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Beatriz Galindo

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Biografía

Galindo, Beatriz. La Latina. Salamanca, c. 1465 – Madrid, 23.XI.1535. Dama de la Corte de Isabel la Católica, humanista.

Es conocida sobre todo por su fama de mujer culta, preocupada por las letras y conocedora de la lengua latina, de lo que le ha venido el sobrenombre. Se ha insistido en que fue preceptora de las hijas de Isabel la Católica, pero parece que su magisterio se limitó a las conversaciones en latín con la Reina. Pertenecía a la nueva nobleza que iba a rodear a los Reyes Católicos. Este grupo apoyó desde el principio las pretensiones de Isabel para acceder al trono de Castilla y, cuando esto se logró, colaboró en la implantación del nuevo programa político de los Reyes Católicos y, en el caso de las mujeres, de forma muy especial en el de la Soberana. Beatriz Galindo tuvo una larga amistad con la Reina, a la que sirvió con fidelidad hasta la muerte de su marido, Francisco Ramírez de Madrid. Al enviudar, Beatriz Galindo se retiró a la villa de Madrid y aquí ejerció un importante mecenazgo religioso llevando a cabo tres fundaciones benéfico-religiosas muy importantes: un hospital, y dos conventos de religiosas, los dos bajo la advocación de la Inmaculada Concepción, culto que Isabel I y las mujeres que formaban la casa de la Reina, que eran íntimas colaboradoras suyas, seguían y potenciaban. Los dos conventos de concepcionistas estuvieron bajo la norma jerónima uno y el otro bajo la franciscana.

La vida de Beatriz es muy deficientemente conocida. Su fama es mucho mayor que las informaciones fidedignas que se han conservado de su acontecer. En cambio, hay una serie de elementos legendarios que han sido utilizados en algunas ocasiones, ofreciendo informaciones sobre Beatriz Galindo más próximas a la novela que a su realidad social. Su vida guarda muchos elementos en común con la de otras mujeres de su época que rodearon a la Reina Católica y fueron sus fieles colaboradoras, contribuyendo a consolidar la política isabelina y siguiendo el camino trazado por la Reina.

La filiación de Beatriz Galindo es dudosa. Hay dos posibilidades: una es que fuera hija de Martín Fernández Galindo, caballero de Écija y comendador de la Orden de Santiago; pero es más probable que su padre fuera Juan López de Gricio, como afirma Gonzalo Fernández de Oviedo en las Batallas y Quincuagenas. La fecha del nacimiento de Beatriz también es dudosa. Fue bautizada en la parroquia de San Román (Salamanca). Su familia era oriunda de Zamora y su origen era del grupo de hidalgos no muy adinerados que integraban las oligarquías urbanas en Castilla en aquellos años. Tuvo una esmerada educación, que incluyó el conocimiento del latín. Su interés por la cultura influyó en la decisión de sus padres de que orientara su vida hacia el retiro conventual, ya que la situación económica familiar no era muy buena. Aunque no llegó a profesar, siempre tuvo fama de mujer virtuosa, discreta y sabia. Inició el conocimiento de la gramática y del latín muy joven y a los dieciséis años parece que dominaba esta lengua de tal manera que asombró al claustro de la Universidad salmantina. Su buena formación intelectual presagiaba su dedicación a la vida monástica.

Hasta entonces, las mujeres cultas eran religiosas. Fue el Humanismo el que aportó el modelo de mujer laica culta del que Beatriz Galindo es un buen ejemplo. No obstante, sus parientes, por la falta de recursos de la familia y la inclinación de Beatriz por las letras —sobre todo por el latín—, pensaron que el espacio indicado para una mujer preocupada por la lectura, el estudio y el latín, era un convento de religiosas. Pero ella no debía de ser muy proclive a esta solución para su vida, pues no acababa de profesar. Mientras tanto, su fama llegó a la reina Isabel I, que la llevó a su Corte para que enseñara latín a ella, a sus hijas y a otras damas. Por este motivo no entró en el convento. No es seguro que fuera camarera de Isabel la Católica, como se ha afirmado, pero tuvo una gran influencia y gozó del aprecio de la Reina. Con ella hablaba frecuentemente y parece que practicaba el latín. Beatriz, como demostró a lo largo de su vida, además de una mujer instruida, debía de estar bien dotada de inteligencia para los asuntos públicos y los negocios, pues dejó una considerable fortuna a su muerte. Bien es cierto que contó con el apoyo decidido de la Reina, pero ella supo aprovecharlo para conseguir la riqueza suficiente para que su familia ascendiera socialmente. Y, también, el poder necesario para organizar su vida y la de los suyos e intervenir en la política religiosa del momento, siguiendo los principios que había aprendido de la Reina. Gracias a su posición privilegiada, intervino en la política madrileña y tuvo un gran ascendiente durante los años que residió en la villa.

Llegó a la Corte muy joven y fue la reina Isabel, que pronto sintió aprecio hacia Beatriz, quien decidió la boda con Francisco Ramírez de Madrid, perteneciente a una familia madrileña. Francisco era conocido como el Artillero, por ser capitán de Artillería, y había inventado un tipo de proyectil. Nacido en Madrid a mediados del siglo XV, era bastante mayor que Beatriz y, como ella, de familia de hidalgos no muy adinerados. Había casado en primeras nupcias con Isabel de Oviedo, de la que tuvo varios hijos. Desde el primer momento fue fiel a la Reina y había participado en la batalla de Toro (1476) con cien jinetes. Este triunfo fue decisivo para que Isabel la Católica se hiciera con el trono de Castilla frente a su sobrina Juana. La Reina le premió nombrándole alcayde de los Alcázares de Sevilla. Su participación en el sitio de Málaga —donde gracias al empleo de la artillería se consiguió adelantar la rendición de la ciudad— fue muy apreciada. Fue armado caballero y los Reyes Católicos le otorgaron el nombramiento de secretario del Consejo del Rey y pagador. Su ascenso culminó con su nombramiento como regidor del Concejo de Madrid, en diciembre de 1487. A partir de ese momento, se integró en la oligarquía madrileña. En la Guerra de Granada tuvo una intervención enérgica y, por este motivo, la reina Isabel decidió casarle en segundas nupcias con Beatriz Galindo (1495). De esta forma unía a dos de sus más dilectos y fieles colaboradores: Beatriz Galindo, una de sus consejeras más próximas, y Francisco Ramírez de Madrid, que la había apoyado en su lucha contra su hermano Enrique IV y —tras la muerte de éste— contra su sobrina Juana, por el trono castellano.

Este matrimonio respondía a la política promovida desde la Corona para lograr un grupo importante de nobleza media, muy fiel a los Reyes Católicos y solidarios de la nueva concepción del Estado Moderno que se propiciaba desde el poder. Beatriz recibió 500.000 maravedís como regalo de boda de la reina Isabel, que no estaba dispuesta a permitir que abandonara la Corte. Las mujeres que rodearon a la Reina, de forma muy destacada Beatriz, colaboraron con ella en todas las empresas que acometió. La instrucción, la cultura y el mecenazgo artístico, tanto como el patronazgo religioso, fueron los frentes de actuación preferidos por estas mujeres, entre las que, sin duda, destacaba Beatriz Galindo, cuya obra ha trascendido no tanto por sus textos literarios, perdidos la inmensa mayoría, y por su conocimiento del latín, que fue lo que le dio fama, sino, sobre todo, por su actuación como impulsora de fundaciones benéfico-religiosas en Madrid. La reina Isabel y las mujeres de las que se rodeó, como Beatriz Galindo, creían en el proyecto humanista y pretendían intervenir en el cambio que debía sufrir la sociedad para adecuarla a los principios políticos y sociales que el Renacimiento preconizaba.

Las escasas posibilidades que tenían las mujeres para intervenir en los asuntos públicos dio lugar a que orientaran el desarrollo de sus actividades en los espacios en los que se toleraba la presencia femenina. La reina Isabel promocionó, sobre todo, las intervenciones de las mujeres de su Corte en los espacios de la religión y de la cultura; se preocupó por la religiosidad y por elevar el nivel cultural y Beatriz siguió fielmente la política de la Reina, si bien el poder político era privativo de los hombres. Isabel había accedido a la Corona de Castilla y Beatriz Galindo, aunque no tuvo una base legal para intervenir en la política municipal madrileña, arbitró los medios oportunos para conseguir lo que le convenía en esta villa. Las fundaciones religiosas en Madrid y el apoyo a la recién creada Orden concepcionista, que era la preferida por Isabel y por las mujeres de su entorno, demuestran claramente la presencia política de Beatriz en la vida municipal madrileña a raíz de su viudedad.

El primogénito de Beatriz fue apadrinado por Fernando el Católico, al que impuso su nombre, y fue paje del príncipe don Juan. El matrimonio tuvo otro hijo varón al que se llamó Nuflo u Onofre —pues su padre era muy devoto de este santo, que le había salvado la vida en alguna ocasión en la lucha con los musulmanes granadinos— y varias hijas. Beatriz, ya viuda, consiguió crear dos mayorazgos para sus dos hijos (1504), que eran muy niños cuando murió su padre y de los que ella era tutora. El de Fernando estaba constituido fundamentalmente por las tierras que Francisco Ramírez había recibido en Bornos, tras sus intervenciones en la Guerra de Granada. El mayorazgo de Nuflo estaba centrado en las tierras madrileñas de Rivas. Tanto Fernando como Nuflo no supieron mantener sus haciendas en la buena situación que las recibieron de su madre, que las había administrado durante su niñez con gran acierto. Beatriz, en varias ocasiones tuvo que ayudar a ambos a pagar deudas para evitar que peligraran algunos de los bienes que constituían estos mayorazgos.

Beatriz, tras su boda, permaneció en la Corte junto a Isabel la Católica, a la que estaba muy unida. Había llegado a la Corte como maestra y se había ganado la confianza de la Reina, lo que unido a su buen criterio, dio lugar a que la Soberana solicitara frecuentemente su consejo. La vinculación entre ambas se mantuvo, incluso cuando Beatriz abandonó la Corte al enviudar, y se rompió con la muerte de la Reina, pero Beatriz conservó durante su larga vida una actitud que era reflejo del ejemplo proporcionado por la reina Isabel. Aunque tras su matrimonio Beatriz estaba la mayor parte del tiempo en la Corte, en algunas ocasiones debía residir en Madrid, puesto que su marido era regidor de esta villa y debía ocuparse de los intereses que aquí tenía. El cargo de regidor era de nombramiento real y otorgaba un gran poder en el gobierno de la villa, además de una serie de beneficios de todo tipo, por lo que debía asistir a las reuniones del Concejo. Para demostrar su presencia y poder, Francisco y Beatriz habían decidido la fundación de un hospital en Madrid, empresa a la que Beatriz se estaba dedicando cuando murió su marido en 1501. Francisco Ramírez estaba en las Alpujarras granadinas luchando para sofocar la revuelta mudéjar que se había iniciado en 1499, al no respetar los castellanos las capitulaciones pactadas con los mudéjares granadinos.

Beatriz, al quedar viuda, decidió abandonar sus actuaciones cortesanas y dedicarse a su familia, para lo que fijó su residencia en Madrid. Tanto su marido como ella no eran de la alta nobleza, sino que procedían de familias de hidalgos de las oligarquías urbanas, Beatriz de Salamanca y Francisco de Madrid. Por ello, su situación económica no era equiparable a la de la alta nobleza. Eran de la nueva nobleza de servicio potenciada por los Reyes Católicos. Ambos habían recibido buenas donaciones de los Monarcas. Pero el marido de Beatriz murió prematuramente, los hijos eran niños de corta edad y ella tuvo que ocuparse de su bienestar. Para ello, a partir de este momento su vida cambió, se asentó definitivamente en la villa de Madrid con toda su familia y se dedicó a consolidar la buena situación económica que se estaba creando gracias a la protección de los Reyes Católicos. La relación con la villa de Madrid de la familia de su marido facilitó la vinculación de Beatriz con este lugar, y aquí transcurrió el resto de su vida. En Madrid desarrolló una determinada política religiosa que la llevó a introducir la reforma de la Iglesia iniciada por Isabel la Católica en esta villa. Por todo ello, Beatriz ha quedado como una de las madrileñas importantes, pues aunque no nació en este lugar, sí tuvo una importante presencia en la vida urbana que ha trascendido a lo largo del tiempo. Sólo se conoce una ocasión en que Beatriz Galindo abandonó la villa de Madrid. Esto fue en 1504 cuando murió Isabel la Católica. Fue una de las personas que acompañaron al cadáver de la Reina hasta Andalucía, ya que había dispuesto que la enterraran en Granada.

A partir de la viudedad, que mantuvo para conservar la tutela de sus hijos cuando eran niños, su vida quedó reducida a sus fundaciones religiosas y a velar para que prosperasen, también a intentar acrecentar su hacienda. Por ello, en este momento se inició la etapa de mayor proyección de la vida de Beatriz, que es la relacionada con la villa de Madrid. Hasta entonces, había sido una dama de la Corte de la Reina Católica, que destacaba por su sabiduría y preocupación humanista, pero a partir de su viudedad llevó a cabo una serie de importantes actuaciones dirigidas a consolidar el bienestar de su familia y buscar al mismo tiempo formas de vida de acuerdo con su nueva situación y su inclinación piadosa, que contribuyeron a mejorar el entramado urbano y religioso de la villa de Madrid. Fue consciente de que sólo podía conseguir mantener el estatus de la familia en este lugar, gracias a las relaciones de la familia de su marido, además de la protección y apoyo constante de la Corona. En el año 1502 Beatriz ya había abandonado la Corte y estaba asentada en Madrid. Entonces ya había interpuesto un pleito para que se reconocieran los derechos de su joven hijo Fernando para ser regidor del Concejo madrileño. El ser regidor suponía posición relevante en la villa y los ingresos derivados del cargo. Beatriz luchó para asegurar que los derechos de su marido fueran heredados por su hijo, para mantener la posición social e influencia política del padre.

Además de la preocupación por asegurar el bienestar familiar, Beatriz decidió modificar su vida para adecuarse a su nueva situación, pues la viudedad exigía un determinado comportamiento. No podía pretender un nuevo matrimonio, pues perdería la tutela de sus hijos. Nada más lejos de su pensamiento, por el contrario, ella se dedicó a asegurar la posición política de su hijo y el bienestar de toda su familia. A partir de este momento, se retiró de la vida pública y optó por dedicarse a promover fundaciones religiosas y vivir una vida religiosa, cercana a lo que sus padres habían pensado para ella, pero dentro de las líneas trazadas por Isabel la Católica. Concluyó la fundación del hospital que había iniciado con su marido, lo dotó generosamente con inmuebles heredados de éste, y a él se retiró a vivir. Esto era habitual en viudas acomodadas y piadosas que de esta manera no tenían que someterse a unas normas conventuales, pero vivían íntimamente unidas a sus fundaciones. También de esta manera las vigilaba. Hay que recordar que entonces los hospitales no sólo eran centros sanitarios, sino que además se dedicaban a la labor asistencial, atendiendo, junto con los enfermos, a otras personas necesitadas.

Beatriz adecuó en el hospital unas estancias para su residencia y la de sus hijas y otras mujeres allegadas. Estaba situado en la calle de Toledo, próximo al mercado de la Cebada. Este hospital, además de servirle de residencia, fue una creación asistencial importante y diseñada por Beatriz, como se refleja en las instrucciones de 1535 en que se definen los objetivos de la fundación. Se atendería a personas necesitadas y especialmente a presos, pobres vergonzantes, caminantes y, sobre todo, a mujeres y niños y a huérfanas a las que se prepararía para el matrimonio. Se demuestra de esta manera que Beatriz tenía la intención de crear una obra social de protección a las mujeres desvalidas. La importancia del Hospital de La Latina, pues con este nombre ha sido conocido, fue tal que el sobrenombre de Beatriz ha quedado para el barrio de Madrid donde se asentaba, aunque del edificio quedan escasos restos: una puerta de estilo gótico conocido como isabelino, en honor de la Reina Católica, trasladada en tiempos recientes a la Ciudad Universitaria de Madrid.

La dedicación religiosa y piadosa llevó a Beatriz a iniciar otras dos fundaciones, gracias a los bienes inmuebles y a las rentas heredadas de su marido en la villa de Madrid. Con estas actuaciones colaboraba en la política religiosa de la Reina Católica, aunque viviera apartada de la Corte, orientada a la reforma del clero regular. Su preocupación por dotar generosamente a sus fundaciones religiosas le ocasionó problemas con sus hijos, sobre todo con Fernando, el primogénito, ya que reclamaban una mayor cuantía para los mayorazgos y menor para las fundaciones. No obstante, decidió en 1502 en unas casas, también heredadas de su marido, próximas al hospital, la fundación de un convento de religiosas, en el que, además, pensaba prepararse unas estancias para residir. La nueva fundación planteó un problema político-religioso grave. Esta zona de la villa estaba próxima al monasterio de San Francisco. Los monjes franciscanos tenían una gran influencia y poder en esta parte de la villa, y no toleraban más que la presencia de religiosas que pertenecieran a la familia franciscana. Beatriz había optado en el primer momento por religiosas jerónimas, bajo la advocación de la Concepción, lo que hizo que los franciscanos opusieran firme resistencia ante el Concejo. Los franciscanos temían que los jerónimos, cuyo convento estaba muy alejado del centro de la villa, en el camino de Guadalajara, próximo al actual emplazamiento de la iglesia de San Jerónimo, quisieran intervenir en esta zona de Madrid, a través de la fundación de religiosas jerónimas. El emplazamiento elegido por Beatriz, vecino al hospital y, por tanto, muy próximo al monasterio de San Francisco, podía representar una fuerte influencia jerónima en un barrio en el que los franciscanos tenían un gran poder.

La Concepción Jerónima era una nueva orden femenina muy protegida por Isabel la Católica, y la Reina había ofrecido a Beatriz 100.000 maravedís para su nueva fundación. La promoción de las concepcionistas era seguida por las mujeres nobles de la confianza de la Reina, como era el caso de Beatriz. Tras múltiples presiones, Beatriz Galindo tuvo que llevar en 1511 a las religiosas jerónimas a otras casas de su propiedad en el arrabal de la Santa Cruz, fundando y dotando un convento conocido por la Concepción Jerónima, hoy desaparecido, pero que ha dejado rastro en la toponimia urbana. De esta forma atendía a sus exigencias piadosas y a su predilección por las religiosas jerónimas con las que convivía y cuyas prácticas religiosas seguía a su conveniencia.

No obstante, esta solución no la satisfizo del todo, pues, aunque su estancia en el convento era como seglar no sometida a la regla, el convento estaba alejado del hospital y ella quería un convento próximo para poder trasladarse de uno a otro. Por ello, en 1512 decidió una nueva fundación en las casas donde en primer lugar había querido instalar a las jerónimas. El nuevo convento fue de religiosas franciscanas bajo la nueva regla concepcionista, manteniendo por esto la misma advocación; se denominó la Concepción Francisca. Entonces había en Madrid un problema derivado de la existencia de beaterios, con los que se quería acabar, atendiendo a la reforma de Cisneros, propiciada por Isabel la Católica. Los beaterios eran comunidades femeninas no sometidas a ninguna regla ni a la jerarquía eclesiástica. Era un tipo de religiosidad individualizada en la que se pretendía una vida muy austera y la comunicación con la divinidad sin que mediara ningún tipo de intervención externa. Estas prácticas religiosas femeninas estaban fuera de lo establecido por la Iglesia, pues no había una regla que ordenase la vida de estas mujeres, cuyas creencias estaban dentro de lo ortodoxo, pero que ellas querían vivir de una manera propia y decidida autónomamente. Aunque los beaterios no podían suprimirse, pues las beatas eran muy buenas cristianas y hacían una importante labor social en las ciudades, la reforma cisneriana pretendía someterlas a una de las reglas establecidas. La nueva fundación de Beatriz Galindo vino a solucionar este problema. Se optó por recluir en este nuevo convento al grupo de mujeres que integraban el beaterio de San Pedro el Viejo, nombre que se debía a su proximidad a esta parroquia. Dicho beaterio también estaba cerca de las casas donde Beatriz pensaba alojar su nueva fundación.

La política religiosa propiciada por Isabel la Católica, que Beatriz Galindo secundaba, era acabar con los beaterios y poner bajo regla a las beatas, para lo que había que llevarlas a conventos. La regla concepcionista era la que tenía una mayor semejanza con las formas de vida de las beatas, por ello, ante la presión que sobre ellas se venía ejerciendo, muchas de ellas acabaron integrándose en conventos de esta familia religiosa. Con la fundación de Beatriz Galindo se solucionaban varios problemas del Concejo madrileño, se seguía la política de reforma de la vida religiosa, se contentaba a los franciscanos, muy poderosos en Madrid en aquel momento y se dotaba a la villa de un nuevo convento femenino. Con todo esto, la presencia de Beatriz Galindo en Madrid se hacía más importante. Pero, además, ella se proporcionaba un nuevo lugar de residencia. El convento estaba comunicado con el hospital y también aquí se preparó unas estancias para cambiar de residencia a su conveniencia y trasladarse del hospital a la Concepción Francisca en cualquier momento. A lo largo de su vida utilizó las tres residencias, atendiendo a sus intereses.

Además, se preocupó de que el Concejo de Madrid mejorara el barrio que ella estaba promocionando con sus fundaciones, por lo que hizo trasladar un muladar que había próximo al hospital y clausurar un cementerio mudéjar que había en las cercanías. Consideraba que eran vecindades que no favorecían a sus fundaciones.

Por otra parte, también llevó a cabo una serie de reformas de la torre del Pardo, cuya alcaydía pertenecía a su marido y que traspasó a su hijo, y que ella gobernó hasta la mayoría de edad de éste.

Beatriz Galindo residió hasta su muerte en la villa de Madrid, alternando su estancia en sus tres fundaciones, aunque no llegó a profesar en ninguno de los dos conventos de religiosas, pero con su presencia velaba para que se desarrollaran convenientemente y todo se mantuviera en orden. Además, ella mantenía su posición de viuda privilegiada. No obstante, su mayor predilección fue por el convento de la Concepción Jerónima. Esto se manifestó en que aquí decidió que se pusiera el enterramiento de su marido y el suyo y a él legó sus libros de latín. La vida de Beatriz fue larga, pues murió con setenta años. Habían muerto ya sus dos hijos varones, vivían sus nueras, con las que no tenía muy buena relación por cuestiones económicas, pues pensaban que era más generosa con sus fundaciones piadosas que con la familia. Sus dos hijos, herederos cada uno de un mayorazgo por ella establecido y dotado, habían dilapidado lo recibido de su madre varias veces. Las nueras le reclamaban ayuda económica para ellas y para los nietos de Beatriz, tres de las cuales estaban con su abuela como religiosas en la Concepción Jerónima.

Beatriz dictó su testamento el 23 de noviembre de 1534 en una de sus estancias en el hospital y aquí murió a finales del siguiente año. Ella había conseguido que todos los que murieran en este lugar gozaran de indulgencia plenaria, de la que ella también se benefició. Las dos nueras, Mencía de Cárdenas y Teresa de Haro, discutieron el testamento, pues pensaban que la familia precisaba una mayor atención económica que las fundaciones de Beatriz. Ella perdonaba a sus hijos, muertos antes que ella, Fernando y Nuflo, y, por tanto, a cada una de las dos familias creadas por ellos, toda la serie de deudas que tenían con su madre por las ayudas que les había ido prestando en momentos de crisis económicas. El mayorazgo de Fernando, el primogénito, pasaba al nieto de Beatriz Diego Ramírez, al que dejaba otra serie de bienes importantes, como el portazgo de Madrid. También establecía una buena dote para su nieta primogénita y ampliaba el mayorazgo de su segundo hijo, Nuflo, que pasaba a su nieto Francisco Ramírez; el resto de los nietos, y las nietas que no eran religiosas, recibían donaciones.

Beatriz, en su testamento, recordaba a todas las personas que habían estado a su servicio. Establecía que si por diversas circunstancias sus descendientes desaparecían y no quedaba nadie de su familia para heredar los bienes patrimoniales, que todo pasara a partes iguales a sus tres fundaciones madrileñas. Beatriz prefería mantener el bienestar de sus fundaciones, a las que aseguró la dotación económica, en detrimento de mejorar a sus herederos como querían sus nueras. Quería ser enterrada en la Concepción Jerónima, pero no en el sepulcro que le correspondía de los dos que había mandado construir para ella y su marido, que actualmente se encuentran en el monasterio de estas mismas religiosas en la carretera de Alcobendas, en las proximidades de Madrid. Posiblemente son los enterramientos que encargó a Diego de Siloé. Hay, además, otros dos sepulcros en el Museo Municipal de Madrid, que tampoco fueron ocupados. Igual que los otros, su autoría es dudosa y parecen del mismo autor o de su escuela. Beatriz pidió ser enterrada con las religiosas en el coro bajo del convento de la Concepción Jerónima sin ninguna ostentación. La predilección por la Concepción Jerónima también se manifiesta porque dispuso que en este convento se guardara su testamento y todos sus papeles y biblioteca de libros escritos en latín. También dejaba los objetos de culto de su propiedad y todas las tablas de representaciones religiosas que la acompañaban en sus habitaciones particulares. Los libros escritos en romance de su biblioteca los dejaba a partes iguales a este convento y al de la Concepción Francisca. Ordenaba una larga serie de mandas piadosas, pedía que se vistieran pobres y se dotara a huérfanas madrileñas para que pudieran casarse. Dejaba 3.000 fanegas de trigo para que se dijeran misas por ella, por su marido y por los Reyes Católicos, sus señores.

El ser patrona de tres instituciones importantes y el tener un cargo de regidor del Concejo de Madrid vinculado a su familia, le otorgó una posición privilegiada dentro de la villa. Pero su actividad se desarrolló en un campo muy propicio para las mujeres, como hicieron otras tantas nobles de la Corte de Isabel la Católica, con las que hay que relacionar a Beatriz Galindo. Pero utilizando esta base, también consiguió influir en otros asuntos de la sociedad madrileña. Su vida en esta villa fue tan activa y se mantuvo con tanta implicación en los problemas urbanos, que su influencia modificó e intervino en el trazado urbano de una zona, la actualmente conocida como de “La Latina” y en el diseño de la asistencia benéfica y de la religiosidad femenina de Madrid.

Su fama e influencia eran notables, tanto que Fernando el Católico y, después, Carlos I, la visitaron en el hospital de esta villa y, tras la muerte de Isabel la Católica, le consultaron algunos asuntos. Las consultas estaban relacionadas en la mayoría de los casos con el paradero de documentos de la época en la que Beatriz Galindo formaba parte de la casa de la Reina, lo cual ha llevado a pensar que, dados sus conocimientos de lectura y escritura, podía haber ejercido cierto servicio de secretaria privada de la Reina. Su fama de mujer culta ha llevado a que se le atribuyesen algunos escritos hasta ahora desconocidos, por lo que es muy insegura su autoría. Aunque probablemente no haya dejado un legado literario, su importancia es grande pues fue una humanista que se preocupó por la cultura y por la promoción de las mujeres. Ella, amparada en su viudedad y en su dedicación a cuestiones religiosas, fue una mujer libre que dispuso de su vida y la orientó según sus prioridades. Se ocupó en promocionar aquello que consideraba trascendente, como es la asistencia hospitalaria y el apoyo a la regla de las concepcionistas, religiosas que reivindicaban una gran participación de la Inmaculada Concepción en la redención de la humanidad. El apoyo y promoción de esta Orden que llevó a cabo Beatriz Galindo en Madrid responde al ideario de la Reina Católica.

En el Museo Lázaro Galdiano de Madrid se conserva un retrato de Beatriz Galindo procedente del monasterio de religiosas de la Concepción Jerónima (inventario 7962).

 

Obras de ~: Notas y comentarios sobre Aristóteles; Poesías latinas.

 

Fuentes y bibl.: Archivo de la Nobleza (Toledo), Informaciones de nobleza de la Casa Ramírez, Bornos C.363, D. 7.1590, enero 01; Capitulaciones matrimoniales, Bornos C.433, D.1; Capitulaciones matrimoniales, Bornos C.459, D.3; Testamento de Beatriz Galindo, Bornos C.476.

F. de Llanos y Torriglia, Una consejera de Estado. Doña Beatriz Galindo la Latina, Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, 1920; A. de la Torre, “Unas noticias de Beatriz Galindo”, en Hispania, 17 (1957), págs. 255-261; J. Martín Jiménez, ¿Fue ecijana Beatriz Galindo?: Aportación para su historia, Córdoba, Tipografía Artística, 1964; C. de Arteaga, Beatriz Galindo “La Latina”, Madrid, Espasa Calpe, 1975; M. Agulló y Cobo, “El Hospital y Convento de la Concepción de Nuestra Señora (La Latina)”, en Villa de Madrid, 48 (1975); A. Matilla Tascón, Beatriz Galindo, Francisco de Madrid y su familia, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños, 2000; M. Barrera Galíndez, El Hospital de la Concepción de la Madre de Dios (vulgo La Latina) de Madrid y su botica, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 2003 (inéd.); V. M.ª Márquez de la Plata y Ferrándiz, Mujeres renacentistas en la corte de Isabel la Católica, Madrid, Castalia, 2005, págs. 79-143; A. de Arteaga, Beatriz Galindo, la Latina: maestra de reinas, Madrid, Algaba, 2007.

 

Cristina Segura Graiño