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Ramón Carnicer y Batlle

Biografía

Carnicer y Batlle, Ramón. Tárrega (Lérida), 24.X.1789 – Madrid, 17.III.1855. Compositor y di­rector de orquesta.

Fue bautizado en la parroquia de Santa María de Tárrega el día 24 de octubre. La mayor parte de los datos de su infancia y juventud han sido transmitidos gracias a la biografía que redactó a su muerte su dis­cípulo Francisco Asenjo Barbieri. Su padre, también llamado Ramón, le inició en la música junto con el maestro de capilla de su parroquia, Buenaventura Fe­liù. En 1799 obtuvo una plaza como niño de coro en la catedral de La Seo de Urgel, donde permaneció hasta 1806; sus maestros allí fueron el maestro de capilla Bruno Pagueras, el organista Antonio Coderech y el violinista Félix Roig. En 1806 marchó a Barce­lona para continuar sus estudios con el maestro de capilla de la catedral Francisco Queralt y con el orga­nista Carlos Baguer. En estos años de Barcelona, entre 1806 y 1808, debió de iniciar sus actividades como compositor, sobre todo de música religiosa, aunque no se conoce ninguna obra fechada tan temprano; asimismo inició su contacto con la ópera italiana en el Teatro de la Santa Cruz. La llegada de las tropas francesas de Napoleón a Barcelona obligó a Carni­cer a exiliarse a Mahón (Menorca), donde sobrevivió gracias a las clases particulares y a su trabajo como organista en el convento de los franciscanos. De estos años datan sus primeras obras conocidas, la tonadilla La cantinera (1813) y Tota pulchra (1814); es proba­ble que buena parte de las composiciones para órgano y las obras religiosas de pequeñas dimensiones corres­pondan también a sus primeros años de Barcelona o de Mahón, pero sólo se conservan copias manuscri­tas sin datar y muy dispersas, pues, según Barbieri, el propio autor destruyó hacia 1819 casi toda su obra anterior.

En 1814, Carnicer volvió a Barcelona para dedi­carse a la enseñanza, la dirección y la composición. En la cuaresma de 1816 dirigió los conciertos que dio en su palacio el general Castaños, duque de Bailén y capitán general de Cataluña. Recibió el encargo de crear una temporada de ópera en el Teatro de la Santa Cruz, para lo que viajó a Italia a buscar cantantes, es­cenógrafos y sobre todo un gran director de orquesta, Pietro Generali. Ambos dirigieron las siguientes tem­poradas hasta 1820 en que Carnicer quedó como único director. Junto a esta labor de director y empre­sario de compañías de ópera, Carnicer desarrolló una intensa actividad compositiva para la escena, sobre todo de numerosas piezas tanto en italiano como en español, que se intercalaban dentro de las produccio­nes operísticas; así compuso cavatinas para La cene­rentola (1818) y Otello (1821) de Rossini, dúos para L’Agnese (1818) de Paër o Clotilde (1819) de Coccia, e incluso oberturas (llamadas en la época sinfonías) como las que escribe para Il turco in Italia (1820) e Il barbiere di Siviglia (1819) de Rossini. Esta última ha sido la única composición que se ha mantenido en el repertorio desde entonces y que contó con la apro­bación del propio Rossini. Pero además compuso sus dos primeras óperas, Adele di Lusignano, sobre libreto de Felice Romani, estrenada en el Teatro de la Santa Cruz el 15 de mayo de 1819, y Elena e Constantino, con texto anónimo, estrenada en el mismo teatro el 16 de junio de 1821. Ambas obras muestran ya algu­nas de las características más notables de lo que fue la principal producción de Carnicer, la operística. Se trata de óperas serias o semiserias en italiano, am­bientadas en la historia medieval, con complicados argumentos pero mostrando siempre las pasiones más exaltadas como fondo; la colaboración con el poeta genovés Romani es bien significativa, tanto por ser el principal libretista de la ópera romántica italiana como por ser el autor de cinco de los textos a los que puso música Carnicer; en cuanto a la partitura, la in­fluencia de Rossini está patente sobre todo en el abso­luto predominio de la línea melódica; el propio autor reconocía a propósito de su segunda ópera que “no me es dado seguir más que de lejos las pisadas del in­mortal Rossini”.

La tercera ópera de Carnicer, Il dissoluto punito o sia Don Giovanni Tenorio, fue estrenada también en Barcelona el 20 de junio de 1822. Es su obra más excepcional, tanto por el libreto anónimo que desa­rrolla el mito español según la recreación de Lorenzo da Ponte, como por la música que no entusiasmó al público por alejarse de los modelos italianos y “hacer prueba de las graves armonías de la escuela tedesca” (crítica aparecida en El Vapor de Barcelona, 7 de julio de 1834). El resto de las obras que compuso en estos años pertenece al género de la música incidental para cantarse intercalada tanto en óperas italianas como en obras de teatro en español. Además, Carnicer realizó varios viajes a Italia para contratar cantantes y traer las novedades operísticas del momento (Rossini y Pacini, que ya eran conocidos, pero también Bellini y Doni­zetti). Fuera de estas actividades y de su boda en 1814 con Magdalena España, poco se conoce de la vida de Carnicer; pero en uno de los expedientes de 1830, que figura en el Archivo del Palacio Real de Madrid, con ocasión de las oposiciones para cubrir la plaza de maestro de la Real Capilla, se le acusa, entre otras cosas, de haber pertenecido a la Tertulia Patriótica y a la Milicia Nacional como voluntario, de ser adicto al Gobierno Constitucional, de ser liberal y demó­crata, y de haber estado afiliado a “sectas tenebrosas y reprobadas”. Esta clara toma de postura política le forzará a exiliarse tras el Trienio Liberal, primero a París (1824-1826) y luego a Londres (1826-1827). Su estancia en la capital británica fue fructífera tanto en sus relaciones personales con otros músicos exilia­dos, como en la edición de algunas partituras, sobre todo canciones como Six Spanish Airs (1826) y obras para piano. En Londres, el embajador de Chile Ma­riano de Egaña le encargó en 1827 la composición del Himno patriótico de Chile, sobre texto de Bernardo Vera y Pintado, que fue adoptado más tarde como himno nacional.

En 1827 volvió a Barcelona y al poco tiempo recibió dos órdenes, de 24 de febrero y 20 de marzo, por las que se le obligaba a trasladarse a Madrid como direc­tor y compositor de los teatros de la Cruz y del Prín­cipe, en sustitución del italiano Saverio Mercadante. Al parecer se debía al deseo del propio Rey por emu­lar las temporadas operísticas de Barcelona. Se inició así una nueva etapa de la vida de Carnicer, en la que permaneció vinculado a Madrid hasta su muerte. Sus principales actividades fueron la dirección musical de los teatros hasta 1845, la composición y la enseñanza. Como director, acometió una profunda reforma en la manera de trabajar de las orquestas y los coros como ya había hecho en Barcelona, aumentó significativa­mente la sección de instrumentos de metal y el nú­mero de cantantes, y contribuyó al conocimiento de las novedades operísticas europeas, incluyendo la re­cepción de Meyerbeer y de Ernani, del joven Verdi. Fuera de los teatros dirigió otras obras, entre las que destaca el estreno del Stabat Mater de Rossini en la iglesia de San Felipe el Real en 1833. Como compo­sitor, cuatro óperas italianas, con libreto de Romani, estrenó en los teatros madrileños: Elena e Malvina (11 de febrero de 1829, Teatro del Príncipe) que fue la que gozó de más éxito, Colombo (12 de enero de 1831, Teatro del Príncipe), Eufemio di Messina ossia I Sarraceni in Sicilia (14 de diciembre de 1832, Tea­tro del Príncipe) e Ismalia ossia Morte ed amore (18 de marzo de 1838, Teatro de la Cruz). Además de estas óperas, cultivó la música incidental para obras italianas (óperas de Pacini, Coccia, Donizetti, Be­llini o Rossini) o españolas (dramas y comedias de Bretón de los Herreros, Hartzenbusch, Espronceda, Martínez de la Rosa o Zorrilla, entre otros), y muy frecuentemente un género obligado por su situación al servicio de las instituciones políticas madrileñas: la creación de himnos y obras conmemorativas, primero dedicados a Fernando VII (sendos himnos para la en­trada de Sus Majestades en el Teatro de la Cruz y en el del Príncipe, de 1829), luego a la regente María Cris­tina (Himno al feliz cumpleaños de S. M. la Reyna Go­bernadora, 1840, Himno militar a la reina madre por su feliz regreso a España, 1844) y más tarde a Isabel II (Himno para el nacimiento de la princesa de Asturias, 1852); pero también los dedicados a otros personajes y acontecimientos (Himno patriótico con motivo de la publicación del Estatuto Real, 1834, Himno en cele­bridad de la publicación de la Constitución de 1812, 1836, dos himnos a Gandesa tras el asedio carlista, 1838, Himno a Espartero, 1840).

Con el mismo trasfondo político compuso sus obras más ambiciosas, aunque en este caso fueran re­ligiosas: la Misa a ocho voces a gran orquesta (1828), la Misa de difuntos a ocho voces para la Reina Josefa Amalia de Sajonia, encargada por el Ayuntamiento de Madrid para las exequias celebradas el 3 de agosto de 1829 en la iglesia de San Isidro, y el Invi­tatorio y primer nocturno de difuntos para las exequias del rey Fernando VII, celebradas en San Francisco el Grande en 1834. De acuerdo con los nuevos tiem­pos, también mantuvo una estrecha relación laboral con la burguesía más acaudalada, en concreto con los banqueros Alejandro Aguado —amigo de Ros­sini y probable responsable en la sombra del traslado de Carnicer a Madrid en 1827—, José de Salamanca —propietario del Teatro del Circo que Carnicer di­rigió en 1842— y José Safont. Este último le encargó una misa de difuntos para los funerales por sus fami­liares que pensaba celebrar el 25 de febrero de 1842 en la iglesia de Santo Tomás; Carnicer escribió una obra monumental a dos coros y gran orquesta que re­quirió doscientos intérpretes; pero a la hora de pagar los honorarios surgió un profundo desacuerdo en­tre el compositor y el comitente, que dio lugar a un pleito en el que intervinieron como peritos tasadores los músicos Basilio Basili, Baltasar Saldoni e Indale­cio Soriano Fuertes.

Un género musical que cultivó a lo largo de toda su vida fue el de la canción, sobre todo en castellano. Algunas fueron publicadas para satisfacer el gusto por lo español desarrollado en las grandes ciudades euro­peas; otras fueron compuestas para las grandes can­tantes y actrices del momento, quienes las estrenaron en los teatros. Pueden tener acompañamiento orques­tal o para piano, aunque también las hay para voz y guitarra. Algunas de ellas, como El caramba, El no sé, La criada, El chairo o El poder de las mujeres, fueron sus melodías más populares, tanto en su época como después de su muerte.

Carnicer ocupó otros puestos en la actividad musi­cal de Madrid, además del de director. En 1830 opo­sitó para la plaza de maestro de la Real Capilla, va­cante tras la muerte de Francisco Federici y que no obtuvo por sus antiguos ideales políticos. En 1831 se creó el Conservatorio de Música de María Cristina (actual Real Conservatorio Superior de Música de Madrid), y Carnicer fue nombrado maestro de Com­posición. En este centro, del que fue director inte­rino en varias ocasiones, permaneció hasta su muerte. Por sus clases pasaron alumnos como Pedro Tintorer, Rafael Hernando, Joaquín Gaztambide y Francisco Asenjo Barbieri que siempre le veneró como maestro; es de destacar que siendo él un compositor romántico que cultivó sobre todo el teatro lírico italiano, fuera maestro de los compositores que iniciaron la zarzuela moderna en búsqueda de un estilo nacional.

Aparte de su labor docente y administrativa, tam­bién compuso obras para diversas actividades del Conservatorio, como conciertos de alumnos o pie­zas para oposiciones; la más importante fue el me­lodrama Los enredos de un curioso, con texto de Félix Enciso Castrillón y música de Carnicer, Pedro Al­béniz, Francisco Piermarini y Bastasar Saldoni, que se representó en el Conservatorio el 6 de febrero de 1832, para celebrar el nacimiento de la infanta Luisa Fernanda. Esta obra, parte hablada y parte cantada, ambientada en “una villa de la Mancha” y con música en ocasiones “verdaderamente andaluza” (José María Carnerero, Cartas españolas, 15 de marzo de 1832), fue considerada como el antecedente inmediato del género de la zarzuela decimonónica. Otros puestos ocupados por Carnicer fueron el de miembro de la Junta Filarmónica para la creación de óperas españo­las (1837) y el de profesor de Armonía del Liceo Ar­tístico y Literario de Madrid (1839).

Tras su muerte se iniciaron varios intentos de editar sus obras y de adquirir sus manuscritos, que no lle­garon a concretarse. Por fin en 1965 el legado de sus ciento cuarenta y dos manuscritos fue entregado por sus herederos a la Biblioteca Municipal de Madrid, donde actualmente se conserva.

 

Obras de ~: Canciones: La cantinera, 1813; Tota pulchra, 1814; El caramba, El no sé, La criada, El chairo o El poder de las mujeres, Six Spanish Airs, 1826.Óperas: Adele di Lusignano, 1819; Elena e Constantino, 1821; Il dissoluto punito o sia Don Giovanni Tenorio, 1822.Himnos: Himno patriótico de Chile, 1827; Himno al feliz cumpleaños de S. M. la Reyna Gobernadora, 1840, Himno mili­tar a la reina madre por su feliz regreso a España, 1844; Himno para el nacimiento de la princesa de Asturias, 1852; Himno pa­triótico con motivo de la publicación del Estatuto Real, 1834; Himno en celebridad de la publicación de la Constitución de 1812, 1836; Himno a Espartero, 1840.

Composiciones religiosas: Misa a ocho voces a gran orquesta, 1828; Misa de difuntos a ocho voces para la Reina Josefa Amalia de Sajonia, 1829; Invitatorio y primer nocturno de difuntos para las exequias del rey Fernando VII, 1834.

 

Bibl.: E. de Ochoa, “Galería de ingenios contemporáneos: Don Ramón Carnicer”, en El Artista (1836), págs. 145-146; B. Basili, Pruebas de peritos en el pleito seguido entre el Excelen­tísimo Señor Don José Safont y el maestro compositor de música Don Ramón Carnicer, Madrid, La Amistad, 1844; Gaceta Mu­sical de Madrid, 25 de marzo de 1855; A. Elías de Molins, Diccionario biográfico y bibliográfico de escritores y artistas ca­talanes del siglo xix, Barcelona, Imprenta de Fidel Giró, 1889; F. Pedrell, Diccionario biográfico y bibliográfico de músicos y escritores de música españoles, portugueses e hispanoamericanos antiguos y modernos, Barcelona, Víctor Berdós, 1897; J. Su­birá, “En el centenario de un gran músico. Ramón Carnicer”, en Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, XIX-1 (1955), págs. 38-73; V. Salas Viu, “Ramón Carnicer, músico liberal”, en VV. AA., Música y creación musi­cal. Ensayos, Madrid, Taurus, 1966, págs. 271-279; F. A. Bar­bieri, Biografías y documentos sobre música y músicos españoles, ed. de E. Casares, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1986, Legado Barbieri, I; J. Rodríguez, “Documentos del expe­diente de Ramón Carnicer”, en Recerca Musicològica, VIII (1988), págs. 193-205; “Dosier Ramón Carnicer”, Scherzo, 64 (1992), págs. 123-152; V. Pagán y A. de Vicente, Catálogo de obras de Ramón Carnicer, Madrid, Alpuerto-Fundación Caja de Madrid, 1997; C. Alonso, La canción lírica española en el siglo xix, Madrid, Instituto Complutense de Ciencias Mu­sicales, 1998.

 

Alfonsode Vicente