Ayuda

Enrique de Aragón Folch de Cardona y de Córdoba

Biografía

Aragón Folch de Cardona y Córdoba, Enrique. Duque de Cardona (VI). Lucena (Córdoba), 1585 – Perpiñán (Francia), 22.VII.1640. Virrey del Principado de Cataluña bajo el reinado de Felipe IV.

Perteneciente a una de las más nobles familias oriundas de las tierras de la Corona de Aragón, quien ostentara la posición generacional del sexto duque de Cardona, y además tendrá los títulos de VI duque de Segorbe y VI marqués de Pallars, Enrique de Aragón, iba a regir en los primeros decenios del siglo xvii y hasta los inicios de la guerra de separación, parte de los destinos de la historia del Principado de Cataluña erigiéndose indiscutiblemente en el hombre del rey en estas tierras. Siendo aún un niño, a los once años de edad, perdió a su padre, quien como heredero del linaje de los Cardona llevaba a su vez el título tradicional de conde de Prades. En 1601, por muerte también de su abuelo paterno, heredó el título de marqués de Comares, y en el año 1608, a la muerte de su abuela paterna, Juana de Aragón, revertirían también en él los títulos de Cardona, Segorbe y conde de Empuries.

Concentraba así, por diversas rupturas de sucesión, los más significados títulos de la casa familiar y se erigía en su cabeza, siendo, pues, uno de los escasos miembros de la nobleza titulada que quedaban a esas alturas de la edad moderna en Cataluña, con un patrimonio que le rentaba anualmente unos 120.000 ducados. En el momento de hacerse con tan magnífica herencia familiar, el duque de Cardona se convertía en el gran aristócrata titulado y principal señor de las tierras catalanas, sus jurisdicciones eran muy extensas y valiosas, y a su lado contaba también con la propiedad de catorce abadías, de las cuales la más rica era la de Ripoll, cuya jurisdicción se erigía sobre más de seis mil vasallos. El duque de Cardona se casó en primeras y en segundas nupcias. Desde un punto de vista político fueron las segundas las que le reportaron mayor reputación. Dicho matrimonio tuvo lugar en el año 1606 con Catalina Fernández de Córdoba, hija del marqués de Priego. Para entonces, sus respectivos linajes ya habían unido sus nobles destinos, dado que por extinción biológica, desde fines del siglo xvi, los títulos y señoríos de Enrique de Cardona habían pasado a una rama de los Fernández de Córdoba, la de los marqueses de Comares. El matrimonio tuvo cinco hijos varones, los cuatro primeros nacidos en la andaluza localidad de Lucena, donde residieron los primeros tiempos de su vida conyugal. Se trataba de Luis, el primogénito, seguido por Pedro, Antonio —cardenal de Aragón— y Vicente, y el último, nacido ya en la ciudad catalana de Mataró en 1626, de nombre Pascual, también como su hermano cardenal de Aragón. Sin abandonar los intereses albergados en los extensos patrimonios andaluces y valencianos, así como su proyección en la corte central de la monarquía, en el año 1618, tras heredar los dominios de su abuela Juana de Aragón, el duque de Cardona decidió trasladarse junto con su familia desde Lucena al Principado.

Hasta entonces Enrique de Aragón había contado con los servicios de su hermano menor, Luis, que había actuado en calidad de procurador de los señoríos catalanes de aquél. No en vano, el mismo Luis fue encargado de tomar posesión del condado de Empúries para resolver la dilatada ausencia de Enrique, a la par que los negocios jurídicos de éste y demás gestiones cotidianas iban a correr a cargo del doctor Jeroni Pujades, leal servidor de los Cardona y autor de un jugoso Dietario coetáneo en el que fue retratando a éstos y a otros personajes de la época. A fin de realizar su primer viaje hacia tierras catalanas, el duque de Cardona no dudó en solicitar a la Diputación del General el uso de sus propias galeras institucionales, prueba no sólo de su preeminencia en la escala social, sino también de su bien meditada decisión de integrarse en la vida pública catalana. Una vez llegados al país, Enrique pasó a residir junto con su familia en el palacio renacentista de la villa de Arbeca en Lérida, no obstante sus frecuentes viajes a la corte o a sus dominios andaluces, a veces incluso para resolver complicados pleitos patrimoniales incoados por aspirantes de su extensa y vinculada parentela. En efecto, en enero del año 1621 llegaba a Arbeca procedente de la corte y en marzo del siguiente año salía nuevamente de esta localidad para dirigirse a Lucena. Sus palacios, más aún el de Barcelona por la cercanía con las instituciones de gobierno, constituían centro habitual de relaciones sociales de la aristocracia catalana y de deslumbrantes actos festivos y ceremoniales en los que toda ella se preciaba de participar y dejarse ver. Durante sus ausencias, era su esposa la encargada de encabezar tales recibimientos u organizar los diversos actos de sociabilidad. Los duques también eligieron para otras ocasiones la residencia de la villa de Castelló d’Empuries, capital del condado del mismo nombre.

Por fin, su intervención en la vida pública catalana, se iniciaba con gran impronta en ocasión de la preparación de las cortes catalanas del año 1626. Gracias a sus negociaciones la tan ansiada reunión iba a celebrarse en Barcelona y no en Lérida como primero se pensó. A tal fin, cedía su casa de la capital, situada en el aristocrático pla de Sant Francesc, como alojamiento para el monarca, pasando él a residir en el convento de los frailes franciscanos. Sin embargo, su gestión política en las cortes fracasó. El duque no consiguió atemperar los ánimos de la decepcionada y alborotada clase dirigente catalana ni controlar el grueso del Brazo Militar. Su persona y su afecto a la tierra se veían frecuentemente puestos en entredicho.

El duque, pese a ser nacido en Lucena, siempre había querido ser reconocido como catalán. No en vano, jamás había dejado de comunicar a la Diputación del General, los acontecimientos familiares, como bodas o defunciones. A su vez, en no pocas ocasiones las autoridades del Principado lo habían recibido en sus visitas como si de una persona de sangre real se tratase.

Pero desde el inicio de las sesiones de Cortes, había cometido no pocas imprudencias a la vista de otros compatriotas, que parecían condenar el olvido tan buenos recuerdos. Así, había insistido imprudentemente sobre la escasa participación de los catalanes en las negociaciones de la paz de Monzón, a la sazón firmándose en el marco de la guerra europea de los Treinta Años, y ufanado había concedido mercedes y privilegios ante la sospechosa mirada del resto de la nobleza. De igual modo el duque hizo ostentación de su impetuosa personalidad amenazando públicamente al síndico de la localidad de Pals, por el Brazo real, en ocasión de la presentación de uno de los múltiples disentimientos particulares que estaban bloqueando el desarrollo de las cortes, ganándose por todo ello la resistencia secreta de una parte del Brazo militar allí reunido. Además, Cardona contaba de antemano con la oposición del sector clientelar del conde de Santa Coloma, cuyo enfrentamiento no debemos dejar de enlazarlo asimismo con ciertas disensiones de orden más privado que teñían en general las relaciones de toda la nobleza catalana. En compensación a su innegable lealtad real en medio de unas turbulentas sesiones finales, el monarca invistió con el collar del Toisón de Oro a su hijo primogénito y él mismo fue nombrado inmediatamente miembro de los Consejos de Órdenes Militares y de Estado. Estos cargos le impedían legalmente tomar parte de la vida política de los estamentos catalanes y en concreto del Brazo militar.

Hasta el punto de que, a raíz de ello, el síndico del Brazo, empezó a difundir la consideración de que su presencia podía incurrir en contrafuero, aumentando de este modo los rencores contra el duque a pesar las reiteradas declaraciones de éste sobre su respeto y fidelidad a las Constituciones del Principado.

Los años posteriores a las conflictivas e inacabadas cortes de 1626, fueron también decisivos para su posición social y de poder. El duque hubo de hacer frente a una importante oleada de revueltas campesinas.

Sus vasallos de los dominios territoriales de Segorbe se alzaron en armas. Entre los años 1628 y 1629 otra revuelta de igual signo estallaba en el condado de Empúries. En la localidad de Rosas, el alboroto fue mayor. El síndico del condado fue hallado asesinado en Barcelona en 1629. Pero afortunadamente no todo eran sinsabores. Su patrimonio recibía un nuevo golpe de gracia cuando la Audiencia de Cataluña fallaba a su favor en el pleito que se seguía sobre la sucesión del ducado de Cardona. Asimismo en 1628 la villa de Castelló d’Empúries renunciaba al pleito de incorporación a la Corona prolongado durante casi más de medio siglo. Otro pueblo, Cadaqués, se adhirió a la concordia, atemperando, pues, el conflicto el mismo pueblecito y puerto que, por cierto, no tardaría en presenciar una manifestación pública del duque de Cardona a favor de las leyes del Principado. Así pues, en 1629, en el acto de partida de las galeras maltesas en donde se hallaba embarcado el virrey duque de Alcalá de camino a las posesiones hispanas de Italia, se produjo un incidente temerario entre su general y el bayle de la población, vasallo de Cardona, que hirió a aquél. Frente a la solicitud del virrey insistiendo en la inmediata ejecución del agresor, el duque de Cardona consiguió que su vasallo fuese enviado a Barcelona para ser juzgado cual costumbre.

Actitudes como éstas permitieron sin duda al duque revalorizar su reputación política dentro de la mentalidad de las familias del estamento militar catalán.

Las buenas noticias recibidas alcanzaron mayor dicha cuando, a finales del mes de septiembre del año 1630, fue nombrado para ocupar el cargo de virrey de Cataluña. Las autoridades le ponían en conocimiento de este nombramiento hallándose en Lucena.

Presto, preparó el nuevo viaje. La entrada solemne en la capital catalana tenía lugar el 7 de noviembre. Su nombramiento obedecía a las esperanzas albergadas en la corte central de la monarquía, para solucionar la falta de entendimiento político existente entonces con la clase dirigente catalana. Nadie dudaba en las altas esferas políticas de que, al tratarse de un virrey natural del Principado, ello iba a aumentar las posibilidades de zanjar los viejos problemas y rencillas. Sin embargo, el conde duque de Olivares, valido del rey Felipe IV, se reunió con él antes de partir hacia Cataluña.

En el monasterio del Escorial, Olivares le aleccionó laboriosamente sobre su cometido entregándole un pliego de instrucciones que llevaba la firma del protonotario, y que contenía muchos más detalles que las órdenes que habitualmente se dirigían a los virreyes de turno. Las instrucciones de Cardona tenían menos que ver con Cataluña que con el estado de la monarquía española en general, cuyos ejércitos habían sufrido serios reveses en tierras de Italia, lo que se convertía en el objetivo principal. Para ello Cardona debía examinar la posibilidad de obtener la colaboración de las tropas catalanas, siguiendo el proyecto de la Unión de Armas que Olivares había ideado y sobre todo debía obtener dinero del Principado. Al principio de su gestión, el duque de Cardona consiguió de manos del municipio de Barcelona una donación pecuniaria que ascendía a la cantidad de 12.000 libras pactadas para aquellos fines. Otras ciudades catalanas siguieron el ejemplo de la capital, y así, el duque fue inicialmente contemplado desde Madrid como un gobernante y servidor de éxito. Sin embargo, pronto el nuevo virrey volvía a cometer el error de los precedentes y con motivo de la subida del precio del pan provocada por la desoladora peste del año 1630, inició unas investigaciones para las que no dudó en inmiscuir a los oficiales reales en asuntos que eran de jurisdicción municipal. Su cargo como virrey de Cataluña, que se prolongaría durante bastantes años, iba a desarrollarse con algunas interrupciones.

El primer período duró aproximadamente unos dos años. De nuevo, sería nombrado virrey entre los años 1633 y 1638. En ese tiempo retomó decididamete el mando aprestándose a apresar al temido bandolero Joan Sala y Serrallonga. Entremedias, había rechazado la oferta de encargarse del virreinato de Sicilia, prefiriendo prorrogar el de Cataluña. Durante el segundo período virreinal, hubo de hacer frente a las reticencias de las instituciones catalanas ante las persistentes exigencias fiscales de la Corona, principalmente sobre un contrariado clero rural y sobre los municipios, para lo que partía de escasas bases legales.

Reanudada la guerra contra la vecina Francia, el virrey llevó a cabo un detallado recuento estadístico de los hombres dispuestos a llevar armas, a lo largo y ancho del Principado, sobre pueblos y villas. El que era su penúltimo período virreinal, se vio salpicado por una dimisión voluntaria en la coyuntura de fines del año 1637, cuando los ejércitos de la monarquía española fueron trágicamente asaltados por los franceses rompiendo el cerco de Leucata. Las pésimas circunstancias bélicas hicieron sospechar al duque de Cardona que de seguir en el alto cargo iba a convertirse en cabeza de turco. El inicio de su mandato había comenzado en tierras cercanas a la frontera gala. Era la ciudad de Perpiñán la elegida por el virrey para jurar el cargo ante la preeminencia de la defensa de la frontera amenazada. Pronto se trasladaría, sin embargo, a Barcelona, capital deseosa de contar nuevamente con un virrey, hasta entonces alejado de la ciudad y llamado a la guerra en su calidad de capitán general.

Entre sus principales cometidos, iba a priorizar ahora el diálogo con los municipios a fin de tratar sobre las rentas de la quinta parte proporcional de los impuestos, los controvertidos quints, que se deseaba revirtiesen a la necesitada Corona.

Finalmente, también en el trágico año de 1640 ejerció con brevedad la lugartenencia del Principado.

Constituía ésta su tercera y última etapa en calidad de virrey. Su nombramiento en el mes de junio del mismo año, tras ser asesinado el anterior virrey conde de Santa Coloma en la legendaria jornada del Corpus de Sang, constituía una de las pocas esperanzas del gobierno central de Madrid para pacificar a un Principado envuelto crecientemente en el desorden público y el terror. A tal efecto, desde la Junta de Ejecución presidida por el conde duque de Olivares, se pretendía que Cardona obrase con plenos poderes sin depender de consultas superiores y que en su caso tuviese carta blanca para otorgar el perdón general. Pero nuestro protagonista jamás contó con el apoyo de la clase dirigente catalana, que pese a sus deseos de restablecer el orden social, aborrecía la política centralista.

Por otro lado, se encontraba con una acomplejada y atacada magistratura real, en particular la de los miembros de la real audiencia de Barcelona, algunos de los cuales se resistían a abandonar sus escondites y refugios tan alarmantemente buscados tras los ataques recibidos desde el mencionado día del Corpus. En medio de esta circunstancia, trasladado con carácter urgente a la ciudad de Perpiñán en medio de los altercados que sufrió esta ciudad, el duque fallecía, aquejado por una ya avanzada enfermedad de la gota, consciente del curso de los acontecimientos revolucionarios que conducían al país inexorablemente hacia la guerra civil y, completamente desesperanzado por ello. Su ejemplo, como hombre del rey y miembro de la nobleza titulada, muestra con todo el progresivo desvanecimiento de las posibilidades de influencia en la vida política de la Diputación del General por medio de las clientelas de los grandes magnates cada vez más alejados del Principado. Su desaparición le libraba, sin embargo, de contemplar la batalla final por la pérdida de peso político de la monarquía en Cataluña, si bien abandonaba a su esposa en el frágil y difícil papel de mediadora del lado de la Corona y dejaba a su tierra huérfana de autoridad real con el único gobierno de los diputados del General.

 

Bibl.: J. Mateu i Ibars, Los virreyes de los estados de la antigua Corona de Aragón. Repertorio biobibliográfico, iconográfico y documental, vol. I, tesis doctoral, Barcelona, Universidad, 1960; J. Reglà i Campistol, Els virreis de Catalunya: els segles xvi i xvii, Barcelona, Vicens Vives, 1961; F. Soldevila, Història de Catalunya, vol. III, Barcelona, Alpha, 1962; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía Española. 1521-1812, Madrid, Consejo de Estado, 1984; J. H. Elliott, La rebelión de los catalanes. Un estudio sobre la decadencia de España, 1598-1640, Madrid, Siglo xxi, 1986 (3.ª ed.); P. Molas Ribalta, “Abans, durant i després de les Corts inacabades (1623- 1638)”, en J. M. Sans i Travé (dir.), Dietaris de la Generalitat de Catalunya, vol. V, Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1999; P. Molas Ribalta, L’alta noblesa catalana a l’Edat moderna, Vic, Eumo, 2003, págs. 38-42; “La duquesa de Cardona en 1640”, en Cuadernos de Historia Moderna, 29 (2004), págs. 133-143.

 

Mariela Fargas Peñarrocha

Personajes similares