Primo de Rivera y Sobremonte, Fernando. Marqués de Estella (I), conde de San Fernando de la Unión (I). Sevilla, 24.VII.1831 – Madrid, 23.V.1921. Caballero del Toisón de Oro, bilaureado capitán general del Ejército, ministro de la Guerra, gobernador general de Filipinas, diputado y senador.
Hijo de José Primo de Rivera Ortiz, y de Juana Sobremonte Larrazábal. El padre, teniente general de la Armada, solicitó su ingreso en el Colegio General Militar unos meses antes de que cumpliera trece años.
Filiado como cadete el 20 de noviembre de 1844, fue promovido a subteniente de Infantería tres años después y destinado al Regimiento de Infantería España n.º 30, acuartelado en Madrid.
Su bautismo de fuego lo recibió durante las jornadas revolucionarias madrileñas de marzo y mayo de 1848, débil reflejo de las europeas, pero que fueron reprimidas contundentemente por Narváez. Por su intervención en estos hechos fue recompensado con el grado de teniente y la Cruz sencilla de San Fernando.
Tras un frustrado intento de acceder al Cuerpo de Estado Mayor, marchó a Sevilla, donde permaneció cuatro años en situación de reserva y ascendió a teniente en 1852. En marzo de 1854 solicitó sin éxito incorporarse al Ejército de Filipinas, al que había sido destinado su hermano Rafael, comandante de Estado Mayor, y tres años después obtuvo plaza de ayudante de profesor en el Colegio de Infantería de Toledo.
Promovido a capitán en mayo de 1857, volvió a quedar en situación de reserva en Sevilla, donde contrajo matrimonio con María del Pilar Arias Escalera, de la que no tuvo descendencia. En abril de 1858 regresó al Colegio de Infantería.
Conforme a la normativa vigente, fue recompensado con el empleo de comandante al cumplir siete años de profesorado, y destinado a Valencia, al Regimiento de Infantería Burgos n.º 36. Trasladada su unidad a Madrid, jugó un relevante papel, a las órdenes de O’Donnell, en el desenlace del motín de los sargentos de Artillería del cuartel de San Gil, el 22 de junio de 1866, siendo recompensado con el empleo de teniente coronel y destinado a Cádiz, al Regimiento de Infantería Valencia n.º 23.
El 19 de octubre de 1867 Narváez le concedió el mando del Batallón de Cazadores Alcántara n.º 20, acuartelado entonces en Barcelona y trasladado seis meses después a Granada. El 19 de septiembre de 1868, cuando se inició la revolución democrática que destronó a Isabel II, se encontraba en Antequera con cuatro de sus compañías. Con la colaboración de la Guardia Civil logró sofocar los disturbios que estallaron en Loja y, el día 22, se le ordenó acudir a Granada, cuyas autoridades habían sido desplazadas por una junta revolucionaria. Restablecido el orden, acompañó a su capitán general hasta Motril. Relevado del mando del Alcántara, quedó en situación de disponible en Sevilla.
En octubre, jornaleros de varios pueblos de la provincia de Cádiz se alzaron en armas reclamando mayores salarios y la destitución de las autoridades. La Guardia Civil logró dispersarlos, pero los más violentos se atrincheraron en Cádiz, asaltaron el Parque de Artillería y proclamaron la república federal. En diciembre, el gobierno provisional presidido por Serrano envió una columna de tropas a Sevilla, mandada por el teniente general Antonio Caballero de Rodas, al que ofreció sus servicios el teniente coronel Primo de Rivera. Incorporado a la columna, bastó dirigir un manifiesto a los rebeldes desde Jerez de la Frontera para que depusieran las armas, conscientes de que se encontraban aislados.
A finales de año, sublevada la Milicia Nacional de Málaga, la columna marchó a Córdoba, donde Caballero no llegó a un acuerdo con la comisión enviada por los amotinados. Los milicianos, atrincherados en el malagueño barrio del Perchel, tuvieron que ser batidos con fuego de artillería, seguido por durísimos combates casa por casa en los que se distinguió Primo de Rivera.
Prim recompensó su lealtad con el empleo de coronel y le encomendó el mando del Regimiento de Infantería África n.º 7, de guarnición en Zaragoza, con el que, en abril de 1869, acudió a Huesca para desarmar a la levantisca Milicia Nacional, y en agosto a Calatayud para dispersar las primeras partidas carlistas organizadas en Aragón. En septiembre, al reunirse las Cortes para elegir el monarca que contemplaba la nueva Constitución, se reprodujeron los levantamientos en defensa del federalismo. Los incidentes más graves tuvieron lugar en Zaragoza, donde el 7 y 8 de octubre Primo se vio implicado en durísimos enfrentamientos callejeros antes de restablecer el orden.
Sus servicios fueron premiados con el empleo de brigadier, obtenido con sólo treinta y ocho años, y con el mando de una brigada, compuesta por el Regimiento de Infantería África y el Batallón de Cazadores Segorbe n.º 18, a cuyo frente permaneció en Zaragoza de noviembre de 1869 a marzo de 1871.
Asesinado Prim y entronizado Amadeo de Saboya, Serrano le concedió el mando de la Brigada Volante de Castilla la Nueva.
Recrudecido en abril de 1872 el levantamiento carlista, su brigada fue enviada a Navarra, donde forzó a la partida del general Díaz de Rada a internarse en Francia. Unido al ejército mandado por Serrano, batió a don Carlos en Oroquieta y, tras marchar éste a Francia, quedó de guarnición en Guipúzcoa hasta la firma del Convenio de Amorebieta. Incorporado en junio al cuerpo de ejército del teniente general Domingo Moriones, volvió a Navarra para operar en las sierras de Urbasa y Lóquiz.
El 10 de julio, el gobierno presidido por Ruiz Zorrilla le ascendió a mariscal de campo por méritos de guerra y le puso al frente de las tropas desplegadas en Vizcaya. El 24 de agosto, prácticamente disueltas las partidas carlistas, fue nombrado capitán general de las Provincias Vascongadas y jefe del Ejército de Operaciones del Norte, cargo que desempeñó hasta el 8 de diciembre, en que presentó la dimisión al ser destinado a su distrito el general Baltasar Hidalgo, implicado en el motín de San Gil y repudiado por sus compañeros del Cuerpo de Artillería.
El 7 de enero de 1873, reaparecido el carlismo, Moriones fue enviado a mandar el Ejército del Norte, quien echó mano de Primo para mandar la 2.ª División, estacionada en Estella. De allí partió en persecución de una partida de mil quinientos hombres, a la que copó en Aya, recuperando mil doscientos fusiles “Remington”. El 19 de febrero, presentó la dimisión, sumándose al gesto de repulsa a la proclamación de la República encabezado por Moriones.
Pese a habérsele concedido seis meses de permiso, acudió a restaurar la disciplina en el madrileño cuartel de Santa Isabel, cuyos soldados se habían amotinado al no obtener la licencia prometida por el nuevo gobierno. Este incidente, que se saldó sin derramamiento de sangre, fue el primero de la serie de graves motines prodigados entre las tropas que combatían a los carlistas desde el mes de junio.
El 14 de septiembre, comprometido Castelar a restablecer la disciplina y a rehabilitar a la oficialidad de Artillería, Moriones volvió al Ejército del Norte, y Primo se hizo cargo de la División de la Ribera, posicionándose en Tafalla. Su unidad no intervino en el intento de recuperar Estella, cuartel general de don Carlos, desde el este, pero sí en el iniciado el 1 de noviembre desde el sur. El 7, ocupó Barbarín en posición de vanguardia, pero el grueso se estrelló contra las fortificaciones carlistas de Montejurra y Monjardín, y al día siguiente todos se replegaron con orden a Logroño.
El 1 de febrero de 1874, tras mostrar su incondicional apoyo al golpe de estado de Pavía, su división cercó y obligó a capitular a La Guardia. El día 5, nombrado capitán general de Burgos, se aprestó a levantar el cerco de Bilbao. Desde Castro Urdiales, con el apoyo de la escuadra, se apoderó de Ontón, franqueando al ejército liberal la ribera izquierda de la ría de Somorrostro. El 24 cruzó el puente de Somorrostro, y al día siguiente fue herido leve en Monte Montaño, sin abandonar su puesto de mando.
Dimitido Moriones por no haber conseguido liberar Bilbao, Serrano tomó el mando del Ejército del Norte y aceptó el plan de Primo para reanudar la ofensiva. El 25 de marzo, avanzó hasta Las Cortes y el 27, durante el ataque a San Pedro de Abanto, fue herido de gravedad en el pecho y ascendido a teniente general en el mismo campo de batalla. El avance se interrumpió y la acción quedó paralizada hasta la llegada del marqués del Duero con nuevos refuerzos.
Evacuado a Madrid, continuó su convalecencia en Sevilla, desde donde, al conocer la muerte del marqués del Duero, se ofreció a volver a Vitoria. Manuel de la Serna, jefe del Ejército del Norte, aceptó su ofrecimiento, pero el ministro de la Guerra, Serrano Bedoya, al que se presentó en Madrid el 4 de julio, consideró que no estaba totalmente recuperado y sólo le autorizó a retomar la Capitanía General de Burgos.
Allí permaneció hasta el 5 de septiembre en que fue nombrado capitán general de Castilla la Nueva.
Partidario ya de la restauración de Alfonso XII, impidió el arresto y salió fiador de Martínez Campos ante el gobierno. Tras el pronunciamiento de Sagunto, proclamó su lealtad a la República, pero, al comprobar que la oficialidad no estaba dispuesta a defenderla, intimó a Sagasta a proclamar a Alfonso XII o a abandonar el poder. Al optar por la segunda alternativa, Primo participó a gobernadores civiles y presidentes de Audiencias la restauración de la Monarquía borbónica y se hizo cargo del Ministerio de la Guerra hasta la constitución del nuevo gobierno.
Confirmado por Cánovas como capitán general de Madrid, el 17 de enero de 1875 fue nombrado jefe del Cuarto Militar de Alfonso XII, a quien acompañó a Vitoria cuando se puso al frente del Ejército del Norte.
Allí se ofreció voluntario para mandar el II Cuerpo con el que se dispuso a levantar el cerco de Pamplona.
El 2 de febrero inició el avance hacia Montesquinza, y el 3 ocupó Lorca y Lácar. Los carlistas, emboscados cerca de Lácar, abrieron fuego contra una de las unidades de vanguardia, cundió el pánico y una de sus brigadas se retiró desordenadamente. Primo, que recorría la línea de Montesquinza con Alfonso XII, se desplazó al frente y logró contener la estampida.
El 6, el Rey acordó suspender la ofensiva y regresó a Madrid. Primo, reintegrado a la Capitanía General de Castilla la Nueva, fue sustituido por La Serna en el Cuarto Militar y, cuando Jovellar se puso al frente de las tropas del Maestrazgo, se hizo cargo del Ministerio de la Guerra. El 14 de diciembre, decidido Cánovas a liquidar el problema carlista, fue nombrado jefe del II Cuerpo del Ejército de la Derecha, mandado por Martínez Campos, con el que tomó los fuertes de Montejurra y Monjardín, logrando hacer capitular a Estella el 19 de febrero de 1876. Su acción fue recompensada con el título de marqués de Estella y con la Gran Cruz Laureada de San Fernando.
Elegido diputado por Écija, en la lista conservadora, tuvo que renunciar al mando del II Cuerpo, pasando por segunda vez a la Capitanía General de Madrid, destino que mantuvo hasta ser nombrado gobernador general de Filipinas el 2 de marzo de 1880. Durante su mandato, aparte de combatir contra los piratas y guarnecer las islas de Tawi Tawi, al noreste de Luzón, tuvo que resolver un grave litigio con Gran Bretaña, que ocupó la costa norte de Borneo, territorio teóricamente español en virtud del tratado firmado con el Sultanato de Joló. Sin embargo, el escaso interés del gobierno por estas posesiones le forzó a transigir con la ocupación, a cambio del reconocimiento formal de nuestra soberanía sobre Joló y el rosario de islas interpuestas entre Mindanao y Borneo.
Los tres años de servicio en Manila fueron recompensados con el título de conde de San Fernando de la Unión, y a su regreso se le encomendó la Dirección General de Infantería. Cesado por Cassola el 2 de julio de 1887, quedó en situación de disponible en Madrid hasta que un nuevo gobierno de Cánovas le volvió a poner al frente del Arma de Infantería el 27 de septiembre de 1890.
López Domínguez, que suprimió en 1893 las direcciones generales de las armas y cuerpos del Ejército, le nombró presidente de la 1.ª Sección de la Junta Consultiva de Guerra, antecedente del Estado Mayor Central, y poco después jefe del I Cuerpo del Ejército de Operaciones de África, con ocasión de los incidentes de Melilla de aquel año. Condecorado con el Collar de la Orden de Carlos III, regresó a Madrid y, tras presidir nueve meses la Junta Consultiva, fue elegido presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina el 22 de enero de 1895.
El último gobierno de Cánovas, constituido poco después de iniciarse la guerra de Cuba, le confió por tercera vez la Capitanía General de Castilla la Nueva.
El 3 de junio, a los dos meses de su toma de posesión, el capitán de la Escala de Reserva de Infantería, Primitivo Clavijo Esbry, intentó asesinarle en su propio despacho, resultando herido muy grave en el pecho.
Tras permanecer dos meses hospitalizado, volvió a su destino y, ascendido al empleo de capitán general del Ejército el 14 de noviembre, se le encomendó el mando del I Cuerpo de Ejército, unidad orgánica y de movilización adscrita a la Capitanía General de Castilla la Nueva y Extremadura, germen de la futura I Región Militar.
Ocho meses después de estallar la insurrección tagala, Cánovas echó mano de él para sustituir a Polavieja en la Capitanía General y en el mando del Ejército de Operaciones de Filipinas. Nada más llegar a Manila, el 23 de abril de 1897, se valió de tres brigadas independientes para acabar con los últimos focos de resistencia en la provincia de Cavite, tomando personalmente el mando de una columna de mil soldados indígenas. Batidos los insurrectos, Emilio Aguinaldo cruzó el río Pasig, para engrosar los núcleos rebeldes del centro de Luzón.
Allí se mantuvo hasta que, privado de cualquier posibilidad de abastecerse, sondeó el ánimo del capitán general para llegar a un pacto. Autorizado por el ministro de Ultramar, Segismundo Moret, para entablar negociaciones, las delegó en su sobrino, el teniente coronel Miguel Primo de Rivera Orbaneja, quien el 23 de diciembre firmó el llamado tratado de Biacnabató, por el que Aguinaldo y otros treinta y seis cabecillas aceptaron exiliarse en Hong Kong, previa entrega de una gran suma de dinero. Sus esfuerzos para acabar con la insurrección le valieron una segunda Gran Cruz Laureada de San Fernando.
Tres meses antes, tras el asesinato de Cánovas, había presentado la protocolaria dimisión al gobierno de Sagasta, que no le fue aceptada mientras duraran las negociaciones con los insurrectos. Sin embargo, ciertas discrepancias sobre la forma de reorganizar el Ejército de Filipinas le llevaron a reiterar la dimisión en vísperas de la guerra con Estados Unidos, siendo relevado por el general Basilio Augustí el 12 de abril de 1898, al que advirtió por escrito del riesgo que se corría en caso de un ataque marítimo: “[e]sto mismo he manifestado en diferentes ocasiones a los Ministros de la Guerra y Ultramar, haciéndoles ver que si peligros exteriores nos amenazaran, no sería la marina de guerra que aquí existe la que los conjurase”.
Durante la travesía a Barcelona, conoció el desastre de Cavite, del que gran parte de la opinión pública le hizo responsable. Muy amargado por la adversa campaña de prensa, se mantuvo ocho años apartado de toda actividad oficial, salvo en su condición de senador vitalicio, hasta que el gobierno de Moret le nombró consejero de Estado en 1906 y el de Maura, al año siguiente, patrono de la Asociación Benéfico-Escolar de Huérfanos. La concesión del Toisón de Oro en 1908 le decidió a volver a asumir responsabilidades en el ámbito militar. Así, en 1909 aceptó el nombramiento de inspector general del Ejército; en 1911 el de presidente del Consejo de Administración de la Caja de Huérfanos de Guerra; en 1914 la Presidencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina, y en 1915 el de vocal de la Junta de Defensa Nacional.
Todavía le quedaba por prestar un último servicio a su país, cuando rozaba ya los noventa años y en ambientes castrenses se le conocía como “La Momia”. El 11 de junio de 1917 aceptó el angustioso ruego de Eduardo Dato para que se hiciese cargo del Ministerio de la Guerra en plena crisis de las Juntas de Defensa, desempeñando la cartera durante aquel largo y agitado verano, plagado de sucesos en el ámbito político, militar y social. El 18 de octubre, harto de que Alfonso XIII y la Asamblea de las Juntas Superiores ignoraran su autoridad, presentó la dimisión y se apartó de la vida pública.
Sin embargo, al año siguiente, alegando su condición de cabeza del escalafón, el gobierno de Maura le forzó a volver a presidir el Consejo Supremo de Guerra y Marina, a cuyo frente murió tres años después, sólo un par de meses antes de que le cayera encima la responsabilidad de juzgar el desastre de Annual.
Obras de ~: Documentos referentes a la reducción de infieles e inmigración en las provincias de Cagayán y la Isabela, dictados como primeras disposiciones adoptadas por el Excmo. Sr. Gobernador General D. Fernando Primo de Rivera, Marqués de Estella, con motivo de su visita a las del Norte de Luzón, Manila, Imp. de Gervasio Memije, 1881; B. E. Palat, Táctica elemental. El servicio avanzado en estación, trad. de ~, Zaragoza, Tip.ª de C. Cano, 1890; A. L. Heumann, El ejército suizo. Su historia y organización actual, trad. de ~, Zaragoza, Tip.ª de C. Cano, 1891; Discurso del Excmo. Sr. D. Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, Marqués de Estella, pronunciado en el Senado el día 11 de Junio de 1898, con motivo de ataques que le han sido dirigidos en el Congreso de los Diputados, censurando su gestión como Gobernador general y General en jefe que fue de las islas Filipinas, Madrid, Imprenta de los Hijos de J. A. García, 1898; Memoria dirigida al Senado por el Capitán General D. Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, acerca de su gestión en Filipinas, Madrid, Depósito de la Guerra, 1898; Opiniones del Sr. Capitán General D. Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, Marqués de Estella, emitidas ante un redactor del periódico El Ejército Español, con motivo del problema de orden público en los actuales momentos, Guadalajara, Est. Tipográfico del Colegio de Huérfanos, 1919; Continuación a las opiniones del Capitán General D. Fernando Primo de Rivera y Sobremonte, Marqués de Estella, y contestación a comentarios habidos en la prensa con el resumen de la idea, Guadalajara, Est. Tipográfico del Colegio de Huérfanos, 1919.
Bibl.: A. Pirala, Historia Contemporánea. Segunda parte de la Guerra Civil. Anales desde 1843 hasta el fallecimiento de Don Alfonso XII, vols. II, III y VI, Madrid, Felipe González Rojas, 1892-1895; Senado (presidencia Sr. D. J. Sánchez de Toca), Necrología del Excmo. Sr. Capitán General Marqués de Estella, D. Fernando Primo de Rivera, Madrid, Imprenta de los Sucesores de Rivadeneyra, 1921; S. G. Payne, Ejército y sociedad en la España liberal, 1808-1936, Madrid, Akal, 1976; F. Puell de la Villa, “Las Fuerzas Armadas en la crisis de la Restauración. Las Juntas Militares de Defensa”, en H. Hernández Sánchez-Barba y M. Alonso Baquer (dirs.), Historia Social de las Fuerzas Armadas españolas, pról. de A. Barahona Garrido, vol. V, Madrid, Alhambra, 1986, págs. 81-126; C. P. Boyd, La política pretoriana en el reinado de Alfonso XIII, Madrid, Alianza, 1990; L. Díaz-Trechuelo, “Los gobiernos de Blanco, Polavieja y Primo de Rivera”, en VV. AA., El Lejano Oriente español: Filipinas (siglo XIX) (VII Jornadas nacionales de Historia Militar, Sevilla, 5-9 de mayo de 1997), Sevilla, Cátedra “General Castaños”, 1997, págs. 297-323; F. Puell de la Villa, “La insurrección en Cuba y Filipinas”, en Revista Española de Defensa, 127 (1998), págs. 38-45; Historia del Ejército en España, Madrid, Alianza, 2000; “El Ejército en Filipinas”, en M.ª D. Elizalde (ed.), Las relaciones entre España y Filipinas.Siglos XVI-XX, Madrid-Barcelona, Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Casa Asia, 2002, págs. 189-206.
Fernando Puell de la Villa