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Segismundo Casado López

Biografía

Casado López, Segismundo. Nava de la Asunción (Segovia), 1.X.1893 – Madrid, 1968. Coronel de Caballería del Ejército Popular de la República, protagonista principal del golpe de Estado que se dio en Madrid contra el Gobierno en marzo de 1939 que precipitó el final de la Guerra Civil.

Hijo de Tomás Casado y de Tomasa López; su padre era bracero del campo, analfabeto e hijo y nieto, a su vez, de campesinos de la misma condición, según testimonio del propio coronel Casado (Legado de su amigo Rafael Calzada Ferrer, depositado provisionalmente en el Archivo General Militar de Ávila).

Esta desgraciada circunstancia hizo que, desde niño, se identificase con los “dolores del pueblo” y viviese con la esperanza de un pronto “mejoramiento moral y material de los obreros y campesinos”.

Se distinguió enseguida por su aplicación en la escuela del pueblo, donde un maestro (más dotado de buena voluntad que de preparación, en opinión del propio coronel) se esforzaba en instruir a cerca de trescientos niños. Puesta de manifiesto la capacidad intelectual de Segismundo, sus padres hicieron todos los sacrificios necesarios para que pudiera seguir estudiando.

Gracias a este esfuerzo y una vez terminado el bachillerato en Valladolid, consiguió ingresar en la Academia de Caballería, ubicada en esta ciudad, a la edad de 14 años. En 1911, antes de cumplir los 18 años y acabados sus estudios en este centro de enseñanza militar, fue promovido al empleo de segundo teniente de Caballería con el número quince de una promoción de cuarenta y cuatro alumnos.

1918 es el año de su ingreso en la Escuela Superior de Guerra y de su ascenso a capitán. Terminados los cincos cursos de Estado Mayor y realizadas las prácticas reglamentadas, fue declarado apto para este Cuerpo y destinado a Marruecos, donde prestó sus servicios en Caballería, Estado Mayor y Aviación.

Según consta en el Legado antedicho, y a pesar de su arraigado sentimiento republicano, Casado afirma que fue leal a su juramento militar hasta el 13 de septiembre de 1923, cuando el general Primo de Rivera dio el golpe militar que impuso la dictadura de su nombre y acabó con la Restauración y el turno de los partidos conservador y liberal; era el fin del régimen establecido a partir del “pronunciamiento” del general Martínez Campos en Sagunto y propiciado por Cánovas desde su “Ministerio-Regencia” a la muerte de Alfonso XII, mediante el Pacto de El Pardo, nombre que se dio a los acuerdos entre Cánovas y Sagasta de forma no muy apropiada. A partir del pronunciamiento de Primo de Rivera, Casado se declaró en rebeldía hasta la caída del dictador y su exilio en París, donde murió muy pronto, abandonado y atendido sólo por su familia. Asegura Casado que ingresó en prisiones militares por la defensa de los procesados que se sublevaron contra la dictadura, pero olvida que él mismo llegó a conspirar contra aquélla.

Ascendido a comandante por elección (7 de octubre de 1929), fue destinado en 1930 a la Escuela Superior de Guerra como profesor de Táctica. Al año siguiente se anuló su ascenso a comandante, según la Orden Circular (OC) de 25 de mayo de 1931, pero continuó de profesor auxiliar en la Escuela, donde redactó un trabajo titulado Organización del Ejército Francés. Este estudio y otros realizados para llevar a cabo su labor de profesor, le hicieron aumentar su competencia técnica y adquirir una extensa cultura militar que le proporcionaron un gran prestigio en los ambientes militares; además, tuvo el acierto de no dejarse influir por la forma de encuadrar y emplear los medios acorazados que tenían los altos mandos militares del país vecino. Desde su puesto, abogó por la radical transformación de la Caballería en un Arma blindada, como se decía entonces, y eminentemente móvil. La posibilidad de que el desarrollo técnico facilitara el aumento de esta característica en las unidades de Caballería fue siempre su obsesión. Conside raba que los carros de combate obtendrían su mayor rendimiento actuando en combinación con otras unidades motorizadas de la citada Arma en maniobras ágiles y profundas. Por este buen criterio de cómo se debían concebir y desarrollar las maniobras de las unidades blindadas, se ha afirmado del coronel Casado que fue un adelantado a su tiempo. Por ello, no puede extrañar que, después de la batalla de Brunete, se quejara amargamente de que se hubiera obligado a los carros de combate a mantenerse horas y horas frente a las posiciones enemigas, dando la oportunidad a la Artillería nacional de corregir con precisión sus fuegos y de destruir un buen números de aquéllos.

Además, en sus informes, advertía del desgaste del material y las múltiples averías que se producían por el recalentamiento de los motores al emplear los medios blindados de esta forma, así como de la fatiga y el agotamiento de los tripulantes, que les impedían combatir en las debidas condiciones.

Recibió con lógico entusiasmo la República, régimen, no lo dudaba entonces, que podría conseguir, por fin, la redención de las clases más desfavorecidas; pero muy pronto empezaría a desilusionarse. Ascendió a comandante el 23 de noviembre de 1934 y, en enero del siguiente año, fue nombrado jefe de la escolta del presidente de la República, destino en el que le sorprendió la sublevación del 18 de julio del 1936 y el inicio de la Guerra Civil. Responsable de la seguridad del presidente de la República, entonces Manuel Azaña, decidió trasladar a este último desde el palacio de El Pardo a Madrid, previendo que el Regimiento de Transmisiones, con acuartelamiento en el citado lugar, se sublevara, hecho que efectivamente ocurrió, e intentase alguna acción contra el presidente. Con esta iniciativa, evitó una muy probable captura de Azaña.

Inmediatamente fue nombrado jefe de Estado Mayor de la columna Bernal, que se organizó para defender Somosierra. Pero en septiembre, y una vez ascendido a teniente coronel, fue destinado al Ministerio de la Guerra como jefe de operaciones por Largo Caballero.

Este cargo lo simultanearía con el de director de la Escuela Popular de Estado Mayor, nombre que sustituía al de Escuela Superior de Guerra, y el de inspector general de Caballería desde mayo de 1937 a marzo de 1938. Desplegó entonces una gran actividad organizativa, por lo que se le ha considerado como unos de los principales artífices de la organización del Ejército Popular de la República. En Albacete dirigiría la instrucción y adiestramiento de las brigadas mixtas. Sin embargo, no era partidario de que este escalón de gran unidad tuviera tal carácter y se considerase a la brigada mixta, en consecuencia, como la unidad de maniobra; prefería que la división fuera la que se estructurase de esta forma. Era el sistema tradicional de organizar el Ejército en España y por la que se inclinó el bando nacional.

Después de haber participado en la defensa de Madrid y combatido en la batalla del Jarama, que acabó en tablas, también intervino en la de Brunete. Había ya fracasado el ataque principal de las unidades republicanas; entonces se le pidió que se hiciera cargo del XVIII Cuerpo de Ejército, en sustitución de Jurado (julio y septiembre de 1937). Para continuar la ofensiva, planeó una maniobra atrevida. Estaba bien concebida, pero la reacción de las unidades nacionales, que ya habían recibido refuerzos, y la falta de profesionalidad de sus mandos subordinados impidieron llevarla a cabo. La mayoría de sus oficiales procedían de milicias y, mientras mandaron pequeñas unidades, su intuición y valor, en determinados casos y especialmente en situaciones defensivas, compensaban su falta de preparación; pero cuando se pusieron al frente de unidades de mayor entidad, estas cualidades, a las que se podía añadir su experiencia reciente de combate, resultaron insuficientes para compensar sus carencias técnicas Estas graves deficiencias impidieron, a lo largo de toda la Guerra Civil, la correcta ejecución de numerosas maniobras, que, en principio, estaban bien planteadas.

El general Rojo también tropezó con demasiada frecuencia con estas dificultades, pero ninguno de los dos supo encontrar la forma de remediarlas.

Ante otra situación delicada en el frente de Aragón, Indalecio Prieto, ministro de la Guerra, recurrió de nuevo al teniente coronel Casado y le nombró jefe del XXI Cuerpo de Ejército. Debía realizar una complicada maniobra que también fracasó. Modesto Guilloto, jefe del V Cuerpo de Ejército, se había negado a ejecutarla anteriormente. Sin embargo, y posteriormente, Guilloto acusó por esta derrota a Casado de incompetente e incluso de traidor a la causa republicana.

Para el historiador militar R. Salas Larrazábal, ambos calificativos son injustos y los argumentos a los que recurrió Guilloto para justificar su censura, han sido considerados por Ricardo de la Cierva como intencionadamente falsos; crítica amarga que pudo ser motivada por el resentimiento que produjo el “golpe” dado por Casado en Madrid contra el Gobierno que presidía Juan Negrín, al que apoyaban decididamente los comunistas. En marzo de 1938 fue nombrado, ya con el empleo de coronel, jefe del Ejército de Andalucía, pero muy pronto (17 de mayo) volvió a Madrid como jefe del Ejército del Centro, en sustitución del general Miaja y sin poder llevar a cabo su soñada operación contra Mérida para partir en dos la zona nacional.

Ocupada Cataluña por el bando nacional, Negrín reunió a los altos mandos militares republicanos en la finca de Los Llanos, inmediata al aeródromo del mismo nombre, el 16 de febrero de 1939; entre los presentes se encontraban el general Miaja y el coronel Casado. Su intención era convencerles para resistir, al menos, seis meses más, pero resultó evidente, unos días después, que no logró su objetivo, aunque existen diversas versiones de lo acontecido en la reunión.

El día 2 de marzo, el general Matallana y Casado se entrevistaron de nuevo con Negrín en Elda, pero, por la tarde, ambos se trasladaron a Valencia. Allí, de acuerdo con el general Miaja, decidieron intentar que Burgos admitiera una rendición con condiciones.

El intento de Negrín de hacer volver a Casado a Elda el día 3 de marzo y el propósito de entregar el Ejército a los comunistas mediante los nombramientos que se efectuaron en los Diarios Oficiales del Ministerio de la Guerra del 3 (del que existen ejemplares) y del 4 de marzo (que fueron destruidos) son los hechos que provocaron la decisión del coronel Casado de realizar su propio y paradójico “pronunciamiento” contra la República. Previamente había renunciado al ascenso a general concedido por el presidente del Gobierno, Juan Negrín, en un intento de atraérselo.

Al mando del Ejército del Centro, en la noche del 5 al 6 de marzo, se sublevó en la capital. Azaña ya había dimitido de la Presidencia de la República desde Collonges (Francia) y el mismo general Rojo daba la guerra por perdida y se negaba a volver a España.

Contaba Casado con el apoyo de Julián Besteiro, de los generales Miaja y Matallana y del IV Cuerpo de Ejército, que mandaba el anarquista Cipriano Mera; no así de los otros tres integrados en su gran unidad.

Hacía unos días que ya había contactado con la quinta columna madrileña, pues, desde la derrota de la batalla del Ebro, consideraba que la guerra estaba perdida. Su primer interlocutor fue el teniente coronel Centaño; pero conviene advertir que el encuentro fue por iniciativa de éste, que visitó inopinadamente a Casado en su propio despacho.

El coronel Casado constituyó de inmediato el Consejo Nacional de Defensa, del que se nombró presidente; pero sólo por un día, pues cedió su jefatura al general Miaja al siguiente, reservándose la cartera de Defensa. Pensaba ingenuamente que, respaldado por esta nueva institución de gobierno, tendría más posibilidades de imponer al general Franco unas mínimas condiciones de rendición. Rápidamente, los mandos comunistas de los Cuerpos de Ejército I, II y III retiraron diversas unidades de su obediencia del frente y se dirigieron a Madrid. Miaja se presentó en la capital el día 6 por la tarde y se estableció en los sótanos del Ministerio de Hacienda, desde donde había dirigido la defensa de la ciudad. Después de un intento fallido de poner de su parte al coronel Ortega, jefe del II Cuerpo de Ejército, se volvió a Valencia.

Dejó al general Matallana al frente del Consejo, con la intención de enviar hacia Madrid los refuerzos que pudiera del Ejército de Levante. Mientras, una fuerte columna comunista, al mando del coronel Barceló, entró en la capital y llegó hasta los Nuevos Ministerios.

Otra se estableció a lado de la plaza Monumental de toros, amenazando directamente la “posición Jaca” en la Alameda de Osuna (cuartel general de Casado), que ocuparon, así como la plaza de Manuel Becerra.

Las unidades, que Mera había puesto a disposición de Casado, tuvieron que replegarse hacia Chamartín.

La situación del coronel era muy comprometida, a pesar del apoyo del teniente coronel Camacho, comunista y jefe de la Aviación republicana, que puso a su disposición las fuerzas que tenía en Cuatro Vientos.

Entonces, Cipriano Mera se decidió a cruzar las líneas enemigas y dirigirse a Guadalajara para enviar hacia Madrid las divisiones de su gran unidad, que se encontraban en el citado frente y estaban mandadas por Liberino González y Rafael Calzada, jefes de toda confianza. La situación cambió radicalmente, pues las unidades de obediencia comunista fueron cogidas entre dos fuegos. Fracasada una mediación del coronel Ortega, el principal jefe opositor, Barceló, que posteriormente murió fusilado, se mantuvo firme con su columna y opuso una gran resistencia. Hasta el día 12 de marzo no fue vencido el último reducto comunista de los Nuevos Ministerios.

La derrota de los comunistas no produjo en Burgos los efectos deseados, y los esfuerzos del coronel Casado y del ejemplar Julián Besteiro resultaron inútiles, pues el general Franco ordenó la suspensión de las negociaciones e impuso la rendición incondicional.

El coronel Casado nunca llegó a comprender el carácter radical que tuvo la sublevación del 18 de julio de 1936, tan distante de los múltiples “pronunciamientos” del siglo xix. La falta de resultados en las negociaciones con Burgos acabó por hundir la moral republicana y Madrid fue entregado sin lucha el 28 de marzo de 1939. El coronel Casado, por sugerencia del general Franco, se trasladó a Valencia ese mismo día con el fin de exiliarse. La ciudad ya había sido tomada por los nacionales, pero Casado no fue molestado e incluso llegó a hablar por Radio Valencia el día 29 a las 13,30 para calmar los ánimos y evitar desórdenes.

Inmediatamente después de su alocución radiofónica, se trasladó a Gandía, sin que ni siquiera se tomaran medidas de seguridad, para embarcarse en el buque Galatea al día siguiente. Tuvo una última preocupación por la situación muy peligrosa y a punto de estallar en que se encontraban numerosas unidades republicanas.

Esperaban su embarque hacia el exilio en los muelles del puerto de Alicante por órdenes suyas, pero fuerzas nacionales de tierra y mar las cercaban y se lo impedían. No consiguió enlazar con unos y otros desde el barco, pero el problema pudo resolverse sin derramamiento de sangre. El día 3 de abril llegó a Marsella y el día 4 por la tarde (a las 20 horas), después de haber cruzado toda Francia en tren y el Canal de la Mancha, ya estaba en Londres en compañía de Rafael Calzada y el padre de Santiago Carrillo, Wenceslao, componente del Consejo de Defensa.

En Inglaterra se estableció con su mujer Carmen Santodomingo y sus dos hijos, Segismundo y María del Carmen. Allí se publicó su libro The last days of Madrid (1939), anticipo del que escribiría años más tarde, ya en España, Así cayó Madrid, editado por Guadiana en 1968. Los primeros años de exilio fueron muy duros, falto de salud y de medios económicos y desatendido por su hermano César. Además, se le dio de baja en el Ejército el 28 de octubre de 1941. Posteriormente se trasladó a Colombia y Venezuela (1947), convertido en un hombre de negocios.

Consiguió regresar el 5 de septiembre de 1961 a España, donde tuvo que someterse a un consejo de guerra (causa n.º 1.346-63), del que salió absuelto por sobreseimiento y no tener delitos de sangre (18 de septiembre de 1964), pero no logró su reingreso en el Ejército con el empleo de comandante, que era su gran ilusión y que le hubiera asegurado económicamente.

Su petición fue denegada definitivamente el 25 de mayo de 1965. Pasó sus últimos años en Madrid, muy aquejado de asma, y murió en 1968.

Según consta en la documentación existente en el legado de Rafael Calzada Ferrer, declara que no militó nunca en partidos políticos ni organizaciones sindicales, aunque es conveniente señalar que mantuvo buenas relaciones con los anarquistas. A esta apuesta por su independencia y objetividad en la crítica política, le falta la aclaración de que pertenecía a la masonería, que era una opción nada imparcial con respecto a la clásica división política entre derechas e izquierdas, al menos en España. Se declara amante de la justicia y la verdad sobre todas las cosas, porque era la única forma de poder aliviar el “dolor de los humildes”.

Insiste, en la documentación citada, que su intención era siempre la de favorecer al pueblo necesitado y sufriente: “me alejo del poderoso y me acerco a los humildes”.

Para el coronel Casado, el Ejército debía ser un instrumento de fuerza del pueblo, que tenía derecho a emplearlo como estimara conveniente en uso de su soberana voluntad. Si su actuación se oponía a los deseos del pueblo, debía ser calificado de traidor. Consideraba, además, que si entre el pueblo y el Ejército se interponía un poder que asfixiara sus anhelos, el Ejército tenía “el deber de derrumbar a ese poder”. Era un argumento para justificar su “golpe”, desde luego menos humano que el basado en el inútil derramamiento de sangre y utilizado en su libro Así cayó Madrid. No podía consentir que Negrín convirtiera a España en un satélite de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y le parecía execrable empeñarse en prolongar la guerra para intentar solaparla con el previsto e inminente conflicto mundial. Estaba convencido de que toda resistencia era inútil y sentíase obligado a evitar más derramamiento de sangre. Negaba al Gobierno republicano legitimidad democrática, al que consideraba “en realidad una dictadura impuesta por el doctor Negrín al servicio de una potencia extranjera”.

En el citado libro describe, además, su desilusión progresiva por la República, especialmente a partir de la revolución de octubre de 1934, a la que califica de “crimen de lesa patria”. Afirma también que “el desacato a la autoridad y el desorden se hicieron ley” desde principios de 1936, y acusa al Partido Comunista de ser el principal causante de dicha situación, lo que no es históricamente muy preciso.

Por este motivo, consideraba que “la contienda era inevitable”. Tilda a Casares Quiroga y Azaña, a quien despreciaba, de nefastos y provocadores de la Guerra Civil. El atentado a Calvo Sotelo lo califica de “monstruoso asesinato” y a Negrín, de dictador al servicio de la Unión Soviética.

Cualesquiera que sean las críticas que se puedan realizar de sus opiniones, se ha acabado por imponer, entre la mayoría de los historiadores, que debe figurar en su haber la apuesta por el realismo y el sentimiento humanitario en las horas postreras del régimen republicano.

También es considerado por varios e importantes historiadores militares (Martínez Bande, hermanos Salas Larrazábal, Casas de la Vega) como un honrado, competente y bien intencionado profesional militar, con más dotes para la organización que para la táctica o la estrategia; sin embargo, sus ideas políticas han sido calificadas por diversos historiadores (Cabanellas, De la Cierva) de ingenuas y no lo suficientemente puestas al día.

 

Obras de ~: Así cayó Madrid, Madrid, Guadiana, 1968.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Sección 1.ª, leg. C-1758; Archivo General Militar de Ávila, legado de Rafael Calzada Ferrer.

J. Modesto Guilloto, Soy del Quinto Regimiento, Paris, 1969; R. de la Cierva, Historia ilustrada de la Guerra Civil española, Barcelona, Danae, 1970; R. Casas de la Vega, La guerra, Madrid, Empuje, 1972; R. Salas Larrazábal, El Ejército Popular de la República, Madrid, Editora Nacional, 1973; J. R.

Alonso, Historia política del Ejército español, Madrid, Editora Nacional, 1974; P. Aguado Bleye, Manual de Historia de España, t. III, Madrid, Espasa Calpe, 1975; G. Cabanellas, La guerra de los mil días, Buenos Aires, Heliasta, 1975; J. M. Gárate Córdoba, Partes oficiales de la guerra (1936-39), Madrid, San Martín, 1977; H. Thomas, La Guerra Civil española, Madrid, Urbión, 1979; M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, Barcelona, Grijalbo, 1980; F. C. Albert, Carros de combate y vehículos blindados de la guerra 1936-39, Barcelona, Borrás, 1980; R. y L. Salas Larrazábal, Historia General de la Guerra de España, Madrid, Rialp, 1986; J. Martínez Aparicio, Los papeles del general Rojo, Madrid, Espasa Calpe, 1989; J. Albi, L. Estampa y J. Silvela, Un eco de clarines, Madrid, Tabapress, 1992; R. Casas de la Vega, Franco militar, Madrid, Fénix, 1996; R. de la Cierva, Historia esencial de la Guerra Civil española, Toledo, Fénix, 1996; E. Malefakis et al., La Guerra de España, Madrid, Taurus, 1996; J. P. Fusi y J. Palafox, España 1808-1996, Madrid, Espasa Calpe, 1997; J. Mazarrasa, Los carros de combate en la Guerra de España 1936-1939, Valladolid, Quirón, 1998; R. Lión, A. Bellido y J. Silvela, La Caballería en la Guerra Civil, Valladolid, Quirón, 1999; M. Azaña, Diarios completos, Barcelona, Crítica, 2000; P. Moa, El derrumbe de la segunda república y la Guerra Civil, Madrid, Ediciones Encuentro, 2001; Contra la mentira, Madrid, Libros Libres, 2003; Los mitos de la Guerra Civil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2003; 1934: comienza la Guerra Civil, Barcelona, Áltera, 2004.

 

Juan María Silvela Miláns del Bosch