González-Gallarza Iragorri, Eduardo. Logroño (La Rioja), 18.IV.1898 – Madrid, 24.V.1986. Militar, aviador, ministro.
Nació en el seno de una familia de larga tradición militar. Ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1913, y con dieciocho años de edad fue promovido a alférez, desempeñando diversos destinos en Marruecos hasta que, en 1920, siendo ya teniente, ingresó en la Aviación Militar formando parte de la 10.ª promoción que, convocada por el general Echagüe para formar cien pilotos, tanto juego dio en las campañas de África en los años siguientes.
Desde 1921 participó muy activamente en Marruecos en aquella dura y difícil guerra desarrollada en un terreno de imposible orografía y peor clima, en que la Aviación Militar, en sólo seis años, se forjó el derecho a codearse con las demás veteranas armas de los Ejércitos de España, escribiendo las primeras páginas de la historia de nuestra Aviación.
Se distinguió el teniente González Gallarza en las duras jornadas de Yebala, sobre un terreno boscoso en el que tan difícil se hacía la observación aérea. Ascendido a capitán en 1923, después de unos meses destinado como profesor de vuelo en la Escuela de Transformación, en Cuatro Vientos, regresó a Marruecos y participó al mando de una escuadrilla, en los combates para la toma de Tazarut, en los bombardeos a las faldas del mítico yebel Alam, y en los ataques a las harkas enemigas que trataban de apoderarse del peñón de Vélez de la Gomera, en difíciles y arriesgados vuelos en los que los aviadores habían de permanecer en cada misión, más de dos horas sobre territorio insumiso.
Durante las operaciones de socorro a la sitiada posición de Tifaruin, el 22 de agosto de 1923, localizó un nido de ametralladoras enemigo, y en un furioso ataque con bombas, en vuelo rasante, lo aniquiló, recibiendo él dieciocho impactos en su biplano De Havilland DH-9. Por este hecho, además de ser felicitado en la orden del Ejército de África, recibió la Medalla Militar que le fue impuesta solemnemente un mes más tarde, el 24 de septiembre, en el aeródromo de Tauima, por el comandante general de Melilla.
Al mando de la 2.ª Escuadrilla Expedicionaria de Breguet XIV, combatió en ambas zonas del Protectorado, destacando su labor en las operaciones defensivas de la línea del Lau en las que resultó gravemente herido por fuego de tierra, mientras abastecía de hielo a la posición de Koba Darsa cercada por la harka, continuando, no obstante, la misión hasta rematarla, logrando luego llegar con gran esfuerzo a la posición de Uad Lau donde tomó tierra sin dañar el aparato.
La Orden de las Fuerzas Aéreas, del 17 de julio de 1924, decía: “Las circunstancias que han concurrido a la realización del hecho llevado a cabo por el capitán Eduardo González Gallarza, el día 5 del actual, ponen de manifiesto las virtudes de este oficial que, no obstante ser alcanzado por proyectiles enemigos que le hirieron, continuó desempeñando la misión conferida, logrando abastecer la posición de Coba Darsa, cercada por el enemigo. Al considerar este heroico proceder, lo pongo en conocimiento del General en Jefe, proponiéndole para la Laureada de San Fernando”.
Participó con su escuadrilla en las operaciones de desembarco en la bahía de Alhucemas, en las de la kabila de Beni Arós, en la zona occidental, y en cuantas se realizaron hasta la terminación de la guerra en julio de 1927.
Ya la guerra reducida a su mínima expresión, pudieron los aviadores españoles entrar en la carrera de los raids, preparando tres que llevarían, respectivamente, las alas de España a los tres puntos más alejados de lo que había sido nuestro Imperio —América del Sur, el archipiélago Filipino y el golfo de Guinea—, y en menos de un año se llevaron a cabo, con éxito, los tres.
En el segundo de ellos, en el Madrid-Manila, participó el capitán González Gallarza formando parte de una escuadrilla de tres biplanos Breguet XIX, para llevar un mensaje de amistad y recuerdo a nuestra antigua posesión de Asia. Despegó de Cuatro Vientos la escuadrilla el 5 de abril de 1926, y tras recorrer 17.100 kilómetros en dieciocho etapas y ciento seis horas de vuelo, llegó a Manila donde su aterrizaje fue acogido con gran entusiasmo, siendo agasajado y recibiendo honores de autoridades, entidades y particulares, destacando la concesión por la Universidad Católica de Santo Tomás, del título de ingeniero honoris causa. La importancia de este raid, volando desde el extremo más occidental de Europa hasta Extremo Oriente, cruzando desiertos, mares y sobrevolando grandes zonas deshabitadas, sufriendo climatología adversa y soportando horas y horas en aquellas estrechas cabinas, fue enorme, como se reconoció en todo el mundo. En 1927 sería destinado, como profesor, a la Escuela de Combate y bombardeo de Los Alcázares.
El año siguiente participaría en el vuelo del dirigible, Conde Zeppelín, de Sevilla a Fráncfort.
Ascendido a comandante por méritos de guerra, fue nombrado ayudante de Su Majestad el Rey que recibió el “bautismo del aire” en aeroplano, en agosto de 1929, en Santander, en el hidroavión Dornier “Wal” n.º 16 pilotado por el propio Gallarza que unos meses antes, acompañado por Ramón Franco y Julio Ruiz de Alda, había corrido una seria aventura durante el fallido intento de dar la vuelta al mundo, perdidos durante ocho días en pleno Atlántico, hasta ser descubiertos y salvados por el portaaviones británico Eagle.
Al proclamarse la República en España, en abril de 1931, el comandante Gallarza acompañó al Rey hasta Cartagena, en su último viaje por territorio español, en un gesto de lealtad que le creó serios inconvenientes en los años siguientes.
El 18 de julio de 1936 se encontraba en Madrid, y tuvo que sufrir la persecución del Gobierno del Frente Popular y grandes penalidades hasta poder refugiarse en la embajada de Polonia y, amparado por ella, pasar a través de Francia a la zona nacional donde, ascendido a teniente coronel, tuvo el mando, sucesivamente, del Grupo 2-G-22, de Junkers Ju-52, y de la 1.ª Escuadra de Bombardeo de la Brigada Hispana, participando en diferentes frentes y batallas con sus unidades, a las que supo infundir su espíritu de lucha, su fe en la victoria y su optimismo, logrando situarlas entre las mejores de aquella pujante Aviación que salía de la guerra.
Al crearse en 1939, recién llegada la paz para España, el Ejército del Aire, el recién ascendido a coronel, González Gallarza, fue nombrado jefe del Estado Mayor y, desde este delicado puesto, trabajó intensamente en la organización del nuevo Ejército, teniendo que luchar, no solamente con las dificultades que la Guerra Mundial generaba, sino además, por la falta de entusiasmo por lo aeronáutico de los dos primeros ministros del Aire, generales Yagüe y Vigón. Dedicó un gran esfuerzo a la enseñanza, formando un considerable número de pilotos y demás personal aéreo, y dio un importante impulso al desarrollo de la industria aeronáutica, dentro de las grandes limitaciones impuestas por la Guerra Mundial.
Al ascender a general de brigada en 1941, fue confirmado en el cargo, y cuatro años más tarde, promovido a general de división, fue nombrado ministro del Aire, siendo el primer aviador que desempeñaría este cargo. Dadas las especiales circunstancias que jalonaban su brillante carrera de aviador, en 1952 le fue concedida la Medalla Aérea.
Hubo de afrontar la débil situación de España al terminar la Segunda Guerra Mundial, dado el aislamiento internacional a que fue sometida nuestra patria, tratada por los vencedores de aquélla peor que los vencidos, pero logró la supervivencia de la Aviación en aquellos años en que por falta de material y escasez de combustible era casi imposible volar, manteniendo la esperanza y la moral colectiva, y dotando a España de una infraestructura aeronáutica de que carecía.
Bajo su larga etapa al frente del Ministerio del Aire, creó la Academia General del Aire, y los diferentes servicios, impregnándolo todo de su gran espíritu militar y aeronáutico.
En 1948, encabezando una misión compuesta por tres ministros del Gobierno, visitó los territorios del golfo de Guinea, para conocer sus problemas y ver el modo de resolverlos, resultando su visita de grandes y buenas consecuencias para la colonia. Cuatro años más tarde, en enero de 1952, de nuevo se trasladó a Guinea para inaugurar la pista del aeropuerto de Bata, descubriendo asimismo un monumento para conmemorar el vuelo de la patrulla Atlántida, en 1926.
En su dilatada gestión como ministro del Aire, Eduardo, dotado de una fe inquebrantable en el porvenir de la Aviación, no solamente sacó al Ejército del Aire del marasmo en que había caído en la etapa anterior, sino que creó una red de aeropuertos situados en las ciudades más importantes de España. Dio un fuerte impulso a la Aviación Civil, que extendió sus líneas, abriéndose con la Madrid-Buenos Aires, la expansión trasatlántica de aquélla. Creó los Mandos de las Aviaciones de Defensa, Táctico, Estratégico y de Transporte, y la Escuela de Paracaidistas, y estructuró los servicios, actualizó las escalas y creó nuevas unidades. En 1951, con ocasión del XXV aniversario del vuelo Madrid-Manila, participaría, como invitado del presidente de Filipinas, en los actos conmemorativos.
Tras la firma del tratado de amistad con Estados Unidos, se produjo una más que importante renovación del material aéreo y de formación del personal con cursos en Estados Unidos y en Alemania. Se creó el Mando de la Defensa Aérea, las direcciones generales de Antiaeronáutica y de Servicios y el Servicio de Búsqueda y Salvamento Aéreo, logrando que la industria aeronáutica nacional fabricara aviones Triana, Saeta, HS-43, Azor y otros modelos originales, de los que algunos dieron realmente muy buen resultado.
Trabajó intensamente el general González Gallarza, logrando con su tesón y esfuerzo superar la etapa de material anticuado —de imposible sustitución durante la Guerra Mundial y la posterior etapa de aislamiento que nuestra patria hubo de sufrir—, y llegar a colocar al Ejército del Aire en un destacado lugar, con el personal perfectamente adiestrado y el material al día tras el tratado de Amistad y Cooperación con Estados Unidos.
Ascendió a teniente general en 1953, continuando al frente del Ministerio. En marzo de 1956 asistió, como embajador extraordinario de España, a la proclamación de independencia de la República de Pakistán y toma de posesión de su primer presidente.
En 1957, al cesar como ministro del Aire, sería nombrado capitán general de la Región Aérea del Estrecho, cargo que desempeñó hasta su clasificación en el grupo “B”, en abril de 1964, al cumplir la edad para ello reglamentada.
En 1961 fue designado procurador en Cortes, representando a la provincia de Logroño, y seis años después, en 1967, fue nombrado consejero electivo de Estado, cargo que le fue renovado en 1970.
En situación de “reserva”, el teniente general González Gallarza se mantuvo en buenas condiciones físicas y con la mente perfectamente clara, hasta la avanzada edad de ochenta y ocho años, guardando cumplida memoria de cuantos acontecimientos habían sucedido en su dilatada vida, de los que con agrado hablaba, salpicándolos con sabrosos comentarios y anécdotas.
El 24 de mayo de 1986, en el Hospital del Aire, de Madrid, entregó su alma a Dios este aviador, espejo de militares, entre cuyas grandes virtudes destacaban la lealtad y el patriotismo.
Sin duda es Eduardo González Gallarza la figura más representativa de la Aviación Militar Española, ya que figuró con indudable protagonismo en las más importantes fases del desarrollo de aquélla: campañas de Marruecos, raids intercontinentales, guerra de España, creación del Ejército del Aire, renovación del material en 1954.
Perteneció a diversas órdenes militares y civiles, la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, la Muy Distinguida Orden de Carlos III, la Orden Imperial del Yugo y las Flechas, al Mérito Aeronáutico de la República Dominicana, la Real Orden del Phoenix, de Grecia, del Elefante Blanco, de Tailandia, caballero de la Muy Honorable Orden de la Corona de Tailandia, comendador de la Orden de la Legión del Mérito, de Filipinas, comendador de la Orden de la Corona de Italia, comendador de la Real Orden de la Estrella, de Rumanía y Diploma “Paul Lissander”, y fue condecorado con distintas cruces, medallas y títulos.
Entre ellos, destacan la Medalla Militar, Medalla Aérea, Grandes Cruces del Mérito Militar, del Mérito Naval, del Mérito Aeronáutico, Cruz de Guerra con Palmas, dos Cruces de Guerra, siete Cruces Rojas de 1.ª Clase, con distintivo rojo, Cruz del Mérito Naval, de 1.ª Clase, con distintivo rojo, dos Medallas de Sufrimientos por la Patria, Medalla Militar de Marruecos, con pasador “Tetuán”, Medalla de Plata de Marruecos, con pasador “Larache”, Medalla de las Campañas de Marruecos, Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
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Emilio Herrera Alonso