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Juana Pimentel

Biografía

Pimentel, Juana. ?, 1414 – Manzanares el Real (Madrid), 21.XII.1488. Noble, dama castellana.

Esposa de Álvaro de Luna, condestable de Castilla, valido del monarca Juan II, fue hija de Rodrigo Alfonso Pimentel, II conde de Benavente, título que ostentó de 1420 a 1440, y de su esposa Leonor Enríquez, hija del almirante de Castilla, Alfonso Enríquez.

Pertenecía, pues, a una de las más importantes familias de la nobleza castellana que experimentaba, además, durante esos años un claro movimiento de expansión. Su padre, Rodrigo Alfonso Pimentel, tuvo un importante protagonismo político, moviéndose durante todo el tiempo que llevó el título condal junto a Álvaro de Luna y al almirante de Castilla en el bando que se proclamó defensor de la autoridad regia. Se distinguió por primera vez con el título de Grande del Reino y miembro del Consejo, a la vez que vio crecer enormemente sus propiedades territoriales.

En 1430, Álvaro de Luna, viudo de su primera esposa, Beatriz de Portocarrero, con la que no había tenido descendencia, vio una buena ocasión para sellar su alianza con la alta nobleza, a través precisamente de su matrimonio con la joven Juana de Pimentel. La dispar edad de los novios —Álvaro tenía unos cuarenta años y Juana apenas había cumplido los diecisiete— no fue un obstáculo, y el matrimonio se celebró en la aldea palentina de Calabazanos el 27 de enero de 1431. Fueron los padrinos el monarca castellano, Juan II, y Leonor de Castilla, esposa del adelantado mayor de León, Pero Manrique. Se preveían grandes fiestas para dignificar acontecimiento tan señalado, fiestas de las que, sin embargo, Juana no pudo disfrutar, ya que le llegó la noticia del fallecimiento de su abuela, la viuda del almirante de Castilla, con la que ella se había educado. El desenlace se produjo en el Palacio de Meneses, cerca de Palencia, cuando la anciana viajaba para asistir al enlace, expresión máxima de alianza entre dos Grandes.

El conde de Benavente dotó generosamente a su hija al entregarle la villa de Arenas de San Pedro, lugar que, lejos del núcleo central del condado, destacaba por la existencia de mineral de hierro en sus términos y de talleres y forjas para su elaboración.

Brindaba, además, la oportunidad de irrumpir en el área de la sierra de Gredos y aumentar la vinculación con las cañadas mesteñas. El condestable correspondió con la entrega en arras de 10.000 florines de oro de Aragón y de la villa de Cornago. El primer fruto del matrimonio fue Juan de Luna, quien nació en Madrid el 24 de junio de 1435. El 3 de julio fue bautizado por el obispo de Osma, Pedro del Castillo, amigo del condestable, y le apadrinaron los Reyes de Castilla y el conde de Castañeda. Las grandes fiestas que acompañaron al nacimiento del primogénito del hombre más poderoso del Reino se celebraron en la casa del contador mayor Alonso Álvaro de Toledo, donde posaba el condestable. Juan II regaló entonces a la madre un rubí y un diamante valorados en 1000 doblas. Unos años después, en Escalona, nació María de Luna, segunda hija del matrimonio, y de nuevo los Monarcas la honraron con su padrinazgo.

Juana Pimentel era ya por entonces, la auténtica señora del castillo de Escalona, reconstruido por Álvaro para convertirlo en su mansión privada. Allí residió muchos años Juana con sus hijos. El protagonismo político de Juana Pimentel emergió claramente tras la ejecución de su esposo Álvaro de Luna (junio de 1453). Desde entonces, empezó a figurar en la Corte castellana y aparece envuelta en casi todas las luchas políticas, problemas y conflictos que sacudieron los primeros años del reinado de Enrique IV de Castilla. En esa difícil situación, su objetivo fue defender la herencia de su esposo, su importante patrimonio, pero también su memoria. Los primeros pasos se dieron inmediatamente después de la ejecución del condestable. Dos cartas expedidas por Juan II desde el Real de Escalona (23 de junio de 1453) disponían que Juana Pimentel y Juan de Luna, viuda y primogénito de Álvaro, entregasen al Monarca la posesión de la villa, Escalona, las dos terceras partes del tesoro custodiado en su fortaleza y se comprometiesen a la rendición de algunas plazas, como Trujillo, Alburquerque, Montalbán…, así como a reconocer la autoridad del Monarca. A cambio, alcanzarían su perdón y se les reconocían sus derechos sobre gran parte de sus propiedades. El potente señorío de Álvaro de Luna iba a sufrir una amputación importante. Con sus restos se formaron dos nuevos estados señoriales, uno soriano-segoviano, en torno a San Esteban de Gormaz con título de condado sin Sepúlveda ni Cuéllar y el señorío del Infantado para el heredero, Juan de Luna; y otro núcleo, centrado en la zona toledana y abulense, sin Maqueda ni Escalona, para Juana de Pimentel. Juan de Luna se vio privado de todos los oficios de los que se había beneficiado su padre —menos el corretaje de Sevilla—, aunque se le adjudicó una asignación de 800.000 maravedís en las rentas reales. Juana también recibiría 300.000 maravedís situados en las deudas debidas al condestable, y 135.000 maravedís de juro en distintas rentas que habían sido de su marido. Poco tiempo iba a gozar Juan de Luna de su amputada pero todavía importante herencia. Su prematura muerte, en febrero de 1456, cuando apenas contaba con veintiún años, iba a complicar enormemente el destino del patrimonio de Álvaro. En su testamento (febrero de 1456) declaraba heredero universal de sus bienes al hijo o hija que su esposa Leonor de Zúñiga todavía llevaba en su vientre, la futura Juana de Luna.

Cinco años después de la muerte de Álvaro, dos mujeres quedaban como herederas del condestable, su hija María y su nieta, Juana. Como garante de las mismas, quedaba Juana Pimentel, dispuesta a resistir los envites que sobre ella lanzaba Juan Pacheco, marqués de Villena. Para contrarrestarlo contaría con el apoyo de otra poderosa familia castellana, los Mendoza, y en concreto con Diego Hurtado de Mendoza, marqués de Santillana, con el que compartía la enemistad y animadversión hacia los Villena y hacia el propio Enrique IV. Ambos concertaron un compromiso matrimonial que uniría a María de Luna, a quien su madre entregaba en dote los bienes que ella misma había recibido por ese concepto, con Íñigo López de Mendoza, primogénito del marqués, quien aportaría al matrimonio una cantidad similar. Poco después de este acuerdo, el 31 de mayo de 1459, la condesa Juana de Pimentel, el marqués de Santillana y Juan de Luna, sobrino de Álvaro y administrador de los bienes de la pequeña Juana por expreso deseo de su abuela, juraron mantener una confederación entre sí. Ambos acuerdos, rápidamente levantaron las suspicacias del marqués de Villena y del Monarca, suspicacias que se tradujeron en la preparación de una hueste contra Juan de Luna y la condesa y que logra apoderarse de las fortalezas del condado de San Esteban de Gormaz y las villas del Infantado. Juan de Luna fue expulsado de Castilla, mientras que Juana, su hija y su nieta se refugiaron en Arenas de San Pedro. Hasta allí envió Diego Hurtado de Mendoza a su hijo para consumar el matrimonio con María de Luna. Enterado de la noticia, Pacheco pidió a Enrique IV que obligase a la condesa a entregar a su nieta para casarla con su primogénito. Ante la negativa rotunda de Juana, se cerró más el cerco sobre ella, y fueron esos años de 1460-1461, sumamente difíciles. Recluida en Montalbán, se vio obligada a renunciar a la tutoría de su nieta (julio de 1461), y poco después, en diciembre de ese mismo año, tuvo que hacer frente a la decisión del Monarca de confiscar sus bienes y condenarla a muerte por delito de lesa majestad.

Realmente, la conducta de Juana en Montalbán, cuando respondió con pólvora a la petición del Monarca de ser acogido en la fortaleza, podría justificar la severa sentencia, que, sin embargo, se revocó con rapidez. En torno a la condesa se alinearon sus deudos y amigos y se consiguió el perdón en cuanto a la pena capital. Lo demás vino poco a poco. El precio que se tuvo que pagar fue el compromiso matrimonial de la pequeña Juana de Luna con Diego López Pacheco, marqués de Villena.

Después de estos intensos acontecimientos, Juana Pimentel se retiró de la vida pública y buscó refugio en casa de los Mendoza de Guadalajara. De nuevo lo encontró; ya en esos años junto a su hija y su yerno, con los que transcurrirían los últimos años de su azarosa y larga vida. Ellos fueron los que costearon los gastos de los bellos sepulcros en jaspe de la condesa y su esposo en la capilla de Santiago de la Catedral de Toledo. También ellos, en Guadalajara, recibirían el testamento de Juana. Éste, otorgado el 27 de julio de 1484, previa licencia de la reina Isabel, declaraba heredera universal de todos sus bienes a su hija, la duquesa del Infantado, María de Luna. Unos años después, el 21 de diciembre de 1488, Juana de Pimentel murió en Manzanares (Madrid), sin olvidar los agravios que le hicieron Juan II, Enrique IV y el linaje de los Pacheco.

 

Bibl.: A. Huarte, “Doña Juana Pimentel, señora del castillo de Alamín (1453-1462)”, en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, LVIII (1951), págs. 269-316; A. Franco Silva, “El destino del patrimonio de Don Álvaro de Luna. Problemas y conflictos en la Castilla del siglo XV”, en Anuario de Estudios Medievales, 12 (1982), págs. 549-583; I. Beceiro Pita, El condado de Benavente en el siglo XV, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Centro de Estudios Benaventanos Ledo del Pozo, 1998; J. M. Calderón Ortega, Álvaro de Luna: Riqueza y poder en la Castilla del siglo xv, Madrid, Dykinson, 1998¸ C. Berco, “Juana Pimentel, the Mendoza Family, and the Crown”, en H. Narder (ed.) Power and Gender in Renaissance Spain. Eight Women of the Mendoza Family, 1450-1650, Illinois, University of Illinois Press, 2004, págs. 27-48.

 

Betsabé Caunedo del Potro