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Manuel Goded Llopis

Biografía

Goded Llopis, Manuel. San Juan de Puerto Rico (Puerto Rico), 15.X.1882 – Montjuich (Barcelona), 12.VIII.1936. General de división.

Aunque nacido en San Juan de Puerto Rico, apenas vivió allí tres años, pues en 1885 ya estaba en la península, donde empezó sus estudios. Era el tercero de seis hermanos del matrimonio formado por Justina Llopis Panyagua y el capitán de Artillería Miguel Goded y Ladrón de Guevara. Inició su formación militar en la Academia Militar de Infantería -el mismo arma que su padre y su abuelo- siendo muy joven, con catorce años. Aunque hizo méritos para progresar rápidamente, cierto es también que la demanda de oficiales para combatir en las campañas de Cuba y Filipinas facilitó una rápida promoción en los alumnos de esos años. Así, en 1897, con quince años, ya era segundo teniente de Infantería, posición desde la que seguiría mejorando hasta convertirse, después de su paso por la Escuela Superior de Guerra y los períodos de prácticas, en capitán de Estado Mayor en 1905.

En 1913 logró el ascenso a comandante, pero antes había conseguido ya varias distinciones y medallas. A partir de ese año trabajó dentro del organigrama del ministerio de Guerra, formando parte del Estado Mayor del ministro y colaborando en varias comisiones de estudio durante la Primera Guerra Mundial. Cuando terminó este conflicto, Goded estaba a punto de cumplir los 36 años. Para entonces su paso por el ministerio le había valido nuevos reconocimientos. No eran tiempos tranquilos para la política y la sociedad española. Si bien el país había experimentado un importante desarrollo a partir de su condición neutral durante la guerra, los años siguientes resultaron conflictivos desde el punto de vista laboral y social, además de los problemas de estabilidad política que sobrevolaban al régimen constitucional. La carrera de Goded continuó su ascenso y en 1921 alcanzó el rango de teniente coronel del Estado Mayor, posición que le duraría poco, al ser ascendido a coronel por méritos de guerra en 1922. Esto último se produjo tras su participación destacada en las operaciones que el cuerpo de regulares realizaron en la zona de Larache durante la primavera de este último año.

Como otros altos mandos militares del reinado de Alfonso XIII, su destacada carrera estuvo relacionada con las operaciones del ejército en el norte de África con la finalidad de consolidar y pacificar la posición española. Ya en plena dictadura de Primo de Rivera, tras el pronunciamiento de este último y la interrupción de la normalidad constitucional, tuvo la oportunidad de demostrar sus méritos durante las decisivas operaciones militares que desembocaron en el exitoso desembarco de Alhucemas. Estas fueron dirigidas por uno de los hombres de confianza de Primo de Rivera, el general Sanjurjo, que había sido nombrado comandante general de Melilla en 1924 y que dirigió el citado desembarco. Goded, que al igual que Sanjurjo había apoyado el pronunciamiento de Primo de Rivera, participó en esas operaciones con éxito y logró así el ascenso por méritos de campaña a general de brigada, esto cuando estaba a punto de cumplir los 43 años.

A comienzos de 1925 Goded era el jefe del Estado Mayor del general Sanjurjo cuando éste inició la última de las grandes operaciones que tenían como propósito derrotar en el frente oriental a las cabilas rebeldes de Abd-el-Krim y sentar las bases para poner fin a un costoso conflicto que se extendía ya durante de tres lustros. La guerra terminó en el verano de 1927. Unos meses más tarde, en octubre, recién cumplidos los 45 años, Goded conseguía el ascenso a general de división por méritos de guerra y, tras la reorganización de la estructura militar española en Marruecos, pasaba a desempeñar las funciones de general segundo jefe de las Fuerzas Militares. Había sido protagonista, entre otras campañas, del desembarco y ocupación de Axdir, al frente de una columna. Varios años más tarde, en 1932, siendo jefe del Estado Mayor del Ejército, él mismo publicó un libro titulado: Marruecos. Las etapas de la pacificación, en el que describía al detalle las distintas fases de la campaña de Marruecos -el desembarco en la bahía de Alhucemas, la campaña contra Abd-el-Krim, las operaciones en Gomara, Yebala y Rif, hasta llegar al desarme y la paz-, utilizando para ello las notas que a diario escribía en un cuaderno de memorias.

La dictadura de Primo de Rivera se basaba en el apoyo que este había logrado de sus compañeros cuando se pronunció en septiembre de 1923, poniendo entonces fin de forma anticonstitucional a la crisis que acechaba a la Monarquía de la Restauración y satisfaciendo así a quienes, y no eran pocos, pedían una obra regeneradora realizada con determinación. La dictadura no calmó los anhelos de los partidarios de la revolución desde arriba, pero si socavó profundamente la confianza en el orden constitucional y los partidos políticos, facilitando el protagonismo de los altos mandos militares en la resolución de conflictos que eran competencia de la administración civil. Goded, general de prestigio a una edad temprana, apoyó el pronunciamiento y continuó con su carrera en ese nuevo marco político. Pero, como otros altos mandos, tampoco tuvo reparos en actuar contra Primo de Rivera cuando consideró que el régimen se estaba agotando. De hecho, siendo gobernador militar de Cádiz, a comienzos de 1930, contactó con quienes conspiraban, si bien parece que no hubo acuerdo porque él deseaba una acción exclusivamente militar. De este modo, a su indiscutible mérito profesional se sumó esa vocación intervencionista en la política que le acompañaría, con consecuencias trágicas, durante los años treinta.

En enero de 1930 el general Primo de Rivera dimitió, falto de apoyos y de la confianza del Rey. Le sucedió otro militar forjado en las campañas del norte de África, el teniente general Dámaso Berenguer, iniciándose una nueva etapa en la que acabaría frustrándose la posibilidad de recuperar la normalidad constitucional. Goded, que había llegado a ser sancionado por su actividad conspirativa en la última fase de la dictadura, pasó de la jefatura de la comandancia militar de Cádiz al puesto de subsecretario del ministerio de Guerra.

Ya en abril de 1931, las elecciones locales convocadas por el último gobierno de la Monarquía, presidido por el también militar Juan Bautista Aznar, dieron paso inesperadamente a una nueva República, la segunda en la historia de España. Como el caso de otros altos mandos del ejército, Goded recibió el cambio con una actitud de acatamiento a los nuevos poderes. En la valoración de su persona que hizo el nuevo gobierno provisional debió de pesar, ante todo, la hoja de servicios y las razones profesionales -su alta cualificación y el hecho, además de que hablara francés-, pues no sólo no se prescindió de sus servicios, sino que fue nombrado jefe del Estado Mayor Central del Ejército. Y es que, aunque Manuel Azaña, a la sazón nuevo ministro de la Guerra, le criticaría un año más tarde por “vanidoso y pedante”, su prestigio profesional era ampliamente reconocido. Esta circunstancia no condujo, sin embargo, a una progresiva actitud de conciliación de Goded con la República, no tanto por una posición doctrinal de monarquismo que la hiciera incompatible, como por una mala relación con el gobierno de coalición de las izquierdas que se instaló en el poder a finales de 1931, así como una opinión crecientemente negativa sobre las consecuencias de la reforma militar impulsada por Azaña.

De este modo, lo que podía parecer una buena relación inicial con el nuevo régimen se trastocó en conflictiva apenas un año después de proclamada la República. Pero Goded no se limitó a alejarse críticamente del gobierno, sino que durante la primera mitad de 1932 reprodujo el comportamiento que había aprendido en los años previos, en virtud del cual parecía legítimo que un oficial de alto rango como él interfiriera en la vida política e incluso, si fuera necesario, violentara el orden constitucional para provocar un cambio drástico en el gobierno de la nación. De este modo, en el verano de 1932 apoyó el golpe de Estado que protagonizó el general Sanjurjo, un pronunciamiento militar con apoyos civiles variados que no buscaba tanto cambiar el régimen como abortar algunos cambios legislativos que se discutían por entonces las Cortes, especialmente el que tocaba a la concesión de la autonomía en la región de Cataluña. Sin embargo, Goded no estuvo en el sitio que se esperaba cuando el golpe tuvo lugar en Madrid y, por tanto, aunque fue detenido, no resultó condenado. Pasó, eso sí, varios meses recluido por orden del ministro de la Gobernación.

Sin duda, este trato, del que se quejó personalmente ante el presidente Azaña, contribuyó a distanciarle más de lo que ya estaba del rumbo impuesto por la coalición de izquierdas a la República. Se sumaba a esto a un incidente que semanas atrás, en junio de 1932, antes de la “sanjurjada”, había provocado en él un indisimulable enojo con el Gobierno: este le había abierto un expediente informativo y le había sustituido en el cargo de jefe del Estado Mayor, nombrando en su lugar al general Carlos Masquelet, después de un suceso acecido durante un acto militar en el campamento madrileño de Carabanchel. Al parecer, Goded se habría enfrentado verbalmente al teniente coronel Julio Mangada y pronunciado unas palabras que ponían en duda su lealtad con el régimen republicano. En el episodio habían estado involucrados los generales Villegas y Caballero, que fueron inmediatamente cesados por el Gobierno. No quedó ahí el incidente, pues los diputados más exaltados de la izquierda republicana radical-socialista, encabezados por Eduardo Ortega y Gasset, intentaron sacar partido y pidieron explicaciones en las Cortes, lo que finalmente, aunque a regañadientes, tuvo que hacer el propio Azaña, que declaró a los periodistas que Goded no había sido destituido sino “sustituido”. Ciertamente, como confirmó el propio Goded a un periodista, había sido él quien, ante el cese de Villegas y Caballero, le había dicho al ministro de la Guerra que no deseaba seguir.

Por consiguiente, una vez rota la confianza entre Goded y el gobierno de Azaña, y sospechando el segundo sobre las actividades conspirativas del primero, se decidió trasladarlo a Canarias en mayo de 1933, dejándolo en situación de disponible y controlado por las autoridades. “Que llegue a ser peligroso”, había anotado Azaña en su diario el 28 de junio del año anterior, “depende de que rompa su habitual cautela y se atreva a comprometerse.” Según el presidente, por lo que se refería la situación política, el general había llegado a estar “espantado de la obra de los socialistas” y era “enemigo del Estatuto y de la autonomía” de Cataluña. Y es que, ciertamente, lo que para las izquierdas era un ritmo provechoso en la aplicación decidida de los preceptos constitucionales, sobre todo después del impulso conseguido gracias al fracaso de la “sanjurjada”, se había convertido también en el principal leit motiv de una creciente oposición social que estaba permitiendo la reorganización de la derecha católica y el ascenso del Partido Republicano Radical como principal grupo republicano de oposición.

A primeros de septiembre de 1933 el gobierno de Azaña llegó a su fin. Tras un intento fracasado de sustituirlo por un gobierno presidido por Alejandro Lerroux, el líder de los republicanos radicales, el presidente de la República disolvió las Cortes y se convocaron elecciones para el 19 de noviembre. Con la victoria de los radicales y de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), el nuevo partido conservador, se constituyeron unas Cortes totalmente diferentes y Lerroux pudo formar gobierno. La suerte cambió entonces para los militares que se habían opuesto a la política del primer bienio, empezando por Sanjurjo, que condenado por el golpe de agosto de 1932, resultó amnistiado y se exilió a Portugal. Goded pudo regresar a Madrid el 26 de diciembre, tras varios meses confinado, y recuperó presencia ya con los gobiernos radicales, pues Diego Hidalgo, el nuevo ministro de Guerra, contó con él para diversas responsabilidades. Colaboró además en las operaciones para sofocar la huelga revolucionaria de octubre de 1934; y, ya en febrero de 1935, ocupó la jefatura de la Comandancia militar de Baleares.

A partir de mayo de 1935 tuvo la oportunidad de aumentar su protagonismo en la política militar del segundo bienio. Fue con la llegada del líder cedista, José María Gil-Robles, al ministerio de la Guerra. Era un contexto complejo, meses después de derrotada la insurrección de octubre, en el que, el nuevo ministro quería modificar radicalmente la política militar de Azaña y contar para ello con los militares que consideraba inequívocamente leales a un planteamiento antirrevolucionario y antimarxista. Buscaba tanto preparar al ejército para una posible nueva intentona revolucionaria como tranquilizar el estado de ánimo dentro del estamento militar, demostrando que la política posibilista de su partido resultaba más ventajosa que la del monarquismo autoritario. Goded se prestó a ayudar a Gil-Robles, que le nombró jefe de la Tercera Inspección del Ejército y director general de Aeronáutica. Por entonces, fuera o no consciente el ministro, aquel ya había entrado en contacto con el comandante Bartolomé Barba Hernández, cofundador de la Unión Militar Monárquica (UME), que era una organización fundada inicialmente para la defensa de intereses corporativos, sin un perfil ideológico homogéneo y que no logró sumar a más del diez por ciento de los oficiales, pero que acabaría actuando como plataforma para atraer y conectar a los partidarios de la conspiración en 1936.

Las esperanzas de la CEDA, el grupo mayoritario de las Cortes, de llegar a formar gobierno se desvanecieron en diciembre de 1935, por la negativa del presidente de la República a encargar esa tarea a Gil-Robles, al que reprochaba no haber ido a las elecciones en una posición inequívoca de republicanismo. En ese contexto, algunos de los colaboradores militares del ministro de la Guerra le ofrecieron apoyo militar para impedir que Alcalá-Zamora formara un gobierno extraparlamentario y pudiera disolver las Cortes. Goded y el general Fanjul fueron los más resueltos en ese empeño, si bien no encontraron los apoyos suficientes, empezando por el general Franco, en ese momento contrario a que los militares resolvieran las disputas entre los políticos. Por entonces, Goded había intensificado sus contactos con políticos monárquicos y tradicionalistas, en una deriva que le iba a convertir, muy pronto, en un puntal de la conspiración militar del año 36.

Goded, como el propio Sanjurjo, no parece haber sido un militar de firmes convicciones ideológicas, más allá de tres o cuatro principios relacionados con la defensa de la unidad de España, el orden social o el antimarxismo. En ambos, el pragmatismo había sido un factor suficientemente poderoso como para subordinar las lealtades monárquicas, acatar la República y ocupar cargos de gran responsabilidad en el año 1931. No en vano, la experiencia de la crisis de la Restauración, el prestigio profesional adquirido durante las campañas de Marruecos y el intervencionismo militar practicado en la dictadura de Primo pesaban tanto o más que otros principios, habiéndolos reforzado en la convicción simple pero operativa de que los problemas que generaba la política de partidos se podían resolver con los mismos criterios que se gobernaba un cuartel, de tal modo que, desde su punto de vista, ellos tenían la obligación de pronunciarse cuando así lo exigiera la defensa de la patria.

El momento oportuno para llevar hasta sus últimas consecuencias ese planteamiento quirúrgico se produjo después de las elecciones generales del 16 de febrero de 1936 -si bien, según algunos autores, parece que Goded tuvo relación con alguna trama conspirativa incluso en las semanas anteriores-. Las sospechas de fraude, la movilización y la violencia que hicieron acto de presencia nada más empezar a contarse los votos, la inesperada sustitución del gobierno antes de reunirse las nuevas Cortes, la aprobación de una amplia amnistía para los condenados por el octubre de 1934, y en definitiva, el miedo a que todo aquello fuera la antesala de una deriva revolucionaria, llevaron a Goded a participar activamente en las tramas conspirativas que prepararon un golpe contra el gobierno del Frente Popular. Todo eso no lo pudo hacer desde Madrid porque el nuevo gobierno de Azaña lo trasladó de inmediato a la comandancia militar de Baleares, sospechando de sus pretensiones golpistas. Al fin y al cabo, Azaña sabía que Goded había sido uno de los generales más activos durante el recuento electoral presionando para que se declarara el estado de guerra. No en vano, según el testimonio del coronel Carlos Lázaro Muñoz, ayudante de Goded, éste reaccionó tan airadamente a la decisión sobre su traslado que se dirigió al cuartel de la Montaña con la intención de ponerse al frente de una inmediata sublevación y sacar a la calle a los regimientos, si bien otros oficiales le convencieron de que desistiera.

Goded llegó a Palma de Mallorca el 16 de marzo por la tarde, a bordo de un vapor correo procedente de Barcelona. Por lo tanto, tuvo tiempo, antes de marchar de la capital, de participar de las reuniones conspirativas de la primera semana de marzo. Sin embargo, no pudo desempeñar el papel protagonista que una supuesta junta de generales golpistas le habría reservado de haber permanecido en Madrid. Su lugar en la capital lo ocupó el general Ángel Rodríguez del Barrio, si bien el desempeño conspirador de este no fue muy afortunado y los primeros planes para una acción en torno a la tercera semana del mes de abril fracasaron. Goded se mantuvo informado gracias a los enlaces que funcionaron entre los distintos oficiales implicados. Cuando ya a finales de abril y primeros de mayo la actividad golpista pasó a estar liderada por el general Emilio Mola, siempre bajo la atenta mirada desde Portugal de Sanjurjo, Goded mantuvo su implicación. Aunque antes debió de pasar por algún periodo de derrotismo, ya que él mismo reconoció en una misiva enviada a Sanjurjo que le daba “vergüenza” ser “español” y que, si no fuera por “los estudios de mi hijo y la edad avanzada de mi padre”, se marcharía del país.

En un principio, Goded tenía asignado liderar el golpe en Valencia, para desde allí conducir una columna que confluyera con otras para forzar la victoria en Madrid. Sin embargo, ese plan fue modificado y a última hora, tan tarde como el 16 de julio, Mola le confirmó que se ocuparía de la importante plaza de Barcelona, en sustitución del inicialmente previsto, el general Manuel González Carrasco. Según algunos testimonios, la oficialidad favorable al golpe en esta ciudad pidió que se pusiera al frente del mismo un general de más prestigio que este último. Por otro lado, es probable que el propio Goded mostrara su preferencia por un lugar más importante desde el que la victoria del movimiento resultara decisiva, si bien otras versiones apuntan a que este era consciente del riesgo que corría por la debilidad de la trama conspirativa en esa ciudad.

Goded consiguió levantar a la guarnición de Mallorca y poner la isla bajo su mando mediante la publicación del estado de guerra. En Barcelona, sin embargo, los acontecimientos se desarrollaron de otro modo, dada la importante resistencia de las fuerzas de orden público, guardia civil incluida -comandada por el general José Aranguren Roldán, que no se sublevó-, amén de la decisiva negativa del general  Francisco Llano de la Encomienda, comandante de la IV División, a apoyar la sublevación. En esa situación, convencido de que su prestigio y determinación serían determinantes para volcar la situación en la ciudad condal, en la mañana del 19 Goded tomó un hidroavión y ordenó la preparación de un contingente para embarcar camino de Barcelona, por si las circunstancias lo requerían. Por entonces conocía ya el éxito de la sublevación en Zaragoza, lo que le convenció de que, una vez ganada la posición en la capital catalana, el camino hacia Madrid estaba “abierto”. Pero lo que encontró al llegar a Barcelona fue una situación muy adversa, con una resistencia que, a pesar de la inmediata detención de Llano de la Encomienda, quebró la acción golpista ese mismo día. Las horas anteriores habían resultado decisivas para neutralizar a las tropas sublevadas. Además, Goded fracasó en su intento de convencer al general Aranguren para que se sumara a los sublevados, si bien no dudó en amenazarle con un fusilamiento inmediato si a la mañana siguiente el movimiento triunfaba.  Finalmente, el edificio de Capitanía General en el que estos se parapetaron apenas resistió unas horas más. Goded fue detenido por guardias de Asalto y conducido a la sede de la presidencia de la Generalitat, donde le esperaba Companys y desde la que se radiaron unas palabras suyas admitiendo la derrota. Fue luego recluido en el buque Uruguay y posteriormente procesado, junto con el general de brigada Álvaro Fernández Burriel, en un Consejo de guerra que condenó a ambos a muerte. El 12 de agosto se aplicó la sentencia y fue fusilado en los fosos de Santa Eulalia del Castillo de Montjuic.

Goded se había casado años atrás con Josefina Alonso, que también pertenecía a una familia de tradición militar. Y habían tenido tres hijos: Enrique Goded, que moriría en 1938 en uno de los frentes de la guerra civil, cuando todavía no había cumplido los 18 años; Manuel Goded, que acompañaría a su padre en el momento de la detención y reclusión de este último en Barcelona, aunque él no tuvo el mismo final y fue canjeado por un preso de la zona nacional en octubre de 1936 -al acabar la guerra publicaría una biografía sobre su padre titulada: Manuel Goded. Un faccioso cien por cien-; y María del Pilar Goded.

 

Obras de ~: Marruecos: las etapas de la pacificación, Madrid, CIAP, 1932.

 

Bibl.: M. Goded, Un “faccioso” cien por cien, Zaragoza, Talleres Editorial Heraldo, 1938; B.F. Maíz, Alzamiento en España. De un diario de la conspiración, Pamplona, Gómez, 1952; J. M. Gil Robles, No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968; R.A.H. Robinson, Los orígenes de la España de Franco. Derecha, República Revolución, 1931-1936, Barcelona, Grijalbo, 1973; F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco, Barcelona, Planeta, 1976; M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, Barcelona, Crítica, 1978; M. Alpert, La Reforma militar de Azaña (1931-1933), Madrid, Siglo XXI, 1982; J. Busquets Bragulat, “La Unión Militar Española, 1933-1936”, en La Guerra Civil, vol. III. Historia 16, 1986, págs. 86-99; A. Lizarza, Memorias de la conspiración (1931- 1936), Madrid, Dyrsa, 1986; S.G. Payne, Los militares y la política en la España contemporánea, Madrid, Sarpe, 1986; J. M. Martínez Bande, Los años críticos. República, conspiración, revolución y Alzamiento, Madrid, Encuentro, 2003; J. Salas Larrazábal, Historia del ejército popular de la República. Vol I. De los comienzos de la guerra al fracaso del ataque sobre Madrid (noviembre de 1936), Madrid, Esfera de los Libros, 2006; G. Cardona, “El golpe de los generales”, en M. Ballarín y J. L. Ledesma (eds.), La República del Frente Popular, Zaragoza, Fundación Rey del Corral, 2010, págs. 149-163; N. Alcalá-Zamora, Asalto a la República. Enero-Abril de 1936, Madrid, Esfera de los Libros, 2011; F. Alía Miranda: Julio de 1936. Conspiración y alzamiento contra la Segunda República, Barcelona, Crítica, 2011; F. Puell de la Villa, “La trama militar de la conspiración”, en VV.AA., Los mitos del 18 de julio, Barcelona, Crítica, 2013; M. Álvarez Tardío y R. Villa García, 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Madrid, Espasa, 2017; A. García Álvarez-Coque, Los militares de Estado Mayor en la guerra civil española (1936-1939), Madrid, Tesis Doctoral UCM, 2017.

 

Manuel Álvarez Tardío