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Julián Garcés

Biografía

Garcés, Julián. Munébrega o Borja (Zaragoza), 1452 – Tlaxcala (México), 1547. Religioso dominico (OP), obispo, protector de los indios.

El lugar de nacimiento de este célebre dominico aragonés se lo disputan los pueblos de Munébrega y Borja, así como también han luchado por apropiarse su filiación religiosa los conventos de Calatayud y Salamanca.

Pero “parece cosa cierta, según se colige por los libros conventuales de Zaragoza, que se prohijó en el convento salmantino el 13 de noviembre de 1502” (Fuentes, 1932: 38).

Lo que sí se sabe con seguridad es que, observando en él los superiores un talento privilegiado y una sólida piedad, lo enviaron a París a perfeccionar sus estudios.

A su regreso a España, bien pronto puso de manifiesto sus grandes conocimientos en Artes y en Ciencias, y la portentosa memoria que Dios le había donado. Durante muchos años fue profesor de Filosofía y Teología, que explicaba con admirable claridad, obteniendo de su Orden el grado de maestro en Teología.

Tenía gran amor al estudio y, aunque fue celoso en guardar la doctrina de santo Tomás, sentía una singular predilección por san Agustín, cuyas obras dejó ilustradas con notas marginales. También ejerció con fruto la predicación en casi toda España.

Fue muy estimado de nobles, reyes y prelados, que lo buscaban como consejero obligado. Lo eligió por confesor Juan Rodríguez de Fonseca, arzobispo de Burgos y presidente del Consejo de Indias, el emperador Carlos V lo nombró su predicador y, cuando el Papa erigió la sede episcopal de Tlaxcala en Nueva España, se consideró a fray Julián Garcés como el más idóneo para ocuparla, presentándole para tan alto oficio el 6 de septiembre de 1527 y aceptando él, con humildad, tan alta dignidad por servicio de la Iglesia.

A los setenta años de edad se embarcó con dirección a Nueva España, acompañándole como socio su hermano en religión fray Diego de Loaisa.

Llegó a Ciudad de México a principios de 1528, permaneciendo en esta ciudad, por razones que se desconocen, hasta fines de 1531, aunque, al parecer, tomó posesión de su sede episcopal el 9 de noviembre de 1529, por haberse retrasado la llegada de las bulas pontificias. Esta situación tan anómala dio lugar a que la Reina Gobernadora le recordara la obligación de residir en su sede episcopal y cumplir los deberes de su cargo.

Ya en su sede, el obispo Garcés emprendió una vida ejemplar y muy responsable en su actividad apostólica, viviendo de manera pobre y austera, ayudando a los necesitados en la medida de sus posibilidades, iluminando a todos con la luz de su sabiduría por el camino de la verdad. Fundó seis capellanías en Puebla de los Ángeles, dotándolas de sus rentas, construyó el famoso hospital de Perote para enfermos y caminantes en el camino real de Veracruz a México, ayudó a pobres viudas, y realizó otras muchas obras muy útiles y provechosas para el Estado y para la Iglesia. En lo que se refiere a su persona era riguroso y enemigo de toda pompa. No usaba hábitos nuevos, sino viejos y remendados. El servicio de su casa era muy reducido.

Varón verdaderamente apostólico, dedicaba tres días a la semana a administrar los sacramentos del bautismo y la confirmación, confiriendo más de trescientos bautismos semanalmente. El poco tiempo que aún le quedaba lo empleaba en el estudio y la oración.

Pero, sobre todo, se mostró enérgico y solícito en defender a los indígenas de la codicia y maltrato de algunos opresores españoles. Quizás sea éste el hecho más glorioso que honra a este gran prelado dominico: el haberse declarado protector infatigable de los indios, como lo hiciera también su hermano en religión fray Bartolomé de Las Casas.

Para justificación de este título tan merecido, bastará traer a la memoria la carta, escrita en latín elegante, que hacia 1536 dirigió a Pablo III y considerada como “venerable documento y piedra fundamental del humanismo en Méjico”. En este histórico documento defiende la racionalidad de los indios, su derecho a la libertad, su capacidad para pertenecer a la Iglesia y recibir los sacramentos, la igualdad esencial de todos los hombres y su destino por Dios al mismo fin supremo de la bienaventuranza eterna.

Como consecuencia de esta importantísima carta dirigida al Papa, y de las gestiones realizadas por su intermediario el padre Minaya, publicó Pablo III en 29 de mayo de 1537 el breve Pastorale officium, en el que proclamó, desde tan autorizada cátedra, la verdadera doctrina acerca de las cuestiones consultadas, refrendada por otro breve titulado Sublimis Deus, del 2 de junio de 1537.

Los denodados esfuerzos de Garcés no habían sido en vano, pues, si sus ruegos habían sido ineficaces para que el Consejo de Indias hiciese cumplir la ley de 1531 prohibiendo la esclavitud, su carta dirigida en 1536 a Pablo III, protestando con toda energía contra los opresores de los indios, que con expresión diabólica afirmaban su irracionalidad e incapacidad para recibir los sacramentos, surtió efecto positivo.

Si bien da la impresión, por una parte, de que tenía un concepto exagerado y demasiado optimista de las cualidades de los indios, es indudable, por otra, que a su intervención se debió en buena medida que el Papa proclamase entonces verdades fundamentales de gran trascendencia en el orden teológico-jurídico para la evangelización de América. Con razón, pues, afirma Celedonio Fuentes: “El primer adalid cristiano, vigilantísimo Prelado, celoso apóstol y abnegado misionero, fue el inmortal dominico andaluz Fr. Bartolomé de las Casas; y el segundo nuestro intrépido dominico aragonés, Fr. Julián Garcés, quienes, con tesón y con energía, de palabra y por escrito, con memoriales y presentándose en persona, abogaron por una causa, a todas luces justa y razonable y lograron salvar los honores y prerrogativas de millones de hombres que, por lo mismo que eran más perseguidos y se veían desamparados, necesitaban más del apoyo y defensa del Catolicismo” (Fuentes, 1932: 41).

Lleno de méritos por tan buenas obras, falleció a edad avanzadísima el primer obispo de Tlaxcala, con gran aflicción de sus diocesanos, especialmente de sus queridos indios, para quienes había sido padre amoroso, abogado eficaz y decidido protector. Fue sepultado en el templo catedralicio, hasta que en 1649 fueron trasladados sus restos a la nueva catedral.

 

Obras de ~: Epistola ad SS. D. N. Paulum III Pontificem Maximum in gratiam Indorum, 1537; Illustratio omnium operum Divi Augustini, notis marginalibus a se ipso factis, s. f.; Papeles varios sobre la erección de la catedral de Puebla, con noticias de la ciudad y diócesis, s. f.; Colección de sermones, s. f.

 

Bibl.: F. Diago (OP), Historia de la Provincia de Aragón, vol. I, Barcelona, 1598; J. Quétif y J. Échard, Scriptores Ordinis Praedicatorum, t. II, Paris, Lutetiae Parisiorum, 1721; A. Touron (OP), Histoire des Hommes Illustres de L’Ordre de Saint Dominique, Paris, Babuty, 1749; C. Fuentes (OP), Escritores Dominicos de Aragón, Zaragoza, Imprenta Editorial Gamban, 1932; V. D. Carro (OP), La Teología y los teólogos juristas españoles ante la conquista de América, vol. I, Madrid, Universidad de Sevilla, 1944; L. Lopetegui (SI), y F. Zubillaga (SI), Historia de la Iglesia en la América Española: desde el descubrimiento hasta comienzos del siglo xix, Madrid, La Editorial Católica, 1965 (col. Biblioteca de Autores Cristianos, vol. 248); C. Palomo, “Garcés, Julián”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 971.

 

Donato González-Reviriego , OP

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