González Velázquez Viret, Antonio. Madrid, 3.VII.1723 – 18.I.1794. Pintor.
Miembro de una familia de artistas estrechamente vinculada al arte, pues aparte de la fama de su padre como escultor, sus dos hermanos mayores, Luis y Alejandro, se dedicaron posteriormente a la pintura, nació Antonio en Madrid del matrimonio entre Pablo González Velázquez y Ana María Viret. Formado en el taller familiar, donde ya destacó por sus dotes artísticas, entró a continuación en la Academia de San Fernando y se presentó, en 1746, al concurso organizado por dicho centro para conceder una beca de estudios en Roma. Antonio, que aportaba dos cuadros sobre Lot y sus hijas y El sacrificio de Abraham, lograba la plaza de pintura, casándose a finales de ese mismo año con María Rodríguez Machado de Lucas. Una de las hijas del matrimonio, María, contrajo posteriormente nupcias con el pintor Maella.
En enero de 1747 salió hacia Barcelona en compañía de su esposa y de los becados por escultura y arquitectura, no llegando a Roma hasta el mes de abril tras un accidentado periplo. Una vez en Italia visitó los estudios de diversos artistas y entró como alumno en el taller de Conrado Giaquinto, muralista napolitano de reconocido prestigio que, formado en la corriente barroca de Solimena y Conca, por su desenvuelta pincelada o la delicada gama cromática con que plasmaba las carnaciones o la vestimenta de sus figuras, tampoco era ajeno al mundo rococó.
La excelente formación técnica recibida del italiano, rápidamente asimilada por el joven artista, tuvo inmediata plasmación en la cúpula y pechinas de la iglesia de los Trinitarios, en vía Condotti, obras al fresco terminadas por Antonio en octubre de 1748 que sorprendieron por la plasticidad de los personajes, los efectos de perspectiva o la combinación de colores.
Fruto, además, de ese aprendizaje fue la tela Samuel ungiendo a David, de 1749, enviada preceptivamente a la Real Academia de Madrid en su condición de becado. Estos años en Italia junto al napolitano resultaron, pues, decisivos en su formación como pintor y en su posterior desarrollo estético, gozando ya de una incipiente fama que no tardó en llegar a su país natal.
Así, los informes recibidos en Madrid sobre sus aptitudes artísticas y el aplauso general ante sus trabajos en vía Condotti favorecieron que en 1752 José de Carvajal, primer ministro de Fernando VI, lo llamara para trabajar en el Pilar de Zaragoza y, a continuación, en la Corte. El artista llegó a la ciudad del Ebro en octubre de ese año y, a instancias de Ventura Rodríguez, arquitecto real que en esos momentos dirigía una amplia remodelación del templo, le encargó la decoración de la cúpula y pechinas de la Santa Capilla, espacio emblemático en la nueva disposición del edificio. Al respecto, Antonio comenzó su tarea a través de unos bocetos que, preparados en Roma bajo la supervisión de Giaquinto, representaban la Venida de la Virgen del Pilar y la Construcción de la Santa Capilla, dinámicas composiciones que por la nerviosa pero certera pincelada y su colorido cálido y luminoso ya resultaban notables en sí mismas.
Fundiendo, así, ambos estudios, Antonio elaboró una movida escena donde, entre un cúmulo de nubes, se agitan figuras y ángeles con una precisión que no elude las forzadas actitudes o los atrevidos escorzos, todo enfatizado por una fulgurante tonalidad dorada donde, de nuevo, vuelve a manifestarse el influjo de su maestro. Tras plasmar las Cuatro mujeres fuertes de la Biblia en las pechinas, el 12 de octubre de 1753, festividad de Nuestra Señora del Pilar, dio por terminada la obra, acogida con excelentes críticas por su espectacularidad, a modo de abarrocada apoteosis, y por la riqueza tonal, plena de refinamiento dieciochesco, lo que convertía a Antonio en el primer gran decorador que incorporaba las formas del rococó romano-napolitano al gusto español. La cúpula constituyó, además, todo un estímulo para los jóvenes artistas aragoneses, como Francisco Bayeu y Francisco de Goya. Estos momentos de éxito durante su estancia en Zaragoza se vieron turbados por la inesperada muerte de su esposa a principios de diciembre, lo que estimuló su inmediato viaje a la capital.
Ya en Madrid a principios de 1754, Antonio volvió a contactar con Giaquinto, en esos momentos primer pintor de cámara y director de la Academia de San Fernando. El napolitano, le introdujo en el ambiente artístico de la Corte y le recomendó al Monarca para diversos encargos, entre los que no faltaron los trabajos en diversos templos de fundación real. Así, a poco de su llegada, se encargó de la decoración de la iglesia del convento de la Encarnación, donde, con la ayuda de su hermano Luis, realizó un fresco sobre san Agustín en la bóveda del crucero.
Mientras, la Academia no tardó en designarle como académico de mérito y teniente director adjunto de Pintura, solicitando a continuación, en 1755, el nombramiento de pintor de Cámara, con informe favorable de Giaquinto. Pese a no obtener el cargo en firme, se le asignó un sueldo como tal de 12.000 reales. Un año después se casó en segundas nupcias con Manuela Tolosa Abilio, de quien tuvo numerosa prole, como Cástor y Zacarías, también pintores, e Isidro, famoso arquitecto. Hacia 1757, a impulsos de la reina Bárbara de Braganza, actuó en la cúpula del Real Monasterio de las Salesas asociado a su hermano Alejandro, quien, debido a su formación como escenógrafo, intervenía en muchos de sus trabajos para los motivos ornamentales o arquitectónicos. Un año después, trabajó en la bóveda de las Descalzas Reales, espacio donde destaca el emotivo cruce de miradas entre la Virgen y san Francisco, para, a continuación, ahora junto a Luis, decorar la cúpula elíptica sobre el crucero de San Miguel, hoy iglesia de la Nunciatura Apostólica.
Su entrada en la Real Fabrica de Tapices en 1761, donde al principio elaboró sus cartones con especial inspiración en los cuadros de Teniers y Wouwerman, preludiaba realizaciones de más calado para la Casa Real, y, así, entre 1763 y 1765, bajo el reinado de Carlos III, decoró los techos de varias piezas del Nuevo Palacio Real con diversas alegorías, como su Colón ofreciendo el Nuevo Mundo a los Reyes Católicos para el salón de besamanos de la reina madre Isabel de Farnesio. La escena aparece dominada por un amplio pedestal sobre el que los Monarcas, bajo elevado baldaquino, reciben los honores del Descubrimiento de América por parte de Colón, seguido, a su vez, por larga fila de porteadores con presentes. Argumento aparte, Antonio, quizá influido por el clasicismo propugnado por Mengs, se alejaba ahora del agitado barroquismo de Giaquinto en busca de una escenificación más serena, con límpidos celajes y un dibujo más acabado frente a la vivaz factura del napolitano. Durante el reinado de Alfonso XII esta pieza se fusionó arquitectónicamente con otras dos salas que, en conjunto, constituían el denominado Cuarto de la Reina, a fin de crear el actual comedor de gala. Respetada la decoración de los techos, también firmados por Francisco Bayeu y Mengs, el de Antonio preside ahora el tramo central de la nueva estancia.
Esta intensa actividad al servicio del Rey favoreció el que la Academia le nombrara director de Pintura en 1765, aunque la plaza no se hizo efectiva hasta veinte años después por no haber vacante. Asimismo, inició por esta época su tarea como pintor escenógrafo con decoraciones efímeras para el teatro del Buen Retiro o el palacio de Aranjuez. Sin embargo, cuando en 1771 intentó reanudar su faceta de fresquista y participó en el concurso para la decoración de la llamada bóveda del Coreto, en el Pilar de Zaragoza, fue vencido por el joven Goya. El rápido protagonismo alcanzado por Francisco Bayeu y Maella le fueron, asimismo, privando paulatinamente de los principales encargos en palacio, hecho favorecido por el desdén manifestado por Mengs hacia su figura, impidiéndole, por ejemplo, que en 1776 consolidara su puesto de pintor de Cámara, ya que, aunque cobraba como tal, aún no había jurado el cargo.
Ante el cariz de esta relación no es de extrañar que, en 1778, Antonio diera por terminada su tarea en la Real Fábrica de Tapices, entidad dirigida por el propio Mengs y para la que había realizado más de sesenta cartones a lo largo de diecisiete años. No obstante, retomó su faceta de escenógrafo teatral y se convirtió en director de decorados del teatro del Príncipe durante la década de 1780, reanudando, asimismo, su relación con la Casa Real con nuevos trabajos efímeros para el Real Sitio de Aranjuez.
Los últimos años de su vida, ya en pleno ostracismo como pintor, apenas fueron animados por su asistencia a los diversos actos de la Academia. Tras hacer testamento el 12 de enero de 1794, falleció seis días después en su domicilio de la calle del Olmo, siendo enterrado en la iglesia de San José, templo donde, junto a su hermano Luis, también había dejado huellas de su arte.
Obras de ~: Lot y sus hijas, 1746; El sacrificio de Abraham, 1746; El Buen Pastor, 1748; Samuel ungiendo a David, 1749; Venida de la Virgen a Zaragoza, 1752; Construcción de la Santa Capilla en el Pilar de Zaragoza, 1752; Aristóteles y Alejandro, c. 1754; Santos franciscanos en la Corte Celestial, iglesia de las Descalzas Reales, Madrid, c. 1758; Apolo premia los talentos, Palacio Real, Madrid, 1765; Colón ofreciendo el Nuevo Mundo a los Reyes Católicos, Palacio Real, Madrid, 1765; Retrato del duque de Híjar, 1774; San Buenaventura descubre la lengua incorrupta de san Antonio, c. 1774; Alegoría de la Orden del Toisón, c. 1775; Alegoría de la Orden de Carlos III, c. 1775.
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Ángel Castro Martín