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Bernardo de Gálvez

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Biografía

Gálvez, Bernardo. Conde de Gálvez (I). Macharaviaya (Málaga), 23.VII.1746 – Tacubaya (México), 30.XI.1786. Teniente general y virrey de Nueva España.

Hijo de Matías de Gálvez, teniente general y virrey de Nueva España; sobrino de José de Gálvez, marqués de la Sonora, visitador de Nueva España, ministro universal de las Indias y consejero de Estado bajo el reinado de Carlos III.

Bernardo de Gálvez, a ejemplo de su padre, eligió muy joven la profesión de las armas. En 1762, como voluntario y con la graduación de teniente de Infantería, tomó parte en la guerra contra Portugal, aliado de Gran Bretaña. España había entrado tardíamente en la contienda —cuyos resultados finales le serían funestos—, en virtud de su alianza con Francia, tras firmarse el Pacto de Familia entre Carlos III y Luis XV un año antes, para contrarrestar el poderío inglés en Europa y América. En 1763, la Paz de París puso término a la llamada Guerra de los Siete Años. Entre otras disposiciones, España cedió a Gran Bretaña la Florida y las tierras situadas al este del río Mississippi; a su vez, Francia cedió a España la Luisiana. El perjuicio que supuso para España la pérdida de la Florida fue incalculable, al dar a su antagonista unos puestos en el golfo de México que por su importancia estratégica constituían una constante amenaza para la seguridad del virreinato de Nueva España, así como para el comercio y el transporte de caudales por dichas aguas.

En 1765, Gálvez fue destinado con el grado de capitán al Regimiento Fijo de Infantería de la Corona en el virreinato de Nueva España, al mando de Juan de Villalba. En octubre de 1770 fue nombrado comandante de las Armas de Nueva Vizcaya con destino en San Felipe el Real de Chihuahua, donde se distinguió en los numerosos combates mantenidos contra los indios apaches. Regresó a España en 1772 y fue destinado al Regimiento de Cantabria, en Pau (Francia), en el que iba a servir tres años. El aprendizaje del francés le sería de gran ayuda para su ulterior destino en Luisiana. En 1775, a su regreso de Francia, se incorporó al Regimiento de Infantería de Sevilla. Con el grado de capitán participó en la desastrosa expedición de Argel, bajo el mando de Alejandro O’Reilly.

Resultó herido de gravedad pero resistió junto a la Compañía de Cazadores a su cargo hasta dar cumplimiento a la operación que le había sido encomendada.

En recompensa, fue ascendido a teniente coronel y destinado a la Academia Militar de Ávila.

Pero sería en América, en el contexto de la confrontación bélica entre las primeras potencias mundiales, donde tendrían lugar sus victoriosos hechos de armas y sus señalados servicios a la Corona. El 22 de mayo de 1776 fue nombrado coronel del Regimiento Fijo de Luisiana, con destino en Nueva Orleans, y el 19 de julio, gobernador interino de la provincia de Luisiana.

Desde que tomó posesión como gobernador, el 1 de enero de 1777, Gálvez desplegó una intensa actividad dirigida a contrarrestar la amenaza británica en los dominios españoles, a la par que prestó una cooperación decidida, temprana y eficacísima a la causa de la independencia norteamericana. Entre otras aportaciones, envió numerosos cargamentos Mississippi arriba con armas, municiones, mantas y medicamentos destinados a los ejércitos independentistas, a los que auxilió de este modo en batallas tan decisivas como la de Saratoga, en ese mismo año. Dio asilo a numerosos colonos americanos que huían de las tropas inglesas e inició así una ingente labor que habría de convertirle en uno de los máximos y más eficaces aliados de los Estados Unidos en su guerra de independencia. La contribución española sería determinante para decidir el conflicto, tal como lo proclamó reiteradamente ante el mundo el propio general George Washington.

A pesar de permanecer neutral oficialmente, el Gobierno español se encaminaba ya, aunque con fundadas y graves reservas y vacilaciones, a la guerra contra Gran Bretaña. El conde de Floridablanca escribía al embajador de España en París, conde de Aranda, en diciembre de 1777: “Es necesaria gran sagacidad para no alucinarnos ni ponernos al borde del precipicio de una guerra inmatura, de la cual cualquier golpe fatal debe recaer sobre la España, que es la que más tiene que perder en sus circunstancias actuales”. Gálvez perfeccionó un sistema de suministros para proveer ocultamente a las tropas americanas con abastecimientos que le fueron solicitados de forma urgente y reiterada, entre otros, por el general Lee, jefe de los ejércitos del Sur, Patrick Henry, gobernador de Virginia, y George Morgan, que aseguraba la defensa de Ford Pitt (donde hoy se alza la ciudad de Pittsburgh).

En Nueva Orleans se fletó un barco cargado con diez mil libras de pólvora que navegó río arriba con bandera y tripulación españolas, logrando sortear la vigilancia de los puestos ingleses establecidos en las riberas del Mississippi, y avanzó por aguas del Ohio hasta alcanzar el fuerte Pitt. La llegada de la pólvora haría posible la derrota inglesa en las campañas de esta región.

La colaboración de Gálvez con el financiero de origen irlandés Oliver Pollock, afincado en Nueva Orleans, que había abrazado la causa de los americanos y pronto sería el agente oficial del Congreso de Filadelfia en dicha ciudad, supuso un apoyo decisivo para los ejércitos independentistas. En 1777, entre otras ayudas, Gálvez prestó 74.000 dólares a los americanos y envió un cargamento de provisiones por valor de 25.000 doblones por el Mississippi, hasta llegar luego a las fronteras de Pensilvania y Virginia, desde donde se distribuyeron entre el ejército del general Washington y las divisiones del sur, al mando del general Lee.

La ayuda española —pólvora, mantas, fusiles, quinina, municiones— permitió a los colonos americanos en guerra con su metrópoli mantener el control en los territorios al oeste de los montes Alleghany.

Gálvez fomentó la colonización y estableció nuevas poblaciones de inmigrantes en los inmensos territorios de Luisiana. Numerosos canarios se asentaron en la zona de Tierra de Bueyes, al sureste de Nueva Orleans, núcleo originario de la actual colonia de isleños de San Bernardo, que ha conservado celosamente su herencia española y el uso del castellano.

Gálvez fundó asimismo las poblaciones de Barataria, Nueva Iberia y Galveztown, llamada así en su honor.

Al tiempo de este proceso de colonización, el joven gobernador prestó una ayuda fundamental a las campañas del americano George Rogers Clark en Illinois; la situación de los independentistas era sumamente comprometida en esta región del alto valle del Mississippi.

Gálvez fomentó asimismo las relaciones con las numerosas “naciones” de indios —chicasás, chactás, crics, alibamones, entre otros— y, para atraerlos a la causa de España, siguió con ellos una hábil política de captación, de tráfico y regalos, infrecuente en el resto de la América española.

En 1779, Gálvez fue ascendido a brigadier y nombrado gobernador en propiedad de Luisiana. Según informes secretos, los ingleses se preparaban para invadir la provincia y atacar Nueva Orleans. Gálvez dispuso que se reforzasen sus defensas. El 21 de junio tuvo lugar la declaración formal de guerra del rey Carlos III al rey de Gran Bretaña. Gálvez decidió tomar la ofensiva y sorprender a los ingleses en sus puestos y fortificaciones, sin esperar los refuerzos provenientes de La Habana, Capitanía General de la que dependía Luisiana. Las órdenes llegadas de España precisaban: “Todos los esfuerzos deben dirigirse a arrojar las Armas inglesas de Panzacola, la Mobila y demás puestos que ocupan sobre el río Mississippi”.

El 18 de agosto, cuando se ultimaban los preparativos para la expedición, un terrible huracán azotó Nueva Orleans, destruyó gran número de casas y hundió los barcos que se encontraban en el río, armados y habilitados para la campaña. Pero Gálvez consiguió mantener el espíritu de la tropa y tras lograr que se recuperasen algunos barcos y artillería del fondo del río, se dispuso a tomar por sorpresa los puestos ingleses del bajo Mississippi.

El 7 de septiembre de 1779, tras once días de penosa marcha, las fuerzas expedicionarias al mando de Gálvez conquistaron por sorpresa y por asalto el fuerte Bute de Manchak e hicieron prisionera a su guarnición, sin que se produjese ninguna baja. Dos semanas más tarde, la artillería española logró desmantelar el fuerte New Richmond de Baton Rouge.

Gálvez obtuvo su rendición incondicional, así como la del fuerte Panmure de Natchez y la de los puestos situados en el río Amite y en Thomson’s Creek. Se capturaron asimismo ocho barcos británicos que llevaban refuerzos desde Panzacola para dichos puestos.

Con estas fulminantes victorias se logró dominar no sólo la cuenca baja del Mississippi, sino todo su inmenso valle: los ingleses abandonaron sus planes de atacar desde Canadá, así como desde Panzacola, las posesiones españolas. Por los méritos contraídos en la empresa, Gálvez —que contaba treinta y tres años— fue ascendido a mariscal de campo.

En 1780, Gálvez dirigió las operaciones militares contra las plazas fuertes de Mobila y Panzacola, llaves del dominio británico en el golfo de México. El 14 de enero emprendió la conquista de Mobila, como primer objetivo para arrojar a los ingleses de la Florida Occidental. En Nueva Orleans se hizo a la vela con cerca de ochocientos hombres de tropa veterana y milicias, en doce barcos de distintos portes. Calmas y borrascas dificultaron la travesía; hasta el 10 de febrero no les fue posible embocar la bahía de Mobila, donde nuevas calamidades se abatieron sobre la flota: varias embarcaciones encallaron y otras naufragaron en medio de una tempestad que impidió su auxilio.

Gálvez, “creando la necesidad nuevas fuerzas”, según dijo, reorganizó las tropas que pudieron desembarcar y, valiéndose de ocho cañones salvados de la fragata El Volante, ordenó que se estableciera una batería en la punta de Mobila, con objeto de dominar la entrada de la bahía. Luego movilizó sus tropas hacia el fuerte Charlotte, que defendía la plaza, y el 25 de febrero tomó posiciones a menos de dos kilómetros del enemigo para iniciar los preparativos del ataque.

Se apresuraron los trabajos, se abrieron las trincheras, se establecieron las baterías. A pesar del continuo fuego enemigo, Gálvez, con los escasos medios de que disponía y con la ayuda de cuatro barcos llegados de La Habana con quinientos hombres, logró abrir brecha en el fuerte británico, estrechando el cerco de tal modo que el 14 de marzo se rindió la plaza a las armas del rey Carlos III. Concluida esta conquista, Gálvez dejó al coronel José de Ezpeleta al cargo de Mobila y regresó a Nueva Orleans, dispuesto a acometer sin tardanza la conquista de Panzacola.

La toma de esta plaza fuerte, capital de la Florida Occidental y sede del poder civil y militar británico, era el primer objetivo de España en la contienda, por su gran valor geopolítico y estratégico. Panzacola suponía una constante amenaza para la seguridad y el comercio de Luisiana y el virreinato de Nueva España, principal fuente de ingresos de la Corona en las Indias. Gálvez se embarcó en La Habana al mando de la expedición contra Panzacola el 16 de octubre de 1780. Días más tarde se abatió sobre el golfo de México un huracán de aciagas consecuencias; los barcos del convoy se dispersaron: unos fueron a parar a Campeche; al río Mississippi, otros; uno se fue a pique, otros desaparecieron. Tras superar innumerables obstáculos y procurar la reunión de los buques, Gálvez regresó al punto de salida un mes más tarde. En la capital cubana, después de reñidas discusiones con la Junta de Generales, de la que era miembro destacado, logró que se le concediesen las fuerzas marítimas y terrestres necesarias para acometer de nuevo tan decisiva empresa.

El 28 de febrero de 1781 zarpó de La Habana una nueva expedición contra Panzacola. La flota se formó en tres columnas con rumbo ONO. A barlovento avanzaba el navío San Ramón, que montaba sesenta y cuatro cañones, y a cuyo bordo enarbolaba su insignia el comandante en jefe de la expedición, Bernardo de Gálvez. Mandaba la nave José Calvo de Irazábal, que había recibido la orden de obedecer las de Gálvez relativas a la conquista de Panzacola. Integraban la flota treinta y dos buques: además del mencionado navío de guerra, varias fragatas, polacras, saetías, balandras, paquebotes, bergantines y una goleta, así como dos lanchas cañoneras. En los buques de guerra iban embarcadas cinco compañías de granaderos. El número de hombres de esta expedición, 3.179, era menor que el de la fracasada expedición de octubre. De ellos pertenecían al ejército de tierra 1.543; el resto procedían de las dotaciones y tripulaciones de los buques de guerra y de los de transporte; todos a las órdenes de Gálvez, que había obtenido por acuerdo de la Junta el mando único. Circunstancia esta última que habría de ser determinante para el curso ulterior de la contienda.

El 9 de marzo, Gálvez desembarcó al frente de mil trescientos hombres en la isla de Santa Rosa, al este de la entrada de la bahía de Panzacola. Desde la orilla opuesta, el fuerte británico Red Cliffs inició el cañoneo, sin producirse bajas. Al día siguiente se instaló el campamento, así como una batería de ocho cañones que alejase a los buques enemigos y pudiese proteger la entrada de la escuadra y el convoy. El 11, Gálvez dispuso que se intentase la maniobra de entrada en la bahía. La escuadra y el convoy levaron anclas y comenzó la operación. Pero el navío San Ramón tocó fondo al ir por el canal de entrada, próximo ya a la barra; por lo que viró de bordo y regresó al punto de partida, donde fondeó, seguido de los demás buques.

Gálvez dispuso que se repitiese al día siguiente la operación; sin embargo, reunidos en junta, los oficiales de Marina al mando de los buques de guerra decidieron que la empresa no era practicable por lo tortuoso del canal, las corrientes y los disparos de artillería del fuerte Red Cliffs, que batían por popa y proa a cualquier embarcación que se atreviese a entrar por el canal. La tensión entre Gálvez y los jefes de Marina se agudizó en los días siguientes. De momento, la expedición se veía paralizada. A la espera de los refuerzos que debían llegar de Nueva Orleans y de la Mobila —el coronel Ezpeleta marchaba ya con sus tropas para reunírsele—, la posición del ejército se hacía cada vez más insostenible.

El 18 de marzo, Gálvez acometió la acción de guerra más arriesgada, más profundamente meditada de su vida. Decidió que sería él en persona quien primero forzase la entrada de la bahía, convencido de que este último recurso podría inducir a los demás a seguirle.

A las dos de la tarde se embarcó solo en el bergantín Galveztown, y, situado en el alcázar, de pie, mandó que se arbolase la insignia de su grado y que se disparasen los quince cañonazos del saludo reglamentario para que el ejército, la escuadra y la guarnición del fuerte enemigo no pudiesen dudar de quién iba embarcado.

El Galveztown se hizo a la vela, seguido de dos lanchas cañoneras y de una balandra —únicas embarcaciones que se hallaban bajo el mando exclusivo del general en tanto que gobernador de Luisiana—, y navegó por el canal de entrada a la bahía. Los artilleros apostados en el fuerte Red Cliffs abrieron fuego graneado, cuarenta cañonazos dirigidos sobre todo al bergantín que iba en primer lugar. Las balas atravesaron velas y jarcias, pero el Galveztown logró sortear el peligro y se adentró en la bahía, seguido de las demás naves, que resultaron también casi ilesas. Desde la isla de Santa Rosa, las tropas de Gálvez vitorearon el heroico valor, la hazaña de su general. Este ejemplo inesperado determinó que el día siguiente se efectuase la entrada del resto de la escuadra y el convoy —salvo el navío San Ramón—, operación que se realizó con el mayor éxito, a pesar del vivo fuego del fuerte enemigo, que disparó cerca de ciento cincuenta cañonazos, alcanzando algunos buques.

Una vez llegados los esperados refuerzos de Mobila y Nueva Orleans, el general se trasladó con todo su ejército a tierra firme. Dieron comienzo los trabajos para el ataque a las posiciones enemigas. Durante el largo sitio de la plaza —defendida por varios fuertes situados en paraje dominante, guarnecidos con más de cien cañones—, Gálvez resultó herido de gravedad en el vientre y la mano, aunque, sobreponiéndose a ello, siguió dirigiendo las operaciones más importantes.

El 19 de abril recibió el oportuno e inesperado socorro de la escuadra al mando de José Solano, procedente de La Habana, con tropas de refuerzo. Este apoyo naval fue decisivo. El 9 de mayo, a los dos meses de desembarco en la isla de Santa Rosa, se rindieron a las fuerzas del rey Carlos III los fuertes y la plaza de Panzacola. España recobraba así la Florida Occidental y no quedaba en el golfo de México posesión británica alguna.

Poco después de la conquista, Gálvez —que contaba treinta y cinco años— fue ascendido a teniente general y nombrado caballero pensionado de la Real Orden de Carlos III. El Monarca decretó que la bahía de Panzacola se nombrase en lo venidero bahía de Santa María de Gálvez y que para perpetuar la heroica acción con que Bernardo de Gálvez había forzado solo la entrada de dicha bahía “pusiese por timbre en el escudo de sus armas el bergantín Galveztown con el mote Yo Solo”. Asimismo fue nombrado gobernador y capitán general de Luisiana y la Florida Occidental, erigidas en provincias independientes de Cuba, y comandante en jefe del Ejército de Operaciones en América. En 1783, a petición de la provincia de Luisiana, el Rey le otorgó el título de conde de Gálvez.

Tras una ausencia de ocho años, Gálvez regresó a España en 1784. Durante su estancia en Madrid fue llamado a consulta con frecuencia por el Gobierno: España se enfrentaba a graves problemas políticos en América del Norte de resultas de la paz firmada con Gran Bretaña en 1783, como eran, entre otros, las cuestiones de límites, la libre navegación por el Mississippi, la inmigración americana en territorio español o las relaciones con los indios. En octubre, Gálvez fue nombrado capitán general de Cuba, con el mando asimismo de Luisiana y las Floridas. Sus conquistas habían determinado en gran medida que España conservase la Florida Occidental y que Inglaterra le cediese la Florida Oriental. Gálvez mantuvo una estrecha colaboración con Diego de Gardoqui, primer representante español ante el Gobierno de los Estados Unidos, en calidad de encargado de Negocios. Según las órdenes recibidas, Gardoqui debía atenerse a los consejos de Gálvez, estableciendo un correo regular entre ambos y entregándole copia de la cifra utilizada entre el Ministerio y él. En una de sus cartas, Gálvez le indicaba que recordase al Gobierno norteamericano los servicios prestados por España en su lucha por la independencia “como los únicos derechos que tienen en el Mississippi, pero derechos de gratitud hacia nosotros y no de usurpación”.

Bernardo de Gálvez fue nombrado virrey de Nueva España en 1785, como sucesor de su padre, Matías de Gálvez, fallecido en la ciudad de México. En su nuevo destino, el virrey tuvo como primer objetivo la lucha contra dos terribles males que asolaban desde el año anterior al pueblo mexicano: la escasez extrema de víveres en todo el territorio, debida a la pérdida casi total de las cosechas, y la epidemia de peste que había atacado a la población, causando innumerables muertes.

Entre otras medidas dispuso el aislamiento de los enfermos para evitar contagios, el internamiento y la medicación gratuita a los pobres en los hospitales.

Para auxiliar a los miles de mexicanos que habían abandonado sus hogares en el campo y acudido a las ciudades en busca de alimento, Gálvez nombró una junta permanente encargada de socorrerlos, contando para ello con la aportación de las primeras fortunas del país. Por su parte, ordenó que se acogiese en los patios del palacio virreinal a cuantos necesitados cupieran y destinó casi medio millón de pesos de su propio patrimonio a ayudas. Como hombre de la Ilustración, Gálvez fomentó las obras públicas; difundió la nueva vacuna contra la viruela; dictó también varias disposiciones importantes para el mejor gobierno de las provincias de Sonora, California, Nueva Vizcaya, Texas, Nuevo México y Coahuila.

El carácter del virrey, su talento, su humanidad, su llaneza y simpatía, así como su cercanía a los problemas de la población indígena, le granjearon en poco tiempo gran popularidad, que compartió con su esposa, Felicitas de Saint-Maxent. Los elogios a la joven virreina eran unánimes; de ella diría Alexander von Humboldt que era “tan hermosa como amada de todos”, y el historiador de Luisiana Charles Gayarré la describía como “una señora de sobresaliente agrado y tan caritativa, graciosa y benévola como bella”. El prestigio y el poder del virrey conde de Gálvez no tenían rival en aquellas inmensas posesiones de la Corona española en América. Pero tuvo un fin prematuro: una enfermedad fulminante truncaría su vida de raíz. El 30 de noviembre de 1786 murió en el palacio arzobispal de Tacubaya, a la edad de cuarenta años.

Fue enterrado en la ciudad de México, en la iglesia de San Fernando. En su testamento dejaba herederos a sus dos hijos y al que estaba próximo a nacer; recomendaba su viuda al ministro de Indias, marqués de la Sonora, tío suyo, y hacía especial hincapié en que Felicitas fuese a vivir con sus hijos a España, donde era su voluntad que se educasen. Su pérdida fue muy sentida en ambos reinos. Gálvez dejó una huella perdurable de su mandato por los aciertos que lo acreditaron como gobernante ilustrado y liberal. El triunfo alcanzado sobre Gran Bretaña había sido a su vez la hora culminante de su carrera en las armas. La singularidad de su hazaña se vería reconocida por Carlos III y proclamada en todos sus dominios.

 

Obras de ~: Diario de las Operaciones de la expedición contra la Plaza de Panzacola concluida por las Armas de S. M. Católica bajo las órdenes del Mariscal de Campo D. Bernardo de Gálvez, Gazeta de Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, 1781, n.º 64; Diario de las Operaciones contra la Plaza de Panzacola, 1781, Madrid, ed. J. Porrúa Turanzas, 1959.

 

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Carmen de Reparaz Madinaveitia

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