González de Prado, Pedro. Toledo, 1519 – Piura (Perú), 1562. Soldado, conquistador.
Pedro González de Prado fue uno de los seis supervivientes de la expedición de Diego de Rojas al Río de la Plata, involuntario cronista de la misma por su larga probanza de servicios (Archivo de Indias). Participó en las guerras civiles del Perú a favor del Rey, y Felipe II le concedió un escudo de armas.
Es probable que llegase a Perú con el licenciado Cristóbal Vaca de Castro en el año 1541 (con veintidós años, pues). Simple soldado, demostró grandes dosis de inteligencia y valentía en cuantas acciones tomó parte. Sin embargo, su nombre hubiera permanecido desconocido para la historia, si unos años después de su vuelta de la gran expedición desde el actual Perú a la actual Argentina no se hubiera decidido a plantear en la Audiencia de Lima una de esas típicas probanzas de méritos y servicios que se solían hacer, con la citación de testigos. Pero es que esta probanza de méritos y servicios es “más extensa que crónica alguna” (Levillier, 1925: 9) y es muy importante, porque “reconstruye cabalmente el itinerario de la expedición descubridora desde el momento en que interviene Nicolás de Heredia hasta el regreso de los sobrevivientes a Pocona” (Ibidem). Levillier remacha: “y proporciona informaciones precisas” (Ibidem).
La expedición se organizó entre Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez y Nicolás de Heredia, aportando cada uno 30.000 pesos de oro. Aseguraron en documento público los derechos que corresponderían a cada uno.
La idea la concibió Rojas, que era en 1541 vecino de la ciudad de La Plata. El 14 de diciembre de 1542 dio un poder notarial a su yerno para que comprara caballos y yeguas, armas y bastimentos, por un total de 6.000 pesos de oro. Ninguna crónica dice el día en que salió la expedición, pero partieron de Cuzco el 15 de mayo de 1543. Los cronistas dan cifras variables sobre el número de hombres (entre ciento setenta y cuatrocientos). González de Prado dice que, reunidos en Soconcho, “seríamos todos los soldados hasta ciento e ochenta hombres”. Hay listas alfabéticas de hasta noventa y tres. González de Prado es citado por los cronistas Diego Fernández y Gutiérrez de Santa Clara. En la “probanza” de González se añaden doce más, entre ellos el religioso padre Juan Cerón. Y en otras nueve probanzas de otros soldados se llegan a citar otros trece nombres más. El itinerario de Cuzco a Salavina no está descrito y no se sabe por dónde transcurrió.
Herido de un flechazo en una pierna, Rojas no le dio mucha importancia, pero horas después murió y se corrió el rumor de que la Enciso, mujer que acompañaba a Felipe Gutiérrez, en vez de curarlo, lo emponzoñó. Ello creó disgustos y disensiones en la expedición. Sin duda, murió envenenado (como se demostró en otro soldado herido de forma similar), pero porque los indios disparaban sus flechas con un aguijón untado en “yerbas ponzoñosas”. Reconocido Mendoza como nuevo capitán de la expedición, continuó la marcha. Los cronistas ya no dicen más y hay que reconstruir el relato mediante la probanza de González. Así, en sus preguntas de probanza pedía a los testigos que si sabían “que yo fui uno de los que fueron con el capitán Mendoza a descubrir la provincia de los yugitas, donde entramos en la dicha provincia, donde nunca nos faltó bastimento”. Dejando las tierras andinas, pasaron hacia Tucumán, entrando en terrenos desconocidos, y muy peligrosos, pues eran “campos salitrosos y ciénagas”. Dice el historiador boliviano J. Barnadas que la expedición pasó “por rutas impensables y con aventuras alucinantes” (Diccionario de Historia de Bolivia, artículo “Rojas, Diego de”, vol. II, 2002: 776). Anduvieron “descalços e las armas acuestas”. Todo era penoso: “en unos salitrales donde por falta de agua e comida no podiamos pasar e no podiamos hallar camino [...]”; “nos bolvimos adonde y nuestro señor [si no] nos permitiera que hallaramos unos huevos de aves en las dichas cienagas pereceríamos muchos de nosotros de hambre”. Gracias a la descripción de González se sabe que al salir de Soconcho marcharon a tierras de los “diaguitas” durante un año, dieron las espaldas, atravesaron salitrales, cruzaron la gran sierra de Córdoba y, entre los Cóndores y Sierra Chica, llegaron al valle de Calamochita, en el país de los Comechingones. Estas tribus belicosas defendieron bárbaramente su territorio y les mataron hombres y caballos, hasta el punto de que bautizaron aquel lugar como Malaventura.
Meses después llegaron a la región mesopotámica del Paraná, insólita naturaleza para los expedicionarios.
Mendoza prohibió a González que le acompañase a Gaboto y le obligó como soldado a quedarse de guardia en Calamochita. Para el regreso hubo grave discusión, entre las opciones de ir a Paraguay por el Paraná o entrar en Chile y luego ir a Perú. Se hizo por el Paraná, se llegó hasta Salta y Jujuy (hoy, de Argentina).
De allí se pasó a La Plata, “el primer pueblo de cristianos”, y al lago Titicaca (hoy, entre Bolivia y Perú). Se prosiguió hasta Cuzco (hoy, de Perú).
A Lima regresaron seis supervivientes. La caminata de vuelta les supuso un recorrido de 755 leguas (casi 4.000 kilómetros). La difusión de las noticias que dieron los exploradores hizo incrementar un mito más en América (al estilo de los de El Dorado, las Siete Ciudades de Cíbola, las amazonas, etc.: la posible existencia de Trapalanda, Yungulo, Linlin, La Sal y la Ciudad de los Césares).
Llegado a Perú, en el invierno de 1546, supo González de Prado que Gonzalo Pizarro se había alzado contra el Rey. Él luchó con los realistas (participó en las batallas de Pocona, julio o agosto de 1546, y en la decisiva de Jaquijaguana, el 9 de abril de 1548), pasando penalidades. Cautivo, se libró milagrosamente de ser ajusticiado. Y en 1556, promovió en Lima una extensa probanza de méritos y servicios, que empieza así: “En la cibdad de los Reyes Treze dias del mes de noviembre del nascimiento de nuestro salvador jesucristo a mill e quinientos e cincuenta y seys ante los señores presidente e oydor de la abdencia e Chancilleria Real [...] Pero Gonzalez de Prado digo que yo ha dieciocho años que estoy en estos Reynos y en ellos he servido a Vuestra Magestad en todo lo que se ha ofrecido e convenido a Vuestro Real Servicio, e porque conviene a mi derecho hazer sobre ello probanza para que conste a Vuestra Real persona y me tenga en lo que soy, por leal vasallo de vuestra Corona [...]”.
Y a consecuencia de ello, esta probanza de méritos y servicios, hoy conservada y publicada, sirve de crónica para la historia, y sirvió para que el Consejo de Indias propusiera al rey Felipe II que le diera un escudo de armas a González de Prado. En la Real Cédula se describen, más extensas que su épica exploración, sus acciones en las guerras civiles de Perú.
Retirado a Piura, en Perú, González de Prado, ennoblecido por Felipe II, murió en 1562, a los cuarenta y tres años, corta existencia vivida intensamente.
La Cédula Real, dada en Toledo el 29 de marzo de 1560, que otorgó escudo nobiliario a Pedro González de Prado, hace un resumen de su actividad en América y premia sus esfuerzos y su lealtad a la Corona: “Don Phelippe, etc. Por cuanto por parte de vos, Pedro Gonzalez de Prado, natural de esta ciudad de Toledo, me ha sido hecha relacion que podrá haber veinte años que vos, con deseos de nos servir pasastes á las provincias del Perú, donde habeis servido al Emperador, mi Señor, de gloriosa memoria, y á mi en lo que se os ha ofrecido, especialmente contra la rebelión de D. Diego de Almagro, el mozo, juntándoos con el Licenciado Vaca de Castro, Gobernador que fue de las dichas provincias, é yendo por orden suya con otros soldados á Ica á guardar aquel paso, donde prendisteis un capitan del dicho D. Diego y lo trujistes preso con ciertos soldados á la ciudad de los Reyes á donde se habia hecho justicia de algunos de ellos, é que lo susodicho habia sido parte para la pacificación y sosiego de aquella tierra; é después fuiste al descubrimiento del Rio de la Plata, bien aderezado de armas y caballos, en el cual estuvisteis cuatro años é pasastes grandes trabajos, hambres y necesidades, é que habiendo á cabo de ellos vuelto del dicho descubrirmiento, hallastes otra vez alteradas las dichas provincias por Gonzalo Pizarro; é sabido por vos que Francisco de Carvajal, su maestre de campo, habia desbaratado á los capitanes Diego Centeno é Lope de Mendoza, os aviades juntado con el dicho Lope de Mendoza, aderezado á vuestra costa de armas y caballos, con el cual vos habíades hallado debajo del estandarte Real en la batalla que en Pocona se dio al dicho Carvajal, donde vos y todos los demás servidores nuestros aviades sido desbaratados: é que retirándoos con vuestro capitan, fuiste alcanzado por el dicho Francisco de Carvajal y preso, y robado lo que teníades; é que assi preso, fuiste traido á la ciudad de la Plata, donde con el celo que teníades de nos servir, ordenastes vos y otros de matar al dicho Carvajal y reducir las dichas provincias á nuestro servicio, é fuiste descubierto, y el dicho Carvajal hizo justicia de algunos y lo mismo hiciera de vos, á prenderos por lo cual anduvisteis ausentado fuera de poblacion por seguir siempre nuestro servicio. E que ansí mismo os hallastes en la batalla de Guarina, de la cual aviades salido mal herido. De que estuvisteis a punto de muerte, y tambien en la de Jaquijaguana, é fuiste hasta que fué preso y hecho justicia del dicho Gonzalo Pizarro y reducidos los dichos reinos á nuestro servicio. E que ansí en lo susodicho como en otras cosas, habeis hecho lo que bueno y leal vasallo nuestro era obligado hacer, y gastado gran suma de pesos de oro por andar á vuestra costa como se dijo constaba y parecia todo ello por cierta información de que ante Nos, en el dicho nuestro Consejo de las Indias, por vuestra parte fue hecha presentacion, y nos fue suplicado que en remuneración de tantos y tan señalados servicios, y porque de vos y de ellos quedase memoria perpétua, vos mandásemos dar por armas un escudo en el cual esté un castillo de oro y un leon rapante puesto en salto, de su color, llamando á la puerta del dicho castillo, y en lo bajo de dicho escudo unas aguas de mar azules y blancas, y dos canoas en ellas, y siete indios con remos en las manos que están remando las dichas canoas, todo en campo verde, è una orla con ocho veneras de oro en campo colorado, y por devisa de dicho escudo un yelmo cerrado con un rollo torcido, y plumages y dependencias é follajes de azul y oro ó como la nuestra merced fuese, etc. Dada en Toledo á 29 de Marzo de 1560”.
Obras de ~: “Capítulos de una información de los servicios prestados por Pedro González de Prado, que entró en las provincias del Tucumán y Río de la Plata con Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez y Nicolás González de Heredia, y se señaló en expedición de Francisco de Mendoza, Lima, 13 de noviembre de 1556 [...]”, en Gobernación de Tucumán, Probanzas de méritos y servicios de los conquistadores. Documentos del Archivo de Indias, vol. I, 1548-1583, 1919, págs. 1-67 (en R. Levillier, Descubrimiento y Población del Norte argentino por Españoles del Perú, 1943, págs. 133-189).
Bibl.: Sociedad de Bibliófilos Españoles, Nobiliario de Conquistadores de Indias, Madrid, 1892, págs. 100-101 y lámina XXXXII, n.º 3; Gobernación de Tucumán, Probanzas de méritos y servicios de los conquistadores. Documentos del Archivo de Indias, vol. I, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1919, págs. 1-67; R. Levillier, El descubrimiento del Norte argentino. La expedición de Diego de Rojas del Cuzco al Tucumán y al Río de la Plata, 1543-1546, Lima, Librería Francesa Rosay, 1925, págs. 8-9, 14, 20-25, 44, 46-47, 49, 51, 55, 62 y 65; Descubrimiento y Población del Norte argentino por Españoles del Perú. Desde la entrada al Tucumán hasta la fundación de Santiago del Estero (1543-1553), Buenos Aires, Espasa Calpe, 1943, págs. 133-189; T. Piessek Prebisch, Los Hombres de la Entrada. Historia de la expedición de Diego de Rojas, 1543-1546, San Miguel de Tucumán, Edinor, S. R. L., 1986; J. M. González Ochoa, Quién en quién en la América del Descubrimiento (1492-1600), Madrid, Acento Editorial, 2003, pág. 158.
Fernando Rodríguez de la Torre