Gálvez y Gallardo, José de. Marqués de la Sonora (I). Macharaviaya (Málaga), 2.I.1720 – Aranjuez (Madrid), 17.VI.1787. Abogado, fiscal general del Aposentamiento de Corte, alcalde de Casa y Corte, visitador general del virreinato de Nueva España, consejero de Indias, secretario de Estado y del Despacho de Indias, gobernador del Consejo de Indias.
José de Gálvez y Gallardo pertenece a una familia especialmente significada en el servicio a la Corona a fines del Antiguo Régimen. Sus tres hermanos y un sobrino, que sería conde de Gálvez, fueron en mayor o menor grado personas relevantes en la vida pública de su tiempo. Así, de sus hermanos, Matías sería virrey de Nueva España; Miguel, ministro plenipotenciario en Berlín y San Petersburgo, y Antonio, comandante general de la bahía de Cádiz, mientras que su sobrino Bernardo, hijo de Matías, fue gobernador de la Luisiana y más tarde virrey de Nueva España. En cuanto al origen social de los Gálvez y Gallardo, si se hace caso a lo probado en sus expedientes de ingreso en la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, se trataba de una familia hidalga con indiscutibles pruebas de nobleza, aunque en los mentideros de Madrid se pusiera en duda este extremo.
José de Gálvez y Gallardo había nacido del matrimonio habido entre el hidalgo Antonio de Gálvez y García de Carvajal y Ana Gallardo y Cabrera. Fallecido el padre en 1728, comenzó para su familia un período de apuros económicos y desdenes sociales. La buena disposición de José para las letras hizo que se fijara en él el obispo de Málaga, Diego González del Toro, quien lo protegió, becó y encauzó hacia los estudios eclesiásticos. Mas fue el prelado que sucedió a González del Toro en la mitra malagueña, Gaspar de Molina y Oviedo, quien sería su gran protector y dirigiera sus pasos hacia la Corte, tras haber descartado José la carrera eclesiástica, y una vez terminados sus estudios jurídicos en Salamanca y Alcalá. En ellos, desempeñó un importante papel la circunstancia de que el obispo Molina era desde 1733, un año antes de su designación para la diócesis de Málaga, presidente del Consejo de Castilla y comisario general de la Cruzada; accediendo en 1737 a la púrpura cardenalicia. Así, la protección del cardenal Molina, y su buen hacer en defensa de los intereses de Málaga ante los tribunales de la Corte, hizo que Gálvez ganara predicamento como abogado. En estos años, el joven letrado inició también su ascenso social, para lo cual siguió la vía más utilizada, antigua y segura: un buen matrimonio; de esta manera, en 1748 contrajo nupcias con María Magdalena Grimaldo y, fallecida ésta, en 1749 se decidió por una acaudalada francesa, Luisa Lucía Romet, que fallecería cuatro años después. Con ambos matrimonios había conseguido una posición en sociedad y un buen pasar económico.
Abogado de la embajada francesa y del príncipe de Asturias, fue nombrado para una gobernación en Filipinas, la de Zamboanga, que nunca llegó a servir.
Ya era un personaje en la Corte; a su bufete llegaban los asuntos de las mejores familias de la alta nobleza.
En 1762 sería promovido a la Fiscalía General del Aposentamiento de Corte. Aunque su gran oportunidad política se presentaría en 1763, al ser llamado Jerónimo de Grimaldi para ocupar la Primera Secretaría de Estado, y poder colaborar con éste. En 1764 fue nombrado alcalde de Casa y Corte.
Si se exceptúa aquel nombramiento, nunca ejercido, para una gobernación filipina, todavía no se había visto a Gálvez relacionarse directamente con las Indias. Aunque a comienzos de 1760 —según precisa Luis Navarro Tomás— había redactado, con el fin de presentarlo al Rey, un Discurso y reflexiones de un vasallo sobre la decadencia de nuestras Indias españolas, el cual constituye una inmejorable guía para conocer su pensamiento acerca de los asuntos ultramarinos.
Pronto se encontraría con el mundo americano: en 1765 fue nombrado visitador del virreinato de Nueva España.
Efectivamente, en el Real Decreto de 20 de febrero de ese año se le nombraba “Visitador General de todos los tribunales de justicia, cajas y ramos de la Real Hacienda y de los propios y arbitrios de las ciudades, villas y pueblos de esa Nueva España”. Pese a la amplitud de su comisión inspectora, fue lo económico lo que motivó su nombramiento a raíz de un terrible informe elevado al trono por Francisco Carrasco y Montero, quien en 1769 sería agraciado por Carlos III con el marquesado de la Corona. Carrasco, fiscal a la sazón del Supremo Consejo de Hacienda y más tarde consejero del de Castilla, había puesto de manifiesto el pésimo estado en que se hallaba la hacienda indiana, y muy singularmente la novohispana, lo cual, dado lo legendario de la riqueza mexicana, era asunto difícil de entender en la Corte. Dos eran las razones que daba el fiscal para explicar tan lamentable situación: de un lado, los males propios de la administración de Indias, que precisaba profundas reformas, si bien su necesidad era más apreciada desde la Corte que por las oligarquías criollas de los virreinatos americanos; de otro, y referido en concreto al caso mexicano, el mal gobierno del virrey Joaquín de Montserrat y Ciurana, marqués de Cruillas. Desechado antes el cargo de visitador por el propio Carrasco, lo aceptó el entonces corregidor de Murcia Francisco Anselmo de Armona y Murga, quien murió durante la penosa travesía hacia su destino americano. Estos hechos desencadenaron el nombramiento de Gálvez, que sería provisto de unas instrucciones oficiales para el desarrollo de su cometido. De acuerdo con ellas, en el aspecto económico, sus principales objetivos serían: primero, controlar la hacienda mexicana en todos sus ramos, rentas, agentes y tribunales, tratando, en todo caso, de incrementar los ingresos de la Corona; segundo, inspeccionar las aduanas del virreinato, tanto marítimas como terrestres, introduciendo, en su caso, las reformas precisas; tercero, acabar con los abusos, fraudes y contrabando que de forma crónica imperaban en los puertos de Veracruz y Acapulco; cuarto, establecimiento del estanco del tabaco —fruto de esta iniciativa sería la erección de fábricas en la ciudad de México, Puebla de los Ángeles, Orizaba y Oaxaca—.
Junto a los de contenido económico, se encargaban a Gálvez dos cometidos de gran trascendencia: la alta inspección de los tribunales de justicia del virreinato y estudiar la oportunidad y conveniencia de trasladar a aquellos territorios el sistema peninsular de intendencias.
Asimismo, llevaba una misión reservadísima: investigar el comportamiento del arzobispo de México, Manuel Rubio y Salinas; aunque su oportuna muerte haría inútiles las pesquisas del visitador.
Mientras durara su misión, Gálvez debía comunicar todas sus acciones al virrey, alter ego de la persona del Monarca en aquellos territorios. Pronto, sus roces y francos enfrentamientos con el marqués de Cruillas fueron insostenibles, poniendo en peligro el éxito de su delicada misión. Informada la Corte de lo que sucedía en México, se procedió a nombrar un nuevo virrey en la persona del flamenco Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, quien ejerció el cargo entre 1766 y 1771, siendo premiado a su regreso con la Capitanía General de Valencia. En su conjunto, la actividad visitadora de Gálvez fue un éxito: los ingresos fiscales de la hacienda virreinal ascendieron de manera notable; contribuyó activamente a la reforma del ejército del virreinato; colaboró eficazmente en la expulsión de los jesuitas de México, procediendo a sofocar las revueltas a que dio lugar en San Luis de la Paz, San Luis Potosí, Guanajuato y Valladolid de Michoacán; fomentó la colonización de la Alta California como medio de frenar la temida expansión rusa en las costas del Atlántico Norte. A él se debe la creación de las ciudades de San Diego y Monterrey junto a muchas misiones y fuertes. Una revuelta india en Sonora le impulsó a dirigir personalmente una expedición de castigo contra los insurrectos, que parece ser la causa de una grave enfermedad que hizo aconsejable su regreso a la Península. El tiempo de Gálvez en Nueva España había tocado a su fin en medio de todo tipo de intrigas y críticas a su labor. El 22 de septiembre de 1771 tomaba posesión de su cargo el nuevo virrey, frey Antonio María Bucareli y Ursúa. Dos meses después, el 29 de noviembre, Gálvez se embarcaba en Veracruz y, tras una prolongada parada en La Habana, llegó a Cádiz el 21 de mayo de 1772. El enrarecido ambiente que había rodeado al visitador en su último período mexicano que se había dejado sentir en la Corte, hacía presagiar su ruina política al llegar a Madrid. Pero lo cierto es que su estancia en México le había dado una experiencia en la administración indiana que muy pocos poseían; buena prueba de ello es su Informe instructivo del Visitador General de Nueva España al Excmo. Sr. Virrey de ella D. Antonio Bucareli y Ursúa en cumplimiento de la Real Orden de 24 de mayo de 1771.
Tras su vuelta de México, el 25 de febrero de 1775 contrajo matrimonio con María de la Concepción Valenzuela, hija de los condes de la Puebla de los Valles, y de estas sus terceras nupcias nacería su hija y heredera María Josefa de Gálvez y Valenzuela. Como preludio de su nombramiento ministerial, José tomó posesión de su plaza de consejero efectivo de Indias el 7 de julio de 1772, para la que había sido nombrado el 28 de diciembre de 1767 mientras desempeñaba su alta misión visitadora en México. Miembro de la Junta General de Comercio, Moneda y Minas, ocupó también la presidencia de la sala primera del Consejo de Indias.
El 28 de enero de 1776 moría en Madrid frey Julián de Arriaga, secretario de Estado de Marina e Indias, sucediéndole en el despacho de Indias José de Gálvez. Le acompañaban en el ministerio, el conde de Floridablanca como primer secretario de Estado, Miguel de Múzquiz en Hacienda, Manuel de Roda en Justicia, Funes de Villalpando en Guerra y González de Castejón en Marina. Un mes después de su nombramiento para el despacho de los asuntos de ultramar, Gálvez sería designado por el Rey, gobernador del Consejo de Indias. En once años de intenso trabajo, Gálvez intentó poner en práctica las soluciones que había pensado durante su etapa mexicana. Así, organizó e implantó la reforma de mayor calado en la administración ultramarina: las intendencias. Transformó el comercio ultramarino con el Reglamento de Libre Comercio de 12 de octubre de 1778 que, aún con ciertas limitaciones relativas a Venezuela y a los puertos mexicanos de Veracruz y Acapulco, autorizaba el comercio directo a doce puertos españoles con veinticuatro indianos. Mas no acabaría aquí su obra; durante el período que ocupó la Secretaría de Indias se fundó el virreinato de las Provincias del Río de la Plata y la Comandancia General de las Provincias Internas, y estructuró en seis gobernaciones la Capitanía General de Venezuela. En el campo de la legislación, se intentó hacer una nueva recopilación de las leyes de Indias, dado lo obsoleta que había quedado la de 1680, y se mejoró notablemente la normativa que regulaba las explotaciones mineras. Sus reformas, largos años maduradas, que fueron fruto de su propia experiencia indiana, tuvieron como objetivo fundamental, en palabras de Luis Navarro García, “el fortalecimiento económico y militar del Imperio mediante la racionalización de su sistema administrativo, que sería además enteramente centralizado”, para añadir que su enérgica dirección de los asuntos indianos “permitió a España afrontar el momento crítico en que se cierne sobre América del Norte la presencia rusa y se produce la sublevación de las colonias inglesas del continente, proporcionando incluso en este momento una ventaja sobre Gran Bretaña”, aunque lo heterodoxo de algunas de sus actuaciones y las resistencias de las elites criollas a determinadas iniciativas, hicieran que durante sus mandato afloraran críticas a su obra, y que ésta, al menos parcialmente, fuera anulada por sus sucesores en la Secretaría de Indias. Gálvez fue también el creador del Archivo General de Indias y gran impulsor de expediciones científicas a ultramar.
El 23 de abril de 1780 sería nombrado consejero de Estado; y ya al final de su vida el rey Carlos III lo distinguió con el Marquesado de la Sonora con el Vizcondado previo de Sinaloa, siendo el asiento del despacho de ambos títulos de fecha 9 de octubre de 1785. Poco tiempo después, el 17 de junio de 1787, moría en Aranjuez, donde se hallaba la Corte, José de Gálvez y Gallardo después de una vida fecunda al servicio de la Corona.
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Feliciano Barrios Pintado