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García I

Biografía

García I. ?, c. 870-871 – Zamora, 19.III.914. Rey de León (910-914).

García Adefónsiz nació hacia 870-871 y fue hijo primogénito del rey de Asturias Alfonso III y de doña Jimena de Navarra. Contrajo matrimonio en el año 896 con Muniadonna o Nuña Muñoz, hija del conde de Castilla Munio Muñoz, gobernador de Amaya, con la que no tuvo descendencia.

Sin que se sepan las causas y en unos episodios cuya historicidad no está probada, García, junto con sus hermanos Ordoño y Fruela, rompió los moldes de la tradición en la sucesión gótica al repartir el Reino Astur entre ellos contra la voluntad del padre o, al menos, sin su aquiescencia pues parece haber dirigido en 909 una conspiración familiar contra el rey Magno, con el probable apoyo tanto de su madre como de su suegro, que en un primer momento fracasó, por lo que fue hecho prisionero por Alfonso III en Zamora y llevado en custodia al castillo de Gozón, situado en la orilla izquierda y a la entrada de la ría de Avilés. Pero sus hermanos, ayudados por el conde castellano, consiguieron destronar o forzar la abdicación de su anciano padre, que hubo de retirarse a la villa de Boides, cerca del monasterio de San Salvador de Valdediós, en Asturias, para morir al poco tiempo, el 20 de diciembre del 910 en la ciudad de Zamora. García estableció su corte en la antigua Legio, ciudad romana que dio nombre al Reino de León y que se convirtió en la capital del nuevo reino recogiendo la inmensa herencia ovetense, lo cual significó que los sucesivos reyes leoneses en sus frecuentes evocaciones de la memoria de sus antepasados aludieran a su intitulación astur, demostrando con ello la perenne conciencia que tuvieron sobre la identidad de ambos reinos. García, en el primer año de su reinado, preparó un gran ejército y salió en persecución de los musulmanes, a los que se impuso, “depredándolos, incendiando sus tierras y trayendo de allí un gran botín y numerosos prisioneros. Aprestó también al rey Ayolas y al pasar por el lugar de El Tiemblo, en el camino de regreso, logró evadirse el prisionero, por negligencia de sus guardianes”, según narra la Crónica Silense. Constituyó un gobierno central relativamente fuerte pero flexible, a cuya cabeza se hallaba el monarca, y, por su delegación, en las dos grandes circunscripciones del reino, Galicia y Asturias, dos príncipes subordinados al soberano, sus hermanos Ordoño y Fruela, respectivamente, que actuarán como mediadores entre el Rey y la nobleza condal. Tuvo un reinado corto y tranquilo por las luchas internas en al-Andalus, que aprovechó para mantener firmes las fronteras en la línea del Duero a las que ya había llegado su padre en su política de expansión repobladora y en las que él mismo participó desde los años noventa del siglo IX cuando recibió de Alfonso III el encargo de repoblar Toro, tal como cuenta Sampiro en su Crónica, y que continuó ya siendo rey, a modo de avanzadilla, en el triángulo formado por esta ciudad, Zamora y Simancas. Permitió también, en esta misma línea fortificada duriense, a los condes castellanos Gonzalo Téllez, Gonzalo Fernández y a su mismo suegro que repoblasen Roa, Osma, Coca, Aza, Clunia y San Esteban de Gormaz y se tiene constancia de la propia presencia real, en octubre de 913, en Cerezo del río Tirón, en estos confines extremos de su reino, cercanos a Calahorra.

A estas tareas de reforzamiento del limes del territorio del reino se suma la protección directa del Soberano sobre algunos de los cenobios más destacados del momento. Así, se puede comprobar que el 15 de febrero de 911 solemnizaba con su presencia, acompañado de los obispos Genadio de Astorga, Atilano de Zamora y Cixila que gobernaba a un tiempo la diócesis de León y el monasterio de Abellar, la festividad litúrgica e institucional de San Isidro de Dueñas, monasterio erigido junto al castillo del mismo lugar al cual dotaba el monarca con el dominio pleno de su iglesia y un buen patrimonio territorial. Al año siguiente, el 3 de febrero de 912, en unión de su esposa, donaba al de San Cipriano de Valdesaz y a su abad Eliseo el lugar de Castro de Fano (Castroañe) con sus términos no siendo ésta la última donación que recibiera este centro monástico pues en los años siguientes le sigue ampliando territorios con la inclusión de poblados e iglesias situadas en sus cercanías. Otros importantes cenobios recibieron las dádivas regias como el de San Pedro de Eslonza al que siempre proclamó su devota familiaridad y expresiones de acentuada religiosidad y de singular afecto, en especial, a los santos Eulalia, Pedro y Pablo, sus patronos, donándole las villas realengas de Mudarrafe con sus moradores y su término territorial, Villafuente, Rebollar, Valferrarios, Tarozos, Villamoros y otras, —además de costearle los gastos de culto e iluminación y sufragarle las necesidades de alimentación y vestido de sus monjes y proveerle de lo necesario para el sustento de peregrinantes y pobres—, o, muy especialmente, el portento arquitectónico de San Miguel de Escalada. Un templo de traza mozárabe que, en doce meses de tensa tarea, con el patrocinio del Rey y de la Reina, logró alzar el abad Alfonso, probable maestro del propio Monarca, y sus compañeros venidos de Córdoba, y cuya consagración litúrgica presidió el obispo Genadio, en 20 de noviembre de 913. Al año siguiente tomó la plaza de Arnedo en un intento de dominar La Rioja, donde recibió unas heridas que le provocaron poco después la muerte en Zamora. Su fallecimiento el 19 de marzo de 914 tuvo lugar en esta última ciudad y no en Arnedo, como aseguró Ibn ‘I¼ªrÌ, aunque sí a consecuencia de las heridas recibidas en tal victoria y no de enfermedad natural. Desde el punto de vista historiográfico no se puede negar la inmensa oscuridad que preside el hecho del reparto del reino astur entre los hijos de Alfonso III, pero, sin duda alguna, fue él quien inauguró el nuevo título de “rey de León”. El sol de la nueva monarquía “nació en sus días con oscuros celajes, según J. Rodríguez, su principal biógrafo, y el joven rey no alcanzó pese a sus intenciones y personal arresto, a romper las sombras y animar las recientes estructuras con el soplo vivo del entusiasmo y la confianza, como suelen exigir los comienzos de toda alta empresa”.

 

Bibl.: M. Risco, Historia de la ciudad y corte de León y de sus reyes, Madrid, Oficina de D. Blas Román, 1792 (ed. facs. León, 1978); J. Pérez de Urbel, Sampiro. Su crónica y la monarquía leonesa en el siglo x, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1952; J. Rodríguez Fernández, “La monarquía leonesa de García I a Vermudo III (910-1037)”, en El reino de León en la Alta Edad Media III. La monarquía astur-leonesa. De Pelayo a Alfonso VI (718-1109), León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1995, págs. 129-413; García I, Ordoño II, Fruela II, Alfonso IV, Burgos, Editorial La Olmeda, 1997 (col. Corona de España, 28, serie de Reyes de León y Castilla); M. Torres Sevilla, “La monarquía astur-leonesa (711- 1037)”, en C. Álvarez Álvarez (coord.), La Historia de León. Edad Media, León, Universidad, 1999, págs. 17-39.

 

César Álvarez Álvarez

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