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José Campillo y Cossío

Biografía

Campillo y Cossío, José. Allés (Asturias), II.1693 – Madrid, 11.IV.1743. Ministro de Felipe V, secretario de Estado y del Despacho de Hacienda, de Marina, de Guerra y de Indias, escritor, político.

La aldea de Alles, en el concejo de Peñamellera Alta, cuando nació Campillo pertenecía al partido de Laredo, en la provincia de Burgos, y no pasó a depender de Asturias hasta la reforma administrativa de 1833.

Su casa, a la que él mismo califica de “tan pobre como honrada”, era la típica del hidalgo norteño de corta hacienda.

Lo poco que se conoce de su infancia se debe a unas notas autobiográficas en las que dice que estudió Gramática y Latín “por puro acto de voluntariedad”, hasta que falleció su padre en 1709, momento en el que “soltando la muerte los eslabones de mi libertad resolví a dejar la patria, encargándome a la casualidad”.

El azar le llevó a un vagabundeo que, según él, duró veinte meses por un país desconocido en plena Guerra de Sucesión y le condujo a Córdoba, donde entró a servir como paje al servicio del canónigo de la catedral Antonio Maldonado. No se conoce si tuvo otros valedores, pero, siempre según su testimonio, el canónigo era un hombre ilustrado que pronto descubrió en él afán por el estudio, por lo cual le retiró del servicio y lo encaminó hacia los estudios de Filosofía y Teología con el fin de que abrazara la carrera eclesiástica. Durante cuatro años estudió en el Colegio de San Pelayo de la ciudad de Córdoba, alentado por su protector.

Durante una corta estancia en Cádiz conoció a Sebastián Lasqueti y a su familia, con los que entabló una relación de amistad que duró siempre y, posiblemente, contribuyó a su decisión de abandonar los estudios eclesiásticos. Uno de sus sobrinos, Jorge Astraudi, terminó siendo secretario de Campillo y cuando éste murió escribió una biografía suya en un agradecido tono apologético. En ella refiere cómo su pariente había ayudado “con sus caudales a seguir y costear la carrera” del ministro. Ésta la inició como secretario de Francisco de Ocio, que era entonces intendente general de Aduanas de Sevilla y ascendió poco después a la Intendencia General de Andalucía.

El empleo le puso por primera vez en contacto con los variados y complejos asuntos de gobierno, administración y hacienda que, entre otros, entraban en las competencias de los intendentes. El joven debió de responder satisfactoriamente a las tareas que le encomendaron, pues cuando su jefe fue trasladado a Madrid le recomendó a su sucesor, que, convencido, le confirmó en el cargo.

El aludido sucesor era José Patiño, a quien Felipe V nombró en 1717 superintendente del reino de Sevilla, intendente general de la Marina de España y presidente de la Casa de Contratación de Indias. Fue entonces cuando inició la renovación de la Armada: por su empleo y su vinculación con la Casa de Contratación, que trasladó a Cádiz, pudo reorganizar la Marina de Guerra, sentar los fundamentos para la reestructuración del comercio y la navegación de Indias e implantar el Cuerpo General de la Armada. Al lado de Patiño, Campillo hizo su auténtico aprendizaje e inició los progresos de su carrera.

El primer puesto oficial lo ocupó en ese Cuerpo general recién creado con el cargo de oficial segundo de la Contaduría de Marina de Cádiz; fue el primer paso de su vinculación a la Marina, donde desarrolló primordialmente su profesión. A poco de llegar a Cádiz, en 1717, Patiño recibió orden de Alberoni de prevenir una escuadra para ir a Barcelona y embarcar un contingente de tropas que se disponía a conquistar Cerdeña.

La empresa, rodeada del más cauto sigilo, formaba parte de un más ambicioso proyecto que incluía la ulterior conquista de Sicilia y Nápoles, dentro de la política “revisionista” del Tratado de Utrecht. Campillo estuvo en ambas expediciones y esta participación, además de ayudarle a alcanzar un mayor prestigio, le permitió adquirir conocimientos de la guerra marítima en el Mediterráneo que había de utilizar después.

A principios de 1719 fue comisionado para escoltar navíos de azogue a Nueva España, pero una vez allí, nuevos encargos le obligaron a permanecer en tierras americanas durante seis años, tras ser nombrado comisario de la Marina con destino en Veracruz. En su nuevo puesto, en ocasiones por propia iniciativa, visitó y reconoció distintos pueblos, sus fortificaciones, bosques y costas, se preocupó por observar las costumbres y el carácter de sus habitantes, por conocer la producción y la población. Enviaba detallados informes que debieron de impresionar favorablemente a Patiño, pues éste le confió la misión de estudiar sobre el terreno las condiciones de La Habana para construir allí un astillero. Durante dos años, Campillo se dedicó a recoger materiales y los dictámenes positivos que envió inclinaron al Gobierno a emprender la construcción. El propio Campillo pudo ver las obras y la botadura del San Juan, primer barco armado en aquel astillero, y de sus experiencias salió uno de sus mejores escritos, con el que alcanzó posteriormente mayor renombre.

A su regreso a la Península fue ascendido a comisario ordenador de la Marina, por lo que se movió entre Sevilla y Madrid durante un breve período. En estos años contrajo matrimonio con Leonor Ambudioli y Arriola, de origen santanderino, con la que estuvo casado quince años sin tener descendencia.

El programa de reconstrucción de la flota hizo revitalizar los astilleros santanderinos: en 1724 se encuentra a Campillo en Santoña dirigiendo la construcción de ocho navíos y, poco después, como superintendente de Bajeles de Cantabria con destino en Guarnizo.

Nada más asumir sus responsabilidades, comenzaron los problemas y enfrentamientos que le llevaron a ser denunciado ante el Tribunal del Santo Oficio de Logroño. Las imputaciones procedían, según su propio testimonio, de un subalterno suyo, el futuro marqués de la Ensenada, y de algunos frailes de la localidad.

La denuncia no prosperó, debido, entre otras razones, al apoyo del inquisidor Jerónimo de Mier, paisano y pariente de Campillo, con quien mantuvo una correspondencia en la que se defendía y donde incluyó las notas autobiográficas antes referidas.

En 1728 le fue concedido el hábito de Santiago y permaneció en Guarnizo hasta 1733, cuando recibió el nombramiento de intendente del ejército expedicionario destinado en Italia para asegurar los derechos del futuro Carlos III en Sicilia. Campillo estableció el cuartel general de su intendencia en Liorna, donde desarrolló nuevamente una actividad incansable.

Recorrió los acantonamientos militares, adquirió víveres, fletó embarcaciones neutrales para repatriar tropas y logró evacuar a las que quedaban de Parma, Plasencia y Toscana. También allí tuvo diferencias con el conde de Montemar, jefe de la expedición, que se prolongaron a su época de ministro.

En 1737 volvió a la Corte, viudo de su primera mujer, y contrajo matrimonio con María Benita de Rozas y Drumond, hija del conde de San Andrés. Este matrimonio muestra el reconocimiento y el prestigio alcanzados por el modesto hidalgo asturiano. Tampoco de esta unión tuvo descendencia.

En 1740 recibió el nombramiento de intendente del reino de Aragón. En aquel período las intendencias estaban en un momento de transición, y sus atribuciones en materia de justicia, guerra, finanzas y policía conferían amplias atribuciones a los titulares.

En este último aspecto debía fomentar la agricultura, ganadería, la industria y el comercio del territorio, además de promover e impulsar las obras públicas.

La tarea no era sencilla y Campillo se ocupó fundamentalmente de los problemas de la Hacienda y de las obras públicas: intentó mejorar los sistemas recaudatorios y acabar con el contrabando, desempolvó un viejo proyecto para hacer navegable el río Ebro, emprendió la tarea de componer y allanar caminos y reconstruir puentes. Sus planes le llevaron a enfrentarse con clérigos, audiencias y algunos tribunales de la Corte. Hizo nuevos enemigos, pero también contaba con importantes valedores.

El período comprendido entre 1736 y 1741 fue especialmente difícil para la Hacienda pública, siempre deficitaria, lo que repercutió en la estabilidad gubernamental y se complicó aún más con los problemas de la política exterior. Campillo tomó una vez más la iniciativa, enviando diferentes escritos a la Corte a través del marqués de Scotti, hombre de confianza de la Reina, en los que brindaba soluciones para resolver la situación. Ofrecía medidas prácticas de inmediata aplicación para salir del marasmo económico, un plan para reestructurar el Gobierno y añadía críticas a la gestión del ministro de Hacienda, a la vez que recordaba su experiencia y los servicios prestados en las Indias y el Mediterráneo.

Como resultado de estos afanes, fue nombrado secretario del Despacho de Hacienda (27 de febrero de 1741), que llevaba aneja la superintendencia y gobierno del Consejo del mismo nombre y de sus tribunales.

Pensaba que, emulando a su mentor Patiño, necesitaba más amplias atribuciones y así lo insinuó en una representación al Monarca, que le nombró secretario de Marina e Indias y Guerra en octubre del mismo año. Poco más tarde el secretario de Estado, marqués de Villarias, se hacía cargo del Despacho de Gracia y Justicia, con lo que entre los dos acaparaban todos los ministerios; esta práctica acabó convirtiéndose en una costumbre que otorgaba un inmenso poder a sus titulares.

Cuando tuvo la oportunidad de poner en marcha su programa, las perentorias necesidades de la guerra en las colonias y en Italia y las obligaciones de los compromisos diplomáticos, le impidieron llevarlo a cabo. Evidentemente, lo más urgente era obtener recursos y para ello era imprescindible reorganizar la Hacienda: extendió a los reinos de Aragón algunos de los tributos que se percibían en Castilla, intentó acabar con los arrendadores, implantando la administración de las rentas directamente por la Real Hacienda en algunas provincias a modo de ensayo, y pretendió sustituir la multitud de impuestos por una única contribución. Algunos de estos proyectos los llevó a cabo su sucesor, el marqués de la Ensenada. Su política proteccionista le llevó a favorecer a algunas industrias, como la sedera de Sevilla, e intentó mantener a flote la de textiles de Guadalajara. Como ministro de Guerra, también tuvo que organizar la nueva campaña a Italia, debido a la intervención española en la sucesión de Austria, y su gestión le enfrentó una vez más con Montemar, que le acusó de interferir en sus planes, y con el ministro Villarias por su participación en un tratado con Dinamarca, cuestión que no correspondía a su departamento.

El 15 de noviembre de 1741 le fue concedido el título de lugarteniente del almirante general de España y de todas sus fuerzas marítimas. Campillo tenía cincuenta años y había recorrido una larga andadura desde que salió de su humilde hogar de Allés: era un ministro todopoderoso, de actividad infatigable, con muchos planes y ambiciones que se vieron cortados por su inesperada muerte el 11 de abril de 1743.

Los escritos de Campillo no fueron numerosos y su edición corrió desigual fortuna; todos ellos fueron publicados después de su muerte y de sufrir diferentes avatares. No se decidió a escribir —exceptuando sus informes o representaciones— hasta sus últimos años, cuando alcanzó la cima del poder, tal vez espoleado por la enfermedad o el convencimiento de que las circunstancias le impedirían llevar a buen fin sus proyectos, por ello suelen considerarse como un testamento político.

 

Obras de ~: Copia literal de un papel escrito por el señor [...] al Inquisidor de Logroño sobre haberle formado proceso en punto de fe y acusado de que leía libros prohibidos y otras calumnias de sus émulos, con inserción de la carta que dirigió a dicho señor Inquisidor acompañando al citado papel, Guarnizo [1726], Madrid, 1789; Dictamen sobre cuál de los dos Capitanes Generales de Mar y Tierra deben tener más aplicación y estudio para las respectivas operaciones de sus encargos, 1739 (inéd.); Inspección de las seis Secretarías de Estado y calidades y circunstancias que deben concurrir en sus respectivos Secretarios [1739], 1979; Lo que hay de más y de menos en España para que sea lo que debe ser y no lo que es [1742] (ed. y est. prelim. de A. Elorza, Madrid, Seminario de Historia Social y Económica de la Facultad de Filosofía y Letras, 1969); España despierta, c. 1743; Nuevo sistema económico para la América [...], Madrid, Benito Cano, 1789 (ed. con introd. y notas de M. Ballesteros Gaibrois, Oviedo, GEA, 1993).

 

Bibl.: A. Rodríguez Villa, Patiño y Campillo, Madrid, Sucesores de Ribadeneyra, 1882; R. Fuertes Arias, Ensayo biográfico acerca del Excmo. Sr. D. Joseph del Campillo y Cossío, Madrid, Imprenta del Patronato de Huérfanos de Intendencia e Intervención Militares, 1927; C. Pérez Bustamante, “Campillo y las Indias”, en Revista de Indias, 2 (1940), págs. 119-125; J. Carrera Pujal, Historia de la economía política, vol. V, Barcelona, 1947, págs. 359 ss.; M. Artola, “Campillo y las reformas de Carlos III”, en Revista de Indias, 50 (1952), págs. 685- 714; A. Elorza, “Estudio preliminar”, en J. del Campillo, Lo que ha de más y de menos en España, op. cit.; J. Martínez Cardos, “Don José del Campillo y Cossío”, en Revista de Indias (Homenaje a Don Ciriaco Pérez Bustamante), 119-122 (1970), págs. 503-542; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984; V. García Caso, El ministro Campillo, Llanes, El Oriente de Asturias, 1988; F. Abbad y D. Ozanam, Les intendants espagnols du xviiie siècle, Madrid, Casa de Velázquez, 1992, págs. 70- 72; M. Ballesteros Gaibrois, “Introducción” a J. Campillo y Cossío, Nuevo Sistema..., op. cit., págs. 9-50; D. Mateos Dorado, José del Campillo y Cossío. Dos escritos políticos. Lo que hay de más y menos en España. España despierta. Estudio preliminar y notas de [...], Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1993, págs. IX-LXXXIX; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998, págs. 418-421; L. Perdices de Blas y J. Reeder, Diccionario de Pensamiento Económico en España (1500-2000), Madrid, Fundación ICO-Editorial Síntesis, 2003; J. L. Sampedro Escolar y F. Alos Merry de Val, Ministros de Hacienda y de Economía. De 1700 a 2005. Tres siglos de Historia, Madrid, Ministerio de Economía y Hacienda, 2005, págs. 44-45.

 

Dolores Mateos Dorado

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