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Fernando de Pulgar

Biografía

Pulgar, Fernando de. ?, c. 1430 – c. 1492. Secretario real, cronista y escritor.

Fernando de Pulgar (forma preferible de nombrarlo, por cuanto es la que aparece en la documentación de la época, en las primeras ediciones de sus obras y en un documento autógrafo) nació probablemente a finales del decenio de 1420, o quizá a principios del siguiente.

Se lo ha prohijado a Toledo, Madrid y Pulgar (a unos veinte quilómetros al suroeste de Toledo), sin que existan argumentos definitivos que permitan optar por un lugar sobre los demás.

Es segura, en cambio, su condición de cristiano nuevo, que determinó su oficio y en buena medida su actividad intelectual y política. Su padre fue, verosímilmente, Diego Rodríguez de Toledo (aparece en la documentación de la época también como Diego de Pulgar), escribano de la Audiencia de Toledo. Fernando se crio y formó en el entorno cortesano de Juan II y Enrique IV, y estuvo al servicio de la dinastía real castellana durante un período de más de cuarenta años. Es probable que adquiriera el oficio de escribano, el dominio de la prosa curial y su conocimiento del latín en el entorno del converso Fernán Díaz de Toledo, relator regio y padre del principal secretario de los Reyes Católicos, Fernán Álvarez de Toledo, con quien Pulgar tuvo trato y correspondencia.

Otro vínculo decisivo en su trayectoria vital y profesional fue el que sostuvo con el clan Mendoza, al que retrata y representa de forma preeminente y muy favorable en sus obras. El nexo principal lo mantuvo con Pedro González de Mendoza, cardenal de España y figura dominante de la política castellana durante los veinte primeros años del reinado de Fernando e Isabel; parte de los estipendios que Pulgar recibía por su servicio a la Corona se deducía de rentas reales asignadas a Pedro.

El entorno cortesano permitió que en su juventud Pulgar trabara contacto con los principales caballeros y prelados de su tiempo, a los que luego retrataría en los Claros varones de Castilla; frecuentó entre otros a Fernán Pérez de Guzmán, cuya influencia en su obra es reconocida expresamente; la relación con los Mendoza quizá le permitió el acceso a las novedades bibliográficas que el marqués don Íñigo y sus hijos solicitaban a los libreros italianos. No puede descartarse que mantuviera contactos con la familia Cartagena (dadas las relaciones entre ésta y los Mendoza), y hay quienes han visto en Pulgar a un discípulo de Alonso de Cartagena, tal como lo fueron Alfonso de Palencia (con quien tuvo manifiesta relación), Rodrigo Sánchez de Arévalo y Diego Rodríguez de Almela.

Los primeros datos documentales sobre su actividad se remontan a 1457, cuando aparece como registrador en un privilegio real. Como Fernando de Badajoz, Juan de Zamora o Juan de Oviedo, Pulgar era uno de los secretarios de origen converso que rodeaban al rey don Enrique y despachaban los asuntos de la Cancillería.

Cargo de peso político y con responsabilidades diplomáticas, solía compaginarse con el desempeño de otras tareas burocráticas: la escribanía de Cámara o, llegado el caso, el puesto de cronista. A Pulgar le cupo desempeñar entre 1459 y 1464 algunas misiones diplomáticas en la Corte francesa; aunque se ignora qué tareas se le encomendaron, el secretario cultivó en esas embajadas vínculos personales y realizó descubrimientos literarios que luego integraría en sus Claros varones. En 1473 fue enviado a Roma como procurador del rey de Castilla para intervenir en las negociaciones sobre el posible matrimonio entre Enrique Fortuna y Juana la Beltraneja.

La proximidad y fidelidad a Enrique IV no le impidió conservar y aún mejorar su posición profesional a la muerte de éste. A principios de 1475 partió hacia Francia con credenciales especiales e instrucciones expresas de la reina Isabel, para comunicar oficialmente a Luis XI el fallecimiento de Enrique IV y participar en la resolución del conflicto que Francia mantenía con Aragón por las tierras del Rosellón. De forma paralela, sus virtudes como prosista comenzaron a emplearse con fines políticos, y empezó a escribir cartas públicas en defensa de los nuevos Reyes: entre ellas, una resuelta apología de la joven Reina dirigida al obispo de Osma, otra al inquieto Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo, y una tercera a Alfonso V de Portugal, sobre las consecuencias que acarrearía un conflicto bélico entre Portugal y Castilla.

Su actividad se mantuvo en los años siguientes, cuando incluso acompañó a la Corte regia en algunos de sus viajes. En 1480, o muy poco después, fue nombrado cronista real en sustitución de Alfonso de Palencia. Radicado a la sazón en Madrid, su cargo lo obligó a acompañar a los Monarcas en la campaña de Granada a partir de 1482.

El período más fructífero como escritor —pero siempre desde el corazón de la actividad pública— le llegó en los años finales de su vida. En 1485 las prensas burgalesas de Fadrique de Basilea publicaron quince de sus cartas (la más antigua de las cuales se remonta a 1473) y su particular glosa a las Coplas de Mingo Revulgo, dedicada al conde de Haro. Poco antes había iniciado la redacción de los Claros varones de Castilla, que se imprimieron en Toledo a finales de 1486, en compañía de treinta y dos cartas, y dedicados a la reina Isabel. Siguió redactando la crónica oficial del reinado, y consta que estuvo presente en el sitio de Baza en 1489. La narración de la Crónica de los Reyes Católicos se interrumpe a principios de la campaña de 1490, aunque Pulgar seguía con vida a principios de 1492; su muerte tendría lugar en esa fecha o poco después, sin haber podido completar el relato historiográfico de la caída de Granada.

La aportación más destacada de la obra de Pulgar consiste en haber sabido aclimatar de manera definitiva formas literarias de raigambre humanística: la galería de retratos de sus Claros varones (que incluye al rey Enrique IV, doce grandes señores y ocho obispos de su tiempo) y sus treinta y tres cartas o letras conocidas, de muy variado registro, que abordan los asuntos propios de la epístola política (como la presión a que la recién creada Inquisición sometía a los conversos), pero también los de las epístolas familiares, mucho más personales, desenfadas y jocosas. Ello le ha valido un reconocimiento especial como uno de los antecedentes hispánicos de la expresión de la subjetividad.

Tanto la galería de retratos como las cartas de Pulgar gozaron de gran éxito y se reimprimieron constantemente durante la primera mitad del siglo xvi. La Crónica de los Reyes Católicos es una obra inacabada, claramente orientada en su primera parte a legitimar el derecho de Isabel a suceder a su hermanastro Enrique, y centrada en su segunda parte en la guerra de Granada. Elio Antonio de Nebrija vertió al latín, como material de una de sus Decades duas (publicadas por Sancho de Nebrija en 1545), la sección dedicada a la campaña contra el Reino nazarí. La Crónica vio las prensas en 1565, aunque atribuida al Nebrisense; dos años más tarde volvió a imprimirse, esta vez con la atribución correcta.

Pulgar fue un letrado de formación predominantemente bíblica y patrística, dotado de una cierta sensibilidad por el legado grecolatino más difundido. No cabe situarlo en la vanguardia cultural de la Castilla de su tiempo, junto a figuras como Juan de Lucena o Alfonso de Palencia (por no hablar de Nebrija), pero no hay que desdeñar su familiaridad con ciertos aspectos del pensamiento y la literatura clásicos, en un paso adelante con respecto a la generación anterior (la de Villena, Santillana o Mena), mucho más deslumbrada por las nuevas manifestaciones intelectuales y literarias que llegaban de Italia, pero también más superficial. En tiempos de Pulgar, autores como Cicerón, Salustio, Valerio Máximo o Tito Livio formaban parte del paisaje cultural castellano, y la obra del cronista, vista en su tradición, se caracteriza precisamente por la incorporación de nuevos trazos a esquemas ya conocidos: sus letras se insertan explícitamente en la línea de las “cartas mensajeras” que antes habían escrito el marqués de Santillana y Fernán Pérez de Guzmán, pero el genial desenfado que las caracteriza es inconcebible sin la lección aprendida en las Epístolas familiares de Cicerón; las diferencias entre los Claros varones de Castilla y las obras biográficas de Pérez de Guzmán, modelo reconocido, se cifran en un sabor plutarquiano que añade ambición literaria a los retratos; algo análogo puede decirse de la Crónica de los Reyes Católicos, una narración que se pliega a las convenciones de un género —la crónica real— codificado cuando menos desde tiempos del canciller Pedro López de Ayala, pero remozado con un temple clásico que asoma en el color retórico y el pathos de los razonamientos a la manera de Tito Livio.

La generación siguiente a Pulgar no se formó de él una opinión demasiado favorable como historiador, por considerarlo seco en los detalles y muy parcial a la causa de Pedro González de Mendoza y su clan (extremos que no pueden negarse). Mejor fortuna tuvo como ejemplo de prosa por la elegancia de su estilo familiar, juicio que se granjeó tanto por sus cartas como por las oraciones contenidas en la Crónica y que le ha valido un aprecio sostenido a lo largo de los siglos (desde Ambrosio de Morales hasta Luis Herrera Oria, pasando por Eugenio Llaguno, Juan Pablo Forner, Antonio de Capmany, Eugenio de Ochoa o Julio Cejador).

Cabe destacar también su conversión en figura literaria o folclórica: junto con otros personajes de finales del siglo xv y principios del xvi, como el doctor Francisco López de Villalobos o el bufón Francesillo de Zúñiga, Pulgar cobra vida en las colecciones de apotegmas como paradigma de vir facetus, personaje jocoso y ocurrente que sorprende con su ingenio a los contemporáneos; así puede vérselo, por ejemplo, en la Floresta española de Melchor de Santa Cruz (1574). En fin, los referentes históricos de la Crónica de los Reyes Católicos fueron brevemente aprovechados por Ginés Pérez de Hita en sus Guerras civiles de Granada y por Mateo Alemán en la historia de Ozmín y Daraja que se incluye en la primera parte del Guzmán de Alfarache.

 

Obras de ~: Letras. Glosa a las “Coplas de Mingo Revulgo”, Burgos, Fadrique de Basilea, [1485] [ed. de J. Domínguez Bordona, Madrid, La Lectura, 1929; Coplas de Mingo Revulgo, ed. de M. Ciceri, en Cultura Neolatina, XXXVII (1977), págs. 75- 149 y 189-266; Letras, ed. de P. Elia, Pisa, Giardini, 1982; Las Coplas de Mingo Revulgo, ed. V. Brodey, Madison, The Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1986]; Los claros varones de Castilla. Letras, Toledo, Juan Vázquez, 1486 [(junto con el Centón epistolario de Fernán Gómez de Cibdadreal y las Generaciones y semblanzas de Fernán Pérez de Guzmán), ed. de E. Llaguno, Madrid, Imprenta Real de la Gaceta, 1775; Claros varones de Castilla, ed. de J. Domínguez Bordona, Madrid, Espasa Calpe, 1923; ed. de R. B. Tate, Oxford, Clarendon Press, 1971; ed. de R. B. Tate, Madrid, Taurus, 1985; ed. de M. Á.

Pérez Priego, Madrid, Cátedra, 2007]; Crónica de los Reyes Católicos, Valladolid, Sebastián Martínez, 1565 (se imprime como atrib. a E. A. de Nebrija) [Crónica de los señores Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel de Castilla y Aragón, Valencia, imprenta de Benito Monfort, 1780; Crónica de los Reyes Católicos, ed. de J. de M. Carriazo, Madrid, Espasa Calpe, 1943, 2 vols.].

 

Bibl.: F. Cantera Burgos, “Fernando de Pulgar y los conversos”, en Sefarad, IV (1944), págs. 295-348; C. Clavería, “Notas sobre la caracterización de la personalidad en Generaciones y semblanzas”, en Anales de la Universidad de Murcia, X (1951-1952), págs. 481-526; J. Marichal, La voluntad de estilo: teoría e historia del ensayismo hispánico, Barcelona, Seix Barral, 1957; J. Lawrance, “Nuevos lectores y nuevos géneros: apuntes y observaciones sobre la epistolografía en el primer renacimiento español”, en V. García de la Concha (ed.), Literatura en la época del emperador (Academia Literaria Renacentista, V-VII), Salamanca, Universidad, 1988, págs. 81-99; J. Fradejas Lebrero, “La patria de Fernando del Pulgar”, en Epos, VI (1990), págs. 469-475; V. Pineda, “Las consolaciones de Fernando del Pulgar”, en J. Paredes (ed.), Medioevo y literatura. Actas del V Congreso de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, vol. IV, Granada, Universidad, 1995, págs. 65-73; R. B. Tate, “Poles Apart-Two Official Historians of the Catholic Monarchs-: Alfonso de Palencia and Fernando del Pulgar”, en J. M. Soto Rábanos (ed.), Pensamiento medieval hispano. Homenaje a Horacio Santiago-Otero, vol. 1, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Junta de Castilla y León-Diputación de Zamora, 1998, págs. 439-463; B. Netanyahu, Los orígenes de la Inquisición, Barcelona, Crítica, 1999; G. Pontón, “Sobre algunas epístolas de Fernando de Pulgar”, en S. Iriso y M. Freixas (eds.), Actas del VIII Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, vol. II, Santander, Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria-Año Jubilar Lebaniego-AHLM, 2000, págs. 1487-1499; S. Iriso, “Una fablilla de Fernando de Pulgar”, en Revista de Literatura Medieval, XIII: 2 (2001), págs. 63-76; G. Pontón, Correspondencias. Los orígenes del arte epistolar en España, Madrid, Biblioteca Nueva, 2002; M. I. Hernández González, “Fernando de Pulgar”, en C. Alvar y J. M. Lucía Megías (dirs.), Diccionario filológico de literatura medieval española. Textos y transmisión, Madrid, Castalia, 2002, págs. 521-557; M. Á. Pérez Priego, “El retrato historiográfico de Fernando del Pulgar”, en VV. AA., Actas del X Congreso Internacional de la Asociación Hispánica de Literatura Medieval, Alicante, Universidad, 2004, págs. 169-183; “Introducción”, en F. del Pulgar, Claros varones de Castilla, Madrid, Cátedra, 2007, págs. 11-68.

 

Gonzalo Pontón Gijón

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