses poéticos o las Escenas románticas, si no en la totalidad de estas series, sí en algunos de sus preciosos números.

Se dejan admirar también sus orquestaciones de páginas propias, cosechando éxito tras éxito como pianista, compositor o transcriptor, dando comienzo su prestigio como pedagogo, destacando como frutos sobresalientes el ya citado Marshall, seguido por Longás, Vía, etc. En los albores del nuevo siglo xx, se escuchó el famosísimo Allegro de concierto para piano que, bien puede decirse, no ha de escucharse, no dentro de los fines para los que fue escrito como respuesta al Concurso del Conservatorio madrileño, sino por cuantos concertistas españoles han ido surgiendo desde aquel entonces.

Es interesante entresacar del libro Manuel de Falla (su obra para piano) (A. Iglesias Álvarez), dos documentos que, además de una concreta referencia a esta página pianística de Enrique Granados, son reflejo de la situación que atravesaba la música española cuando daba comienzo el nuevo siglo, tan interesante como fecundo para la música de España. En la nota 17 del volumen se puede leer: “Conservatorio de Música y Declamación. Libro de Memorias de diferentes Cursos académicos, precedidas por los Discursos de apertura pronunciados por el Comisario Regio, el maestro Tomás Bretón. En la correspondiente al Curso de 1902-1903, se lee: ‘Considerando que el campo de acción de nuestros compositores es hoy limitadísimo, pues apenas tiene otro que el del llamado “género chico”, en el cual no es siempre el arte la mejor recomendación, y que nuestra literatura artístico-musical —como se ha dado en decir— es harto menguada, teniendo que elegir siempre para los concursos de fin de carrera obras de autores extranjeros; he creído conveniente hacer un llamamiento al maestro nacional, con el estímulo de un modesto premio, para recompensar la mejor composición que se presentase, si llena las condiciones necesarias, al objeto de que sirva como obra impuesta para los concursos de piano en el presente año. Si el éxito corona esta buena intención, puede ser el comienzo de un repertorio propio, que honre un día y dignifique nuestro nombre en el mundo musical’. En el siguiente Curso de 1903-1904, decía en su discurso el maestro Bretón: ‘El Concurso al que hace un año aludí de un Allegro de concierto para piano que sirviera para los Concursos de dicho instrumento, se verificó en los términos prescritos con tan buen éxito como se podía desear.

Constituyeron el jurado los señores Profesores numerarios de Composición y de Piano, quienes evacuaron su ingrata misión como no podría esperarse menos de su rectitud y competencia. Presentáronse veinticuatro composiciones, las más de indudable mérito a juzgar por el número de las que el Jurado significó, pertenecientes a los señores D. Luis Leandro Mariani, D. Javier Giménez Delgado, D. Manuel María de Falla y Matheu, D. Cleto Zavala y D. Jacinto Ruiz Manzanares.

Sobre éstas, distinguió especialmente tres, que correspondieron a los maestros D. Enrique Granados, D. José Guervós y D. Vicente Zurrón, siendo, pues, la del Sr. Granados la premiada y elegida para los ejercicios de Concurso. Que la elección del Jurado fue justa demuéstralo el aplauso unánime que ha merecido la obra de parte de cuantos la han escuchado. He dicho unánime y no es cierto; en honor a la verdad debo decir que alguna excepción ha habido; alguno ha contestado o discutido el fallo del tribunal: [...] pero el maestro Granados debe consolarse por aquello de que no hay regla sin excepción y aún más si se recuerda que a raíz del estreno de D. Giovani no falto quien sostuviese que “Dios no había llamado a Mozart por el camino de la música...” Yo doy la más cumplida enhorabuena a los señores que acudieron al Concurso y obtuvieron honoríficas menciones, y las gracias más expresivas a los señores Profesores que compusieron el Jurado, por lo bien, repito, que evacuaron su misión delicadísima y las muchas molestias que les hubo de ocasionar’”.

Conocido este su gran éxito del concurso madrileño, su polifacética actividad musical, nunca fue en detrimento del Granados compositor. Su catálogo iba enriqueciéndose elocuentemente y opone un rotundo mentís a quienes han reprochado al músico una corta producción, cuando, a la vista de ésta, ocurre todo lo contrario, tanto en cantidad como en cuanto a su variedad. Su culminación llegó con sus célebres Goyescas en su primitiva versión para piano, estrenadas por su inmortal autor, en 1911, cinco años después convertidas en ópera. El pelele, citándolo aunque sólo como ejemplo de su admiración por Goya, tiene un capítulo aparte, pues lo estrenó en 1913, algo que conviene tener muy en cuenta. Ya en la primavera de 1914, el gran músico ofreció en París el estreno de sus encantadoras y lozanas Tonadillas, para voz y piano, ejemplo del más castizo “lied” español.

Hay que detenerse ante los frutos líricos de su teatro: las ya citadas Miel de la Alcarria y María del Carmen, siguiendo un libreto de Feliu y Codina, se consignan títulos como Blancaflor, sobre la comedia del mismo título de Adrián Gual, estrenada en 1901; Picarol es de un poco más tarde; Follet, con texto de Apeles Mestres, es un drama lírico en tres actos, de 1903, que tres años más tarde constituyó un éxito enorme cuando se estrenó en el teatro Principal de Barcelona: por último, dentro de este importante aspecto del teatro de Granados, han de citarse Petrarca y Liliana, este último poema lírico que se estrenó en 1911, en el palacio de Bellas Artes de Barcelona. También su consideración como compositor para la orquesta fue muy celebrado a partir de su poema sinfónico Dante (entrada en el Infierno y Paolo e Francesca), dos de las cuatro escenas que se conocen, mejor dicho se conocían, puesto que, a pesar de su valor, hoy permanecen en un injusto olvido. Otro poema responde al título de Canto de las estrellas, cuyo estreno ocurrió en 1911, cuando el compositor dio a conocer la primera parte de Goyescas para piano, además de Azulejos, la obra inconclusa de su amigo y paisano Isaac Albéniz, que dejó sin finalizar al sorprenderle la muerte en Cambó-les-Bains, trabajo delicado que le corresponderá realizar a Enrique Granados.

Una primera idea de representar Los majos enamorados, en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona, dentro de la temporada de 1914-1915, no pudo realizarse.

Tampoco tuvo suerte el proyecto de dar a conocer Goyescas —como es sabido, dos nombres para una misma obra— en el famoso Theâtre de l’Opéra de París, debido al estallido de la Primera Guerra Mundial de 1914-1918. Ernest Schelling, gran amigo del maestro, compositor y director y, sobre todo, excelente concertista pianista muy interesado en la obra de Granados, se preocupó entonces del estreno de la ópera, invitando a su autor a terminarla en su casa de Suiza, y realizando las gestiones conducentes a su primera representación en el Metropolitan Opera House de Nueva York, siendo aceptado allí su definitivo estreno.

Durante el verano de 1915, el compositor dio fin a su orquestación, en Vilasar de Mar, haciéndose construir allí un cobertizo muy sencillo y rudimentario, al que llamó “La tartanita”. En el Montevideo, barco de la Compañía Trasatlántica Española, Granados llegó a Nueva York en compañía de su esposa, Amparo, y del autor del libreto, Fernando Periquet, el 15 de diciembre de 1915. Al fin, el estreno de la ópera Goyescas, ocurrió allí el 28 de enero de 1916 y, en razón de su duración, unida en el programa con I Pagliaci, de Leoncavallo. Del éxito alcanzado, el propio Granados diría: “Tenía noticia de que el público americano era frío, pero su entusiasmo esta noche me ha abrumado; es una obra seria y no la escribí para arrancar aplausos, pero los oyentes no dejaron pasar ninguna ocasión para expresar su aprobación. No hay un teatro en toda Europa que pudiera igualar la representación de esta noche”. Cuando dieron fin a estas funciones en el Metropolitan, se pensó en el inmediato regreso a España, pero una invitación del presidente Wilson para que ofreciera, el 7 de marzo, un recital de sus obras en la Casa Blanca, aplazó el regreso unas fechas. Pese a las protestas y consejos del embajador español en Washington, el matrimonio viajó en un barco holandés, el Rotterdam, el 11 del mismo mes, llegando sin novedad a Falmouth (Inglaterra), el 19 siguiente. Cinco días después, esto es, el 24 de marzo de 1916, Enrique Granados y su esposa, Amparo Gal, se embarcaron nuevamente, esta vez en Folkstone, con dirección a Dieppe, en el Sussex.

Las noticias no son del todo exactas en cuanto a lo ocurrido, cuando este barco es torpedeado por un submarino alemán. Si hemos de creer en el relato del señor o de la señora —pues ni en este detalle se está de acuerdo— Clarence Handuside (actor norteamericano), a la hora del almuerzo fueron sorprendidos por la explosión del torpedo, y aunque el Sussex no llegó a hundirse, cundió el pánico natural entre los pasajeros, cayendo al agua no pocos de ellos. Por lo que respecta al matrimonio Granados, no se sabe si se tiraron juntos por la borda o si él se lanzó al agua al ver que su esposa se ahogaba, desapareciendo los dos, fuertemente abrazados, en el Canal de la Mancha.

En un diario íntimo, el propio maestro intentó una autobiografía que pasó a ser, simplemente, un reflejo muy particular de su propia vida, humana y de artista. En su misma redacción puede advertirse un sesgo romántico, desordenado por su apasionamiento, poético, de quien, ante todo, fue un artista, no únicamente como músico, sino también como dibujante (su amor hacia Goya quedó patente en no pocos apuntes, además de en sus Goyescas) y escritor.

“Aristocráticamente bohemio”, es una definición que hay que tomar no excesivamente al pie de la letra, aunque puede muy bien ayudar a comprender una actitud vital cierta, evidentísima. Pero, sobre todo, es preciso insistir mucho en algo que se le negó a Granados, porque no se ha sabido entenderle demasiado: como luchador. Él supo elevarse desde el pianismo de café (por otra parte, no tan denigrante si lo vemos como forjador de tantas y tantas vocaciones filarmónicas) hasta el aplaudido concertista, solista espléndido, músico de cámara; quiso ascender como pedagogo insigne, desde aquellas lecciones particulares brindadas en el humilde piso de la calle Tallers, n.º 68, a la encopetada Academia Granados de la avenida del Tibidabo, con su sala de conciertos de trayectoria importante; obra tras obra, llegó al personal y espléndido teclado de sus Goyescas, partiendo de aquellas breves mazurcas, Clotilde o Elvira, hoy enredadas entre otras numerosas páginas inéditas, cortas, a veces sólo apuntes, que hacen pensar en los tesoros que, conservan su hija Natalia, y su marido el doctor Antoni Carreras.

El inveterado miedo a la mar de Enrique Granados no sería obstáculo insalvable para cruzar el océano, valiente, unido a su amadísima Amparo, su esposa, en las aguas en las que perecieron los dos; el hecho que, no por dramático y doloroso, no deja de rozar con líneas de presagio que aumentan, poderosamente, al conocer que su hijo Enrique, y los hijos de éste, Enrique y Jorge, llegarían a ser campeones de natación de España, el primero en 1923 y los nietos del compositor en la década de 1950. Y es curioso añadir que los Amigos de Granados (Sociedad fundada por Luis de Zunzunegui) tuvieron como sede el célebre “Camarote de Granados”, de muy sensible evocación, situado en los bajos de aquel Hotel Manila de las Ramblas de Barcelona, el cual venía a ser más que copia, recuerdo del trágico viaje del maestro y su mujer, cuando el regreso a España se adivinaba como merecidamente triunfal. Por el llamado “Camarote” desfilaron los artistas más renombrados, durante la larga década de su existencia, dejando estampadas sus firmas en un entrañable álbum o dedicadas sus fotografías colgadas de las paredes. Con la desaparición de Zunzunegui y el cambio de propiedad del hotel, todo se ha perdido lamentablemente. Natalia Granados, era su presidenta de honor, al lado de Su Alteza Real el infante Luis Alfonso de Baviera.

Todo en Granados es una novela hermosa, romántica y apasionada, que él nos legó con su misma vida, con su propia obra, con su figura de pedagogo que se continuó desde la Academia Granados a la Academia Marshall, de la que salieron alumnos tan eminentes como Alicia de Larrocha o la llorada Rosa Sabater.

Su Majestad el rey Alfonso XIII encabezó la suscripción realizada a raíz de su trágica desaparición, porque se le quiso mucho en vida y se recordó cumplida y sentidamente desde los más apartados rincones del mundo, en beneficio de sus herederos: conciertos, aportaciones de toda índole (una paleta, por ejemplo, del gran pintor Ignacio Zuloaga). Enrique Granados, músico español y universal, permanece en el recuerdo de muchos.

Este comentario sobre Granados ha de añadir los seis títulos de sus Goyescas, porque pueden darnos la medida de su admiración por el genial pintor de Fuendetodos, a la vez que, con sencilla elocuencia, de ellos trasciende ya su perfume poético, romántico en su primordial esencia. Así, su primera parte consta de cuatro números: Los requiebros, Coloquio en la reja, El fandango de candil y Quejas o la maja y el ruiseñor; la segunda parte, incluye solamente dos: El Amor y la Muerte (balada) y Epílogo (Serenata del espectro).

Dentro del mismo orden de cosas, hay que traer a colación los títulos de sus “lieder” tan preciosos, tan emotivos, tan bien trazados por una mano maestra, agrupándose bajo el título ya elocuente de Tonadillas: Amor y odio, Callejeo, El majo discreto, El majo olvidado, El majo tímido, El mirar de la maja, El tralalá y el punteado, La maja de Goya, La maja dolorosa y Las currutacas modestas (a dos voces).

En su metodología pianística son solamente tres los aspectos estudiados, pero haciéndolo sobre temas tan importantes como apenas tratados por nadie con tamaña maestría y oportunidad: breves consideraciones sobre el ligado; método teórico-práctico para el uso de los pedales y ornamentos. Porque sus veintiséis sonatas inéditas para clave, de Doménico Scarlatti, rebasando una indudable índole didáctica, sobre el extraordinario músico italo-escurialense, pertenecen ya a unas consideraciones de interés compositivo. En verdad, no son todavía, escasas las deducciones y el interés de una vasta obra en el soberbio quehacer de Enrique Granados.

 

Obras de ~: Música escénica: Miel de la Alcarria, 1894; María del Carmen, Barcelona, Manuel Salvat, 1898; Blancaflor, I. A. Gual, 1899; Petrarca, 1899; Picarol, 1901; Follet, 1903; Goyescas, 1916. Música sinfónica: Dante (L’entrada a l’infern: Paolo y Francesco), 1908. Orquesta y solista: Tonadillas, 1914.

Coro y acompañamiento: Cant de las estrelles, 1911. Voz y piano: La maja dolorosa n.º 2 y El majo tímido, 1912; Tonadillas, 1914. Música de cámara: Danza española. Piano: Allegro de concierto, 1904; Balada, 1895; El pelele, 1914. Arreglos y transcripciones: Concerto ópera 21 de Chopin, 1900; 26 sonatas de Domenico Scarlatti, 1906; Azulejos de Albéniz, 1911.

Escritos: Archivo Granados, Breves consideraciones sobre el ligado (ined.); Método teórico y práctico para el uso de los pedales de piano, Barcelona, Vidal Llimona y Boceta, 1905; Goyescas (notas al programa), Madrid, R. Velasco, 1916; Ornamentos (inéd.).

 

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Antonio Iglesias Álvarez