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Josep de Margarit de Biure

Biografía

Margarit de Biure, Josep de. Marqués de Aguilar (I), en Francia. Castell de Empordà (Gerona), 10.II.1602 – Durban-Cobièreres (Francia), 23.VII.1685. Gobernador general y virrey de Cataluña (por Francia), lugarteniente general de los ejércitos de Luis XIV.

Hijo de Felip de Margarit Sunyer (c. 1580-1632) y de Beatriu de Biure de Vilanova (muerta en 1641), sus abuelos fueron Leandre de Margarit de Gallart (c. 1550-1638) e Isabel Sunyer de Gualbes. Los Margarit señoreaban Castell-Empordà desde la primera mitad del siglo XV, y Sant Feliu de la Garriga desde el enlace de los padres de Leandre, Pere de Margarit y Gerònima de Gallart, señora de dicho castillo.

El segundo enlace de Leandre de Margarit (1591), y su posterior descendencia, originó un conflicto con su heredero que se saldó en 1625 con una concordia por la cual Leandre retenía el señorío de Castell-Empordà y una renta vitalicia, mientras el resto del patrimonio Margarit pasaba a Felip. Éste había casado en 1601 con Beatriu de Biure, con la que fue padre, además de Josep, de Dionís, Vicens y Francesca. Volvió a contraer matrimonio en 1630 con Beatriu de Gallart, de quien tuvo a María, esposa de Francesc Calvó de Gualbes (1617-1690), mariscal de campo con Luis XIV.

Josep de Margarit heredó de su abuelo a los treinta y seis años, pero antes ya había heredado de su suegro.

A los dieciocho años había contraído matrimonio con su prima segunda, María de Biure de Cardona, hija única y heredera de Rafael de Biure de Montserrat, señor de Vallespinosa y Preixens, y carlán de Vallverd, el cual, en los capítulos matrimoniales les había cedido la mitad de sus dominios; más tarde obtuvieron la totalidad cuando murió en 1634. Se han atribuido a Josep de Margarit episodios de bandolerismo que, en realidad, corresponden a una cuadrilla de bandoleros con el mismo apellido, pero no familia, naturales de Agramunt. De hecho, Margarit nunca operó en el Ampurdán, la fama de señor-bandolero le viene por haberse involucrado en las contiendas de su suegro, ése sí, uno de los más genuinos señores-bandoleros catalanes. En sus primeros comienzos pudieron conocerse con motivo de las parcialidades surgidas con la sucesión de la baronía de Sant Mori, a la que aspiraba Rafael de Biure como esposo de la hermana mayor de los dos últimos barones (segunda década del siglo XVII). Sin embargo, el partido ñerro se alineó en favor del candidato que al final ganó la sucesión, Miquel de Rocabertí y aunque todo el Ampurdán se alzó en bandos, nada se consiguió. Los Margarit de Castell-Empordà debieron alinearse con sus parientes Biure. Otro episodio de bandolerismo en el que se vio implicado por su suegro fue el de Preixens (1627), cuando intentaron cerrar el paso al ganado de los de Agramunt, y éstos alzaron somatenes comarcanos y pusieron asedio al castillo, que tomaron al cabo de dos días, llevando a Rafael de Biure y a Josep de Margarit capturados a Barcelona. Todos los pleitos que Margarit mantuvo sobre su patrimonio fueron continuación de los que había ya abierto su suegro.

Paralelo a sus antecedentes bandoleros, destaca en Josep de Margarit su política claramente anti-monárquica, política que con el tiempo se hizo rencor y le convirtió en el más acérrimo enemigo de Felipe IV, hasta el punto de que en los Perdones Generales que el Monarca ofreció sucesivamente a los catalanes en 1644 y en 1652, Margarit siempre estuvo excluido.

Los cronistas castellanos achacaron su parcialidad al hecho de que el marqués de Los Vélez ejecutara en Cambrils al barón de Rocafort (1640), de quien le creían pariente.

En 1636 la Corona instó a la nobleza catalana a aportar soldados para la guerra en Italia, Margarit siempre se negó a colaborar en estrategias de expatriación de vasallos y de cooperación militar con la Corona.

En 1638 rompió las buenas relaciones existentes con Dalmau de Queralt, conde de Santa Coloma, a la sazón nuevo virrey, al ser injustamente acusado de un asesinato. En 1639, fue uno de los nobles perseguidos por los magistrados de la Real Audiencia, por su negativa a seguir asistiendo en la campaña militar para la recuperación de la fortaleza de Salses.

Su pasado bandolero, su fuerte personalidad y su agresivo carácter, hicieron que los revolucionarios le eligieran jefe militar en octubre de 1640. Se puso al frente de un tercio de catalanes voluntarios a los que convirtió en soldados a base de organización y disciplina, y con ellos se dedicó a hacer lo que mejor sabía, hostigar la retaguardia del enemigo, en palabras de F. Melo, “hacía la guerra en continuos asaltos”. Destinado a guardar el paso por Tivisa, acudió al socorro de Cherta, pero llegó demasiado tarde. En el repliegue de posiciones, Margarit se adelantó y en un golpe audaz asaltó Constantí, plaza donde los hispánicos habían dejado a sus heridos y a más de trescientos prisioneros catalanes, mostrándose intransigente con los militares enemigos rendidos. Luego bajó hasta Tortosa donde tomó e incendió los molinos del azud. Esta estrategia militar, que Margarit practicaba con gran acierto, fue una de las claves de la victoria catalano-francesa en Montjuic sobre el ejército del marqués de Los Vélez, al que hostigó en sus convoyes hasta destrozar sus líneas de aprovisionamiento. A continuación, tomó parte al frente de varios tercios, en el asedio a Tarragona de 1641, ocupando Valls y resultó herido en la cabeza en la acción de 17 de mayo.

Su entrega por la causa revolucionaria y su fuerte determinación en favor de los franceses, enseguida le hicieron ganar muchos puntos con las nuevas autoridades del país. Considerado uno de los líderes de la Revolución más resolutos, los diputados no dudaron en escogerle a él y a Francesc de Vergòs, para efectuar la primera embajada oficial ante la Corte de Luis XIII, en octubre de 1641. La impresión que causó en París debió de ser muy honda, ya que a la lealtad inquebrantable que Margarit siempre mostraría por la causa francesa, se unió la ciega confianza que las autoridades galas tuvieron en su labor. De hecho, no tuvo inconveniente en enviar a sus hijos a educarse en Francia, sin que tal cosa significara un sometimiento servil y absoluto a los designios que traía cada nuevo virrey nombrado en París. Margarit supo sostener sus criterios personales, con franqueza, independencia y energía, a pesar de lo comprometido de su cargo y de su posición, la cual, en más de una ocasión colisionó con intereses patrios o con envidias cortesanas.

En marzo de 1642, de nuevo en Cataluña, tomó parte activa en la derrota infringida al marqués de Pobar, cerca de Montmeló, en la que se distinguió defendiendo valientemente unos pasos, y levantando más tarde hasta tres mil hombres de los somatenes.

El buen entendimiento con La Mothe, de quien era camarada de armas, fue la base sobre la que se fundamentó el éxito de la jornada. En recompensa a sus laureados aciertos militares, París le ascendió a mariscal de campo, y cuando cesó el breve virreinato del marqués de Brézé, le nombró gobernador general del principado, el más alto cargo ejecutivo del país, tan sólo subordinado al virrey. También le concedieron el marquesado de Aitona (1648), desposeyendo a los Montcada filipistas, y que Margarit retuvo tanto tiempo como duró la permanencia francesa en el principado. Investido en su nuevo cargo y ante las alarmantes noticias sobre un levantamiento en el valle de Arán, Margarit se dirigió allí con un ejército y sometió la comarca a sangre y fuego, e hizo lo mismo, a principios de 1644 en las comarcas ampuritanas y viguenses, allá donde se producían focos de desafección.

A continuación, La Mothe le mandó con seiscientos soldados franceses para entrarlos en Lérida, a la sazón sitiada por el ejército hispánico, pero los leridanos no quisieron admitirle y la ciudad se entregó a Felipe IV.

No le resultó fácil a Josep de Margarit desempeñar tan alto cargo, principalmente por dos motivos, en primer lugar por su notoria enemistad con parte del nuevo ejecutivo catalán francófilo, el doctor Fontanella, el mariscal Josep de Ardena, y otros, enemistad cuyos antecedentes se podrían hallar en las facciones bandoleras (Ardena era ñerro, cuando Margarit era cadell), y que se verían forzados, unos y otros, a dejar a un lado cuando, más adelante, la situación política se fue haciendo más crítica. En segundo lugar, estaría la propia dinámica de una difícil situación político-militar, en la cual las tropas francesas fueron convirtiéndose poco a poco de salvadoras en ocupadoras y más tarde, opresoras, pues Luis XIV se vería envuelto en una serie de graves luchas intestinas que le impedirían acudir a una adecuada financiación para su sostenimiento en Cataluña. Los abusos de los soldados franceses produjeron, a lo largo de su mandato, un alud de quejas, a las que Margarit tuvo que hacer frente, y superar solamente gracias a su sólido prestigio.

Gran amigo del mariscal La Mothe, con quien había compartido sus primeras armas, intercedió cuanto pudo para rehabilitarlo desde que en 1642 cayó en desgracia (hasta que la propia Reina gobernadora le mandó cesar en tales intentos). Todos los virreyes franceses, llegaban a Barcelona con instrucciones de asesorarse siempre con Margarit, siendo uno de los que más lo hicieron, el obispo Pierre de Marca, a quien apoyó en contra el conde de Harcourt, cuando este fracasó en su campaña militar de 1646. A mediados de octubre, mandaba los tres mil catalanes que resistían en Cervera el cerco del marqués de Leganés.

En marzo de 1647, cesó en su cargo Pierre de Marca, y aprovechando el vacío de poder en el principado, Margarit se convirtió en la primera autoridad; más tarde, cuando Marca volvió a ejercer el cargo en 1649, fue Margarit su principal asesor y privado. Enemistado igualmente con el mariscal Marchin, se encargó personalmente de detenerlo en enero de 1650 cuando París ordenó su arresto. En aquel momento, la situación política francesa era muy delicada, media Francia se había alzado contra la Monarquía, y se abrían las puertas a una guerra civil cuyas cabezas visibles eran Mazarino, por un lado, y el Gran Condé, por otro. El enorme prestigio militar de Condé, y la amistad que conservaba con muchos de los altos mandos franceses destinados en Cataluña (con el cual habían servido cuando fue virrey), produjo una gran defección en las filas de oficiales del ejército francés, ansiosos por unirse a Condé, defección general que agravó todavía más la situación militar ante las tropas de Felipe IV. Una de las defecciones más graves fue la del propio Marchin, comandante en jefe del ejército, cosa que confirmó la hostilidad que Margarit le había guardado. Se determinó entonces la formación de un Consejo de Guerra Superior, compuesto por cinco miembros, uno de los cuales fue Margarit.

Pronto, el desmoronamiento del frente sur se hizo evidente, el ejército hispánico empezó a recuperar terreno y las zonas más al sur de Cataluña abandonaron el partido francés. Margarit en persona se propuso cortar lo que ya era un levantamiento general antifrancés, acudiendo a la Ribera de Ebro, Mora y Flix con tropas. En esta última población intentó estorbar la pinza con la que Mortara asediaba la plaza, pero la villa capituló enseguida, y poco después también caía Falset; en Cornudella batió al enemigo, sin embargo, fueron los propios naturales quienes le tendieron más de una emboscada con ánimo de asesinarlo, aunque sin éxito; vista la situación de desafección general, Margarit optó por no volver a salir de Barcelona.

Anteriormente, ya había sido objeto de al menos dos intentos de asesinato, frustrados todos gracias a su buena estrella, saliendo de ellos indemne y sin el menor rasguño; en enero de 1651, los más atrevidos pegaban pasquines animando al magnicidio. París volvió a recompensar su lealtad, a principios de 1651, con una condecoración especial y el nombramiento de teniente general del Ejército.

Sin embargo, en octubre, el marqués de Mortara ponía sitio formalmente a la ciudad de Barcelona, dando comienzo al más largo asedio que ha padecido nunca la capital catalana. Se constituyó una nueva junta de defensa, en la cual Margarit y Ardena trabajaron con ahínco, colaborando sin reservas, para superar la crítica situación. La actuación de Margarit durante este duro asedio supuso uno de los episodios más admirables de su carrera política y militar, confirmando con creces la confianza que Luis XIV le tenía depositada.

El 5 de noviembre Margarit dirigió, junto al mariscal Chacón (que resultaría muerto en la acción), una virulenta salida contra el sector del fuerte de Montjuic que, si bien no consiguió posesionarse de los enclaves deseados, sí que causó numerosas bajas al ejército hispánico y le forzó a adoptar una estrategia de asedio pasiva, de bloqueo y contención. El 22 de abril de 1652 dirigió una nueva salida con la que consiguió abrir paso al mariscal La Mothe, que volvía de nuevo como virrey para hacerse cargo de la situación militar.

Junto con La Mothe, Margarit pasó a ser el alma de la resistencia barcelonesa, no solamente dando todo tipo de ánimos y empeñando gran parte de su patrimonio en pagar la subsistencia de las tropas (en un memorial posterior, admitiría haber gastado más de 100.000 libras en el empeño), sino apareciendo como cabeza visible de la resistencia a ultranza ligada a la causa francesa. A pesar de sus esfuerzos, el asedio pasó adelante y empezó a dar sus frutos, de forma que el primer día de octubre, se vio obligado a renunciar a sus cargos y a abandonar poco después la capital furtivamente, de noche, compartiendo una barca con sus más adictos. Llegado a Gerona, Mortara le persiguió con una columna del ejército, y no estando aquella ciudad en disposición de resistir a las tropas hispánicas, pasó a Perpiñán, y de allí a París, donde recibió los parabienes del monarca francés.

A partir de la caída de Barcelona en octubre de 1652, se cierra la primera parte de la Guerra de Separación, y se produce un punto y aparte político y militar. Margarit, al igual que Fontanella o Ardena, fue de los pocos personajes que se sustrajo a la idea de volver a la obediencia de Felipe IV y procurar recuperar el Rosellón y la Cerdaña. Bien al contrario, siguió luchando por la causa francesa, con las armas en la mano y manteniendo importantes efectivos militares catalanes que en próximas incursiones le facilitaron la ocupación de comarcas enteras del norte del país. Su amistad con el privado Mazarino, que siempre sintió por Margarit una profunda admiración, no le impidió denunciar enérgicamente ciertas actitudes abusivas por parte de autoridades francesas, cuando estas eran evidentes. En Perpiñán, Margarit fue la más destacada figura con que contaba Luis XIV, y este supo recompensarle resarciéndole sobre todo de la pérdida de todo su patrimonio en Cataluña (el castillo de Vallespinosa fue destruido por el ejército hispánico —1648—, e incendiadas sus propiedades en Montiró y Pelacals; el resto de sus bienes fueron confiscado por Felipe IV). En agosto de 1648 le concedió el marquesado de Aitona, una renta de 2.000 libras que los Montcada pagaban al conde de Peralada, el castillo de Ampurias (confiscado a los Cardona), dos notarías y la jurisdicción de los lugares que Margarit poseía en el Ampurdán, y entre 1648 y 1652 le permitió usufructuar las baronías confiscadas de los Montcada. Le concedió además la merced de marqués de Aguilar, reuniendo bajo un mismo título todas sus baronías fuera del Ampurdán, y le traspasó diversas heredades confiscadas (de los Sarriera, Vallgornera, Sunyer y Lanuza).

Ya en el exilio, le concedió primero las baronías de Tuïr y de Toluges, que más tarde trocó por la de Brens (al tener que respetar los privilegios de la primera población de no volver a ser infeudada); también algunas rentas confiscadas en el Rosellón a los afectos a Felipe IV.

En junio de 1653, tomó parte en la campaña militar francesa que puso sitio a Gerona, siendo uno de los jefes militares que la dirigieron. Cruzando por El Portús, tomaron Castellón de Ampurias, Figueras y todo el Ampurdán, hasta sitiar Gerona. Tras el socorro del príncipe Juan José de Austria, tuvieron que replegarse de nuevo. En 1654 participaba de nuevo en otra campaña.

Fue nombrado miembro del consejo de gobernación para las nuevas zonas ocupadas, y él mismo dirigió una gran ofensiva con voluntarios catalanes tomando Vilafranca del Conflent y haciéndose dueño de toda la Cerdaña, Berga, Ripoll y Camprodon. Él en persona condujo las tropas que tomaron la Seo de Urgel y Ponts, asegurando las comarcas ocupadas con una activa propaganda anti-hispánica y una estructurada red de guarniciones militares. En 1656 trató de organizar una nueva ofensiva sobre Vic, como paso previo a otra fulminante sobre Barcelona, que esperaba tomar con ayuda de incondicionales; todavía en 1657 tomaba parte en una nueva expedición comandada por el duque de Candale, en la cual ocupó personalmente la villa de Blanes, socorrió Castellfollit de la Roca y fomentó la resistencia de Camprodon. Tales esfuerzos fueron nuevamente recompensados por Luis XIV, que le nombró su virrey en Cataluña, título más nominal que efectivo. Sin embargo, el desentendimiento de París de la guerra de Cataluña condenó al fracaso sus futuros proyectos de recuperación del país y dejaron en vía muerta la misión a la que se había consagrado. En la Paz de los Pirineos de 1659 actuó de embajador de la Diputación del General en el exilio, pero tuvo que aprobar que a partir de entonces el Rosellón, la Cerdaña y otras comarcas pasasen a formar parte del territorio francés.

Sus últimos años los pasó exiliado en Perpiñán, donde, gracias a su enorme prestigio, las autoridades francesas tuvieron que frenar la política de asimilación en el Rosellón, política orientada a la introducción de funcionarios galos, reemplazo de clérigos, predominio de la lengua francesa y nombramiento de franceses para los altos cargos de la Administración civil y militar que Margarit con sus protestas y reclamaciones consiguió ralentizar. Testó el 16 de julio de 1684, muriendo un año más tarde en Durban.

Josep de Margarit ha pasado al imaginario historiográfico catalán como genuino representante del espíritu rebelde, anti-monárquico y soberanista. De un carácter enérgico, astuto y audaz, bien dotado para las acciones militares de su época, supo entender mejor que ninguno de sus coetáneos la importancia de disciplinar un ejército para llevarlo al combate con garantías, ganándose justamente el epíteto de “Marte” catalán. Su figura, a medio camino entre héroe y villano, es una de las más controvertidas de la historia moderna. Apostó cuanto tuvo por la causa francesa en Cataluña, entregándose a ella en cuerpo y alma, convirtiéndose en el más acérrimo enemigo de la Corona hispánica, que le achacaba todos los males generados por aquella guerra. Perseguido por Mortara al capitular Barcelona, excluido consecutivamente de los perdones reales, objeto de diversas conspiraciones y atentados mortales, tuvo que vivir una tercera parte de su vida en el exilio, y jamás vio recuperados sus bienes confiscados a pesar de la suspensión de confiscaciones decretadas en el tratado de Paz de los Pirineos (sólo su nieto conseguiría recuperar algunas de las baronías; Vallespinosa fue concedida a un nuevo barón). Respetuoso con las leyes del país y la Justicia, atendió siempre las quejas de sus conciudadanos por los abusos de la tropa; patriota intransigente, se opuso enérgicamente a la asimilación de Cataluña, aun a costa de enfrentarse a París; feroz en el combate, severo en la disciplina y cruel con el enemigo, sofocó a sangre y fuego, no hizo prisioneros en ocasiones y se jactaba de haber causado la muerte a miles de soldados hispánicos envenenando el tabaco que consumían.

Líder de la revolución, jefe militar indiscutible, hábil político, hizo méritos para que su nombre fuera uno de los cientos que jalonan el Arco de Triunfo en París, donde culminan los Campos Elíseos.

De su esposa María de Biure de Cardona, Margarit tuvo numerosa prole: Jacint (muerto de joven), Rafaela (casada en 1647 con Galceran de Cruïlles, conde de Montagut), Joan, Gaspar (coronel de Caballería, muerto en acción de guerra en la campaña de 1656), Josep (abad de Canigó, muerto en 1701), Jaume y Beatriu (desposada en 1671 con Jean de Gléon, vizconde de Durban). Su sucesor fue su hijo Jaume, puesto que el mayor, Joan, sucedió en el patrimonio de los Cruïlles de Montagut al casarse con Rafaela de Negrell en 1675. Sin embargo, muerto sin descendencia Jaume (1700), el patrimonio Margarit revertió a los hijos de Joan. Domènec de Margarit de Negrell, el tercero de ellos, fue el último descendiente agnaticio de Josep de Margarit, pasando la sucesión de los títulos a los Bon, extinguidos en la primera mitad del siglo XIX.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona, Archivo de la familia Biure-Margarit [Patrimonial, sèrie III]; Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona, Pergaminos A y B; Miscelánea, reg. 20/1, 31/1, 33/4, 62/6 y 73/3; Archivo del Ministerio francés de Asuntos Exteriores, Correspondance Politique; Archivo de la Corona de Aragón, Arxiu Pablo de Sàrraga, caja n.º 143, camisa “Margarit”; Generalitat; Real Audiencia, Pleitos civiles n.os 2.056, 2.252, 6.858, 7.936, 8.010 y 15.160; Archivo Histórico Archidiocesano de Tarragona, Parroquia de Vallespinosa, Sacramentales y protocolos de la rectoría; Biblioteca de Catalunya, Manuscrito n.º 500 y 502; F. Bons, 170; Bibliothéqué Nationale de France, Au Roy [...] (memorial que Josep de Margarit elevó a Luis XIV), 1653, Z THOISY-69, Tolbiac.

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Manuel Güell Junkert

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