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Antonio Nicanor Carnicero Mancio

Biografía

Carnicero Mancio, Antonio Nicanor, Salamanca, 10.I.1748 – Madrid 21.VIII.1814. Pintor y profesor de dibujo.

Fue Antonio, un pintor madrileño, no nacido en Madrid, del que se ha dicho que hizo una pintura semejante a la realizada por los más insignes pinto­res del siglo xviii. Heredero del apellido Carnicero, perteneció a una familia castellana de artistas, que intentaron triunfar en el difícil campo de las Bellas Ar­tes —trabajando en las ramas de Escultura, Pintura y Grabado—; tercer hijo del escultor Alejandro Carni­cero Miguel, y el primero de su tercera esposa, Ma­nuela Mancio García, vino al mundo el 10 de enero de 1748 en Salamanca y fue bautizado en la iglesia del Sancti Spiritu de dicha ciudad, de la que sus padres eran feligreses.

Como todos los artistas de su generación, vivió el difícil tránsito de España a la modernidad; recibió in­fluencias de la cultura francesa y de las ideas de la Ilustración, conviviendo con las dos corriente impe­rantes en ese momento, como eran el neoclasicismo y el romanticismo; trabajando en un país cuya vida ar­tística se encontraba anclada en las tradiciones y en el rigorismo de la Corte, que monopolizaba los encargos —junto con la Iglesia—.

Antonio Carnicero, testigo de reinados tan antagó­nicos como los de Carlos III, Carlos IV, José Bona­parte y la Restauración de Fernando VII, presenció, como todos los españoles de su tiempo, la crisis y des­composición del gobierno de España en 1807, que desembocó en una de las mayores tragedias de su his­toria, como fue la “francesada”.

Aunque es Salamanca donde nació y habían trans­currido sus dos primeros años de vida, donde tam­bién nació su hermano Anacleto y tuvo lugar el falle­cimiento de la madre —ocurrido a los pocos días del alumbramiento de su segundo hijo—, fue en Madrid donde su vida se desarrolló, al haberse trasladado la familia a la capital a los pocos días del entierro de la madre —fallecida el 8 de agosto de 1750—, pues el padre fue llamado a la Corte para que realizase va­rias esculturas de reyes, que debían adornar el Palacio Real Nuevo.

Al igual que sus hermanos mayores, Gregorio e Isi­dro —nacidos de las dos primeras esposas de Alejan­dro Carnicero—, también él recibió las primeras lec­ciones de dibujo de su padre, quien supo inculcar en todos sus hijos el amor por las Bellas Artes.

Antonio Carnicero ingresó en 1758 en la Real Aca­demia de Bellas Artes de San Fernando, donde su her­mano Isidro estaba considerado como uno de los más aventajados alumnos, al encontrarse cursando sus es­tudios desde 1752.

La vida de Antonio estuvo unida a la Academia de San Fernando desde su ingreso hasta su fallecimiento, ocurrido el 21 de agosto de 1814, ya que fue en di­cha institución donde consiguió premios; el nombra­miento de académico de mérito y el de profesor de Principios y del Natural, enseñanzas que impartió hasta pocos meses antes de su defunción.

Cuando hacía sólo dos años que cursaba sus es­tudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, a su hermano Isidro le concedieron una pensión para perfeccionar su arte en Roma por una cuantía de 4.400 reales de vellón anuales. La fami­lia, que económicamente se encontraba mal tras la muerte del padre acaecida en 1756, decidió que ha­ciendo grandes ahorros Isidro, podría acompañarle Antonio, que aunque era muy joven —doce años—, los seis años que tenían que estar los pensionados en la Ciudad Eterna le servirían de mucho para su carrera.

Durante su permanencia en Roma, Antonio Carni­cero participó y obtuvo premios en los concursos que convocaban la Academia de San Lucas y la Escuela del Nudo —los años que van de 1762 a 1766—; a su regreso a España se incorporó inmediatamente a sus clases del Natural y Yeso. Antonio, extraordinario dibujante, era tenido en cuenta cuando se necesitan artistas para ilustrar las publicaciones que se iban edi­tando y que eran cinceladas por los mejores grabado­res del momento.

Cuando en 1768, con motivo de las obras de la ba­sílica de San Francisco el Grande de Madrid, se con­vocó un concurso público para que aquellos artistas que deseasen participar en la decoración aportasen sus proyectos. Los hermanos Carnicero presentaron los suyos, uno por la rama de escultura y el otro por la de pintura. El de Antonio consiguió nueve votos sobre doce, por lo que obtuvo el encargo de realizar varias pinturas para adornar el claustro de la citada basílica.

Los lienzos —de grandes dimensiones— que rea­lizó sobre la vida y milagros de san Francisco de Asís fueron muy alabados por aquellas personas que los contemplaron, lo que le supuso una ampliación de su clientela, así como revalorizarse como pintor y que los utilizase cuando, años más tarde, solicitó —y ob­tuvo— el nombramiento de académico de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Cuando Carlos III encomendó a José del Castillo que pintase los cartones que debían de servir para la realización de los tapices que decorarían las habita­ciones particulares de la princesa de Asturias en el pa­lacio de El Pardo, Castillo solicitó la colaboración de Carnicero —junto con otros pintores— al exigírsele la elaboración de 16 cartones y que se hiciesen en un período corto de tiempo. El día 14 de noviembre de 1775 se finalizó el trabajo, sin sobrepasarse el tiempo fijado, y en el extracto de cuentas que presentó Castillo al cobro se puede comprobar que a Antonio Car­nicero al que se le abonó una cantidad muy superior a la percibida por el resto de los pintores que habían colaborado con la decoración.

Al decidir la Real Academia Española hacer una edi­ción nueva de la genial obra de Cervantes —El Qui­jote— que sobrepasase en magnificencia a todas las que hasta el momento se habían realizado, solicitó a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando que se encargase de que las ilustraciones fuesen realizadas por aquellos artistas más cualificados que deseasen trabajar en dicha obra.

Fueron muchos los artistas que, ya con una conso­lidada posición en el terreno de la pintura y del gra­bado, presentaron sus trabajos para ser seleccionados; entre ellos Antonio Carnicero, cuya composición “gustó mucho a la Junta”, por lo que le solicitaron realizase veinte láminas, —de las treinta y tres de que constaba la obra—, veinticinco cabeceras y quince re­mates de página. Tuvo tal éxito este libro que cuando se pensó en hacer otro a tamaño más reducido, como habían quedado muy satisfechos con los dibujos rea­lizados por Antonio Carnicero para el del año 1780, fue a los hermanos Carnicero —Antonio e Isidro— a quienes les encargaron las láminas de esta edición de 1782.

Al mismo tiempo que hacía los dibujos para el Qui­jote, a Carnicero se le encomendó que trabajase en la colección que encargó la Casa Real sobre trajes regio­nales. Se inició en 1777 y finalizó en 1784. Carni­cero aportó siete dibujos, correspondientes a las Islas Baleares. De Mallorca ejecutó los de Una pareja de señores, el de un Pastor y el de un Marinero; de Ibiza, los de Una pareja de labradores, y de Mahón, el de Un señor.

Conocida la obra de Antonio Carnicero en los am­bientes artísticos, fue en el año de 1782 cuando el ca­bildo de la real iglesia de Tudela le solicitó el retrato de D. Pedro Rodríguez Campomanes, para que figurase en la sacristía de dicha iglesia.

La ingeniería aeronáutica había logrado por enton­ces que un globo pudiera ser tripulado, y se quiso que el primer experimento que se efectuara en Es­paña fuese ante los reyes, cuando se encontraban en el Real Sitio de San Lorenza de El Escorial, el 23 de noviembre de 1783. La Casa de Osuna debió de ser la que encargó a Antonio Carnicero que plasmase en un lienzo el acontecimiento, como así fue. La obra se conserva en el Museo del Prado y hay una copia —pero a tamaño más reducido— en el Museo de Be­llas Artes de Bilbao.

Hombre trabajador y con inquietudes, colaboró en la elaboración de telones y bastidores para obras tea­trales, como la Raquel de Vicente García de la Huerta. También colaboró en las decoraciones de los teatros de los Caños del Peral, del Príncipe y de La Cruz en el año 1784.

Al haber realizado encargos para la Casa Real, cada vez que quedaba alguna vacante en sus plantillas, tanto de pintor como de profesor de dibujo, Carni­cero la solicitaba, aduciendo los premios obtenidos en Roma y en España, así como el que el 6 de ju­lio de 1788 le nombraran académico de mérito de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Pero sus solicitudes no fueron tenidas en cuenta hasta años más tarde.

La concesión del título de académico de mérito su­ponía, además de “poder ejercer libremente su profe­sión, sin estar obligado a gremio”, el entrar a formar parte del profesorado de la Academia de San Fer­nando, con un sueldo anual de 500 reales de vellón.

Se desconoce la fecha en la que contrajo matrimo­nio con Catalina Weber Barnerville Tacheron, natu­ral de Ginebra, con la que tuvo dos hijos varones, el primero, el 29 de mayo de 1789; el segundo, el 13 de febrero de 1791.

En el año 1788, Carlos III, con motivo de la crea­ción de la Real Estampería, solicitó la realización de retratos de Personajes Ilustres, y nuevamente Antonio Carnicero colaboró ejecutando los de Alonso de Erci­lla, Juan de Ferreras, Juan de Urbina, Álvaro Bazán, Sancho Dávila, Diego Mesía Guzmán y José Patiño, asimismo ejecutó los retratos de los reyes Enrique el Magnífico de Castilla y León, Pedro de Castilla y León, Juan de Castilla, Felipe IV de Castilla, e igualmente el de Henrique, Infante de Portugal y el de Vasco de Gama.

En el año de 1790, coincidiendo con el momento de más auge de la fiesta nacional, es Antonio Carni­cero el primer artista que realiza un documento grá­fico de costumbres, vestimentas y faenas que se po­dían contemplar en una tarde de toros, y así recopiló, en doce láminas, las diferentes suertes de que cons­taba una corrida. De esta Tauromaquia, surgieron posteriormente otras muchas —incluso la de Goya es inspiración de ésta—. A partir de la realización de estos dibujos, los toros fueron admitidos como tema en el arte y sirvieron de motivo para muchos artistas; el propio Carnicero sacó de dos de sus estampas, los lienzos titulados: Caída de un picador y Perros al toro, así como el retrato del torero Juan Romero, hijo del fundador de la Escuela Taurina Rondeña.

Reconocido como un buen artista de su época, cuando se crea la Sociedad Vascongada de Amigos del País siendo su primer secretario Joaquín Eguía, marqués de Narros, se le solicita a Carnicero que le haga un retrato de cuerpo entero —luego reprodu­cido en numerosos folletos de la citada sociedad— y es a partir de ese año de 1791, cuando le van saliendo encargos para la aristocracia de su tiempo.

Alentado por haber tenido contactos con la Casa Real, a través de trabajos que le habían sido enco­mendados, el 16 de abril de 1796 solicita a Carlos IV —como anteriormente lo había hecho a su padre, Carlos III— la plaza de pintor de cámara. Parece ser que el Monarca, tiene buenas referencias de él y se la concede, por lo que Carnicero entra a formar parte de la plantilla de pintores de cámara de Su Majestad.

Deseosos los monarcas de tener recopiladas en un tratado las enseñanzas del deporte de la hípica, que sirviese para el aprendizaje de sus hijos, es Antonio Carnicero el encargado de su ejecución, realizando once láminas, una portada y un dibujo que representa la anatomía de un caballo. Para la ejecución de esta obra titulada El Real Picadero, tuvo que trasladarse a Aranjuez, ya que debía de tomar los apuntes en el momento en que se hacían los ejercicios en el real pi­cadero.

Aunque realiza los trabajos que se le encomiendan en su calidad de pintor de cámara, así como el de pro­fesor de dibujo y diseño de la princesa de Parma y de la infanta Isabel, acepta cuantos encargos se le hacen; de esta forma, cuando el 25 de noviembre de 1799 la Diputación Foral de Álava le pide que ejecute los retratos de Don Francisco Policarpo y de su hijo Don Mariano Luis Vicente de Urquijo, para que presidan la sala de juntas de esa corporación, Antonio Carni­cero pinta los cuadros y los entrega en el año 1800. Al mismo tiempo colabora junto con otros pintores de cámara en el dibujo de cartones para la realización de los tapices y alfombras que decorarán el despacho, las habitaciones y el retrete del soberano en el Real Pala­cio de San Lorenzo de El Escorial.

Cuando el 2 de diciembre de 1801 Antonio Carni­cero reitera nuevamente a Carlos IV su petición de ser nombrado profesor de dibujo y diseño del príncipe de Asturias y de sus hermanos los infantes Francisco de Paula y Carlos María Isidro, el rey, presionado por su consorte María Luisa, le otorga la plaza solicitada.

La Casa Real deseaba que figurasen en una colec­ción las efigies de la Familia Real para conocimiento de sus súbditos, y es Carnicero el que los realiza y Brunetti quien los graba. Entre 1802 y 1804 los doce retratos de Sus Majestades, los príncipes y las infantas de España.

Cuando, debido a la enfermedad del pecho que contrajo, el pintor Mariano Sánchez no pudo con­cluir el encargo que le habían hecho de que pintase todos los puertos de España, fue Antonio Carnicero el que representó el que quedaba, que era el de Va­lencia. Y así, de este año de 1803 son los lienzos La Albufera de Valencia, Caza de patos en la Albufera y Marineros en el Puerto de Valencia.

Sospechoso Carlos IV de que Antonio Carnicero pueda estar implicado en el llamado “proceso de El Escorial” —año 1806—, el día 7 de noviembre de 1807 ordena que ingrese en la cárcel, pero al poder demostrar Carnicero su inocencia, el soberano dicta su puesta en libertad el 18 de ese mismo mes. No obstante, es apartado de su puesto hasta el 11 de fe­brero de 1808, cuando vuelve a ocupar su plaza de pintor de cámara. De este mismo año son los retratos de Fernando de Borbón encomendados por el Ayun­tamiento de Madrid y la Real Academia de la Histo­ria para el día de su “aclamación”.

El que Carnicero siguiese prestando sus servicios como pintor de cámara de José Bonaparte, no indica que fuese adicto al gobierno intruso, sino que tenía que mantener a una familia y sus bienes de fortuna eran precarios, ya que al cerrarse la Academia de Be­llas Artes de San Fernando, dejó de percibir su sueldo como profesor, además de que con ese motivo no le abonaron los retratos de Fernando de Borbón había entregado puntualmente.

Aunque la primera medida que toma Fernando VII, a su regreso a España, es la de destituir de sus puestos de trabajo a todo el personal de la Real Casa que hu­biese prestado sus servicios al gobierno intruso, gra­cias al duque de San Carlos, que le hace comprender al Rey la injusticia de esa media, el rey considera va­rios supuestos e indica que a aquellos que “por nece­sidad económica, hubiesen seguido en sus puestos, pero sin dar señales evidentes de acatamiento, se les dejaría en el mismo puesto, pero sin modificarles el sueldo”. Esta orden no se puso en ejecución hasta el 29 de agosto de 1814 y Antonio Carnicero no pudo disfrutar de la gracia otorgada por el Rey, al haber fa­llecido el 21 de ese mismo mes y año.

Fue la familia de Carnicero la que, a su muerte, co­bró lo adeudado al pintor, incluso los lienzos encar­gados por el Ayuntamiento y la Real Academia de la Historia; curiosamente, esta institución, pagó el retrato de Fernando VII, “en libros surtidos de la Aca­demia”.

 

Obras de ~: La coronación del Rey Alfonso XI y de la Reina Maria, su mujer, 1768; San Francisco hablando con un perso­naje, San Francisco cortando el pelo a una joven, San Francisco calmando la tempestad, San Francisco ante la Virgen, San Fran­cisco obrando un milagro, San Francisco predicando a las aves, todas ellas en la basílica de San Francisco el Grande, Madrid, 1769; Retrato de clérigo; Dama con mantilla; Retrato de Don Vicente García; Retrato de Don Joaquín de Eguía, 1791; Retrato de un hijo del Duque de Osuna; Retrato de Señora desconocida, 1790; Retrato del Infante Francisco de Paula, 1802; Retrato de la Infanta Isabel de Borbón, 1802; Retrato del Infante Carlos María Isidro; Retrato de un niño con un pájaro en la mano; Retrato de Carlos IV de cuerpo entero, 1798; Retrato de María Luisa de Parma, 1798; Retrato de Fernando VII, 1802; Retrato de Manuel Godoy; La elevación de un globo Mongolfier; Virgen Inmaculada.

 

Bibl.: P. Madrazo, Catálogo de los cuadros del Real Mu­seo de Pintura y Escultura de S. M., Madrid, Aguado, 1843, pág. 118; V. Carderera y Solano, Catálogo y descripción su­maria de Retratos antiguos de personajes ilustres españoles y ex­tranjeros de ambos sexos, Madrid, Imprenta de M. Tello, 1877; M. Álvarez Ossorio y Bernard, Galería biográfica de artistas españoles del siglo xix, Madrid, Moreno y Rojas, 1883-1884; Barón de Alcahalí, Diccionario biográfico de artistas valencia­nos, Valencia, Imprenta de Federico Domenech, 1897; J. Ca­labuig, El Real Templo Basilical de San Francisco el Grande en la Historia y en las Artes, Valencia, Imprenta La Gutemberg, 1919; E. Aguilera, Pintores españoles del siglo xviii, Barcelona, Iberia, 1946; O. Delgado, Paret y Alcázar, pintor español, Ma­drid, Instituto Diego Velázquez del Consejo Superior de Inves­tigaciones Científicas (CSIC) y Universidad de Madrid, 1957, págs. 78-79; M. A. Alonso Sánchez, Francisco Preciado de la Vega y la Academia de Bellas Artes. Artistas españoles que han pasado por Roma, tesis doctoral, Madrid, 1961; J. Lopez Rey, “Goya at the London Royal Academy”, en Gazette des beaux-arts, 63 (1964), pág. 183; M. Lopez Serrano, “Palacio de Oriente. Nuevos Museos”, en Reales Sitios, 8 (1966), pág. 15; P. Junquera, Retratos de niños en los Palacios Reales, en Reales Sitios (1966) págs. 27-36-39; J. Held. Goyas Akademie Kri­tik, Berlin, 1967, págs. 214-224-389; D. Angulo Íñiguez, “Exposición de Arte Español en Japón”, en Archivo Español de Arte (1970), pág. 242; P. Junquera, Miniaturas-retratos en el Palacio de Oriente, en Reales Sitios (1971), pág. 14; C. Bédat, L’academie des beaux-arts de Madrid 1744-1808, Tolousse, Úniversité, 1974; J. García Melero, Biografía de la Pintura española, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1978; M.ª A. Martínez Ibáñez, “La Tauromaquia de Carnicero”, en Cuadernos de Cultura, 14 (1979), págs. 22-23; “Dibujos in­éditos de Antonio Carnicero de su etapa romana 1760-1766”, en Archivo Español de Arte (Madrid), t. 56, n.º 211 (1981), págs. 384-386, “Aportaciones a la figura de Antonio Carni­cero Mancio”, en Archivo Español de Arte (Madrid) (1981), pág. 21; Antonio Carnicero Mancio en la Academia de la His­toria, Archivo Español de Arte (Madrid), t. 56, n.º 224 (1983), págs. 397-399; Antonio Carnicero Mancio Pintor, tesis docto­ral, Madrid, Departamento de Historia del Arte, Facultad de Geografía e Historia, Universidad Complutense de Madrid, 1987; “Pintura madrileña de Antonio Carnicero”, en Anales del Instituto de Estudios Madrileños (Madrid), n.º 25 (1988), págs. 69-72; “Antonio Carnicero y el Quijote de Ibarra de 1780-1782”, en Villa de Madrid (1988), págs. 21-33; “La pintura de Antonio Carnicero en el País Vasco”, en Boletín del Museo de Bellas Artes de Bilbao (1988), págs. 49-62; “Los temas valencianos del pintor de cámara de Carlos IV, Antonio Carnicero Mancio”, en Archivo de Arte Valenciano, 69 (1988), págs. 124-126; “Antonio Carnicero Mancio un pintor de cá­mara en el olvido”, en Reales Sitios, 101 (1989), págs. 49-56; “La pintura de Antonio Carnicero en el Prado”, en Boletín del Museo del Prado, vol. 11, n.º 29 (1990), págs. 37-41; “Anto­nio Carnicero Mancio. Pintor de cámara de Carlos IV”, en Cuadernos de Arte e Iconografía, t. 5, n.º 9 (1992), págs. 181-204; Antonio Carnicero 1748-1814, catálogo de exposición, Madrid, Centro Cultural de la Villa, 1997.

María Antonia Martínez Ibáñez